El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, dio un paso que puso en evidencia su falta de afinidad con el actual gobierno de Brasil: no invitó a Luiz Inácio Lula da Silva a la ceremonia de su asunción como nuevo jefe de la Casa Blanca, el lunes próximo. En cambio, fueron convidados otros mandatarios como Javier Milei; la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni y el salvadoreño Nayib Bukele. Por cuestiones de protocolo, estará presente en Washington la diplomática brasileña en EE.UU., María Luisa Viotti.
Según declaraciones de allegados al futuro jefe de Estado estadounidense, “Trump está muy ansioso de tener líderes mundiales” en la inauguración de su segundo mandato; pero los “seleccionados”, al menos hasta ahora, integran su mismo flanco político de ultraderecha. Hubo una única excepción: el líder chino Ji Ximping, pero este prefirió mandar a alguien en representación de su gobierno.
El político brasileño que, con certeza, viajará a Estados Unidos es el diputado Eduardo Bolsonaro, con quien Trump mantuvo encuentros personales. En cuanto a su padre Jair Bolsonaro, quién afirma que también fue convidado, para viajar precisa que la Justicia de su país le devuelva temporalmente el pasaporte. Este le fue retirado por cuenta de los procesos que lo incriminan como participante del Golpe del 8 de enero de 2023. El trámite, manejado por el juez de la Corte Suprema Alexandre de Moraes, puede demorar más allá de la fecha de la ceremonia en Washington.
"No hay mejor forma de gobernar que la democracia", dice Lula a dos años del asalto a los Poderes
El Palacio de Itamaraty no ve, en este hecho, una “alteración” de los vínculos entre ambos países. Desde allí se afirma que todo “debe mantenerse estable”. Pero es innegable que, a partir del próximo lunes 20, las conexiones irán a cambiar de un modo radical. El actual gobierno recuerda su consabido pragmatismo en las relaciones internacionales, y ponen como ejemplo al argentino Milei. Pero lo cierto es que Lula da Silva apoyó, explícitamente, durante las elecciones americanas a la demócrata Kamala Harris.
Trump coincidió en el poder con Bolsonaro entre los años 2019 y 2020. Durante ese período estuvo en juego la conformación de un movimiento de extrema derecha internacional, que impulsaba por entonces por Steve Bannon, quien estuvo preso por cuatro meses y fue liberado poco antes de los comicios estadounidenses. Ideólogo, que asumió como propia la filosofía de los llamados “ingenieros del caos”, y especialista en campañas de la extrema derecha radical, Bannon no se sonrojó al afirmar, en enero de 2023, que “Lula robó las elecciones. Y los brasileños lo saben muy bien”. Se refería, como es obvio a la intentona golpista que planeó matar al presidente y su vice, el 8 de ese mes.
Con todo, el pragmatismo de Lula le permitió estos días superar su resentimiento contra el trumpismo y cuando se confirmó la victoria del candidato ultraderechista, decidió reconocer el triunfo. En un posteo en la plataforma X, escribió: “Mis felicitaciones al presidente Donald Trump por la victoria electoral y su retorno a la presidencia de Estados Unidos. La democracia es la voz del pueblo y ella debe ser siempre respetada”.
En una entrevista, ofrecida en ese momento, Lula sostuvo: “No conozco personalmente a Trump, apenas sigo su derrotero por las noticias sobre él. Pero espero que ambos mantengamos una convivencia civilizada, como la que ya tuve con George W.Bush, de su mismo partido”.
Para quienes testimoniaron la secuencia de los nexos brasileños y norteamericanos, es imposible olvidar hasta qué punto se empeñó Lula en mantener intactas las relaciones con el republicano George W Bush. En 2001, Lula era apenas candidato presidencial y la Administración de Bush decidió invadir Afganistán. Dos años después, Bush hacía lo mismo con Irak; pero para entonces Lula ya había ascendido a la presidencia de su país.
En 2005, Lula se junta con el argentino Néstor Kirchner y el propio Bush en Mar del Plata: allí irían a celebrar el pacto por el ALCA (la Asociación de Libre Comercio de las Américas). Pero los dos líderes del Mercosur decidieron bloquear la iniciativa y el norteamericano debió volver a su país con las manos vacías. En esta historia hubo un detalle: el presidente brasileño era consciente del desplante hecho en conjunto con Argentina al mandatario americano.
Para suavizar la confrontación, el día que termina la Cumbre del ALCA, le ofrece a Bush viajar a Brasilia donde iría a recibirlo con todas los honras. Dicho y hecho, lo acogió con los máximos honores posibles en un asado que realizó en la “Quinta do Torto”, uno de los predios que son propiedad de la presidencia brasileña.
Desde luego, para la prensa internacional, ese fue un hecho destacable que “ayudó” a paliar la fracasada imagen americana resultante de la negativa de Brasil y Argentina a continuar con el ALCA. Se sabe que los tiempos actuales son muy diferentes. Pero lo cierto es que Lula pudo continuar en el poder, después de la intentona golpista que pretendía mantener a Bolsonaro en la presidencia, por obra y gracia de la rapidez del presidente Joe Biden y su grupo, en reconocer la legitimidad de la victoria en las elecciones presidenciales brasileñas de 2022. De otro modo, hoy habría en Brasil una nueva dictadura, de perfil presuntamente democrático, y profundamente represiva.
Ahora bien, el actual presidente brasileño jamás olvidó el apoyo a su persona, del gobierno demócrata estadounidense. Y como se sabe, los “favores” siempre se devuelven. Brasil mantuvo algunas diferencias en política exterior con Biden. Pero esa distancia se salvó siempre por la vía de la imagen diplomática; o sea, las presuntas divergencias siempre fueron disimuladas.