LIBROS
crítica

En los laberintos del yo

Los libros de María Gainza juegan, en general, con una indeterminación entre la ficción y el ensayo que los convierte en objetos extraños, singulares, y es posible encontrar allí algo parecido a un estilo. En ellos, la primera persona suele alternar con la tercera, con resultados dispares.

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Un puñado de flechas. | cedoc

Los libros de María Gainza (Buenos Aires, 1975) juegan, en general, con una indeterminación entre la ficción y el ensayo que los convierte en objetos extraños, singulares, y es posible encontrar allí algo parecido a un estilo. En ellos, la primera persona suele alternar con la tercera, con resultados dispares: La luz negra (2018) exhibía una escritura trabajada, formalmente sólida, en donde se problematizaban no sin cierta gracia cuestiones atinentes a la construcción de una biografía y se reflexionaba sobre su inevitable artificio; El nervio óptico (2014), obra un tanto sobrevalorada por la crítica, no hacía más que recurrir hasta el cansancio (del lector, por lo pronto) al procedimiento del montaje paralelo entre ciertas escenas de la vida o la obra de reconocidos artistas visuales (el Greco, Rousseau, Fujita, Schiavoni, entre otros) –narradas con pericia, hay que decir– y algunos episodios biográficos de la autora que interrumpían con porfiada intrascendencia. 

En el caso de Un puñado de flechas, se trata de un conjunto de ensayos tan variados como dispares. En algunos de ellos –en general, los más logrados–, aparece un juego con el “yo”, ahí donde se abre un pliegue o un doblez que problematiza la instancia enunciativa y permite entrar en el territorio ambiguo entre la ficción y el ensayo, como ocurre en “Bhodi Wind”; o en “Gravitas”, donde la narradora dialoga imaginariamente con una paloma que visita su patio y termina por reflexionar acerca de los materiales de la obra de arte de manera original; o también en “Una mujer de ingenio” (quizás el capítulo más rico), en el que, mediante la reiteración de la frase “si pudiera elegir una vida, ¿cuál elegiría?”, el texto se inmiscuye en la vida de la artista argentina María Simón, para captar sus matices, sus misterios y sus contradicciones.

Sin embargo, en otros ensayos ese juego de alternancia y ese vaivén entre las personas gramaticales parece empantanarse hasta desbarrancar en textos más bien lineales y de poco vuelo, con un registro coloquial (“nos colgamos pensando qué profundidad tendría el lago”) que desafina con el tono general del libro. Sobre todo, hay una primera persona insidiosa e intrascendente que pugna por aparecer y por figurar (estos son tiempos propicios, después de todo). La anécdota con Francis Ford Coppola, en “El carcaj y las flechas doradas”, podría ser ocurrente en una columna semanal, pero aquí parece más una mera jactancia de figuración, un deseo irrefrenable de decir “yo estuve ahí, yo estuve con él”. Algo similar sucede en “El desconcierto”, un texto en donde se narra la estancia de Thoreau en Walden Pont, su concepción de la vida natural, su espiritualidad hasta que, de la nada, la voz narradora nos informa que conoció el sitio y se fumó un porro en la tumba de Louise May Alcott, a pocos kilómetros de allí. Un puñado de flechas es dos libros a la vez: el de las flechas precisas y certeras de las que habla Coppola, y el de aquellas que van sin rumbo hacia ningún lugar.

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Un puñado de flechas

Autora: María Gainza  

Género: ensayo

Otras obras del autor: El nervio óptico; La luz negra; Un imperio por otro; Una vida crítica; 

Editorial: Anagrama, $ 20.900