El momento se siente enorme, gigante. Lo van a ver. Todos lo van a ver. Es él, Juan Salvo, listo para caminar como lo vamos a conocer por siempre: siendo El Eternauta. Un pequeño paso para Salvo, el paso más esperado en la historia de la ficción argentina. El Eternauta, esa obra que todo lo dice cada vez que se cuenta, finalmente es adaptada. El Eternauta, ese destello (de decenas) donde Héctor G. Oesterheld y Francisco Solano López fundaron el imaginario más imborrable, más aventurado y más sólido (por peso político, por peso de género, por confianza en las viñetas, por amor a Buenos Aires y por la posibilidad de ser un milagro de ciencia ficción). Años después –muchos–, producida por K&S y con el apoyo de Netflix, El Eternauta finalmente camina en otro medio. Ha sido un camino largo, arduo, difícil (¿qué ficción argentina no lo es?), pero El Eternauta es un camino de ida: lejos de la mezquindad actual del Incaa, se crea un sueño, se lo vive, se lo cuenta con alma, técnica, ideas y pasión. Se muestra todo lo que puede una pantalla argentina, y todo lo que puede soñarse cuando se cree en lo audiovisual como página en blanco antes que como un Excel berreta, mentiroso, resentido. El Eternauta de Bruno Stagnaro es una obra de amor. El Eternauta, con producción de Matías Mosteirín, Leticia Cristi y Hugo Sigman, es la épica de nunca rendirse. El Eternauta no podía tener otro rostro que el de Ricardo Darín, el hombre que le enseñó (con Fabián Bielinsky) a caminar de nuevo al cine argentino (entre muchos otros, claro). Es el mismo Darín, hoy Juan Salvo, quien entiende el acto de pasión que fueron todos esos meses de rodaje, de vestir a Buenos Aires de otra Buenos Aires, una invadida, rodeada, imposible de imaginar fuera de los dibujos: “No quiero hacer futurismo, pero siento que poder demostrar la calidad de nuestros colegas, de toda la gente del medio, de todos los involucrados… Todos se sumergieron sin medir consecuencias en esta tarea que no me da pudor clasificar de titánica. La serie no solo va a marcar un momento bisagra, mostrando lo que se puede hacer, sino que va a generar un empuje, un estímulo, para que otros se atrevan, se animen. Por supuesto, para que algo así suceda necesitás una serie de factores que hoy son muy difíciles de juntar. Me parece que va a ser un antes y un después, y no hablo solo del resultado: hablo de la demostración de capacidades. Dejamos la piel en esto”.
—¿Cómo fue estar por primera vez dentro del traje, antes de filmar esa primera vez del Eternauta?
—Sentí una gran emoción. Fue el momento en que más emoción sentí, más allá de que por cuestiones técnicas, preparación y demás, hay muchas instancias previas. Llega ese instante –y si tenés la suerte que tenemos los que actuamos, de estar a cargo del personaje–, el juego se nutre de eso: de intentar sentir lo que sentiría el personaje. A pesar de todo lo que planeamos, discutimos –y quizás venía de comerme una medialuna con un café–, en el momento en que las chicas de vestuario y los de utilería estaban midiendo el tema de la máscara... En el instante en que Bruno (Stagnaro) dijo: “Vamos a hacer la salida de Salvo al exterior”, realmente me sentí muy emocionado. Sentí que ese paso que daba Salvo tenía mucha envergadura. Al no saber de qué se trata, cómo te va a ir, si esto que planeamos con este traje improvisado va a funcionar o no, me pareció que eso era justamente lo que tenía que sentir Salvo en ese momento. El tema no es no tener miedo, es tener miedo y poder encararlo. La valentía y el coraje no anulan el miedo; a lo mejor, se nutren de él.
"La primera salida en personaje y en el traje fue el momento que más emoción sentí"
—¿Cuál creés que es el poder de las historias?
