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Un fetiche que nunca se fue

Vinilos de colores: el regreso con gloria empaquetado del viejo LP

La venta de música alcanzó niveles a los que no llegaba desde hace veinte años, impulsada, principalmente, por el streaming, pero también por los vinilos. Frente al muy impersonal acceso a las canciones a través de internet, rebeldes de varias generaciones se aferran a los discos de vinilo. El superfan, el consumismo y la experiencia de saborear la melodía.

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Hubo un tiempo, en la década del 90 del siglo pasado, cuando los discos compactos eran la forma más cool de escuchar música, en que muchos dejamos de lado los LP para pasarnos a las atractivas cajitas de plástico con los brillantes discos de metal en su interior. El vinilo, formato romántico, dulce y cálido, dejaba su espacio a la nueva tecnología de sonido (casi siempre) sin frituras ni saltos.

Pero la moda duró poco, fue casi tan efímera como la del casete. Si bien para principios de siglo el CD representaba la enorme mayoría de las ventas de música, por encima del 90 por ciento, la controvertida aparición del mp3 primero, y el streaming después, los hirió de muerte, dejaron de ser cool, de ser importantes.

Hacia 2010, mientras revisaba las bateas de vinilos y los estantes de compactos en una disquería de usados en Silver Spring, en la periferia de la ciudad de Washington, una chica muy joven se me acercó como una nieta se acerca a un abuelo y, con un CD en mano, me preguntó: “Señor, ¿este disco se escucha de los dos lados?”.

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Para los muy chicos: no, salvo contadísimas ediciones, los discos compactos lanzados por los sellos se escuchan de un solo lado. Están grabados así por cuestiones económicas y porque en uno de los lados se estampa la información del álbum.

Por si hacía falta, aquella pregunta de la chica de la disquería de Silver Spring me confirmó como un rayo que el CD era un formato del pasado (y también la noción ineludible de que ya me estaba poniendo viejo, pero esa es otra historia).

Según los reportes de la Recording Industry Association of America (RIIA, la asociación que representa a la mayoría de los sellos discográficos de Estados Unidos), un apabullante 84 por ciento de los ingresos por venta de música en el primer semestre de 2024 en el país norteamericano se concretó a través de las plataformas de streaming. Siempre según la RIIA, el streaming había crecido para esa época un cuatro por ciento, para marcar la friolera de 7.300 millones de dólares en ventas.

Apenas un dos por ciento de esa torta en la primera mitad de 2024 se canalizó por download digital y un saludable once por ciento en formato físico (es decir, vinilos y discos compactos). La organización de los sellos discográficos precisó que, en aquel período, los ingresos totales de los formatos físicos alcanzaron 994 millones de dólares, con un aumento del 13 por ciento respecto del año previo. El vinilo, continuó el informe, creció un 17 por ciento hasta los 740 millones de dólares y representó las tres cuartas partes de los ingresos de los formatos físicos.

Por cuarto año consecutivo, completó, los vinilos se vendieron más que los CD en unidades: 24 millones frente a 17 millones. Frente al crecimiento de los vinilos, los discos compactos se mantuvieron relativamente estables en 237 millones de dólares.

Los nuevos informes desde Gran Bretaña reflejaron la bonanza estadounidense. Cifras de la Digital Entertainment and Retail Association del Reino Unido (ERA, Asociación Minorista y de Entretenimiento Digital), citadas a principios de enero por la BBC, apuntaron que la venta de música alcanzó niveles a los que no llegaba desde hacía veinte años, impulsadas también por el streaming, y en menor medida los vinilos.

“Cautivados por los importantes nuevos lanzamientos de Taylor Swift, Coldplay y Billie Eilish”, los aficionados en el Reino Unido “gastaron más que nunca en música grabada en 2024”. Los nuevos números mostraron que las suscripciones a streaming y las ventas de vinilos “se dispararon”, y que los consumidores gastaron un total de 2.400 millones de libras (algo más de 2.950 millones de dólares) en los últimos doce meses.

