ESPECTACULOS
DANIEL BURMAN

“Es una película sobre la identidad y la filiación”

El director estrenó Transmitzvah, su nueva realización. Habla sobre filmar en estos momentos del mundo, que implica contar hoy y sobre sus protagonistas.

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Mirada. Burman vuelve a contar dentro del universo del judaísmo y las historias familiares. | GZA. PRENSA RAQUEL FLOTTA

Toda película nace de algún tipo de obsesión, de comprensión, o ruido” dice Daniel Burman, algo que sabe de cine, de contar, de mostrar sus demonios, sus cielos y sus ansiedades, y, definitivamente, sus ideas en el cine. Hoy, con “Transmitzvah”, protagonizada por Penélope Guerrero y Juan Minujín, el director crea una especie de feliz antídoto frente al mundo que vivimos. Burman: “Durante muchos años viví el cambio de paradigma de género, tengo cinco hijos, y los cuestionamientos sobre la identidad de género por suerte se visibilizaron. Vi un efecto no deseado de algo tan positivo, que es la simplificación en la cuestión identitaria de género de toda la identidad. Nuestro género, vivir alíneados con nuestro género, es una parte esencial de la identidad, pero la identidad tiene muchas partes esenciales. Es un cubo de infinitas caras. Empecé a notar, sobre todo en adolescentes y en el trabajo que hice en Pequeña Victoria en Telefe en ese momento con la cuestión de género, como muchas personas con el camino que atravesaron de ratificar o rectificar su cuestión de género, se dieron cuenta ‘ah, pero yo soy más que esto’”. Así Burman cuenta de identidades, de prejuicios, personales, históricos y familiares, de perdones, otras vez, personales, históricos y personales, y le devuelve a un mundo que no se lo merece, una película luminosa: “Quería poner en el centro a un personaje que ha transcicionado y que ha encontrado su identidad de género, no es su conflicto vital, y que su conflicto tiene que ver con su identidad pero no con su género. Entrelazado con esta idea de que para convertirnos en lo que queremos ser, rompemos con todo lo que venímos y después cuando nos convertirmos en algo parecido al sueño, nos damos cuenta que tiramos por la borda cosas que quizás necesitabámos, que también nos definan. Esto terminó en Mumy Singman, la Cindy Lauper de la canción yiddish, que pierde su don y para recuperarlo tiene que volver a su pasado. Por el lado del personaje de Juan Minujín, me interesaba que en el mismo aspecto, en lo filiatorio, no rompió con nada y necesita que algo lo rompa. Son hermanos que son complementarios, y que en algún momento tienen que cambiar figuritas para poder avanzar. Es una película sobre la identidad, sobre la filiación, con esta pregunta y es un momento donde no suelen hacerse preguntas, sobre todo en un mundo donde todo sucede de manera muy rápida, de manera muy instantanéa y con pocos caracteres. Todo parece ser contundente y definitivo, y banal”.

Burman cuenta el extraño príncipio del rodaje: “Empezamos la película después del 7 de octubre en Israel. Fue una presión muy fuerte el sigo la película..., no sigo la película. ¿La sigo en otro lado? ¿O no la sigo? Todo eso influyó, podría haber hecho una película oscura y quise encontrar luz en la oscuridad total”. Entonces ¿cómo encontró la forma de la película? Burman: “Ya tengo 51 años, esta es mi película número doce, hace  treinta años que hago esto. La verdad que quería ponerme el desafío de encontrar formas nuevas. No por vanagloriarse, si no para encontrar formas que se parezcan más al sinsentido de la vida. donde muchas veces la comodidad y la amabilidad es lo más irritantes porque en esa amabilidad del entorno la vida deja de ser fábula. Muchas veces los personajes no es un conflicto, si no que son aventura, que te reafirman que la vida va por ahí. Encontré la forma haciéndola”.

—Pero tiene una forma muy pop, diferente a tus otros films.

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—Sin duda es mi película donde la estética tiene un peso más relevante. Nunca desdeñe de las estéticas pero siempre fueron muy funcionales al relato. Acá también lo son, no es preciosismo publicitario. Desde el primer día, encontré haciéndola una forma, donde no hubo referencias, hubo algo de la fábula, de estar corrido de la realidad, para contar lo que nos pasa en el alma (que no tiene que ver con la realidad). Estaba ese corrimiento, y cada vez se va corriendo más, entra en un terreno luminoso.

—¿Qué sentís que puede hacer el cine en el actual estado del mundo?

—Todo lo que está pasando, cuando uno ve personas muy formadas… sobre todo a mí lo que me afecta son comunicadores con un responsabilidad enorme diciendo barbaridades, simplificando una realidad que tiene una enorme complejidad, por pereza, o por antisemitismo. A la gente le cuesta entender que a veces, hay escenarios donde hay varias víctimas, no solamente una, puede haber varias víctimas, varias líneas, y varios victimarios, y víctimas viviendo entre victimarios. Quienes deberían ser frontones para los pensamientos más de odio, más emocionales, por las vinculaciones que uno tenga historias o familiares, esa caja de resonancia se convierte en una caja de resonancia de odio, un megáfono. Quiero ser honesto, siento que muchísimos comunicadores no son honestos con lo que piensan. Esto no es una bajada, hay que decir lo que pensamos y no lo que creemos que quieren escuchar lo que nos siguen.

 

La construcción de un mundo

Dice Daniel Burman: “Hay una ilusión que tengo cuando construyo el mundo de una película, donde me gustaría que algo del mundo sea así y eso tiene algo, de una palabra que me repugna, medio aspiracional. Ese mundo lo puede ser así, como digo, con un movimiento de un centimetro. Esta ahí, un mundo donde podemos escucharnos y discutirnos”. A la hora de sus intérpretes, Juan Minujín y Penélope Gue-rrero, cuenta: “A Juan lo conozco, Penélope se vino al casting en España con una canción en yiddish aprendida. Y me impactó muchísimo. Empezamos a construír un vínculo de hermandad con ella, con la complicidad que tiene y con la complejidad que tiene. Mucho construí yo, pero muchísimo construyeron ellos. Las discusiones entre hermanos son muy buenas en la película, porque con los hermanos uno discute desde la infancia, cuesta que haya una discusión que no esté cargada de eso”. —¿Cómo define su mirada? Burman: “Soy muy poco consciente de cómo trabajo, y es la mirada que tengo de la vida. Es una mirada, voy a decir una palabra muy cristiana, que es de piedad, cada uno hace lo que puede con las herramientas que tiene, que es muy poco. Cuando no las tenés, y tenés que pedirle al que tiene al lado, todo bien. Ser piadoso no es hacerle el distraído ni ha-cerse el boludo, incluso tampoco es perdonar. La piedad es mirar una realidad tomando un poco de la subjetividad de cada uno de los que participan, que es muy diferente de ha-cerse el pelotudo. La película la hago en un momento donde prima la negación del otro, donde estamos involucionando.