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20 de junio

Manuel Belgrano, mucho más que el creador de la bandera

La historia suele recordar a los protagonistas de la Revolución de Mayo vestidos de militares. Pero muchos tomaron las armas solo de forma circunstancial y por necesidad. Manuel Belgrano fue uno de ellos. Sus ideas eran más potentes que muchas armas.

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Manuel Belgrano. | cedoc

El gobierno nacional ha decidido que 2020 será dedicado a honrar a Manuel Belgrano en los 200 y 250 años de su nacimiento y muerte, respectivamente. Personalidad apasionante e intelectual de fuste, además de patriota ejemplar, las circunstancias de la guerra independentista de nuestra patria lo llevaron a conducir ejércitos por la carencia de jefes militares formados en el bando revolucionario. Saavedra, el jefe del Regimiento de Patricios, era vendedor de vajilla y todo lo ignoraba sobre “el arte de la guerra”, elegido al frente de la milicia por la buena consideración de los otros milicianos. Hubo que esperar a la llegada de la George Canning, enviado por el Foreign Office, con militares americanos fogueados en las guerras napoleónicas para favorecer las insurrecciones en las colonias españolas y así ganar nuevos mercados para la corona británica. Mientras tanto Belgrano debió asumir un rol para el que no tenía aptitudes ni vocación. Esto hizo que don Manuel sea recordado por la militarista historia que nos enseñan y nos cuentan en monumentos ecuestres, sable en mano y vestimenta militar. Y que solo se ensalce la creación de la bandera.

Lo cierto es que Belgrano fue esencialmente periodista, educador y también economista. 

Universidad. Fue uno de los muy pocos entre nuestros próceres de Mayo que, gracias a la buena posición económica de su familia, tuvo la oportunidad de estudiar en una universidad europea, la prestigiosa Universidad de Salamanca, aunque el título de abogado, por motivos no aclarados, fue concedido la de Valladolid. Durante los años de estadía del otro lado del mar vivió de cerca importantes acontecimientos europeos, como los avatares de la Revolución Francesa, que influyó profundamente en sus ideales de libertad política y religiosa, de republicanismo, de exaltación de los derechos del hombre. 

Si bien don Manuel estudió leyes, no fue esa su verdadera vocación. Por entonces economía y leyes no eran campos autónomos, y los estudios económicos fueron durante buen tiempo un capítulo dentro del derecho. En Salamanca, Belgrano se acercó a la economía política concurriendo a una academia extracurricular fundada en 1787 por el profesor Ramón Salas y Cortés, en la que trabajaban las ideas económicas de Antonio Genovesi, referente del Iluminismo italiano. Joven inquieto, participó también en tertulias donde se debatían las ideas de Benito Jerónimo Feijoó, Pedro Rodríguez de Campomanes y Gaspar Melchor Jovellanos, los pensadores más relevantes del siglo XVIII español. 

Pese a que la historia lo recuerda con traje militar, Manuel Belgrano fue esencialmente periodista, educador y también economista

“Al concluir mi carrera por los años de 1793, las ideas de economía política cundían en España con furor, y creo que a esto debí que me colocaran en la secretaría del Consulado de Buenos Aires”, recuerda Belgrano en su Autobiografía. Ese cargo de gran importancia estaba reservado para personas nacidas en España, por lo que fue excepcional que le fuera adjudicado a un criollo, quien lo desempeñó desde 1794 hasta el pronunciamiento de mayo de 1810.

Revolución Francesa. El teórico que más influyó sobre Belgrano fue François Quesnay, creador de la fisiocracia, la teoría económica más asociada con la Revolución Francesa.  Cautivado por sus ideas, cuando aún estaba en España, tradujo del francés las Máximas generales del gobierno económico de un reino agricultor, que se publicó en España en 1794. Imbuido del racionalismo liberal que caracterizó los finales del siglo XVIII, conoció también la obra de Adam Smith, el economista escocés que en 1776 había publicado su Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, obra fundadora del liberalismo clásico. 

Su condición de economista le fue reconocida por la Federación Argentina de Graduados en Ciencias Económicas, que en 1980 instituyó el 2 de junio como el Día del Graduado en Ciencias Económicas, en recordación de que ese día de 1794 el joven Belgrano, de 24 años, iniciaba la primera sesión del Consulado Real de Buenos Aires, primera institución económica de Argentina, desempeñando desde entonces y por 16 años el cargo de secretario general, una suerte de Tribunal en el Fuero Comercial, además de encargarse esa institución del fomento de las actividades industriales, mercantiles y de la agricultura, realizando las primeras publicaciones sobre temas económicos de nuestro país.

