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Los Kraiselburd

Una familia protagonista de la historia contemporánea argentina

Tercera y última entrega sobre la saga de los Kraiselburd, una familia cuyos avatares reflejan los de la Argentina contemporánea. Luego de las historias de David (https://bit.ly/kraiselburd) y de Raúl Kraiselburd (https://bit.ly/RaulKraiselburd), llega el turno ahora de una entrevista a Ana Kraiselburd (Ríos), hija de desaparecidos y adoptada por Víctor, hermano de Raúl. Una historia particular, la de Ana, que es también un doloroso rompecabezas, que revela la difícil construcción de su identidad bajo la sombra de la dictadura.

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Los Kraiselburd. | cedoc

Ana fue Ana Kraiselburd (48) la mayor parte de su vida, pero hubo una época, en los ‘90, cuando participó de HIJOS La Plata -una organización que agrupa a hijos e hijas de detenidos/desaparecidos-, en la que se hizo llamar Ana Ríos. Ana es hija de Patricia Valera y Oscar Ríos, pero luego de la desaparición de sus padres fue adoptada legalmente por Víctor Kraiselburd, uno de los dueños del diario El Día y hermano de Raúl, su director. 

Ana nació en la clandestinidad, fue NN y aún hoy no sabe exactamente la fecha de su nacimiento, aunque calculan que fue en el verano del ‘76. Su apellido lo terminó de definir legalmente luego de un largo juicio que culminó en 2006, y después del cual decidió conservar sólo el apellido Kraiselburd, lo que le valió el alejamiento y la distancia de mucha gente que no entendió que, ante la disyuntiva de elegir entre el apellido de su padre biológico: Ríos, y el de su padre adoptivo: Kraiselburd, se quedará con este último. 

El movimiento de Memoria, Verdad y Justicia de Argentina posibilitó el juzgamiento y la condena de muchos de los responsables del Terrorismo de Estado, pero también trajo consigo una serie de preceptos sobre “formas correctas” de hacer memoria que recién ahora encuentra sus propios matices, sin la necesidad de una mirada unívoca. Prueba de ello son los cuestionamientos que aparecen en el último libro de la periodista Leila Guerriero, La llamada, en relación con muchos temas que por años fueron difícilmente pasibles de críticas, pero que ahora y quizás como producto de las políticas de reparación y un largo proceso de reconstrucción post dictadura, afloran y habilitan nuevos abordajes. La identidad de Ana, y las complejidades alrededor de su particular historia, forman parte de ese rompecabezas.     

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La historia de Ana pudo haber sido una, pero fue otra. Una premisa fácilmente aplicable a cualquier mortal, pero que en este caso expone fuertes contrastes. La madre de Ana, Patricia Valera, y su hermana Cecilia, estuvieron casadas y tuvieron hijos con los hermanos Víctor y Raúl Kraiselburd, los dueños del diario El Día de La Plata. Las hermanas Valera eran hijas de Guillermina Laterrade y Baldomero Valera -apoderado del Partido Comunista-, y tanto Patricia como su padre fueron desaparecidos en la última dictadura militar. Antes del golpe, Patricia, militante del Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), se fue a la clandestinidad, y se llevó a Santiago -el hijo que había tenido con Víctor Kraiselburd-, y allí nació Ana, producto de su relación con Oscar Ríos -desaparecido-, y a la que Víctor luego adoptó. 

Cuando habla, Ana utiliza indistintamente “mi vieja” para referirse a Patricia Valera, su madre biológica, y a Patricia Monti, la segunda esposa de Víctor y su madre adoptiva; pero se refiere a “mi viejo” cuando habla de Víctor Kraiselburd, al que también llama simplemente Víctor. En el relato de Ana, todos los términos que definen la identidad de una persona se superponen: papá, mamá, hermana, hermano, abuela, abuelo, no remiten ni a una, ni a dos, ni a cuatro personas, ni respetan las usuales fórmulas de filiación. También las que se suponen como principales marcas de identidad de una persona: apellidos, nombres, fecha y lugar de nacimiento o muerte, se superponen con las marcas de los secuestros, las desapariciones, y algunas apariciones. En palabras de Ana a todos esos conceptos no los define ni un solo nombre, ni una sola fecha, ni un solo lugar, y casi todos van acompañados de la palabra “confuso”. 

