El papa Francisco falleció este lunes a las 7.35 hora de Roma, un mes después de haber recibido el alta médica luego de largas semanas luchando contra las secuelas de una neumonía bilateral. Sin embargo, aquel último episodio representó el más reciente de una serie de diferentes problemas de salud que enfrentó en sus 88 años de vida.
Jorge Bergoglio, que asumió como líder de la Iglesia Católica con 76 años en 2013 y falleció este lunes 21 de abril, lidió con intervenciones quirúrgicas, dolencias crónicas y dificultades de movilidad desde su juventus hasta sus últimnos días, lo incluso lo obligaron a tener que utilizar una silla de ruedas.
La primera gran crisis de salud que atravesó Bergoglio, ocurrió cuando tenía 21 años y estuvo al borde de la muerte debido a una pleuresía, una inflamación en los tejidos que recubren los pulmones. En su autobiografía Hope, el propio Papa relató que los médicos le descubrieron tres grandes quistes y debieron extirparle una parte del pulmón derecho, ya que en ese momento esos problemas de salud se trataban con intervenciones quirúrgicas debido a la escacez de antibioóticos.
Aquel problema tuvo lugar en 1957, mientras cursaba el segundo año del Seminario Metropolitano en el barrio de Villa Devoto, Ciudad de Buenos Aires, cuando aún no se había ordenado como sacerdote. A pesar de ellos, había comentado en entrevistas que se había recuperado " de forma completa” y que jamás sufrió limitaciones significativas a causa de esa operación.
Dolores crónicos e intervenciones
Francisco supo convivir mucho tiempo con un pinzamiento del nervio ciático, una afección nerviosa que provoca intensos dolores en la espalda, la cadera y las piernas. Durante su época como arzobispo de Buenos Aires, recurrió a tratamientos alternativos, como acupuntura china y masajes para aliviar el dolor de espalda.
Además, sufrió una infección grave en la vesícula biliar a finales de los años 70 y, en 2004, tuvo un leve episodio cardíaco a raíz del estrechamiento de una arteria.
Ya como Papa, Francisco reveló en 2019 que se sometió a una cirugía para tratar las cataratas en sus ojos en la Clínica Pío XI, en Roma. También, el 4 de julio de 2021 surgió como sorpresa el anuncio de que iba a ser operado en el colón, intervención en la que se le extirparon 33 centímetros de intestino, para tratar una estenosis diverticular (un estrechamiento del intestino grueso).
A raíz de ese procedimiento, el Santo Padre tuvo que estar hospitalizado por diez días, a lo que después continuó una lenta recuperación y que le dejó algunas secuelas.
En marzo de 2023, regresó al hospital debido a una infección respiratoria. “¡Todavía estoy vivo!”, había bromeado al salir de su internación, pero luego reconoció que el episodio hubiera sido más grave si no recibía tratamiento. Tres meses después, en junio de 2023, fue sometido a otra cirugía para corregir una hernia abdominal.
Otro de los grandes inconvenientes en su salud durante sus últimos años fueron sus dolores en la rodilla derecha, que hicieron que tuviera que caminar con un bastón o trasladarse en silla de ruedas. Aunque los médicos le habían aconsejado operarse, siempre lo rechazó. A pesar de estas dificultades, nunca lo detuvo en su misión pastoral, viajando a lugares lejanos con distintas giras, como Indonesia, Papúa Nueva Guinea y Singapur.
Su última internación
El 14 de febrero pasado, el pontífice fue ingresado en el Policlínico Gemelli de la capital italiana con un diagnóstico inicial de bronquitis. Más tarde, el Vaticano comunicó que tenía una “infección respiratoria polimicrobiana” que complicó su estado, y luego una tomografía reveló la presencia de neumonía bilateral.
A partir de allí, inició un tratamiento antibiótico combinado con corticoides, alternando días mejores y cuadros respiratorios graves, que se complicaron tras sufrir una grave crisis asmática. También necesitó la administración de oxígeno de alto flujo y transfusiones sanguíneas para ser estabilizado. En los últimos días, se le diagnosticó una insuficiencia renal.
A pesar de su fragilidad, Francisco mantuvo muchas veces su agenda y hasta participó en una misa en la capilla del hospital. El cardenal Kevin Farrell, camarlengo de la Santa Sede, destacó su ejemplo de perseverancia: “Nos muestra que con las limitaciones físicas y la edad, no va a parar. Nos manda un mensaje a todos de que debemos seguir adelante”.
Pisando marzo, las noticias sobre su estado de salud eran mucho mejores. Tras 38 días de internación, el Papa recibió el alta médica, dejando el hospital el 25 de marzo de este año. Regresó a su residencia en la Casa Santa Marta para continuar su recuperación, y en todo el proceso se subrayó que a pesar de todo estuvo lúcido, orientado y gestionando asuntos de la Iglesia.
El 6 de abril regresó por primera vez a la Plaza de San Pedro y el destino quiso que su última aparición pública fuera realizando la tradicional bendición “Urbi et Orbi” durante la misa de Pascuas de este domingo, desde el balcón de la Basílica.
FP/fl