—El contenido tiene múltiples y posibles elementos de impacto dependiendo de las audiencias. Creo que mostrar los distintos obstáculos, tratar de contar esos conflictos que enfrentan los seres humanos –por no decir la humanidad– tiene la capacidad de dialogar con el espectador y hacerlo sentir dentro de una historia. En ese rubro, no necesariamente tienen que ser historias gigantescas, pueden ser mínimas. Si están bien contadas, tocan la fibra de la sensibilidad humana. Me parece que cuando eso pasa, estás en condiciones de creer que tenés una historia entre manos que funciona, que va a encontrar buenos receptores.
—¿Qué historias sentís que te salvaron a vos, en cualquier momento de tu vida?
—Te rescatan las historias, claro que sí. Las de superación, las que te hacen creer que, más allá del contexto, la atmósfera, las circunstancias, los seres humanos –con todo lo positivo y negativo que nos define–, tenemos alguna chance de sobrevivirlas. Atravesar situaciones de dolor que tienden a opacarte la mirada al futuro, y poder contarlas en una historia de superación, es algo que inevitablemente despierta una forma de identificación, de universalidad, que toca una fibra personal. Yo he atravesado, atravesamos, atravesamos todos situaciones difíciles. A mí muchas historias me han rescatado en momentos determinados. Pero también me ocurre mucho en el día a día, en la calle: de golpe alguien te detiene, y si tenés la chance de escucharlo un par de minutos, eso genera una energía de intercambio que muchas veces te ayuda a sentirte rescatado. Y lo digo sin ánimo de nada. Yo también he sentido la posibilidad de extenderle una mano a alguien en esos encuentros. A veces las personas atraviesan situaciones verdaderamente difíciles, agobiantes, que te encierran, no te dejan mirar para adelante… y el solo hecho de que alguien te escuche, poder ponerlo en palabras, hace que uno tenga la posibilidad de revisarse y salir para adelante. Yo eso lo he sentido muchas veces, más allá de las historias.
"Que alguien te escuche hace que uno tenga la posibilidad de revisarse y avanzar"
—¿Cómo viviste ese trabajo titánico que fue el rodaje?
—La realización de esta primera temporada de El Eternauta fue, en el amplio sentido del término, una aventura. Todos los días nos encontrábamos con cosas nuevas, nos sorprendía el diálogo que se tenía que generar entre lo real y lo técnico. Llegar a las locaciones y encontrarte con el trabajo que habían hecho los chicos de efectos especiales, los diferentes tipos de nieve… Yo los vi dejar la piel en eso, y eso te empuja. A veces llegás cansado, con muchos días de trajín encima, y ves a estos chicos desde las 3 o 4 de la mañana armando un set para que vos camines una cuadra… eso fue una inyección de energía muy difícil de agradecer. No alcanza. Ellos se merecen un altísimo reconocimiento. Fueron condiciones muy exigentes. Hay mucho de entrega en ese trabajo, estuvimos muy codo a codo en eso.
—En ese codo a codo, y aunque todo audiovisual en Argentina sea una cruzada, acá se veía a Matías Mosteirín, uno de los productores, emocionado cada vez que hablaba, o a gente creando formas de usar programas para contar mejor. ¿Se vivió así?
—Todos pusieron mucho corazón. Todos. Nunca se habla de los extras, por ejemplo, y acá hablamos de cientos y cientos de extras haciendo un trabajo donde yo los cargaba, porque es la forma de mantener la energía viva, pero estaban horas y horas tirados en el suelo. En las mejores condiciones posibles, claro, pero seguían siendo horas en el suelo. Me gusta el diálogo, el chiste, y valoro mucho el trabajo de los extras. Tantas horas al servicio de un plano, tapados de nieve, días de frío… Toma a toma, sacarle la nieve, ponerle mantas. Y después, otra vez. Todos trabajando juntos.No lo puedo evitar: me conmueve la entrega, la devoción. Es un ejemplo de todo el corazón que se puso. Esta historia tiene mucho corazón, y va a tocar los corazones de quienes tengan la suerte de verla.