—¿Cómo es el tema con tu apellido?

—Yo nací en la clandestinidad y por eso ni me anotaron ni saben bien qué día nací. Cuando aparezco, como era NN y una persona no puede ser NN mucho tiempo, pero tampoco se sabía si mis viejos iban a aparecer, el juez lo que hace es asignarme un apellido provisorio. Por lo general, si no hay familiares te inventan uno, y en mi caso, como estaba mi abuela y ella dijo que yo era hija de Oscar Ríos y Patricia Valera, me pusieron provisoriamente Ríos, y fui Ríos hasta que se resolvió mi filiación, es decir, hasta el ‘84, que Víctor me adoptó y me puso Kraiselburd. En el 2006, cuando termina todo el proceso de mi filiación definitiva, el juez me preguntó que quería hacer, y me sugirió anteponer el apellido materno (Valera) y paterno (Ríos) al apellido adoptivo (Kraiselburd), pero yo le dije que quería seguir llamándome igual a cómo me venía llamando y me quedé con el apellido Kraiselburd. Entonces, se rectificó mi partida de nacimiento y se puso que soy hija de Patricia Valera y Oscar Rios, pero me quede con el apellido Kraiselburd. 

—¿El tema del apellido te genera algún tipo de ruido más allá de los recorridos burocráticos que tuvo el tema? 

—No, ahora no, pero en algún momento sí que me generaba ruido en mis relaciones. Había gente que no entendía, ni quería entender, ni me venía a preguntar, cuáles eran mis razones; eso me costó terminar con relaciones familiares y de amistad que juzgaban sin preguntar, o sin saber, el motivo por el que yo decidí no llevar el apellido Ríos.

—¿Y cuáles son esas razones?

—Mi razón es que la identidad va más allá de un nombre y un apellido. Yo sé perfectamente que la identidad también tiene que ver con que uno sepa quién es y de dónde viene, y yo lo sé perfectamente, y no reniego ni de mi mamá ni de mi papá. La identidad tiene que ver con algo personal, con la vida que se vivió y con la historia que uno construye, pero yo tampoco me hago mucho problema con todo esto y tengo mi teoría. La clave para mí es que yo siempre supe la verdad, nadie nunca me vino a contar la historia de lo que había pasado. El único recuerdo que tengo es el del día en que nos dijeron que mi mamá estaba muerta y que no iba a volver, pero eso ya lo intuíamos, sabíamos que existía esa posibilidad.

—¿Y cómo es el relato de tu historia, de lo que te contaron, de lo que supiste siempre, de lo que pudiste reconstruir, ahora, con más de cuarenta años?

—Patricia (Valera) y Víctor (Kraiselburd) se conocieron en el paso de mi mamá por la universidad, después se van a Francia porque él se va a hacer un Máster y ella estudia francés, se casan, Patricia queda embarazada de Santiago y como dejan de recibir apoyo económico desde Argentina, deciden volver. Allá también militaron, pero no sé bien en qué porque mi papá casi no habla de eso porque lo entristece mucho. Vuelven a La Plata, nace Santiago y al poco tiempo se separan. Patricia por entonces le impide el acceso a un departamento que alquilaba en calle 2 y Víctor sospecha que se ve con otra persona, y ahí se alejan definitivamente. Cuando la secuestran a mi mamá (en Necochea), a mi papá (Oscar Ríos) ya hacía dos años que lo habían secuestrado en Capital, cuando había ido a visitar a Bea, la mamá de Facundo (Ríos, su único hermano biológico). Yo para esa época acababa de nacer porque mi abuela (Guillermina Laterrade), me vio con mi mamá y mi papá en un bar en el aeropuerto de Ezeiza, y eso fue justo antes de que secuestraran a mi papá. En el verano del ‘78 ya la secuestran a ella, en febrero.

