Conviene no adelantar mucho sobre el argumento de Simón de la montaña, la película de Federico Luis protagonizada por Lorenzo ‘Toto’ Ferro que se acaba de estrenar en cines de Argentina. Ganadora del premio a la Mejor Película en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes y exhibida también en la sección Horizontes Latinos del de San Sebastián, se trata de un film singular, anómalo y lleno de sensibilidad e ideas escrito por el director con la colaboración de Tomás Murphy y Agustín Toscano (también parte del elenco). Además de Ferro y Toscano, actúan Kiara Supini, Pehuén Pedre, Laura Nevole y la chilena Camila Hirane. Se podría decir que se trata de un coming of age, ese tipo de historias centradas en la evolución de un personaje de la juventud a la madurez. Pero dentro de esa caracterización, los caminos que elige este primer largometraje no son los más habituales. Por eso mismo, justamente, sorprende y atrapa.
En diálogo con PERFIL, Toto Ferro suelta una ocurrencia que define muy bien al magnetismo que ejerce esta virtuosa ópera prima: habla de “la manipulación a través de la ternura” que la caracteriza y que también quedó sintetizada en una pequeña anécdota del rodaje. “Hay una escena muy importante en la historia, la del beso entre mi personaje y el de Kiara Supini –cuenta–. La ensayamos mucho pero sin darnos el beso. Creo que nos daba vergüenza a los dos, que no nos conocíamos tanto. Y también que el director quería mantener un poco el misterio, guardarse la sensación única de un primer beso delante de la cámara para cuando efectivamente se rodara. La cuestión es que llegamos al día de la filmación de la escena y todavía no nos habíamos besado. Durante un intervalo del rodaje para almorzar, Kiara se levantó de la mesa y le dejó una nota a Federico, que estaba terminando de comer. Esa nota decía algo así como ‘te quería decir que si no hay beso, no hay escena’. Cuando me enteré, estallé. Me pareció realmente muy tierno, algo que describe al personaje de Kiara y también al espíritu de la película, esa manipulación a través de la ternura de la que hablaba antes. Después nos dimos el beso cuando rodamos la escena y se sintió muy particular. Porque fue la primera vez y todas esas energías que habíamos estado guardando por pudor aparecieron juntas. Valió la pena porque la escena genera sensaciones muy lindas. El director enmarcó una foto del momento y la tiene colgada en su casa”.
—¿Dónde buscaste inspiración para tu personaje en la película, que es muy particular?
—Me acuerdo que vimos con Fede una escena de la película Meantime, de Mike Leigh, y empezamos a estudiar a ese personaje. También fuimos a ver todas las obras de Lucía Seles para intentar agarrar de sus personajes. Vimos también Good Time: viviendo al límite, de los hermanos Safdie, pero la verdad es que todo eso fue desapareciendo a medida que en los ensayos iba creciendo un personaje potente más nuestro, más propio.
—¿Cómo fue en líneas generales el proceso de rodaje?
—Estaba todo muy calculado porque teníamos poco tiempo para filmar la película. Obviamente, hubo cosas un poco libradas al azar. Pero en general estaba todo muy calculado. Y con Fede fue todo muy telepático porque nos conocíamos bien, de unos cuatro años de relación, y fuimos preparando mucho el personaje para llegar al rodaje con todo bastante claro. Yo traté de ayudar a los actores con menos experiencia que fueron parte del elenco sobre todo con cuestiones más técnicas. Ellos me ayudaron con su frescura, con su mirada, con su cariño.
Cuando hicimos El ángel, el Chino Darín me decía que yo lo ayudaba con mi frescura y él me ayudaba con su experiencia. Ahora ya tuve un poco ese rol con algunos de los compañeros en Simón en la montaña. Es una señal de que la vida pasa rápido y hay que disfrutarla. Un día estás en un lugar y al siguiente en otro distinto. Lo importante es aprender de quien está enfrente, estar disponible. En la actuación se trata de eso: de aprender de la mirada del otro y estar permeable a la presencia hermosa y milagrosa de la cámara de cine, que no se pierde nada de lo que vos hagas y es lo más cercano a un espía del espíritu.
