Ecuatoriano, doctor y máster en Economía por la Universidad de Notre Dame de los Estados Unidos, y licenciado en Filosofía de la Universidad Católica del Ecuador, fue gobernador del Banco Central de su país entre 1993 y 1996 y estuvo veinte años en el Banco Mundial, como director del Departamento de sistemas financieros globales y como economista jefe para América Latina. Actualmente es director del Centro de Investigaciones Económicas y Empresariales de la Universidad de las Américas (UDLA) de Quito y profesor adjunto en SIPA (School of International and Public Affairs) de Columbia University (Nueva York).
—Creímos en 2020 que estábamos transitando el gran evento del siglo con la pandemia, pero terminó ésta y empezaron las guerras: la invasión a Ucrania por parte de Rusia y el conflicto en Medio Oriente, que se intensifica cada día, luego de mucho tiempo de paz. ¿Cómo ves que está impactando este escenario internacional nuevo sobre el funcionamiento de las economías?
—Vivimos un momento de una complejidad sin precedente, que no solo afecta el curso de las economías en el mundo, sino que, también, nos ha llenado de problemas a nivel geopolítico e incluso ideológico y de visión sobre la manera de organizar el mundo. La complejidad incluye, entre tantas cosas, una pérdida muy fuerte de credibilidad de las democracias a nivel internacional. Están surgiendo movimientos populistas o de extrema derecha, y la pérdida de credibilidad en el sistema de pesos y contrapesos de la democracia para manejar los problemas sociales. Es un momento parecido al de los años 20, en el que también hay dudas sobre la capacidad de la economía de mercado de producir resultados que la gente espera, particularmente en el lado de la equidad social. Entonces, tenemos estas complicaciones que irrumpieron en América Latina cuando ya habíamos entrado en problemas de crecimiento, al final de una década perdida. Los problemas del crecimiento vienen después del fin del ciclo de las commodities, en 2013, 2014. Ahí comienza una década en que hemos crecido bastante menos que el mundo, nos hemos rezagado. La región, por lo tanto, enfrenta problemas muy complejos y nos ha llenado de incertidumbre, que es una especie de veneno para la inversión. Cuando hay demasiada incertidumbre, la voluntad de invertir, de apostar al futuro, de tener optimismo, se debilita mucho.
—Todo esto en medio de una revolución tecnológica de una velocidad y una difusión tremendas.
—Sin dudas, y va a tener efectos muy profundos y todavía no predecibles sobre el mercado de trabajo, en particular. Va a requerir una reasignación del talento humano en actividades, algunas de las cuales todavía no conocemos. Hay un artículo muy interesante de David Carr, el famoso economista laboral, que me pareció optimista. A muchos de nosotros nos preocupan los costos de transición de la inteligencia artificial (IA). Pero él argumentaba que la IA va a crear mucho espacio para cosas que son muy humanas. Por ejemplo, el uso del buen juicio, que va más allá de la lógica, es el buen juicio de tener una idea de por dónde van los balances apropiados cuando hay tensiones. De la simpatía, de la interacción verbal y física entre los humanos. Entonces, él piensa que la IA puede restaurar la demanda por este tipo de talentos, que son muy humanos. Y con eso incluso dice, en una predicción que es bastante audaz, puede elevar, expandir el tamaño de la clase media, que en el mundo está sufriendo. En EE.UU., por ejemplo, ya llevan como treinta, cuarenta años en donde el ingreso de las clases medias se ha estancado.
—¿Cómo estás viendo la evolución del proceso de desinflación de las economías del Atlántico norte?
—En el caso de EE.UU., estamos presenciando un evento que nos da una sorpresa positiva. Creo que muy pocos anticiparon la reducción de la inflación que surgió con el covid y continuó después del covid. Inicialmente, entiendo, por razones de costos, la caída de las cadenas globales de valor elevó el nivel de precios de los insumos y los costos de transporte. Hubo mucha disrupción de los procesos de cadenas de producción y una elevación de precios por la vía de la oferta. Pero luego, la respuesta de los gobiernos para asistir a las economías, en medio del covid, generó un boom de demanda muy grande, vía expansión del gasto público, que alimentó el proceso de inflación global. Muy pocos economistas pensaban que iban a poder luchar contra la inflación sin sacrificios en el ámbito de la actividad económica y el empleo. Y la sorpresa es que parecería que EE.UU. está consiguiendo un aterrizaje bastante suave. La elevación de la tasa de interés ha conseguido, no completamente todavía, reducir el ritmo de la inflación a menos de 2,5% por año. Y lo ha hecho sin generar problemas de desempleo y de estancamiento económico. Al contrario, el mercado laboral sigue demostrando una fortaleza sorprendente. Y el salario real está mejorando. Un fenómeno poco usual. Ahí tenemos un tema de nueva investigación.