Revolución francesa. El creador de la fisiocracia, la teoría económica de los revolucionarios, fue quien más influyó en el pensamiento de Belgrano, que tradujo su principal libro. También conoció la obra de Adam Smith.
Revolucion francesa. El creador de la fisiocracia, la teoría económica de los revolucionarios, fue quien más influyó 
en el pensamiento de Belgrano, que tradujo su principal libro. También conoció la obra de Adam Smith. 

Madre de las artes. Uno de los aspectos en que Manuel Belgrano evidencia la influencia fisiocrática es el que se refiere a la agricultura y el papel que esta desempeña en el campo económico, aunque llevado a un nivel cuasi religioso bajo influencia de Jean-Jacques Rousseau y su exaltación de la naturaleza como centralidad de la vida humana. En la primera Memoria escribe: “La agricultura es la madre fecunda que proporciona todas las materias primeras que dan movimiento a las artes y al comercio”. Más adelante agrega, enfocando la actividad desde un punto de vista ético, lo cual denuncia la influencia roussoniana: “La agricultura es el verdadero destino del hombre. En el principio de todos los pueblos del mundo, cada individuo cultivaba una porción de tierra, y aquellos han sido poderosos, sanos, ricos sabios y felices, mientras conservaron la noble simplicidad de costumbre que procede de una vida siempre ocupada, que en verdad preserva de todos los vicios y males” . Dice luego, “... es sin contradicción el primer arte, el más útil, más extensivo y más esencial de todas las artes” . También: “La tierra es la ‘madre fecunda’”, mientras que la agricultura “es la única fuente absoluta e independiente de riqueza”.

Es de imaginar que las inmensas potencialidades agroproductivas de nuestra pampa hayan sido un fuerte estímulo fisiocrático y un tentador campo de aplicación. Pregonó así el fomento de la agricultura: “Si la riqueza de todos los hombres tiene origen en la de los hombres del campo, y si el aumento general de los bienes de la tierra hace a todos más ricos, es de interés del que quiere proporcionar la felicidad del país que los misterios que lo facilitan se manifiesten a todas las gentes ocupadas en el cultivo de las tierras y que el defecto de la ignorancia, tan fácil de corregir, no impida el adelantamiento de la riqueza”.

Antimonopolio. Las Memorias eran los informes que anualmente el secretario del consulado debía presentar al virrey, y por su intermedio al rey de España. En ellas, cuidando de no trasponer los límites de lo aceptable, luchó por mejorar la situación de los nacidos en el Virreinato del Río de la Plata y para liberalizar el comercio del monopolio de la corona.  Convencido de la obligación que le cabía por haberse formado en mejores condiciones que los demás criollos, y movido por su lealtad hacia su lugar de nacimiento, se impone el desarrollo de la educación en distintas materias. Propicia la creación de una Escuela Práctica de Agricultores y otra de Comercio. Propone crear la Escuela de Náutica, la Academia de Dibujo, Arquitectura y Perspectiva y otra de Matemáticas. Casi todas estas iniciativas fueron rechazadas por la metrópoli con pretextos presupuestarios, pero en la línea de que ningún interés tiene el amo en fomentar la inteligencia y la conciencia de su esclavo. Es de imaginar el perjuicio económico que hubiera supuesto para las arcas españolas la creación de una flota por fuera de la real.  

 

Belgrano no pierde oportunidad de desarrollar sus puntos de vista sobre educación, inspirados en los ideales de la Revolución Francesa, los que hace suyos defendiéndolos con pasión y vehemencia. Es el primero en nuestro suelo que propone la educación gratuita para quienes no pueden costear la privada, es decir la educación popular que Sarmiento llevaría a cabo años más tarde. También escuelas para niñas, para que su formación no se limitase a las labores hogareñas y casamenteras. Es asimismo el primero que reclama que se conserven asientos para niños negros y mulatos, a fin de que reciban instrucción común en las escuelas públicas. Se preocupa asimismo por la situación moral y económica de los que viven en ranchos miserables y sostiene que con una educación adecuada para el trabajo se combatirá la ociosidad recuperando de esa manera seres humanos aptos y capacitados. El compromiso de Belgrano con los más humildes y con la educación es claro en la donación de los 20 mil pesos recibidos por el triunfo en la batalla de Salta para la construcción de cuatro escuelas en zonas paupérrimas del Noroeste.

