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Laura Crespi “¿El MIEDO vende más que el AMOR?”

A medida que las marcas luchan por destacarse en un mar de información, se analiza el uso del miedo en las estrategias y cómo este sentimiento puede desatar acciones inmediatas en los consumidores. Esto conlleva a un debate sobre la ética en las estrategias de marketing y sus repercusiones en la sociedad. Por Laura Crespi, Consultora Estratégica y Capacitadora Psico-comercial.

Laura Crespi “¿El MIEDO vende más que el AMOR?”
Laura Crespi “¿El MIEDO vende más que el AMOR?” | CREDITO PERFIL

En un mercado saturado, donde captar la atención del consumidor es cada vez más complicado, emerge una inquietante pregunta: ¿es el miedo una herramienta más efectiva que el amor en el marketing? A través de un análisis profundo, se exploró cómo el miedo puede motivar el comportamiento del consumidor de maneras que el amor, a menudo idealizado, no puede.

En la actualidad, muchas empresas han descubierto “que jugar” con las emociones de su audiencia (público objetivo) puede ser una estrategia poderosa. Si bien el amor ha sido tradicionalmente asociado con campañas o dinámicas de comunicación que buscan inspirar empatía y conexión, se considera que el miedo, como una emoción primitiva y visceral, a menudo resulta más eficaz para movilizar a los consumidores a la acción.

Un claro ejemplo son las campañas publicitarias que pueden enfatizar los riesgos asociados con el mal mantenimiento del vehículo, presentando imágenes impactantes de accidentes automovilísticos causados por fallos mecánicos evitables con mensajes que pueden invocar un sentido de urgencia en los conductores, llevándolos a pensar en la necesidad de realizar chequeos regulares y servicios de mantenimiento. Al presentar el hecho de que una revisión de seguridad no es solo un gasto, sino una inversión crucial para la seguridad propia y de los demás.

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Otro ejemplo es lanzar campañas que destacan los riesgos de no contar con la protección adecuada durante los viajes y la importancia de tener contratado seguros de viaje para imprevistos como cancelaciones o accidentes. Esto puede incitar a los viajeros a considerar la importancia de informarse sobre la salud y la seguridad en sus destinos, así como a adquirir seguros que cubran posibles eventualidades. Al presentar estos miedos de manera visceral, no solo impulsan ventas, sino que también ponen de relieve su compromiso con el bienestar y la seguridad de sus clientes.

Ambos ejemplos reflejan cómo el uso del miedo, cuando se presenta éticamente, puede ser un poderoso motor para movilizar a los consumidores a tomar decisiones que protejan su bienestar y seguridad, además de mejorar la relación entre el proveedor de servicios y el cliente.

En contraste, las campañas que utilizan el amor como recurso, aunque efectivas, tienden a hacer un llamado a una conexión emocional que, a menudo, resulta más difusa. Si bien el amor puede inspirar lealtad y pertenencia, las acciones que provocan pueden no ser tan inmediatas. La conexión emocional generada por una historia de amor o por la felicidad familiar en una comunicación de ventas puede no resultar en la compra instantánea del producto. Además, las emociones positivas suelen llevar más tiempo en cultivarse en la mente del consumidor, a diferencia del miedo, que actúa casi instantáneamente.

La pregunta del millón: ¿en dónde queda la ética del uso del miedo en el marketing?

Si bien esta estrategia puede ser efectiva para aumentar las ventas a corto plazo, resulta fundamental preguntarse hasta qué punto es responsable jugar con los miedos de las personas. La manipulación emocional puede crear una cultura en la que la ansiedad es la norma, y esto no solo tiene repercusiones en la salud mental de los individuos, sino también en la percepción social del marketing en sí mismo.

El uso del miedo puede, además, llevar a la desensibilización del público. Cuando las campañas continúan explotando esta emoción, la respuesta del consumidor puede disminuir, despojando a las estrategias futuras de su eficacia. Las marcas que persisten en utilizar el miedo como herramienta correrán el riesgo de alienar a sus audiencias (su público objetivo) y perder credibilidad a largo plazo.

Lo más acertado es una evolución en las estrategias de marketing: integrar el amor y que el miedo se utilice de manera complementaria, preventiva y proactiva.

Presentar mensajes que no solo evocan acción inmediata, sino que también construyan conexiones emocionales sinceras. De esta manera las marcas pueden trascender de forma más holísticas y éticas.

Entendiendo que el miedo puede ser un poderoso motor de ventas en el marketing, el desafío radica en encontrar un equilibrio ético que no solo impulse las ventas, que también promueva un enfoque en el que la responsabilidad social y la eficacia comercial puedan coexistir de manera armónica.

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