—Siguiendo con EE.UU., pero ahora te ubico en la disputa hegemónica que tiene con China, que algunos recuerdan aspectos de la Guerra Fría. Con independencia de qué calificación le demos a esa confrontación, es cierto que existe en el ámbito comercial y en el ámbito tecnológico, por ejemplo. ¿Cómo creés que se debe mover América Latina en medio de este escenario? ¿Y cómo estás viendo esa disputa?
—América Latina se encuentra, desde ese punto de vista, en una situación bastante incómoda, porque después del surgimiento de China, en los años 2000, una buena parte de la región, Sudamérica, se conectó en relaciones comerciales muy importantes con China. Y China es ahora para algunos países de la región, como Perú e incluso Brasil, el socio comercial más importante. Además, desde un punto de vista global, poco a poco, el motor de crecimiento global se está desplazando hacia el sudeste asiático. Entonces, América Latina, que necesita crecer en gran medida con base a un comercio internacional robusto, va a tener que seguir conectándose con China y encontrar la manera de hacerlo en este mundo de tensiones con nuestro socio del Norte, que sigue siendo muy importante, que es EE.UU. Nos va a tocar manejarnos con mucha sabiduría y prudencia, porque nuestros intereses, desde el punto de vista económico, no se alinean exclusivamente con alguno de los dos países, sino con los dos. Y desde el punto de vista político, en la medida en que la región quiera seguir avanzando en la profundización de sus democracias, va a haber momentos en que le va a tocar tomar cierto partido en temas de derechos humanos, en temas de elecciones libres. Entonces América Latina tiene un desafío no solo económico sino diplomático y político enorme. Pero creo que tiene una cosa importante, que debemos usarla. China necesita modernizar la manera como se relaciona en el mundo, porque China es un enorme país, pero es como un adolescente que está aprendiendo a encontrar su puesto en el concierto internacional y necesita jugar más con el multilateralismo. A China le interesa jugar más con el multilateralismo y ser parte de ese proyecto global. Y creo que América Latina puede ser un punto en el cual se van modernizando las relaciones económicas, políticas y culturales con China, y eso podría ayudar a distensionar un poco el mundo. Pero no va a ser una transición fácil y va a requerir de mucha sabiduría, tanto en política económica como en política diplomática.
—Lo que perturba un poco cuando uno mira la relación, sobre todo de América del Sur, con China es este intercambio de tipo colonial del siglo XIX, de materias primas por bienes industrializados, que estableció la región. Eso no parece ser algo sustentable en el largo plazo. Y en ese sentido, también la inversión y el comercio con EE.UU. y Europa juegan un poco de contrapeso en la lógica de que podemos colocar el comercio de bienes con mayor elaboración en esos mercados que en China. ¿Cómo ves esa relación a largo plazo? ¿Cómo poder hacer sustentable la relación de comercio con China y salir de este patrón?
—Yo creo que necesitamos empezar por un diagnóstico apropiado y has puesto algunos temas que a mí me parece son esenciales. América del Sur, a diferencia de Centroamérica y México, con el surgimiento de China, profundizó la primarización de sus economías. Mientras que Centroamérica se mudó hacia una estructura de comercio basada en servicios, México se ha ido mudando con mucha fuerza hacia una estructura de comercio basada en manufacturas. América Latina cambió profundamente sus estructuras comerciales y se diferenciaron entre la de México, Centroamérica y Sudamérica. Y Sudamérica se primarizó aún más porque China estaba hambriento de toda suerte de bienes primarios que producimos. Entonces, en ese sentido fue un boom que tiene problemas de sustentabilidad y de estructuras productivas que no son necesariamente las más deseables para la región. Por otro lado, creo que América Latina sigue siendo en el mundo una región con una riqueza y capacidad agrícola enorme y va a seguir en el mundo habiendo mucha demanda para los alimentos. No podemos ignorar nuestros recursos naturales, debemos sacarle el jugo a esa riqueza, pero no vamos a poder crecer si somos solamente una región que vende productos primarios. El futuro de la región no puede estar solo en los productos primarios porque estos no necesariamente son una fuente de aprendizaje, de cambio tecnológico, como lo son los servicios de alta productividad o las manufacturas. Ir creciendo y diversificando las estructuras comerciales va a ser un gran desafío, porque los problemas geopolíticos del mundo están generando una fuerte tendencia hacia el proteccionismo en los países avanzados y hacia la disrupción de un mercado global abierto.