Se opone al contrabando y a toda forma de corrupción, habituales en el puerto. En sus escritos, con lúcida actualidad, habla de los empresarios y funcionarios codiciosos que se vuelcan al rentable delito acelerando la destrucción del Estado: “Jamás han podido existir los Estados luego de que la corrupción ha llegado”. Postulaba la dignificación del esfuerzo y el trabajo, esenciales para el desarrollo de una economía comunitaria. Hasta entonces las clases pudientes veían al trabajo como algo negativo, propio de esclavos e indígenas. 

Convencido de que la economía prospera sobre la base del conocimiento, imprime cartillas para aconsejar a los jóvenes agricultores profundizar sus estudios del suelo, perfeccionar sus conocimientos sobre abonos, intensificar la lucha contra plagas de ratones, hormigas y otras alimañas que perjudican la siembra y arruinan las cosechas. “Pues como dejo expuesto, sin saber, nada se adelanta, y haciendo aprender las reglas a los jóvenes labradores al mismo que se les enseñase prácticamente, podría sacar muchas utilidades proporcionando todas las materias primeras”. Propone la implantación de un sistema de premios y subsidios para la producción agrícola consecuencia de una adecuada educación tecnológica, premios en dinero o en préstamos adelantados a cuenta de futuras cosechas, lo que es anticipo del banco agrícola. 

Oferta y demanda. En el Correo de Comercio por él fundado y dirigido en marzo de 1810, escribe con frecuencia “hasta en los números que se publicaron a principios de setiembre de 1810”, época en que debió hacerse cargo de la expedición al Paraguay. Según R. Varo y L. Coria, en él desarrolla sus ideas sobre el valor. Dos aspectos, al menos, pueden destacarse con relación al valor: el concepto, por un lado, y la relación entre factor y producto, por otro. Con respecto al primero, Belgrano, a pesar de haberse formado en la escuela liberal smithiana, no establece la diferencia entre valor de uso y valor de cambio que caracteriza a la escuela clásica inglesa, que apunta más bien solo al valor de cambio, es decir, al precio. Es justamente en este terreno en el cual Belgrano tiene conceptos muy claros y precisos sobre la determinación del precio relacionados son los de Adam Smith. Su razonamiento es impecable: establece una combinación entre elementos subjetivos y objetivos en la formación del precio de las cosas, es decir, hace intervenir los factores de oferta y demanda. Uno de los puntos más reveladores de la obra de Belgrano es haber sido un precursor de la “demanda efectiva” que más tarde teorizará John Keynes: “Los precios de todas las especies vendibles se arreglan por sí mismos en todas partes, siguiendo en ello la regla de la demanda efectiva, o lo que es lo mismo, según la mayor o menor copia de compradores”. En el mismo sentido, señala: “La superioridad de los progresos en el trabajo industrioso entre las naciones depende de la superioridad de sus consumos, sean interiores sean exteriores”. 

Para enfatizar aún más en el concepto de oferta y demanda escribe en el artículo del 1º de septiembre de 1810: “Ninguna cosa tiene su valor real ni efectivo en sí mismo, solo tiene el que nosotros le queremos dar; y este se liga precisamente a la necesidad que tengamos de ella; a los medios de satisfacer esta inclinación, a los deseos de lograrla y a su escasez y abundancia”.

El análisis de sus escritos revela que al contacto con la realidad americana su idea de productividad es más amplia que la de los fisiócratas que la habían reducido a la agricultura. El mismo entusiasmo y convicción que pone para defender la actividad del campo lo pone también para auspiciar la artesanía (industria) y el comercio, asignándoles a estas actividades una importancia equivalente a la primera. “Fomentar la agricultura, animar la industria y proteger al comercio” había sido el título de la primera Memoria. “La agricultura solo florece con el gran consumo, y este, ¿cómo lo habrá en un país aislado y sin comercio, aun cuando se pudiese encontrar en el mundo como el que yo he propuesto? Así es que los economistas claman por el comercio, que se atraiga a los extranjeros a los puertos de la nación agricultora, pues la prosperidad de aquellos debe contribuir a la de esta; con ella se multiplican los hombres y, por consiguiente, los consumidores; estas dan más valor a las tierras y aumentan el número de los hombres que trabajan”.

