“El edificio de la civilización no es, en sus cimientos y en todas sus piedras, otra cosa que el resultado de la capacidad creadora, de la capacidad, de la inteligencia, de la industria de individuos; en sus mayores triunfos representa la gran culminación de genios individuales favorecidos por Dios”.
(Adolf Hitler, discurso ante los industriales de Dusseldorf, enero de 1932)
Hitler y el nazismo nada tenían que ver con el socialismo y sus tradiciones (más que centenarias ya por entonces). Al contrario, el nazismo nació y creció precisamente para defender la iniciativa individual a ultranza, la idea de la competencia abierta y sin límites, donde gana el más fuerte, el más despiadado, el más inescrupuloso, en suma el capitalismo en su expresión más salvaje. Su visión, su sueño, su utopía era acabar con cualquier alternativa socialista, democrática, igualitaria, solidaria, cooperativa o libertaria.
El nazismo, por lo tanto, se proponía aniquilar todo lo que tuviera que ver con el gran legado de la Ilustración y de la Revolución Francesa: las perturbadoras y revulsivas ideas de “libertad, igualdad y fraternidad”, que bien entendidas, son las madres eternas de toda transformación profunda, y por ello, las enemigas mortales de todo exclusivismo o supremacismo (racial, ético o de clase, nacional, imperial o religioso, social, sexual o de género, moral, histórico o cultural, intelectual o del tipo que sea).
El nazismo usó la palabra “socialismo” (y “obrero”) en su nombre partidario porque entonces era muy popular y significativa para la clase obrera y los desposeídos alemanes, es decir, la usó demagógicamente para “entrar” en esos sectores y llegar al poder. El estatismo nazi (como el estatismo de cualquier dictadura o de cualquier otro gobierno) no tiene en sí mismo nada que ver con el socialismo como filosofía política. Como su nombre lo indica, el socialismo sueña que los resortes de la economía estén en manos de la sociedad. De la sociedad, no de un Estado burocrático.
Estatistas, cuando les conviene, son todos. Hay millones de ejemplos, pero por poner un par bien fuertes:
Cuando los Estados salvaron a los bancos en la crisis financiera de 2009, ningún liberal se quejó de eso, ni Milei ni nadie de ellos dijo ‘dejen que se fundan’.
El tirano neoliberal Pinochet, elogiado por teóricos idolatrados por Milei, jamás privatizó (ni sus neoliberales sucesores) el cobre chileno estatizado por Allende.
La pandilla criminal encabezada por Videla y Martínez de Hoz, pese a su discurso de libre mercado, no solo no privatizó nada, sino que estatizó la Ítalo.
Más aún: Hitler no solo no estatizó demasiado, sino que por el contrario privatizó una importante cantidad de empresas estatales para “hacer caja” y bancar sus políticas antinflacionarias y de déficit cero. Tanto que allí nació la expresión “privatizar” acuñada por el periódico The Economist para describir las políticas económicas del Tercer Reich.
Las palabras se pervierten, se tergiversan, se degradan con su uso. De modo similar Milei y sus secuaces usan expresiones como “libertad”, “liberalismo” o “libertario” cuando en realidad sus acciones están impregnadas de todo lo contrario a lo que ellas implican: por ejemplo, cuando pretenden derogar avances valiosos de las democracias liberales de Occidente (como el derecho a la protesta, el derecho de huelga, la igualdad entre varones y mujeres, el derecho al aborto y el respeto a la identidad sexual de cada persona).
Una paradoja de época es que los nuevos nazis (no en sentido literal, ya que la historia nunca se repite de manera idéntica), es decir, los defensores a ultranza del capitalismo más despiadado, y en ese sentido los equivalentes a los nazis de hace cien años, creen que no lo son. O fingen que no lo son, aunque por ahí se les escape un saludito marcial o un funcionario nazi. Quizás porque aprendieron de Chauteaubriand (“la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”).
Es la misma razón por la cual los supremacistas de ultraderecha actuales, defensores de la propiedad y de la libertad de los que ya tienen ambas, no muestran sus simpatías por Hitler (demasiado desprestigiado) y, en cambio, se emboban con personajes, precisamente, como Milei.
Y otra paradoja es que ya no son antijudíos: uno de sus principales ídolos da un discurso en el día de conmemoración del Holocausto. Sic transit gloria mundi.
* Periodista y filósofo.