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Peregrinos del arte

Bajo la mirada de una inmigrante que se rehízo desde la creatividad, las ediciones de este año de Art Basel y de Miami Art Week revelan la importancia del arte en Miami.

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No sé si el arte mueve montañas. Pero sí sé que, aquí en Miami, durante la Semana del Arte, mueve voluntades, conexiones y personas. 

No es poco. Lo digo y pienso en quienes suelen cuestionar el aporte de una de las industrias cuya capacidad de construir valor excede los márgenes de muchos otros sectores. 

En esta vigésimo segunda edición de Art Basel y Miami Art Week se estima que se produjeron 500 millones de dólares. De allí, dos conclusiones: primero, Miami se ha convertido en una de las ciudades fundamentales para la industria; luego, el arte es, para Miami, una actividad clave. 

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De hecho, en la edición 2019 de este evento –el más importante del mundo– una banana pegada a una pared con cinta adhesiva se vendió por 120 mil dólares. No son comparables con los 6,2 millones en los que se subastó la misma obra recientemente en Sotheby’s New York pero dejan claro que el arte puede sorprender más allá de su valor simbólico.  

Así pues, del 3 al 8 de diciembre, Miami y Miami Beach se han vuelto el centro del mundo artístico, acogiendo más de veinte ferias de arte, 1.200 galerías y miles de artistas. Esta celebración cultural anual también atrae a miles de coleccionistas y compradores de arte, personalidades vip, amantes del arte y turistas de todo el mundo.

Mirado desde la óptica de una inmigrante que supo hacerse y rehacerse siguiendo los pasos de la creatividad, cuando se reúne tanta energía en un solo lugar del mundo, para ir dándole la vuelta, es como si volviésemos a la trashumancia, pero bajo el influjo de lo global. 

Un flashback: para quienes somos peregrinos del arte, no es raro reconocer que se puede derramar una lágrima o dos frente a una obra maestra. Todavía recuerdo estar sentada junto al manuscrito de casi 36 metros de largo de En el camino, de Jack Kerouac, en la exposición Beat Generation en el Pompidou de París en 2016. Escrito en una sesión ininterrumpida, el proceso de Kerouac fue crudo y vibrante, tal como su estilo literario. 

Sentada allí, casi de rodillas ante tal manifestación creativa, pude percibir el esfuerzo y el amor que puso en juego el autor para esa obra, me sentí fascinada y conmovida. También de esa clase de movilización espiritual se trata el mundo de la creatividad, ¿verdad? 

Pero vuelvo a Miami. Durante noviembre el Design District ha estado empapelado con el eslogan “The Art of Connection” para promocionar la esperada Art Week. 

Craig Robins, desarrollador y coleccionista de renombre mundial, abre la puerta para que disfrutemos de su colección privada expuesta en sus oficinas, cuyas paredes están empapadas de las muestras de arte y cultura más únicas y curiosas. 

Él, cuyo rol fue clave en la transformación cultural de Miami, es un maestro del creative placemaking, un enfoque estratégico en el que las artes, la cultura y la creatividad se integran en el diseño, planificación y desarrollo de comunidades para revitalizar espacios y mejorar la calidad de vida. De hecho, la zona de más actividad durante esta semana artística es el mencionado Design District, que lleva su sello.  

Ahora bien. Mientras voy de galería en galería, y me sumerjo en cada propuesta intentando (sin éxito) esquivar el gentío, pienso en el eslogan citado: “The Art of Connection”, el arte de conectar. 

Indudablemente la frase refiere al vínculo entre personas, nacionalidades y culturas, todo ello atravesado por el arte. Solo de esa manera cobra sentido en tanto eslogan aplicado al evento en esta ciudad, que es punto de pasaje de identidades de lo más diversas. 

Siguiendo esa línea, hay otro detalle a destacar respecto del arte en Miami: entender esta actividad como espacio de conexión humana permite poner de relieve un problema de salud pública que hoy se manifiesta en buena parte de Occidente; me refiero a la soledad. No es casualidad que la migración interna estadounidense haya volcado a cientos de miles hacia esta parte del país cuando asoló el covid-19.   

Hay un espacio que no puedo evitar: el Hotel Faena. La semana dedicada al arte comenzó con una instalación gigante en la playa, en la que un barco antiguo muestra mensajes en sus velas. “¿Qué estamos dispuestos a hacer para lograr nuestra liberación colectiva?”, reza uno de ellos.

A cargo de Nicholas Galanin, las velas están escritas con aerosol, con lo que se logra la mixtura con una estética urbana a la que el artista quiere referir. Interpela a los poderes coloniales, imperialistas, explotadores de culturas que hoy se reivindican.  

Art Basel es una feria especial de dos días en el marco de Art Week. Este año casi 100 mil personas concurrieron, incluyendo a Leonardo DiCaprio, de incógnito, con una gorra negra y tapabocas del mismo color. 

Todos, como hormigas, trazamos caminos guiados por nuestra curiosidad y llamado estético. Hay desnudos, arte abstracto, uno que otro Picasso, Warhol y Minujín. Esta vez, no hubo bananas pegadas en las paredes (una pena, porque el arte conceptual nunca decepciona) pero sí piezas bizarras como Eulogy, de Patricia Piccinini.

Lo latino, protagonista del Miami cotidiano, es perfecto anfitrión de todas las razas y culturas que colman las galerías. Elijo comer tacos mexicanos, miro con mis ojos argentinos, escribo esta columna en español, desde una ciudad que crece y se vuelve inasible.

¿Cómo no imaginar el arte en el corazón de nuestras comunidades? Me resisto a aceptar la limitación tecnológica de nuestra expresión, de la creatividad y la cultura. El arte conecta desde el alma, y de esa clase de conexión necesitamos más.

*Diseñadora de moda, artista.