—No hay una manera precisa de hacerlo explícito, pero esa sensación de fraternidad, de equipo compacto se respira en la película.
—Yo creo que se nota en la película que fuimos una familia muy compacta y tierna. Había una ternura latente y una emoción de todos los que estaban haciendo por primera vez una película. Esa energía es desbordante.
—Una de las líneas argumentales de la película tiene que ver con la relación tensa que Simón, tu personaje, tiene con su madre. ¿Cómo la definirías a ella?
—Diría que la madre es una persona más conformista que él. No es un vínculo muy común, y hay algunas cosas escondidas entre ellos que se pueden intuir, pero eso queda a libre interpretación. A diferencia de Simón, ella acepta lo que la vida le propuso y se queda en el lugar de la “normalidad”. Y está claro que ni ella ni nadie es normal… Ella no puede entender a su hijo, en definitiva. Hay muchos padres así en el mundo…
—¿Y qué dirías de Simón?
—En pocas palabras, que es alguien que no quiere aceptar lo que el mundo le propone y se rebela, por más que eso le provoque conflictos permanentes. No le importa chocar. Lo que él busca es trascender a nuevos lugares, explorar con ese alma de gitano que tiene.
—La escena inicial de la película es impresionante. ¿Fue complicado rodarla?
—Esperamos a que aparezca el viento Zonda para filmarla. Y fue espectacular, lo más cerca que estuvimos de hacer algo como Fitzcarraldo, una escena con un espíritu muy Herzog. Estábamos todos a salvo, pero había un viento muy, muy loco. Se sentía que había una “fuerza mayor”, como bien dice el título de la película de Ruben Ostlund.
—Hablabas de cómo pudiste colaborar con otros compañeros del elenco gracias a la experiencia. ¿Te sentís más seguro que cuando protagonizaste “El ángel”, de Luis Ortega?
—Sí, tengo un poco más de recorrido. Pero igual cada proyecto requiere que vuelvas a nacer. O por lo menos yo lo veo así, sobre todo en cine. En las series quizás es todo más difícil porque hay menos tiempo para preparar los personajes, es otra lógica. Ahí quizás pueda servir un poco más la experiencia para resolver más rápido.
—¿Y qué recuerdo tenés del trabajo con Ortega?
—Trabajar con Luis fue de las experiencias más hermosas que tuve hasta ahora. Y con Federico Luis también fue genial. Son personas que se van convirtiendo en familia y que uno admira. Yo sentí que estaba en el viaje del cine y la poesía con ellos, vivimos juntos momentos que rozan lo trascendente.
—¿Viste el “El jockey”, la película de Ortega que fue elegida para representar a Argentina en los Oscar?
—Sí. Me pareció muy valiente y muy poética. Es ese tipo de película que hace que salgas del cine con ganas de vivir, de escribir, de filmar… Que te estimulan a hacer cosas nuevas, a sentir cosas nuevas.
—En 2021 editaste un disco como Kiddo Toto. ¿En qué quedó tu faceta musical?
—Bueno, tengo un álbum nuevo que ya está listo. Es un EP y se llama Los cantos de la noche. Espero poder editarlo pronto, porque lo tengo terminado hace un año, pero no estoy pudiendo porque tuve y tengo todavía la cabeza en otro lado. Ahora estoy muy concentrado en el estreno de Simón de la montaña, por ejemplo. No dejé la música, simplemente me estoy tomando más tiempo para hacerla.
—¿Cuál es tu próximo proyecto, más allá de este disco?
—Terminar una novela que se llama Árbol de humo, de Denis Johnson, que tiene 700 páginas. Hace mucho que leo una novela tan larga.