ELOBSERVADOR
El nuevo mandato de Trump

Más etnocentrista que imperial

El nuevo gobierno de Trump encarna los “desafíos a la identidad” advertidos por el politólogo Samuel P. Huntington hace dos décadas. La versión de Estados Unidos que el presidente representa, bajo esta lectura, se aleja de las ambiciones imperialistas, y se acerca a una perspectiva nacionalista en la que la unidad estadounidense se afianza frente a su enemigo: los “invasores” migrantes.

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Cuestión de principios. Los “valores latinos” que menciona Huntington, como la “falta de ambición”, se enfrentan a los “principios angloprotestantes” de la “ética del trabajo”. Trump toma los mismos conceptos. | afp

Hace veinte años, el notable y controversial politólogo Samuel P. Huntington (1927-2008) publicaba ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense. Extremadamente polémico en los albores del siglo XXI, su trabajo –con dosis evidentes de subjetividad, aunque también exhaustivo desde el punto de vista empírico– resultaría anodino en el contexto actual de posverdad, griterío exasperante y proliferación de fake news.

El antiguo profesor de Harvard –autor de clásicos como El soldado y el Estado (1964), La tercera ola (1991) y Choque de civilizaciones (1996)– se ocupó en el último libro de su vida de una serie de asuntos que hoy cobran inusitada centralidad ante el nuevo mandato de Donald Trump.

Entre el académico y el patriota. En su voluminoso estudio, Huntington reconoce la tensión entre sus identidades como patriota y como académico: “Como patriota, siento una honda preocupación por la unidad y la fuerza de mi país entendido como una sociedad basada en la libertad, la igualdad, la ley y los derechos individuales. Como académico, creo que la evolución histórica de la identidad estadounidense y su estado actual son cuestiones fascinantes (…). No obstante, los móviles del patriotismo y del academicismo pueden entrar en mutuo conflicto”.

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El exasesor de Lyndon Johnson exhibe a lo largo de su investigación una proclividad ciertamente xenófoba, aunque en los tiempos alt-right que corren –con el resurgimiento del supremacismo blanco, el ultraconservadurismo y el rechazo a los inmigrantes– sus afirmaciones no causarían revuelo. Cabe recordar la conclusión del capítulo 9: “La continuidad de los elevados niveles de inmigración mexicana e hispana, en general, unida a las bajas tasas de asimilación de dichos inmigrantes a la sociedad y cultura estadounidense, podrían acabar por transformar Estados Unidos en un país de dos lenguas (inglés y español), dos culturas (angloprotestante e hispánica) y dos pueblos (estadounidense y mexicano).”

De Huntington a Trump. El planteo de Huntington gira en torno a las amena as que experimenta la identidad estadounidense a principios del siglo XXI. En su mirada, la probabilidad de que los estadounidenses se sientan identificados con su nación aumenta cuando entienden que esta se halla en peligro. Así sucedió tras los atentados terroristas de 2001 –por razones externas, vinculadas al terrorismo islámico– o estaría sucediendo hoy con la inmigración latinoamericana y la creciente hispanización de la sociedad.

Huntington fue acusado de presentar una actitud etnocentrista. En su apreciación, los valores latinos (entre los que identifica a la “falta de ambición” y a la “aceptación de la pobreza como virtud para entrar al Cielo”) son antagónicos a los angloprotestantes (el individualismo, la ética del trabajo y la obligación de “crear un paraíso en la tierra”).

El nuevo gobierno de Trump encarna, desembozadamente, la internalización de los “desafíos a la identidad” advertidos por Huntington hace dos décadas. Sin embargo, la distopía y la radicalización actuales hacen que, de modo inverosímil, la inmigración sea encuadrada por Trump en la noción de “invasión”.

Discurso presidencial. En el discurso de la primera reinvestidura no consecutiva de un presidente estadounidense desde Grover Cleveland, en 1893, se destacan tres ejes.

En primer lugar, enmarcada en la idea del “destino manifiesto”, Trump postula la reexpansión de los Estados Unidos hacia su “afuera cercano”. Se reinstala discursivamente el imperialismo hacia las “periferias inmediatas” (en una suerte de reedición 3.0 de la doctrina Monroe), a la vez que pierde fuerza la idea de un imperialismo global con Washington como gendarme planetario.

Esto explica que Trump hable de comprar Groenlandia a Dinamarca, anexionar Canadá, recuperar el Canal de Panamá y renombrar el Golfo de México, pero que en simultáneo afirme que “mediremos nuestro éxito no solo por las batallas que ganemos, sino también por las guerras que terminemos y por las guerras en las que nunca nos involucraremos”.

El segundo eje se relaciona con la desconexión del mundo y la postura reactiva al multilateralismo global. La primera señal de este proceso de disociación con lo global es la decisión de Trump de abandonar el acuerdo climático de París.

El tercer eje es la obsesión trumpista con la inmigración latina. En su discurso inaugural, el mandatario repitió una frase que solía expresar en campaña, al señalar que los inmigrantes ilegales proceden de “cárceles e instituciones psiquiátricas”. También reiteró su promesa de deportación masiva y declaró “una emergencia nacional” en la frontera sur.

