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Camino truncado

Urquiza, Peyret, Proudhon: el federalismo que no fue

Hace 160 años se publicaba en Entre Ríos en un diario urquicista El Principio Federativo de Proudhon. Una curiosidad o una “anomalía” que evidencia un camino que pudo ser, pero quedó al costado de la organización de la naciente Argentina.

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El federalismo prometido, pero nunca concretado es la materia pendiente, el gran déficit que señalan desde hace mucho algunas voces relevantes de nuestra historia (y del presente). Tema de escaso glamour y de poca atracción electoral, tiene, sin embargo, episodios muy ricos que vale la pena contar.

El contexto. Hay que remontarse 160 años atrás. De paso: una forma eficaz y disfrutable es hacerlo de la mano de Jaque a Paysandú, la casi olvidada, pero extraordinaria, novela de María Esther de Miguel.

Estamos a fines de 1864. La “organización nacional” impulsada por Urquiza no era la que había soñado: resignado su poder ante Mitre en Pavón, reformada la Constitución para ceder a las pretensiones de la poderosa Buenos Aires, replegado en su Palacio y dedicado casi en exclusiva a sus intereses mercantiles, el poder porteño, previsiblemente, decide ir por más.

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Rosistas y antirrosistas están juntos ante el nuevo “enemigo” común: Urquiza. Aunque pactaron con él, ahora quieren demolerlo definitivamente, imponerse en las provincias y desactivar ese nido de rebelión federal que, desde medio siglo antes, es la provincia de Entre Ríos (Artigas, Ramírez, Urquiza, en breve López Jordán). Aleccionar a esa respondona que, ya desde la primera Cepeda, había derrotado varias veces a las fuerzas porteñas y atado sus caballos en la Pirámide de Mayo.

Con Mitre presidente, la élite librecambista porteña decide “exportar” la libertad de comercio. En ese marco, sus enviados sojuzgan a caudillos federales, derrocan gobiernos y siembran el terror con sus “procónsules”, como los llama Peyret: un grupo de jefes militares (casi todos orientales a sueldo); Flores, Paunero, Rivas, Arredondo y, el más feroz de todos, Sandes. ¿Resuenan esos nombres? ¡Claro! Todos tienen calles que los homenajean en la agradecida Buenos Aires. Degüellan sin miramientos al Chacho Peñaloza, conspiran con el Imperio del Brasil para liquidar al mariscal López que lideraba un Estado autónomo y progresista en Paraguay; pero antes, en el Litoral, contribuyen a la destrucción de la ciudad de Paysandú, reducto federal defendido por Leandro Gómez, oriental ilustrado, masón y artiguista.

Las crónicas de época describen a los entrerrianos en la vera del río, viendo perplejos el bombardeo incesante contra Paysandú. Muchos federales de este lado (entre ellos, un hijo de Urquiza) se plegaban a la defensa “heroica” que años más tarde cantará Gabino Ezeiza.

En esos días de turbulencia, el filósofo en acción de origen francés, Alejo Peyret, publicaba en las páginas del periódico urquicista El Uruguay, que se editaba desde una década antes en Concepción del Uruguay, una obra teórica de Pierre-Joseph Proudhon, uno de los padres del pensamiento filosófico anarquista.

Era la primera vez que se traducía al español, con lo cual Peyret (que ya había empezado a publicar textos de Proudhon en ese diario un par de años antes) introducía en la región el pensamiento libertario. Además, Peyret anota al pie sus análisis propios, en defensa de un federalismo social e igualitario en el Plata, y propone ideas innovadoras para el país que adoptó como suyo.

Un filósofo en acción. Peyret es una figura singular de nuestro pasado, cuyas ideas de libertad e igualdad, y cuya labor como impulsor de instituciones transformadoras, dejaron huella en toda la región. A mediados del siglo XIX, este filósofo en acción afincado en Entre Ríos puso en marcha una “pequeña República” (la Colonia San José) a partir de sus ideales de una democracia agraria, de pequeños propietarios asociados y cooperantes, con igualdad de varones y mujeres, Estado laico, educación universal integral, sin cuerpos armados y con tolerancia religiosa y civil.