—Y ahí empieza tu derrotero… 

—Sí, después del operativo de secuestro de mi mamá, alguien llama a Guillermina para avisarle que había caído Patricia y ahí nos empiezan a buscar, a mí y a Victoria Bonn, que vivía con sus padres en la misma casa que nosotros. A Victoria y a mí nos dejan en la puerta del Hospital de Mar del Plata, y a Santiago y a las demás personas que estaban en la casa se las llevan primero a la Base Naval de Mar del Plata, y después suponemos que estuvieron en la ESMA. Santiago dice que estuvo en la ESMA. A nosotras nos encuentra el Jefe de Guardia del hospital, en el expediente dice que su mujer no podía tener hijos, nos lleva a su casa y pide la guardia precaria, pero al mismo tiempo el juzgado abre un expediente. A los pocos días de estar en la casa del médico, a Victoria la internan por una neumonía y cuando la internan se dan cuenta que tiene otra enfermedad y que en Mar del Plata no la pueden tratar entonces la trasladan al Hospital de Niños de La Plata. Ahí es donde la encuentran sus abuelos -los padres de la mamá que la estaban buscando- y me encuentran a mí. Nosotras tenemos el expediente juntas porque pensaban que éramos hermanas. Nos encuentran por varias publicaciones que el juzgado había hecho en los diarios con nuestras fotos. A Santiago lo encuentran en un hogar de niños en Capital.

—¿Qué pasa cuando te encuentran?

—Cuando aparezco, mi abuela Guillermina me deja con Raúl un tiempo porque tiene que viajar de urgencia a España por un problema que tiene con otro de sus hijos, Alberto, y porque todavía no se sabe sí mi mamá va a aparecer y les parece que lo mejor es que me quede con Cecilia (Valera), mi tía biológica. Cecilia ya estaba embarazada de Ernesto, su segundo hijo después de Davicito (el bebé que fue secuestrado y asesinado por el guardaespaldas de Raúl Kraiselburd). Después Víctor me adopta legalmente porque entienden que lo mejor es que me críe con mi hermano Santiago.

—¿Cómo es tu relación con los Kraiselburd?

Con Víctor dejamos de vernos por 3 o 4 años por cosas que pasan entre padres e hijos, pero ahora sí nos vemos. Con mis hermanos no somos mucho de visitarnos, y nos vemos poco, sobre todo porque Santiago vive casi todo el tiempo fuera de Argentina, y Jorge, el mayor, vive en Barracas, con lo cual también nos vemos poco. A Cecilia no la veo hace mucho. A Cecilia la veía seguido cuando vivía con Raúl, pero entre Raúl y mi viejo (Víctor), nunca hubo una buena relación, sobre todo por temas laborales. Entre Cecilia y Patricia había como una rivalidad de hermanas, cosas de hermanos que me imagino que no se terminaron de zanjar porque la secuestraron a mi mamá. 

—¿Y con los Valera y los Ríos?

—Mi relación con los Ríos empieza cuando tenía 17 años porque Camilo Rios, mi primo, me llama por teléfono y viene a mi casa. Ahí también me entero de que tengo un hermano, Facundo, y al poco tiempo lo conozco. Tengo una tía, Marta, hermana de mi papá Oscar, la conocí de grande y de vez en cuando la veo. A Facundo no lo veo, tengo más relación con mis primos Ríos, sobre todo con mi prima, Pía. 

—Vos hablas indistintamente de ‘mi vieja’ cuando hablas tanto de Patricia Valera como de Patricia Monti, pero te referís a ‘mi viejo’ casi exclusivamente cuando hablas de Víctor, ¿sos consciente de eso? 

—No, pero es que yo tuve muchos más lazos afectivos con mi familia biológica materna que con mi familia biológica paterna. Yo cuando era chica decía que tenía tres abuelas.

—Raúl sostiene que Víctor no sabía que vos habías nacido…

—Sí, sabía. Por ahí no sabía Raúl, pero Víctor sí. Yo vi cartas que le escribió mi mamá a Cecilia en las que hablaba de nosotros; son unas cartas que encontré de casualidad en la casa de Cecilia. En una de esas cartas mi mamá habla del secuestro de Davicito, le dice que lo siente mucho y le termina diciendo que en ese contexto hablar de nosotros sería inoportuno e irrelevante, pero que se quedara tranquila que Santiago y Anita estaban bien. Por eso, yo creo que Raúl se confunde con lo que dice, pasaron un montón de años y es un tema sobre el que tampoco se habla mucho.

* Corresponsal y periodista de Internacionales @cevaldiez