El Día del Graduado en Ciencias Económicas, el 2 de junio, recuerda cuando, en 1794, Belgrano abría la primera sesión del Consulado Real de Buenos Aires

Discusiones vigentes. Hace ya tiempo que se debate si Belgrano era partidario del libre comercio o del proteccionismo y de la intervención del Estado en asuntos económicos. Abonan la primera posición afirmaciones como la que sostuvo que el valor de la producción agrícola crece cuando se han removido los obstáculos al comercio, entre las que enfatizó la falta de libertad para comerciar, es decir el derecho que le cabía al agricultor o al comerciante de comprar o vender donde le resultara más conveniente. Otros obstáculos eran la ignorancia del pueblo, de ahí su insistencia en crear escuelas públicas donde debería enseñarse matemáticas, castellano, latín, dibujo, navegación, etc. También le preocupaba la falta de comunicaciones adecuadas, tanto internas como externas, y bregaba permanentemente por la construcción de caminos, puentes, muelles, canales, etc. 

Sin embargo, en el Correo de Comercio, N° 2 del 10/3/1810, cuando todavía profesaba su adhesión al libre comercio, aceptaba la intervención del Estado en casos particulares. Justamente, a raíz de la escasez, la agricultura debe dar lugar a los otros dos rubros: “Alguna vez se presenta la naturaleza tan escasa en sus mejores producciones, por la mala disposición de los terrenos para convertirlos a la útil agricultura, que se hace indispensable el preferir las artes y el comercio, para no tener en la inacción a sus habitadores, y para crear un fondo permanente al sostén de la sociedad, pero en este caso, en este solo caso, es cuando debe preferirse la industria o el comercio al arte primario de la agricultura”. Está claro, entonces, para Belgrano que la industria no solo transforma valores preexistentes, ni que el comercio se caracteriza solo por transportarlos, sino que ambas actividades crean valores. 

También en ese mismo número: “Ni la agricultura ni el comercio serían, así en ningún caso, suficientes a establecer la felicidad de un pueblo si no entrase a su socorro la oficiosa industria; porque ni todos los individuos de un país son a propósito para desempeñar aquellas dos primeras profesiones, ni ellas pueden sólidamente establecerse, ni presentar ventajas conocidas, si este ramo vivificador no entra a dar valor a las rudas producciones de la una, y materia y pábulo a la perenne rotación del otro: cosas ambas que cuando se hallan regularmente combinadas no dejarán de acarrear jamás la abundancia y la riqueza al pueblo que las desempeñe felizmente”.

Belgrano describe la dependencia mutua entre agricultura y comercio: “Uno sin otro no pueden florecer”. Un país bien dotado de tierra y con habitantes industriosos, que saben cultivar la tierra, se completa con el comercio: “Este país sin comercio será un país miserable y desgraciado”. En aquellos tiempos, cuando sostener el libre comercio era una forma de minar el monopolio a que obligaba la metrópoli, escribía que, al igual que la agricultura, el comercio debía ser libre. Al Estado le cabría solo el rol de promotor desde la educación y la construcción de caminos, canales, puentes y muelles. 

Don Manuel, con una notable anticipación, se ocupó del endeudamiento externo: “Cuando dos países comercian lo hacen a través de dinero, esa entrada de dinero repercute en el alza o la baja de la tasa de interés, la cual termina determinando el nivel de actividad del país. Así, un país que tiene una posición superavitaria del comercio exterior tendrá más dinero y su tasa de interés descenderá, lo que favorece aún más su producción. En cambio, un país deficitario en el comercio exterior tendrá menos dinero y su tasa de interés subirá, desalentando aún más la producción. Pero a su vez incorpora las consecuencias del pago de deuda de los déficits comerciales, concluyendo que no hacen más que atrapar al país deudor en una desindustrialización”. 

Y sigue: “El pueblo deudor de una balanza pierde en el cambio que se hace de los deudores una parte del beneficio que había podido hacer sobre las ventas, además del dinero que está obligado a transportar para el exceso de las deudas recíprocas, y el pueblo acreedor gana, además de este dinero, una parte de su deuda recíproca en el cambio, que se hace de los deudores. Así, el pueblo deudor de la balanza ha vendido sus mercaderías menos caro y ha comprado más caro las del pueblo acreedor, de donde resulta que en el uno la industria es desalentada, en tanto que está animada en el otro”. 