Ese proyecto tuvo el apoyo y la protección del general Urquiza, e incluso se llevó a cabo en tierras de su propiedad. Peyret entrevió que el experimento no progresaría si lo rodeaban grandes extensiones de latifundio, pobladas “por ganado y no por personas”, y no se privó de señalarle a Urquiza la necesidad de que se decidiera “entre la estancia y la colonia”.

En esos andares, Peyret elaboró una abundante producción literaria –dispersa en libros casi inhallables, y en cantidad de publicaciones periódicas–, donde dejó sentada su mirada, tan singular como su trayectoria: liberal igualitarista, impugnó el liberalismo económico al plantear el rol activo del Estado en la economía, testimonió para la posteridad que la dicotomía “civilización y barbarie” era falsa, sentó los antecedentes del cooperativismo en el Río de la Plata, tradujo por primera vez al español el pensamiento federativo de Proudhon y propuso alternativas (sociales, económicas, constitucionales, educativas y administrativas) en la Argentina desde un federalismo social y de inspiración libertaria (muy lejano del discurso de quien ocupa la Presidencia de la República y sus adláteres, autoritarios en lo sociocultural y liberales solo en economía, discurso que refutó hace 160 años, como hemos mostrado en notas anteriores –bit.ly/ideasMileirefutadas–).

Vale la pena recuperar a este filósofo de labor notable: creó instituciones democratizadoras del saber; inauguró en la Argentina el abordaje científico de las religiones y su enseñanza despojada de dogmas; impulsó la necesidad de una educación integral (intelectual y manual, técnica y deportiva) y universal, no solo para las clases dominantes, y no solo para varones; impulsó la separación del Estado de cualquier culto religioso; exploró el territorio nacional dejando formidables crónicas de época; impulsó la democratización de la propiedad agraria, la creación de bancos cooperativos y la necesidad de avanzar en lo que hoy llamamos “economía social”; realizó los primeros matrimonios civiles en la Argentina; estuvo presente en el Congreso de París que instaló el 1° de Mayo como día de lucha internacional de la clase trabajadora y, al mismo tiempo, estuvo presente en los Congresos que impulsaron la participación obrera en las ganancias de empresas, la Economía Social, la educación técnica y física.

Además de todo eso, escribió incesantemente en periódicos, redactó cartas, memorias e informes técnicos, cuentos, discursos, poesías, textos sobre filosofía, historia y religiones, que siempre parecen tener presente una exhortación del propio Peyret: “Es preciso que los escritores escriban para las masas y no para las academias, que hablen el lenguaje del pueblo y no solamente el de las clases distinguidas de la sociedad. Así se democratizará la ciencia”.

Proudhon y “El Principio Federativo” a orillas del rio Uruguay. Peyret adhería a las principales ideas del autor francés padre del anarquismo: la perspectiva central que lo enamora es la de una sociedad igualitaria, basada en la universalización de la propiedad, de la riqueza, del poder y de la cultura, instituida a través de pequeñas colonias agrícolas democráticas, ensambladas entre sí mediante el sistema de federación. Aquello que Proudhon describe, precisamente, en su libro de 1863 al que titula El Principio Federativo.

Proudhon, hijo de una cocinera y un campesino cervecero, fue un autodidacta de talento, agitador incansable, legislador, voz disidente en la Asamblea francesa, de una vida tan tumultuosa como su pensamiento, que estuvo exiliado y preso en varias ocasiones y mantuvo controversias intelectuales con Marx. Para él la idea de federación es un modelo alternativo, no solo en un sentido político o administrativo, sino económico: implicaba un Estado descentralizado, comunas autogestionadas unidas libremente entre sí.

Por estos años, Peyret (que tiene 38 años) describe a Proudhon como “el más importante pensador del siglo”, “cuyas ideas me he propuesto vulgarizar”. No hay otro filósofo al que dedique tanta atención y durante tanto tiempo.

