Algún día los historiadores, con su poder de perspectiva, podrán entender y explicar los verdaderos motivos de Hamas para lanzar el brutal ataque terrorista del 7 de octubre de 2023. ¿Resultó, como algunos piensan, demasiado exitoso gracias a la desidia de unas Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) dormidas en los laureles de sus sofisticados drones y super letales aviones F-35? ¿Cuál era el alcance planeado de la invasión a sangre y fuego de las comunidades del sur de Israel fronterizas con Gaza?
Hasta el 7/10, las FDI por un lado, y Hamas, la Jihad Islámica y otros grupos fundamentalistas por el otro bailaban un baile perverso: enfrentamientos periódicos de baja intensidad con daños y bajas restringidas. Era un juego que convenía al omnipresente primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu (tener un cuco en Gaza para seguir escapando de cualquier avance hacia una solución de dos estados, además de beneficios de política doméstica), y a Hamas, que no dejaba de recaudar fondos de Qatar, Irán y otros para seguir siendo la "resistencia" palestina (dinero que nunca logró nada en favor de la población civil de la Franja y solo sirvió para engordar los bolsillos millonarios de Yahya Sinwar y de Ismail Haniyeh).
Algo pasó aquel día de octubre, que dejó a todos con el trasero hacia arriba y las caras descubiertas. Del lado israelí, está pendiente una investigación completa que deslinde responsabilidades y señale a los culpables de la falta de preparación frente a un ataque que muchos ya veían venir y ponga finalmente sobre la mesa de Netanyahu la acusación de ser demasiado complaciente con los islamistas de Gaza, con el objetivo extra de perforar cualquier base de poder de la Autoridad Nacional Palestina de Mahmoud Abbas, que apenas manda en partes de Cisjordania.
Pero, ¿qué quisieron hacer los finados Haniyeh y Sinwar el 7 de octubre? Si el alcance final de la invasión era el programado, con 1.200 personas masacradas (en gran parte civiles), mujeres violadas, casas quemadas y torturas y vejaciones transmitidas en vivo a través de las redes sociales desde el sur de Israel, entonces se trató de un ataque suicida. Es eso, o el error de cálculo.
En cualquier caso, los resultados están a la vista: Sinwar, Haniyeh y gran parte de la cúpula de Hamas aniquilados, las principales ciudades de Gaza arrasadas por los bombardeos y las topadoras de las FDI, y un enorme conteo de muertos civiles, una cifra que será difícil de establecer porque Hamas pelea sin uniforme y cuenta a sus caídos como si fueran no combatientes. Aunque los números que circulan posiblemente están muy inflados por Hamas, las cifras verdaderas de muertos en Gaza son de cualquier manera escalofriantes.
Las payasadas de Hamas y la Jihad Islámica tras el acuerdo del cese del fuego patrocinado por Qatar, Egipto y Estados Unidos no ayudan tampoco a la causa palestina. Los cartelones anti-israelíes y antisemitas montados en los escenarios adonde hacen subir a los rehenes liberados son patéticos, y las declaraciones triunfales dejan a los analistas preguntándose: ¿de qué hablan los islamistas palestinos cuando hablan de victoria?
Ver la cara de profundo miedo de la pobre Arbel Yehoud, una civil israelí de 29 años secuestrada en el kibutz Nir Oz y que la Jihad Islámica entregó a la Cruz Roja en Khan Younis el jueves último, rodeada de islamistas que se pusieron uniforme y casco para la ocasión y de una turba de hombres con el rostro desencajado, difícilmente pueda calificarse como buena propaganda para la creación de un estado palestino.
Como lo describió adecuadamente el filósofo y escritor francés Bernard-Henri Lévy en su cuenta de la red social X: "Esos gritos, ese odio, y esos empujones, casi un linchamiento de una joven aterrorizada que pasó 16 meses en un túnel, que vuelve a ver la luz del día y que no entiende. Atroz, imperdonable".
La cuestión es que la región está recalculando después de la derrota de Hamas, la paliza que Hezbollah recibió en el sur del Líbano de la mano de las FDI y un Irán sugestivamente con la cola entre las patas después de ver que sus misiles de abril y octubre de 2024 apenas le hicieron cosquillas a Israel. Por más que el régimen de Teherán siga amenazando y que Hamas se muestre en uniforme para avisar que no se irá de Gaza, las cartas se volvieron a mezclar y el futuro aparece inquietante.
Y encima, a esta mesa de póker del Medio Oriente llegó un nuevo croupier, llamado Donald Trump.
El nuevo gobierno estadounidense, apuntó el analista israelí Avi Ashkenazi en una columna para el diario Maariv, "está decidido a mantener un acuerdo amplio: no solo un alto el fuego en Gaza y el Líbano, y no solo la liberación de todos los rehenes, sino la construcción de un nuevo orden que incluye una serie de movimientos geopolíticos".
En uno de los primeros pasos de este proceso, Trump se reunirá el 4 de febrero con Netanyahu en Washington. La visita, señaló Ashkenazi, es "una recompensa" para el primer ministro, "quien llegará como el primer jefe de estado en ser recibido en la Casa Blanca en la nueva era Trump". En la capital norteamericana, completó, "Netanyahu recibirá zanahorias de Trump, pero también se le exigirá que ponga fin a los combates en Gaza y el Líbano".
