Harvard, la universidad de fama internacional de la que salieron presidentes, premios Nobel y estrellas de la tecnología, está dando una batalla épica contra el avance conservador del gobierno de Donald Trump sobre la educación universitaria.
Considerada durante mucho tiempo por la derecha estadounidense como un bastión de la izquierda y de las expresiones progresistas de lo que denominan “woke”, el prestigioso centro de estudio se convirtió en blanco de los cambios culturales que busca imponer el magnate.
Indignado con la famosa sede educativa en Massachusetts, que se negó a aceptar sus exigencias, Trump escribió en su plataforma Truth Social que Harvard es “un chiste, enseña odio y estupidez, y ya no debería recibir fondos federales”.
El mandatario no se quedó solo en palabras. Congeló 2.200 millones de dólares de fondos del Estado destinados a la institución y pidió formalmente a las dependencias correspondientes del gobierno que supriman las exenciones impositivas otorgadas.
En ese sentido, justificó la medida al sostener que debería “ser gravada como una entidad política, si continúa defendiendo su ‘locura’ política, ideológica, inspirada en apoyo al terrorismo”.
“Harvard ya ni siquiera puede considerarse un lugar decente de aprendizaje y no debería figurar en ninguna lista de mejores universidades del mundo”, siguió el presidente estadounidense. La institución, remarcó, recluta “izquierdistas radicales, idiotas y cabezas de chorlito”.
Incluso acusó a la universidad de permitir el antisemitismo en sus campus, por las manifestaciones contra Israel que se dieron a lo largo de los últimos meses en centros de altos estudios estadounidenses.
Qué exige Trump. La ofensiva del gobierno contra Harvard, y otras universidades, se endureció cuando fueron escenario de protestas estudiantiles contra la guerra de Israel en Gaza, que desencadenaron críticas sobre la falta de protección a los estudiantes judíos.
No es la única que sufre el acoso del gobierno. Hay una decena de universidades de élite en el país que están en la misma situación y a las que se les exigió transformar la conformación de su cuerpo de profesores, los estándares de aceptación y los contenidos curriculares de los cursos ofrecidos.
También se les reclama que implementen una serie de medidas, incluida una “auditoría” de las opiniones de los estudiantes y del cuerpo docente.
Un hecho que impactó en la comunidad educativa de Harvard fue la orden del gobierno a una investigadora de gran prestigio, Sarah Fortune, de detener su investigación sobre la tuberculosis porque no estaban de acuerdo.
Otras universidades como Columbia, Princeton, Northeastern y Cornell también están bajo presión. Todas aceptaron, en mayor o menor medida, las exigencias oficiales. Harvard, en cambio, es la primera institución que se le planta directamente al gobierno y rechaza colaborar con la agenda trumpista, abogando por la protección de las “condiciones intelectuales” de la institución.
En una carta a estudiantes y profesores, el rector de Harvard, Alan Garber, recordó que la universidad tomó medidas contra el antisemitismo hace un año y aseguró “no abandonará su independencia ni sus derechos garantizados por la Constitución”, como la primera enmienda sobre libertad de expresión.
“Ningún gobierno, sea cual sea el partido en el poder, debe dictar a las universidades privadas lo que deben enseñar, a quiénes pueden reclutar y contratar, ni sobre qué materias pueden llevar a cabo investigaciones”, advirtió.
La respuesta firme de Harvard fue aclamada por cientos de profesores y varias personalidades del Partido Demócrata, incluido el expresidente Barack Obama, quien elogió un “ejemplo” y expresó la esperanza de que otras “instituciones” sigan este camino.
Harvard, que cuenta con aproximadamente 30 mil estudiantes, ocupa desde hace años los primeros puestos del ranking académico de universidades de Shanghái. Ha dado 162 premios Nobel de todo tipo de disciplinas, 14 de ellos de medicina. Pasaron por sus aulas presidentes estadounidenses como Barack Obama, Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy y George W. Bush.