A un año de la asunción del nuevo gobierno, todavía se discuten las razones por las cuales un outsider completo se impuso a toda la “clase política”. Algunos de los argumentos vertidos allá por fines de 2023 fueron convalidados por la experiencia del año que pasó: si alguna vez se dijo que la desastrosa administración populista (más desastrosa que populista) de Alberto, Sergio y Cristina, preparó el ascenso del polo opuesto, es evidente que ello fue confirmado en lo que siguió después. El Presidente puso en práctica y la población –sobre todo, la parte más “popular”–, la aceptó casi sin chistar. Se podría argumentar (y se hizo) que, en realidad, prometió que el ajuste lo pagaría “la casta” y que sucedió lo contrario. Se puede contraargumentar que el incumplimiento de tal promesa, incluso con la dureza con la que hizo sufrir a sus propios votantes, ya era visible hacia la mitad de 2024 y que, al final del mismo año, el apoyo a la administración del ajuste sigue intacto. Dicho de otro modo: la “gente” prefiere el ajuste de Milei antes que volver a Cristina.
También se dijo que la victoria de LLA es el resultado del terror que infunde la hiperinflación. Es evidente que se trata de una verdad confirmada, por el pasado y por el presente. Por el pasado: todo largo proceso inflacionario, sobre todo si incluye episodios de inflación desbocada, genera un fuerte consenso en torno a la estabilidad: Martínez de Hoz, Sourrouille y Cavallo y su convertibilidad. Después de casi dos décadas de evaporación continua de ceros y signos monetarios, la mera estabilidad monetaria, sin importar el costo, promovía victorias electorales y hegemonías políticas. No cabe la menor duda de que, aún en medio de una recesión machaza, el padre de Conan apoya su evidente popularidad en la sensación de haber “domado la inflación”.
Una que podríamos considerar la reacción lógica a lo que podríamos llamar el “agobio ideológico” del kirchnerismo también fue confirmada por esta primera etapa del gobierno libertario. En particular, algo que atañe a los varones jóvenes de la clase obrera y que explica el exacerbado antifeminismo del mileísmo: la sensación de censura y de acusación permanente contra aquel que se “autoperciba” como heterosexual, varón y masculino. Como me dijo un alumno de secundaria allá por 2019: “Profe, ¿si uno no es gay no puede ser buena persona?”. La irritación que causó el lenguaje inclusivo, la cancelación y la política de la identidad pueden verse en un discurso deliberada y desaforadamente homofóbico que confronta al león con el mandril, y que parece regodearse en las imágenes sexuales, para explicar hasta los más abstrusos temas de economía. Es evidente que la violencia sexual no asusta a los votantes de Milei.
Hay otras explicaciones que provienen del campo libertario y que parecen, a simple vista, ser puramente ideológicas. LLA habría ganado simplemente porque los argentinos habrían descubierto los beneficios de la libertad y las aborrecibles maldades del comunismo. Uno estaría tentado a descartarlas rápidamente y considerarlas la parte menos realista y más absurda del discurso de un agrupamiento, que ve comunistas por todos lados y llama “libertad” al “arreglátelas como puedas”.
Pero tal vez ambas ideas remitan, en el campo popular a realidades diferentes, aunque no del todo ajenas a ese discurso. Por ellas habría que entender más bien “desestatización”, es decir, un proceso de expulsión del control estatal de la vida social: basta de contraprestación por planes, de límites al trabajo por las regulaciones laborales y sindicales, de presión impositiva, de descontrol del proceso económico cotidiano, de servicios de pésima calidad, de obstáculos estatales a la oferta de bienes más eficientes mediante soluciones privadas, de intromisión en temas de índole personal, etc. Al mismo tiempo y contradictoriamente, “comunismo” pareciera vincularse con “libertinaje”, es decir, una libertad otorgada a quienes la pervierten: los narcotraficantes, los “vagos”, la casta política, los delincuentes, los sindicalistas. Esta duplicidad contradictoria es la que explica la demanda simultánea de “libertad” y “mano dura”, de “libertad” y “Proceso Militar”.
Para entender por qué, probablemente, se encuentren aquí las razones más profundas del voto a Milei, hay que comprender las transformaciones de una sociedad que arribó, después de la crisis del 2001 y del intento kirchnerista para contenerla, a un nuevo equilibrio social. En efecto, Milei no es un rayo en un cielo sereno. Es el resultado extraño del pinochetismo popular al que la Argentina llegó, luego de medio siglo de intentos de desandar el peronismo. Es decir, de doblegar a una clase obrera homogénea, ocupada, legalmente protegida (“en blanco”) y organizada, por un lado, y desarmar una economía centrada en pymes (y no tanto) que monopolizan el mercado interno y pescan en la pecera. Esos intentos, por lo general, naufragaron, aunque los resultados de cada uno arrimaron un poco más el bochín a la meta. Y en esto no hay que ver la simple conjura de liberales y militares, algo ni siquiera válido para el período previo a 1976. Baste recordar el plan económico que en 1952 pone en marcha Gómez Morales o las consecuencias del Pacto Social de 1974 sobre el nivel de vida de la clase obrera, las no menos negativas del Plan Austral o la convertibilidad, y la convalidación de las elevadísimas tasas de explotación y la desregulación laboral menemistas por el kirchnerismo.
El resultado final es el de una clase obrera muy fragmentada, desorganizada, que perdió el componente histórico social de su salario (los “derechos que supimos conquistar”) y que se acostumbró a sobrevivir con ingresos, que son de entre un tercio y la mitad de hace cuarenta años, a convivir con la desocupación intermitente, la carencia de toda protección legal y a complementar sus ingresos con diversas formas de subsidios. La combinación “changa-subsidio” es, ahora, la realidad cotidiana, en ambientes sociales degradados donde debe convivir con la violencia y la inseguridad. Esta clase obrera resultaría irreconocible para aquella que constituyó la “columna vertebral” de un peronismo que, socialmente, no existe más.
Estamos ante un nuevo equilibrio social. Un equilibrio donde no se llega a fin de mes, sin alguna forma de ingreso extra (AUH, por ejemplo), y en el que la inflación causa un efecto devastador, tanto como la falta de la posibilidad de changuear (lo que ayuda a comprender el impacto político de la cuarentena infinita). Un equilibrio donde la miseria del subsidio no justifica la lucha por conseguirlo, pero se agradece si llega gratis (lo que explica la decadencia de las organizaciones sociales). Un equilibrio que habilita la “libertad” del micro-emprendimiento, de formas de “capitalismo popular” en el que nace una nueva burguesía, que surge en medio de la clandestinidad a la que la condenan las regulaciones laborales, la presión impositiva, etc., etc.
A esta nueva sociedad, el Estado no le da lo que necesita, pero le saca lo poco que tiene. De allí este raro peinado nuevo que se pretende anticomunista y que exige libertad. Nos han quedado cosas en el tintero, sobre todo aquellas que pueden mostrar los límites de esta situación, pero si esto es así, hay Milei para rato, porque “Milei” es el nombre de un nuevo equilibrio social.
*Vía Socialista.