Órdenes ejecutivas

En sus primeras horas en el cargo, Trump firmó decenas de órdenes ejecutivas. Estos decretos, promulgados bajo el lema America First (América primero), procuran introducir cambios radicales que van desde las políticas migratorias, hasta la cooperación internacional. Según WOLA (Washington Office on Latin America), las órdenes ejecutivas se apoyan en una concepción legal extrema que encuadra a quienes solicitan asilo y a los migrantes económicos en la definición de “invasión” (Artículo IV de la Constitución).

Algunos ejemplos son: una orden ejecutiva que ha suspendido la entrada de personas indocumentadas a los Estados Unidos bajo cualquier circunstancia, lo que contradice el artículo 208 de la Ley de Inmigración y Nacionalidad.

Otra derogó el uso de la aplicación móvil CBP One (que desde 2023 permitió a 940 mil solicitantes de asilo programar citas en puntos fronterizos) y reinició el programa Quédate en México.

Otro decreto, que enfrenta demandas en los tribunales federales, procura revisar la histórica concesión de ciudadanía a todas las personas nacidas en Estados Unidos, independientemente del estatus de sus padres.

Otra instrucción puso bajo responsabilidad militar del Comando Norte (Usnorthcom) “la misión de sellar las fronteras, repeliendo las formas de invasión, incluida la migración masiva ilegal”.

Otro decreto fija un plazo de noventa días para que los secretarios de Seguridad Nacional y Defensa determinen si el presidente debe invocar la Ley de Insurrección de 1807.

Un gabinete antiinmigración. En cuanto a la composición del gabinete, los colaboradores de Trump revelan un cariz profundamente antiinmigración. En este sentido, las posturas etnocentristas han constituido un aspecto relevante de las carreras de: Marco Rubio (secretario de Estado); Christopher Landeau (subsecretario de Estado); Pam Bondi (secretaria de Justicia); Kristi Noem (secretaria de Seguridad Nacional y exgobernadora de Dakota del Sur, primera gobernadora en enviar soldados de la Guardia Nacional a Texas para hacer frente a la “crisis migratoria”); Ronald Johnson (embajador en México); Rodney Scott (director de Aduanas y Protección Fronteriza); y Thomas Homan (director interino del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, famoso por promover la idea de separación de familias y por impulsar redadas masivas antiinmigración).

Ni cosmopolita ni imperial. Llegados a este punto, conviene traer nuevamente a la discusión a Huntington, quien concluye ¿Quiénes somos? con una serie de reflexiones de índole prospectiva. Dos décadas más tarde, con Trump otra vez en el gobierno, vale la pena arriesgar –echando mano a las categorías del politólogo de Harvard– qué versión de Estados Unidos condicionará el destino del mundo en los años por venir.

Según Huntington, tres concepciones posibles se perfilaban en 2004: “Los estadounidenses pueden aceptar el mundo (es decir, abrir su país a otros pueblos y culturas), pueden tratar de remodelar esos otros pueblos y culturas siguiendo los valores norteamericanos o pueden mantener su propia sociedad y cultura diferenciadas de las de esos pueblos”. Se trata de tres opciones a las que denomina “cosmopolita”, “imperial” o “nacional” (a esta última, la renombramos “etnocentrista”).

La alternativa cosmopolita implicaría volver a la situación previa a los atentados terroristas de 2001. En ese escenario, “se da la bienvenida al mundo, a sus ideas, a sus productos y, lo más importante, a su gente”. Los Estados Unidos de Trump nada tendrán que ver con esta alternativa.

La segunda opción es el imperio. A diferencia del cosmopolitismo, en donde “el mundo remodela a Estados Unidos”, el imperialismo supone la decisión de rehacer el mundo. Se trata, en cierta forma, del tipo de potencia que cobró forma bajo la presidencia de George W. Bush (2001-2009), cuando se dejó atrás la vieja estrategia de contención de la Guerra Fría en dirección a una nueva estrategia de primacía. Los Estados Unidos de Trump no se ajustarán a esta configuración del poder. La afirmación de que Washington medirá su éxito “también por las guerras que terminemos y por las guerras en las que nunca nos involucraremos” es una buena medida del descarte del imperialismo global.

Finalmente, el etnocentrismo –la perspectiva nacional, según el eufemismo de Huntington– supone exacerbar el nacionalismo con vistas a acentuar aquellas cualidades que han definido a la nación estadounidense desde su fundación: “Estados Unidos es diferente y esa distinción viene definida por su cultura angloprotestante y su religiosidad (…). Una mayoría aplastante del pueblo estadounidense se siente comprometida con una opción alternativa de índole nacional”. El etnocentrismo es, a todas luces, la opción escogida por Trump.

En el primer día de su segunda administración –con su discurso inaugural, sus primeras órdenes ejecutivas y la composición de su gabinete– Trump anticipó algo de lo que vendrá. Responde así, con su estilo soez y prepotente, a las inquietudes más patrióticas que académicas expuestas por Huntington al despuntar el siglo XXI.

*Doctor en Ciencias Sociales (UBA). Profesor de Relaciones Internacionales (UTDT-UBA-Unsam-UNQ).