Se trata, remarcó la BBC, de una cifra que “supera el máximo anterior de 2.200 millones de libras alcanzado en el pico de ventas de CD en 2001”. Los ingresos a través de Spotify, Amazon Music y Apple Music representaron casi el 85 por ciento del dinero gastado en música el año pasado por los británicos. Y el mercado del vinilo “creció un 10,5 por ciento, con 6,7 millones de discos vendidos el año pasado, generando 196 millones de libras”, completó el informe de la cadena británica.

Sonidos fríos, sonidos cálidos y negocios calientes. Está claro que en este multimillonario mar musical los servicios de streaming son el nuevo gigante y los vinilos simplemente acompañan. Pero ¿cómo hizo este formato del que nos desprendimos con una mezcla de nostalgia y alegría en los 80 y los 90 para abrazar la tecnología del CD y colarse en este renacer del negocio musical?

Muchos “puristas” juran que los LP suenan mejor que cualquier otro formato, obviamente por encima del casete e incluso del disco compacto. Es más “cálido”, aseguran. Garantiza una llegada de mayor impacto y respetuosa de la intención original del músico a partir del contacto de la púa y el vinilo, describen.

En algún sentido, estos melómanos (incluyendo ejércitos de esnobs) tienen razón: el sonido es más “cálido”. Pero si el vinilo no es de buena calidad, no fue producido con un buen prensado o –Dios nos salve– tiene marcas o genera soplidos o fritura, la experiencia de disfrutar canciones o una sinfonía se van al tacho.

La experiencia de escuchar vinilos es, por sobre todo, un fetiche. Es manipular el mensaje sonoro, abrir el sobre con cariño, colocarlo con amor en la bandeja giradiscos, sentarse en un sillón o en el piso –como cuando éramos chicos– a saborear el arte de tapa y acompañar al artista repasando las letras o leyendo sobre el proceso de grabación o la historia de los temas.

Frente al muy impersonal acceso a la música a través del streaming (ningún elemento físico para subrayar la experiencia, grabaciones de menor calidad), rebeldes de varias generaciones se aferran o se asoman a los discos de vinilo porque, para ellos, el medio es también el mensaje.

Y como ocurre siempre con los fenómenos culturales masivos, allí estarán las casas discográficas para traducir el amor en billetes, seduciendo a los aficionados con espejitos de colores o, en este caso, con vinilitos de colores.

El imperio de los superfans. Según datos de la empresa especializada Luminate, la industria está creciendo de la mano de un personaje particular, el superfan: los consumados seguidores de artistas que gastan en promedio 113 dólares mensuales en conciertos en vivo de su cantante o banda favorita, lo que representa un 66 por ciento más que los fans “comunes”. Cuando llega el momento de comprar música en formato físico, de sus bolsillos salen 39 dólares mensuales, más del doble de lo que gasta el aficionado promedio.

A partir de los números del reporte, el portal LudwigVan señaló recientemente que “este grupo devoto se está volviendo cada vez más importante para el éxito de los artistas, lo que sugiere que cultivar una base de fans dedicada podría ser más valioso que perseguir éxitos virales”. Esta fidelidad, además, se traslada al nicho de los vinilos, los “sobrevivientes” del negocio de las canciones envasadas.

Y para esos “superfans”, los sellos discográficos preparan, desde hace ya algunos años, “superdiscos”, ediciones de lujo, vinilos de colores, cajas de diseño, objetos de deseo para que de esos bolsillos salgan más y más dólares. La tendencia es tan notable que hasta encendió una polémica de la que participaron artistas como Billie Eilish, por ejemplo. Hablando con Billboard en mayo del año pasado, la cantante y compositora estadounidense dijo: “Vivimos en una época en la que, por alguna razón, para algunos artistas es muy importante fabricar todo tipo de vinilos y embalajes diferentes... Lo que aumenta las ventas y los números y les permite ganar más y más dinero”.