El Principio Federativo se publica en 1863 en París. Menos de dos años después, la traducción de Peyret se publica en Entre Ríos en las páginas de El Uruguay, el periódico urquicista en el que colaboraba desde varios años antes. Cuatro años antes de la traducción del español Francisco Pi y Margall. Peyret lo hace aquí y con la esperanza de que ese texto “ayude a los estadistas argentinos a encontrar las soluciones” que la naciente república necesitaba.

La traducción. Se publica en quince entregas, entre octubre y diciembre de 1864, y siempre en la primera página de ese periódico, lo que evidencia la importancia que le da al escrito Benjamín Victorica, yerno de Urquiza, responsable del periódico, amigo de Peyret, y quien le había enviado desde Europa (a su pedido) ese y otros libros de Proudhon.

En la primera de las entregas (anunciada como “traducido y anotado por Alejo Peyret”) explica que al publicarlo “creo prestar un servicio al país en que vivo desde doce años, donde he presenciado tantas revoluciones, tantas guerras civiles y tantos cambios políticos”, porque “este libro ayudará sin duda a los estadistas argentinos a encontrar la solución del problema que se está buscando hace medio siglo, y que reside en establecer la armonización de la individualidad con la nacionalidad, de la autonomía provincial con la soberanía nacional, en una palabra, de la libertad con la autoridad. Así al menos lo deseo”.

Peyret explica que “este tratado es, a juicio mío, lo más adelantado que ha salido sobre la ciencia política y social”. Dice que incluyó algunas notas para esclarecer párrafos que podrían resultar “oscuros para el lector argentino”, y también “la intención de hacer un comentario y una aplicación a estas comarcas”. A continuación, aclara que Proudhon escribe para Francia, “es decir para un país donde el unitarismo ha sido llevado al último extremo; aquí estamos en un país que goza de una constitución federal”, pero cifra su relevancia en que “no he visto aún la ciencia de la federación manifestada como lo está en este libro, y que por eso me permito recomendarles su lectura”.

De su propia cosecha. Mientras las bombas brasileñas con la complicidad “mitrista” destruían Paysandú (ese primer ensayo de la funesta “Triple Alianza”, que de inmediato fusila a Leandro Gómez y a varios de sus más leales hombres), Peyret acusa y marca la necesidad de romper el centralismo que deforma al país: “De esa exposición resultan dos cosas a toda luz, y son, la primera, que la unidad es el despotismo, la segunda, que la federación es la libertad; consecuencia: los que aquí se han dicho unitarios, y pretendían constituirse los campeones de la civilización, los apóstoles del progreso, eran pues los caballeros sirvientes de la tiranía, los soldados de la retrogradación”.

“Buenos Aires era la cabeza hipertrofiada a expensas de la Nación entera. El unitarismo no podía dar y nunca dará otros resultados. (…) La Nación Argentina venía a resumirse toda en Buenos Aires. No había Nación, sino únicamente una capital, un puerto. (…) De vez en cuando las provincias se sublevaban contra esa autoridad, pero, como no sabían aprovechar la victoria, pronto volvían a caer en la antigua servidumbre”.

“La obra más notable que aquí existe sobre estas materias es sin duda la del Dr. Alberdi, pero ese autor escribiendo de prisa para una situación que se trataba de organizar, no podía ni debía tratar la cuestión con la profundidad filosófica con que lo ha hecho Proudhon”.

Peyret propone tomar como diseño de una vasta Confederación al antiguo virreinato de Buenos Aires “que se compondría de Montevideo, Buenos Aires, Entre Ríos y Corrientes, el Paraguay, las provincias al otro lado del Paraná y aun la Bolivia; éstas son otras tantas unidades políticas destinadas, en el porvenir, a agruparse en el pie de la igualdad, en un gran sistema federativo”. “Una federación magnífica” que será posible “cuando los intereses de los pueblos que deben componerla sean comprendidos perfectamente”.

No fue la primera traducción de Proudhon realizada por Peyret, ni tampoco la última. Pero esa es otra historia. Cuando la sociedad argentina decida retomar la gran deuda que atenaza su vida, a la vista de todos y sin que nadie quiera abordarla, la prédica de Peyret volverá a resonar en todas sus vibraciones desde el fondo de nuestro pasado.

*Periodista y filósofo.