Belgrano fue, sin dudas, uno de los pioneros en traer a estas tierras las ideas del liberalismo más tradicional, derivadas de la fisiocracia y de Adam Smith, pero ello fue antes de la insurrección de Mayo, cuando las ideas antimonopólicas y el antiproteccionismo operaban en contra de los intereses de la corona española y abrían el camino a la disidencia. Recordemos que en la Junta de Mayo había comerciantes españoles que deseaban la caída del virrey para abrirse al comercio con Inglaterra. Pero cuando se abre la perspectiva independista y la prioridad es fortalecer a un Estado débil para sostener una guerra desigual, sus conceptos giran hacia el estatismo y al proteccionismo, como lo expone en el Correo del 8 de septiembre de 1810, meses después del 25 de mayo: “Yo expondré nueve principios que los ingleses, es decir el pueblo más sabio en el comercio, proponen en sus libros para juzgar la utilidad o la desventaja de las operaciones de comercio.

Con una notable anticipación, se ocupó del endeudamiento externo: “Cuando dos países comercian lo hacen a través de dinero, esa entrada de dinero repercute en el alza o la baja de la tasa de interés, la cual termina determinando el nivel de actividad del país”

”1º) La exportación de lo superfluo [MB quiere decir excedentes] es la ganancia más clara que puede hacer una nación. 2º) El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, o manufacturarlas [MB: valor agregado] . 3º) La importación de las materias extranjeras para emplearse en manufacturas, en lugar de sacarlas manufacturadas de sus países, ahorra mucho dinero y proporciona la ventaja que produce a las manos que se emplean en darles una nueva forma. 4º) El cambio de mercancías contra mercancías es ventajoso en general, fuera de los casos en que es contrario a esos mismos principios. 5º) La importación de mercancías que impiden el consumo de las del país, o que perjudican al progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras de sí necesariamente la ruina de una nación. 6º) La importación de las mercaderías extranjeras de puro lujo, en cambio de dinero, cuando este no es un fruto del país como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el Estado. 7º) La importación de las cosas de absoluta necesidad no puede estimarse un mal, pero no deja de ser un motivo de empobrecimiento para una nación. 8º) La importación de mercaderías extranjeras para volverlas a exportar en seguida produce un beneficio real. 9º) Es un comercio ventajoso dar sus bajeles a flete a las otras naciones [MB: alquilar embarcaciones propias a otras naciones]”.

Señalará, en otro número del Correo, la necesidad imperiosa de crear una marina mercante propia; recordemos que en tiempos coloniales había propuesto la creación de una Escuela de Náutica, declarando que “toda nación que deja hacer por otras una navegación que podría emprender ella misma disminuye sus fuerzas reales y relativas en favor de sus rivales”. Para Belgrano, de nada vale que un país cuente con una amplia riqueza exportable si, al mismo tiempo, no dispone de barcos propios para transportarla a los mercados extranjeros, porque, en caso contrario “dependerá absolutamente de los pueblos navegantes”. En esos tiempos de Gran Bretaña.

Desarrollo. En su conversión al proteccionismo recordemos que Belgrano colaboró con Mariano Moreno en la redacción del Plan de operaciones, signado por la necesidad de estructurar un Estado fuerte y revolucionario para consolidar y expandir la Revolución iniciada en mayo. Los lineamientos del Plan otorgaban al Estado un papel preponderante en el ordenamiento económico: “Se pondrá la máquina del Estado —sostiene— en un orden de industrias, lo que facilitará la subsistencia de miles de individuos”. Se manifestaba contrario al libre comercio sin aranceles aduaneros, porque creía que esa situación era la que “ha arruinado y destruido los canales de la felicidad pública por la concesión a los ingleses”.

Proponía que el Estado realizara inversiones para desarrollar industrias, artes, ingenios, agricultura, navegación, diversificando las producciones. Los recursos para desarrollar esas actividades provendrían de la confiscación de bienes de los españoles y de los americanos que no fuesen partidarios de la Revolución, también la apropiación de las riquezas en manos de los empresarios mineros del Alto Perú, asimismo la 

incautación y fuerte presión fiscal a los ricos, desconfiado ya entonces de la “teoría del derrame”, porque consideraba que: “Es máxima aprobada que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando solamente con su poder absorben el juego de todos los ramos de un Estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de aguas estancadas que no ofrecen otras producciones sino para el terreno que ocupan pero que si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes de una a otras no habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad que le proporcionase la subsistencia política, sin menoscabo y perjuicio”.  

También: “En esta virtud, luego de hacerse entender más claramente mi proyecto, se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan”.

Como puede apreciarse, don Manuel fue mucho más que el creador de la bandera.