Para Eilish se trata no solamente de una afrenta capitalista, sino también de un ataque directo a la sustentabilidad. Esta tendencia comercial, aseguró, se encuentra “justo delante de nuestras narices y la gente se sale con la suya a diestra y siniestra”. “Me resulta muy frustrante como alguien que se esfuerza mucho por ser sostenible (ver que) algunos de los artistas más importantes del mundo producen cuarenta malditos paquetes de vinilo diferentes que tienen cada uno algo único y diferente solo para que sigas comprando más”.

Los vinilos de colores, las cajas y las ediciones especiales, resumió, son “un despilfarro”. Pero, en este caso, y a pesar de su propio éxito, difícilmente alguien le haga caso a Billie Eilish.

Comentando este fenómeno en su blog, el experto Jim Barber, que recorrió varios escalones de la industria musical, desde mánager a productor, pasando por promotor y gestor de talentos, recordó que, por ejemplo, los Rolling Stones sacaron no menos de cuarenta y tres ediciones en formatos distintos de su álbum Hackney Diamonds. Y eso sin contar las infinitas reediciones y versiones, en particular en vinilo, que constantemente saca la actual reina de la música global, Taylor Swift.

“La propia Billie lanzó ocho versiones diferentes de su álbum Happier Than Ever, de 2021, aunque intentó mitigar su huella ambiental utilizando vinilo reciclado y envoltura retráctil hecha de caña de azúcar”, destacó Barber. En un artículo titulado “¿Cuánto vinilo es demasiado vinilo?”, el experto reveló que “todavía no hay suficiente capacidad en las plantas de impresión para satisfacer la demanda” y que, en general, a esas fábricas tienen acceso prioritario cantantes y bandas ya famosos. De hecho, “circulan historias sobre artistas jóvenes que esperan hasta seis meses para que se graben sus discos”.

En sintonía con Eilish, Barber opinó que se trata de “un desperdicio”. Y se preguntó: “¿Alguien realmente reproduce en su bandeja giradiscos estas copias duplicadas de estos LP de vinilo?”. ¿O están destinados a ser apenas “adornos colgados en la pared”?

Para Barber, “los artistas deberían ofrecer una edición exclusiva en sus sitios web para sus fans más fieles”, los nuevos superfans, “pero me encantaría ver que las discográficas vendieran una versión única al resto del mundo”. De esta manera, “si nos quedamos con el vinilo como nuestro principal formato físico” se podría dedicar “un poco más de esfuerzo a vender una variedad más amplia de títulos y a hacer crecer la base de fans en general”, completó.

Cuando los discos cumplen años. En su propia medida, el mercado argentino también está registrando el fenómeno de las versiones especiales y las reediciones. Por ejemplo, para el vigésimo quinto aniversario del álbum Miami, de los Babasónicos, la filial argentina de Sony Music sacó en 2024 una coqueta reedición doble en vinilo rosado traslúcido por la que hoy hay que pagar la también coqueta cifra de 90 mil pesos.

Más modesta, la reedición para el aniversario cincuenta de Ciudad de guitarras callejeras, de Moris, en un no tan lindo vinilo dorado, cotiza en estos días como artículo de colección, al igual que la edición de lujo limitada de La lógica del escorpión, el reciente álbum de Charly García. También se puede conseguir una edición en vinilo verde del Artaud de Luis Alberto Spinetta, en transparente del Unplugged de Soda Stereo y en amarillo de... Amor amarillo, de Gustavo Cerati.

(Las ediciones especiales, que en Estados Unidos y otros países con grandes mercados discográficos suelen lanzarse en las jornadas conocidas como Record Store Day, son una buena apuesta para los coleccionistas más espabilados: si se trata de un álbum de artistas como David Bowie o Los Beatles, hay que correr a la tienda de música porque en pocos meses su valor se multiplica varias veces en eBay, Discogs o sitios similares).