El nuevo orden Trumpiano
Apenas regresado al poder, Trump empezó a imponer su orden: a Netanyahu le dijo que la guerra en Gaza y en el Líbano tenía que terminar y a los otros grandes socios de Estados Unidos en la zona, Egipto y Jordania, les avisó que tiene un plan. El presidente norteamericano lanzó una idea a priori aberrante, algo que, hasta ahora, apenas los ultranacionalistas israelíes judíos más recalcitrantes se atrevían a decir en voz alta: el desplazamiento de parte de la población palestina de Gaza a otros países árabes o amigables.
Un programa que se detiene apenas una estación antes de la limpieza étnica pero que, a pesar de las declaraciones altisonantes de sus opositores, la Casa Blanca está considerando seriamente. Algunos de los países "candidatos" a recibir a los desplazados palestinos, según los primeros trascendidos, son Egipto, Jordania y Albania. En el medio están los 2,2 millones de gazatíes (porque no, no hubo un "genocidio" en el enclave palestino y su población sigue en ese nivel), agotados por la guerra y confundidos ideológicamente entre el odio irracional a los judíos y la decepción por la floja performance bélica y social de Hamas.
Delante de los micrófonos, el primer ministro de Albania, Edi Rama, juró que no habló con Trump sobre el tema y calificó la versión como "fake news". Por su parte, el presidente de Egipto, Abdel Fattah el-Sisi, afirmó que "el desplazamiento de palestinos nunca será tolerado ni permitido". Y el rey Abdullah también se mostró indignado y destacó "la firme posición de Jordania" de "mantener a los palestinos en su tierra y garantizar sus derechos legítimos, de conformidad con la solución de dos estados".
¿Qué les repondió Trump? Durante una conversación informal con la prensa, el presidente simplemente señaló que "ellos (Jordania y Egipto) lo harán, ¿okay? Nosotros hacemos mucho por ellos y ellos lo van a hacer".
En efecto, salvo en años marcados por guerras como las de Ucrania o en Afganistán, el gobierno de El Cairo es el segundo principal receptor de ayudas militares estadounidenses, solamente detrás de Israel. Es una asistencia de miles de millones de dólares anuales que se afianzó después de la Guerra de Iom Kipur, de 1973 (cuando las FDI lograron derrotar de milagro a las fuerzas combinadas de Siria y Egipto), y que desde entonces permite contar a los egipcios firmemente atados al costado occidental del mundo y lejos de Moscú.
Cuando la nueva administración Trump ordenó congelar inmediatamente toda la asistencia humanitaria internacional por noventa días, mientras el Departamento de Estado lleva a cabo una revisión, solamente dos países fueron exceptuados: Israel y Egipto.
A eso se refiere Trump cuando dice "nosotros hacemos mucho por ellos".
Lo mismo ocurre con Jordania, donde el rey Abdullah necesita a las fuerzas armadas para seguir tranquilo en el poder en un país con una gran (e inquieta) población palestina. El núcleo de la fuerza aérea del reino está formado por aparatos de combate F-16 fabricados en Estados Unidos, mientras que la mayoría de sus aviones de transporte y helicópteros son de firmas como Sikorsky, Bell y Lockheed Martin.
En la lista de espera para sumarse a este club privilegiado está Arabia Saudita, donde los jefes de la aviación militar se conforman por ahora con los F-15 estadounidenses pero sueñan con los letales F-35 (como los que tiene, en abundancia, la Fuerza Aérea de Israel).
Todos los presidentes estadounidenses contemporáneos contaron con esta palanca para "convencer" a Jordania, Egipto y otros países árabes, pero solamente Trump parece decidido a usarla sin prejuicios ni vergüenza.
Un presidente al que le gusta construir hoteles
Quienes demonizan a Trump pueden tener razón en algunos temas, como -por ejemplo- su obsesión con los inmigrantes indocumentados. Pero en este caso conviene hilar más fino. Como dejó en claro con sus presiones sobre Netanyahu (y queda por verse cómo intenta resolver la guerra entre Rusia y Ucrania), al presidente norteamericano no le gustan las guerras.
Y no porque sea un tipo macanudo o un hippie amante de la paz: Trump viene del negocio de las bienes raíces y lo suyo es construir, no destruir. Hizo montañas de dólares levantando casinos, hoteles y campos de golf.
Funcionarios prudentes de las Naciones Unidas estimaron recientemente que la reconstrucción de Gaza costará alrededor de 80.000 millones de dólares. Un negocio muy tentador para el tipo de empresario que encarna Trump. Pero para poder construir hace falta orden, calma y una población civil predispuesta. Un escenario en el que no encaja Hamas y del que podrían salir miles de gazatíes desplazados a Egipto, Jordania, Albania o cualquier país que no pueda resistir la presión de la Casa Blanca y del dinero estadounidense, saudita o de los Emiratos Árabes Unidos.
Para Trump, bueno o malo, el negocio es construir, mientras que para los islamistas el norte político, ideológico y religioso es destruir. El plan del presidente de Estados Unidos para el enclave palestino, aunque con ribetes atroces, puede llegar a imponerse y entrar en funcionamiento. O fracasar y abrir las compuertas de otro proceso de guerras intermitentes.
Si Trump se sale con la suya, puede ser que el futuro cercano de Gaza no incluya la posibilidad de ser parte de un eventual estado palestino. Pero posiblemente haya muchos campos de golf con vista al Mediterráneo.