Excepto para quienes a todo le dan un toque sobreideologizado, el regreso -por última vez- de Trump a la Casa Blanca, genera demasiadas incógnitas, porque la vida misma del excéntrico magnate inmobiliario neoyorquino nos revela paso a paso, una especie de “efecto mariposa”. Con tres atentados en sus espaldas, en un país signado por magnicidios presidenciales y una edad avanzada que hasta aquí, no parece haberle pasado demasiada factura, el ahora vecino octogenario de Mar-a-Lago en Miami, tal vez nos distraiga a todos, usando al máximo los resortes del poder, para buscar antes que nada, paz judicial embatiendo contra agencias específicas como el Departamento de Justicia y el FBI.
Es en el plano de la política exterior, donde paradójicamente, Trump ha sido muy contundente respecto a qué hará. Decidido a evitar todo atisbo de decadencia americana, debe empezar priorizando el frente interno en desmedro del exterior. Su anunciado neoaislacionismo ya en 2016, puede tornarse ahora vigoroso, motivado por la defunción de la guerra en Ucrania, una desafección presupuestaria de la OTAN y un descarte de todo multilateralismo tipo ONU. Los rusos apostarán algunos rublos aunque ya no se ilusionarán como antaño, los chinos se prepararán para desacoplarse de la economía del dólar y otros más, incluyendo Israel de Netanyahu, tomarán sus recaudos -a favor o en contra- pero serán los europeos los visiblemente más preocupados. Como “efecto dominó”, el populismo trumpista a lo Orban y Vucic seguirá conquistando electoralmente: tras Austria e Italia, pueden seguir Alemania, Francia, Países Bajos y otros. Todo el edificio de la UE se verá en peligro y hasta su “”no-geopolítica” -por subordinarse acríticamente a Washington, también.
Para América Latina, los Bolsonaro y los Kast se volverán a ilusionar en Brasil y Chile, respectivamente mientras Milei, cuan profeta global se siente, tratará de inflar el orgullo argentino por “contribuir” al regreso de Trump a la Casa Blanca, aunque sin muchos dólares genuinos a cambio. Pero claro, nadie en su sano juicio, cree que este continente, precisamente por ser el “patrio trasero” de EEUU, no recibirá hasta las esquirlas de un eventual fracaso interno del trumpismo, incluyendo más migraciones ilegales y más drogas. Se hace imperioso entonces retornar a ese plano doméstico.
La toma del Capitolio el 6 de enero de 2021, desnudó la intención “republicanicida” del nuevo Presidente. Con todo el poder a su favor y con la impunidad garantizada, más allá de lo que haga o deje de hacer a nivel global, Trump puede encargarse de destruir los pocos jirones que quedan del otrora gran “faro democrático” del mundo.
Tal como anticipó el gran filósofo pragmatista Richard Rorty en 1998, habría tarde o temprano, de parte de un “strongman” una sed de venganza contra la burocracia de Washington, los tenedores de bonos inflados, los artistas de Hollywood y sobre todo, los periodistas tradicionales: todo ello sólo puede plasmarse apelando a persecución ideológica y eliminación de cualquier peso y sobrepeso democrático. De hacerlo así y en dosis crecientes, sobre una sociedad muy polarizada y con múltiples transiciones complejas, la Estados Unidos que nos espera, es inédita, al mismo tiempo que sombría y peligrosa, más que para argentinos, asiáticos o rusos, para sus propios habitantes.
*Dr. en Relaciones Internacionales (UNR), Profesor de Política Internacional (UNVM) y Derecho Internacional Público (UCES). Miembro del Comité de Estudios Euroasiáticos del CARI. Autor de "Putin Deconstruido"