“Evidentemente, hay una necesidad de escuchar música en un formato tradicional como es el vinilo, que tiene como adicional que se puede disfrutar y al mismo tiempo contemplar el arte, que en algunos casos es una bella pieza de colección”, apunta Sergio Ponfil, product manager de Sony Music Argentina. Hablando con PERFIL, precisa que “lo que más se consume” en el país, en este formato, es el rock nacional, “porque tiene una rica historia, como no tiene en otros países de América, y que sigue vigente con los años”.

Cuando se le pregunta por los vinilos de colores, Ponfil dice que la idea en su sello es que el álbum que llega a la disquería resulte “atractivo, ya sea porque hace rato que no estaba en el mercado o porque es una edición especial, que generalmente es por un aniversario de fecha redonda”, como los cincuenta años del LP de Moris.

El placer de los viejos aficionados cuando invierten en estas ediciones es obvio, pero para el público nuevo el disfrute pasa por poder “escuchar música de una manera distinta y atesorar discos de sus artistas favoritos”, dice el directivo de Sony. “Si bien lo pueden escuchar en cualquier plataforma digital, también valoran el viejo ritual de poner un disco en la bandeja”, completa Ponfil.

Con una mirada más indie, el productor Diego Lenger le dice a PERFIL que, “para quienes realmente aman escuchar música de manera dedicada, es decir otorgándole un tiempo de calidad a la escucha, es una gloria que haya vuelto el vinilo, que en realidad nunca se fue del todo”.

Lenger –que es el director artístico del Club del Disco, una sofisticada red que sus impulsores prefieren describir como una “comunidad” y que incluye sello discográfico y una plataforma de venta directa y por suscripción para sus socios en todo el mundo– reconoce que su tarea es más artesanal que la de los grandes nombres de este negocio. “Hoy lo normal en el caso del Club del Disco es producir tiradas de 300 unidades para los vinilos, sin importar el nombre del artista”, cuenta el músico. “Las pensamos a todas como ‘tiradas limitadas’”, algo que “le agrega un valor extra a cada disco”, además de la chance de “agregarle algo al objeto, cuando podemos: un póster, una lámina interna, un insert”.

Cuando se le pide una opinión sobre aquel debate que movilizó Billie Eilish, Lenger dice que “valora” cualquier estrategia “que permita a la música abrirse camino en este difícil momento para lo tangible”. Y agrega: “Obviamente, nosotros sacamos un disco de Pipi Piazzolla Trío en tres o cuatro versiones diferentes como mucho, y los Rolling Stones lo hacen en la medida de su inmensa popularidad”.

De todas maneras, confiesa, “me despierta una sonrisa imaginar que alguien pueda querer tener en su casa las 43 versiones distintas del último disco” de los Rolling Stones.

Para “los músicos que tienen algo para decir y que por ahí no llenan estadios, pero sí clubes de jazz de manera constante, es lindo poder pensar su próxima grabación en función de la duración y la calidad de audio del vinilo”, afirma el director del Club del Disco. Y sobre aquellos que piensan que se trata más de merchandising que de música, “respeto su opinión, pero a nosotros nos importan los que le dan un valor real a la música, y para ellos producimos nuestros discos”, completó.

Como sea, las ediciones de lujo, limitadas o en colores vienen dando en el clavo, ya sea que se trate de los viejos melómanos o de los nuevos coleccionistas. Desde la feria de música del Parque Centenario, la meca de los “completistas” y los buceadores de rarezas porteños, el titular de uno de los puestos más populares, Gustavo Higa, le confirma a PERFIL que, ante la opción de un vinilo rojo, verde o con manchas al estilo de los antiguos LP de Alta tensión, hasta el más recalcitrante de los aficionados a la música prefiere el de colores.

“Es un fetiche” que “sale un poquito más caro”, resume Gustavo, conocedor de los gustos de rockeros y aledaños. Un negocio que, más allá de las pasiones inexplicables por Las Pelotas, Led Zeppelin, Michael Jackson o algún oscuro grupo de jazz, sigue llenando los cofres de los sellos discográficos y le permite al vinilo burlarse de la fama efímera del CD y del utilitarismo obsoleto de los casetes.