Unos 14 millones de los casi 18 millones de ecuatorianos están llamados a las urnas hoy para elegir un binomio presidencial, 151 diputados y cinco parlamentarios andinos para el período 2025-2029, en medio de la peor crisis de la época moderna del país, con recesión económica, violencia del narcotráfico y una inédita sequía que provocó interminables apagones.
Solo dos de los 16 candidatos inscriptos tienen posibilidades de llegar a una hipotética segunda vuelta, el 13 de abril: el actual mandatario, Daniel Noboa, un “outsider” que aplica una economía neoliberal y propugna la “mano dura” apoyado en el Ejército, y Luis González, la representante del Movimiento Revolución Ciudadana del expresidente Rafael Correa, en el exilio luego de haber sido condenado por corrupción. Las encuestas muestran a Noboa y González casi en un empate técnico.
Noboa. Noboa se convirtió en octubre de 2023 en el presidente ecuatoriano más joven de la historia al imponerse en las elecciones presidenciales anticipadas tras la caída de su predecesor, Guillermo Lasso, quien dio un paso al costado en medio de acusaciones de corrupción. Asumió sabiendo que su mandato sería de menos de un año y medio.
Bajo las siglas del partido Acción Democrática Nacional (ADN), Noboa ha gobernado estos 16 meses en un contexto complejo en lo que a la seguridad se refiere, con un auge de la violencia a manos de grupos armados y que llevó a declarar el estado de emergencia en enero de 2024 después de que miembros de estos grupos llegaran a asaltar una cadena de televisión mientras emitía en directo.
Ecuador ha visto cómo en los últimos años ha pasado de ser considerado como uno de los países más seguros del mundo, a ser el más violento de Sudamérica. Los enfrentamientos armados –principalmente motivados por el peso que ha ganado el narcotráfico– han provocado que los homicidios se hayan multiplicado por cinco en comparación con el año 2020.
Otro de los grandes retos que ha tenido que afrontar este gobierno ha sido el desabastecimiento energético. Inmerso en una gran crisis de electricidad –originada principalmente por la escasez de lluvias– las autoridades ecuatorianas se han visto forzadas a tener que decretar durante meses apagones nocturnos para regular la demanda. Esto ha derivado en una crisis también a nivel político que se ha cobrado el puesto a varios ministros, incluidos a varios encargados de la cartera de Energía.
González. Frente a Noboa, el heredero de la familia más rica de Ecuador, se postula Luisa González, presidenta del partido Revolución Ciudadana (RC), liderado por el expresidente Correa (2007-2017). Amparada en su experiencia como legisladora y trabajadora pública durante la década de mandato de Correa, busca resarcirse de su derrota de 2023, cuando en la segunda vuelta obtuvo un notable 48,1% de los votos. González cuenta con el apoyo de Correa, un destacado exdirigente que afirma tener un gran respaldo a nivel social, pero que vive desde hace años exiliado en Bélgica para evitar ser detenido por las autoridades ecuatorianas, que lo acusan de delitos de corrupción que él niega. La imagen de Correa, sin embargo, genera polarización en el país y algunos expertos lo sitúan como origen de discrepancias políticas. Tiene, también, un altísimo nivel de rechazo, que se profundizó días atrás cuando respaldó la cuestionada reelección del venezolano Nicolás Maduro. González ha tratado de “suavizar” la imagen cercana al chavismo que transmite el correísmo y que Noboa y otros candidatos se encargan de destacar.
La Asamblea. En paralelo a estas elecciones presidenciales, la población ecuatoriana está también llamada a escoger la nueva configuración de la Asamblea Nacional, el Parlamento unicameral del país integrado a partir de ahora por 151 asambleístas y en los últimos años siempre con una presencia predominante del correísmo.
Poco para festejar
Sofía Cordero*
Ecuador celebra hoy unas elecciones presidenciales que, a juzgar por el contexto, más parecen una tragicomedia política que una fiesta democrática. En un país donde la violencia del crimen organizado ha alcanzado niveles alarmantes, y donde los vínculos entre la política y el narcotráfico han dado lugar a lo que algunos se atreven a llamar un “narco Estado” (aunque otros prefieren evitar el término por su dureza), las opciones para los votantes se reducen a dos proyectos políticos que, aunque se presentan como opuestos, comparten características autoritarias y populistas.
Por un lado, tenemos al correísmo, liderado por Luisa González, quien, a pesar de sus esfuerzos por distanciarse de su mentor Rafael Correa, no puede evitar esa sombra que pesa más que cualquier virtud. Por otro lado, está el noboísmo, encabezado por el actual presidente Daniel Noboa, quien, con su estilo “tiktoquero” combinado con “mano dura” no ha logrado reducir la violencia ni elevar el empleo. Mientras que sí empiezan a sentirse las consecuencias de la militarización de la sociedad, que incluyen violaciones a los derechos humanos.
De los 16 binomios presidenciales que se disputan la presidencia, el correísmo y el noboísmo lideran las encuestas, cuentan con los recursos económicos y la maquinaria necesaria para llegar a cada rincón del país, aunque sus propuestas políticas brillan por su ausencia. Mientras tanto, aquellos que sí presentan ideas y propuestas concretas se ven opacados por la falta de recursos y una incapacidad para posicionarse en el imaginario colectivo, no logran crear nuevas identidades políticas que cautiven a la ciudadanía.
La sociedad civil, harta de promesas vacías y de una política que parece más un circo que una verdadera democracia, muestra un desinterés palpable. La campaña política ocupa el cuarto lugar en redes, y alrededor del 80% de los ciudadanos anhela que las elecciones se definan en primera vuelta, no tanto por entusiasmo, sino por el deseo de que este proceso llegue a su fin lo antes posible.
Ecuador, desde 2021, ha estado luchando contra la amenaza del correísmo como proyecto autoritario, resistiendo en cada elección. Ahora, se encuentra atrapado en un anticorreísmo que, irónicamente, adopta métodos autoritarios. Las opciones democráticas han sido silenciadas, incapaces de competir con las grandes fortunas, bien o mal habidas, que financian las campañas de los candidatos más poderosos.
Esta vez, afortunadamente, no hemos tenido que lamentar la muerte de un candidato, lo que, en sí mismo, es un motivo de alivio. Sin embargo, cabe preguntarse si la razón de esta aparente calma es realmente tranquilizadora. ¿Será que el crimen organizado ya no se siente amenazado por el poder político y, por ende, no ve la necesidad de eliminar a sus opositores?
En resumen, las elecciones parecen una acumulación de malos recuerdos y errores del pasado. La polarización extrema entre dos proyectos políticos autoritarios y populistas se suma a una sociedad civil desilusionada que observa con escepticismo un proceso electoral que, más que una oportunidad de cambio, parece una continuación de la misma historia.
* Politóloga ecuatoriana.