A principios de 2023 encontré un tuit del escritor Guille Félix (@guiflixx) que decía: “Carlos Correas escribió y publicó ¡en 1959! un cuento en el que relata una jornada de cruising, roces de cuerpos y citas fugaces por la Ciudad de Buenos Aires. Me acuerdo de él de vez en cuando, y cuando me acuerdo quiero que todos lo lean”. Yo estaba trabajando en un proyecto que al final quedó en la nada sobre una parte de mi propia historia homosexual. Procrastiné y le dediqué un rato a la lectura de “La narración de la historia”, el cuento prohibido que Carlos Correas publica en la revista Centro –de la Facultad de Filosofía y Letras– y por el que fue condenado junto a su editor a seis meses de prisión en suspenso por el solo hecho de escribir un relato homosexual de calidad inusual. Todo ese episodio lo iba a marcar de por vida. Tenía 28 años.
A partir de entonces, Correas vivió una vida de ostracismo, apuros económicos y autoexilio de un medio que nunca lo aceptó del todo. Huyó de la literatura y también de la homosexualidad. Su vida terminó en un diminuto departamento del barrio de Balvanera a los 69 años con un episodio violento y anunciado en diciembre de 2000.
Hubo muchos Correas. Para empezar, un trabajo silencioso como traductor, prologuista, cronista y narrador. Su libro más hermoso, Los reportajes de Félix Chaneton (1984), fue casi completamente ignorado. Después publicó una especie de vendetta pública con La operación Masotta (1991), un ensayo biográfico de su amigo Oscar Masotta, compañero de aventuras existencialistas de Correas y Juan José Sebreli en la década del 50.
El resto de su obra se publicó con cuentagotas o post mortem. Cuando Paraíso Club me convocó a estrenar un trabajo escénico en 2024 volví a Correas y me lancé a la lectura del resto de sus libros, sin saber bien del todo en qué terminaría la obra que, sin dudas, iba a tratar sobre él. En la obra Ha muerto un puto no hay nadie que lo personifique ni lo interprete. Su elenco, María Laura Alemán, Vero Gerez y David Gudiño, son tres artistas que pueden comprenderlo desde sus propias experiencias y, de alguna manera, alimentar la fantasía de vengar su memoria. Las composiciones musicales de María Laura suenan en un piano de cola, la voz de Vero derrite la sala de Arthaus, David enarbola la figura marrón del “cabecita negra” como una bandera de deseo revolucionario invocada por el propio escritor. El clima de la obra conjuga la amabilidad del music-hall con la atmósfera lujuriosa de un cine de los márgenes de Buenos Aires, hirviente de posibilidad y encuentro. La acción transcurre entre una gran pantalla y un piano. En el medio la vida de Correas transformada en un espectáculo de cabaret de los que solía frecuentar. Es, sin duda, un ejercicio arbitrario de imaginación escénica que también funciona como improbable documento de una vida y su narración provisoria.
Es inevitable reparar en este presente de regreso de una homofobia alentada desde instituciones públicas. Desde el Estado, y en su derrame a la calle y las redes sociales, se vuelve a cuestionar la cara pública de nuestra sexualidad: somos respetables mientras estamos encerrados. No marchando, no publicando, fuera de la vista. Es la masificación de ese desprecio. Como está diluido en medio de otros tantos, vivimos en el peligro de declararlo irrelevante. O inevitable, como un fenómeno meteorológico. Por eso en la obra hablamos Correas, bailamos Correas, incluso lo cantamos. Es una invitación a sumarse a una de sus caminatas infatigables, anfetamínicas. Chismes, malicia, humor, alcohol, amistad y escarceos sexuales inesperados. Con la prohibición de aquel cuento, Correas protagonizó una página oscura de la historia judicial argentina. Hoy, la experiencia de su lectura sigue siendo fascinante y embriagadora.
Y volviendo al deseo plasmado en el tuit de Guille Félix, el comentario que se suele escuchar a la salida de cada función es: “no lo conocía… Qué ganas de leerlo.”
*Guionista y director.
Ha muerto un puto se puede ver sábados y domingos a las 20:30 en Arthaus Central (Bartolomé Mitre 434 - CABA).