Durante estos tristes días de salida del gobierno después de la dura caída demócrata en las elecciones de noviembre y mientras Donald Trump se acerca de nuevo al sillón de jefe de la Casa Blanca, Joe Biden está aprovechando para dispensar una fiesta de perdones y conmutaciones de penas presidenciales que beneficiaron desde su hijo Hunter a un grupo de presos que esperaban turno para ser ejecutados.
Este lunes 23, Biden informó la decisión de conmutar la sentencia de treinta y siete de los cuarenta prisioneros en cárceles federales condenados a pena de muerte y que ahora cumplirán cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional.
"No se equivoquen: condeno a estos asesinos, comparto el duelo de las víctimas de sus actos despreciables y siento el dolor de todas las familias que sufrieron pérdidas inimaginables e irreparables", se apresuró a explicar el presidente estadounidense en un comunicado.
"Guiado por mi conciencia y mi experiencia como defensor público", destacó Biden, "estoy más convencido que nunca de que debemos detener el uso de la pena de muerte a nivel federal". Con "la conciencia tranquila -agregó apuntando hacia Trump-, no puedo quedarme de brazos cruzados y permitir que una nueva administración reanude las ejecuciones que yo detuve".
Aunque las conmutaciones de penas no alcanzaron a los condenados por crímenes de odio (el asesino convicto por el tiroteo en la sinagoga Tree of Life de 2018 en Pittsburgh, el atacante de la iglesia Mother Emanuel Church, de 2015 en Charleston, y el terrorista sobreviviente del atentado contra la maratón de Boston de 2013), el anuncio de Biden despertó algunas polémicas y debates. Pero, después de todo, la cuestión de la pena de muerte es una espina muy profunda clavada en el corazón de la sociedad estadounidense y las disputas sobre su conveniencia y eficacia vienen desde hace décadas. Es decir, nada muy novedoso en este frente.
En cambio, el perdón para Hunter Biden y para otros delincuentes controvertidos disparó una avalancha de duras críticas para Biden, quien debió dejar su lugar al frente del ticket demócrata para noviembre a su vice, Kamala Harris, después de descubrirse preocupantes señales de senilidad en el mandatario.
Ningún achaque le impidió a papá Biden limpiar el pantanal jurídico en el que se había metido Hunter, de 54 años, abogado y a menudo señalado como un típico ejemplo de hijo del privilegio blanco adinerado en Estados Unidos. A principios de diciembre, desde la Casa Blanca llegó el alivio para Hunter: volaron los casos sobre posesión ilegal de armas, consumo de drogas y evasión impositiva.
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El perdón presidencial para Hunter Biden encendió una catarata de insultos republicanos, pero que de a poco se fueron acallando porque se espera que, cuando regrese a la Casa Blanca, el próximo 20 de enero, Trump dispare su propio cañonazo de perdones, beneficiando, en su caso, a algunos de los más de 1.100 revoltosos de extrema derecha que asolaron la ciudad de Washington el 6 de enero de 2021. Muchos fueron condenados o cumplen penas de prisión por delitos que van desde agresión a agentes del orden y destrucción de propiedad a participación en un motín violento.
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Con o sin polémicas, lo concreto es que varios personajes controvertidos como Hunter Biden, unos espías de origen chino y hasta un condenado por pornografía infantil fueron beneficiados por el presidente en sus últimas semanas en la Casa Blanca. Y se espera que Trump haga lo mismo con peligrosos personajes del extremismo blanco derechista local.
Entretanto, al menos hasta ahora (le queda un poco de tiempo), el presidente Biden ignoró los renovados pedidos para perdonar a un icónico prisionero del sistema federal de justicia de Estados Unidos, Leonard Peltier, un activista nativo americano que fue encarcelado en 1976 después de un escandaloso proceso que lo encontró culpable de asesinar a dos agentes del FBI durante un tiroteo en una reservación india de Dakota del Sur en junio de 1975.
Que Peltier se esté pudriendo en la prisión federal Coleman, en Florida, a los 80 años de edad y en mal estado de salud, es un reluciente testimonio del desprecio sistémico estadounidense a los nativos americanos, a los indios a los que vienen destruyendo desde la llegada de los primeros exploradores europeos y, en especial, a partir de la conquista militar de los gigantescos territorios del oeste del país.
En las mismas horas en que Biden repartía perdones y conmutaciones de penas a cientos de condenados, un grupo de treinta y cuatro legisladores demócratas hizo llegar una carta a la Casa Blanca pidiendo que, de una vez por todas, se abran las rejas que mantienen a Peltier prisionero. "El poder de ejercer misericordia en este caso recae únicamente en su discreción, y le instamos a que conceda clemencia al señor Peltier, permitiéndole regresar a casa y vivir los días que le quedan entre su propia gente", se lee en la carta.