—Si tuvieras que enumerar los principales desafíos para el desarrollo de América Latina, ¿qué priorizarías para que América Latina pueda salir de esta trampa de no crecimiento y de problemas sociales?
—Yo estoy convencido de que, para economías relativamente pequeñas, como las que tenemos en nuestra región, el crecimiento está muy ligado al comercio internacional. Y eso requiere que América Latina vaya encontrando y forjando un puesto en el concierto de los mercados internacionales, no solo de bienes, sino también de servicios y de activos, de inversión directa extranjera (IED). Ese es un camino inevitable para América Latina. Dudo que podamos crecer como debemos si solamente nos encerramos y volvemos a poner altas barreras al comercio. Debemos encontrar nichos, pero no es fácil en este mundo, por eso, me parece que la cosa empieza por ser una región que atrae inversión de alta calidad. Como tú mencionabas al comienzo, la inversión china en los temas energéticos y extractivos no ha sido muy buena, mientras que las inversiones que vienen de Canadá, Francia, EE.UU. o Alemania traen mucho más cambio tecnológico. Entonces, me parece que tenemos que volvernos una región mucho más atractiva a la IED, quizás aprovechando este fenómeno de nearshoring. La gente ya no le confía mucho al just in time inventory, ya no les confía mucho a las cadenas de valor porque se han vuelto más frágiles dado el concierto internacional. Entonces, me parece que mucho empieza por ahí.
—¿Cómo afecta a la región un mundo que se vuelve cada día más proteccionista?
—Estas fuerzas se sienten especialmente en EE.UU., por eso a la región le debería interesar desarrollar productos que no entren en colisión con el trabajo de EE.UU. Si tratas de venderle a EE.UU. algo que ya produce con su fuerza laboral, vas a tener mucha más resistencia que si tratas de venderle cosas que no son así. Por ejemplo, servicios turísticos, servicios de cuidados médicos a los norteamericanos, servicios para los jubilados norteamericanos. Parte de eso es también ir reconfigurando, quizás en respuesta al cambio tecnológico, la IA, la matriz productiva nuestra hacia productos que sean elásticos al ingreso de los países altos, pero que no sean tan directamente competitivos con industrias que emplean muchos trabajadores norteamericanos.
—Quería preguntarte sobre Ecuador y la dolarización, ya que fue un tema tan de moda en la Argentina en el último tiempo. ¿Qué evaluación hacés de la dolarización en Ecuador?
—Lo primero que hay que entender es que Ecuador se dolarizó no porque quería, sino porque era su única opción. Entonces, no fue un proceso de dolarización pensado y planeado. Segundo, la dolarización en Ecuador es la institución más popular porque te da una fuerte estabilidad de precios y de estructura financiera. De hecho, el proceso monetario y el proceso financiero, de alguna manera, se aíslan del resto de la vida del país y se vuelven más robustos en ese sentido. Pero al mismo tiempo presentan enormes desafíos que Ecuador ahora está viviendo. Y quizás el mayor de estos es la dificultad para ajustar los desequilibrios en el mercado laboral, porque en la mayor parte de países de la región esos desequilibrios se ajustan a través de movimientos en el tipo de cambio. Entonces, Ecuador está ahora trabado en una trampa muy difícil, de muy bajo crecimiento, con muy poca competitividad internacional, y para salir de esa trampa requeriría reformas estructurales que son políticamente muy difíciles. No puede salir de esta trampa porque hay una rigidez muy grande en el lado de la competitividad externa.
*Director de Sistémica.