Hablando con el portal HuffPost, el congresista Raul Grijalva, de Arizona, dijo que Peltier "nunca debería haber sido encarcelado, y mucho menos durante casi medio siglo", y se declaró esperanzado de que "el presidente Biden siga haciendo lo correcto y perdone a Leonard Peltier ahora".
La carta fue enviada y divulgada públicamente hace una semana. Y Peltier sigue en prisión.
Como recordó el artículo de HuffPost, "nunca hubo pruebas de que Peltier cometiera un delito, y el gobierno de Estados Unidos nunca supo quién disparó a esos agentes, pero los funcionarios federales necesitaban a alguien que asumiera la culpa, y Peltier fue su elección". El juicio, continuó, "estuvo plagado de mala conducta: el FBI amenazó y obligó a los testigos a mentir", mientras que los fiscales federales "ocultaron pruebas" que exoneraban al activista indígena. En su autobiografía de 1999, Prison Writings: My Life is My Sun Dance, Peltier reconoció haber participado del tiroteo, pero aseguró que no tuvo nada que ver con los disparos mortales contra los efectivos de la policía federal.
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Reportes de la época señalaron que una miembro del jurado admitió el segundo día del juicio que tenía "prejuicios contra los indios", pero de todos modos la mantuvieron dentro del panel que terminó condenando a Peltier.
Sacrificio
Las tribulaciones sufridas por Peltier inspiraron parte de la historia del filme Thunderheart, de 1992, dirigida por Michael Apted, producida por Robert De Niro y protagonizada por Val Kilmer, Sam Shepard y Graham Greene. Ese mismo año, Apted presentó el documental Incident at Oglala: The Leonard Peltier Story y se conoció otro filme de investigación, Warrior, The Life of Leonard Peltier, dirigido por Suzie Baer. Hay, además, muchas canciones dedicadas o con referencias al activista, incluyendo Native Son, de U2, y Freedom, de los Rage Against the Machine.
Pero probablemente la más efectiva a la hora de transmitir la idea de la injusticia alrededor de Peltier sea Sacrifice, que el guitarrista Robbie Robertson incluyó en su álbum Contact from the Underworld of Redboy, de 1998. La conmovedora canción lleva letra de Robertson -famoso compadre de Bob Dylan y líder de The Band- y una breve grabación telefónica desde la cárcel de Peltier.
"Mi nombre es Leonard Peltier / soy un Lakota y Anishnabe / Y estoy viviendo en una penitenciaría de Estados Unidos", relata el activista en la canción de Robertson. Las cárceles, informa irónicamente, son "las reservas indias de mayor crecimiento" en el país. Cuando todavía le quedaban décadas de prisión, contaba a los oyentes del disco: "Hay muchas noches en que estoy echado en mi celda / y no puedo entender el porqué de este infierno y este terror / Lo que estoy atravesando desde hace veintiún años todavía no ha terminado".
Pobres los indios pobres
No mucho parece haber cambiado desde mediados de los '70. O quizás sí, pero para peor. Obviamente las condiciones varían entre las distintas naciones indias que residen en lo que ahora es territorio de Estados Unidos, pero algunos indicadores federales muestran que, en general, siguen golpeados por altos niveles de inequidad, por no hablar de la limitadísima presencia cultural o política de este segmento de la población de cerca de diez millones de personas.
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Por ejemplo, según datos federales, la expectativa de vida de los nativos americanos en el país era en 2021 de 70,6 años, muy por debajo de los hispanos (78,8) y los blancos no hispanos (76,3 años). Un reporte publicado en mayo de 2024 por la gubernamental Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos señaló que la tasa de mortalidad infantil entre los indios del país (incluyendo los nativos de Alaska) fue en 2021 de 8,5 por cada 1.000 nacidos vivos, un 78 por ciento superior al índice de los blancos no hispanos.
Uno de cada cinco de estos ciudadanos, apuntó el informe, "evaluó su salud física y mental como mala, el doble que la de los blancos no hispanos o la población general". Los riesgos de mortalidad "por problemas relacionados con el alcohol, sobredosis de drogas, lesiones no intencionales y homicidio fueron mayores que entre la población general", siguieron los datos, según los cuales este sector de la población sufre "las tasas generales de discapacidad, discapacidad mental y ambulatoria, falta de seguro médico, desempleo y pobreza más altas" del país.
Todo eso sin contar que, a menudo, a algunos de sus dirigentes los dejan morir en la cárcel medio siglo después de haber sido condenados en un juicio ridículo.