ELOBSERVADOR
BEATRIZ SARLO (1942-2024)

La intelectual que tomaba el pulso de la calle

Si este sábado El Observador ilustró con unos pocos ejemplos de fragmentos de sus libros la calidad y profundidad de la escritura de Beatriz Sarlo, hoy una selección de sus columnas periodísticas en PERFIL demuestra que tampoco eludía el desafío del pensamiento urgente que reclama la reflexión sobre la actualidad. Textos en los que desfila Milei como un carrero que leyó economía política, los subsuelos iluminados por el atentado a Cristina o sus recorridas por las marchas y protestas para hablar con los manifestantes.

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| juan obregón

El estilo de Milei 

(26 de agosto de 2023)

“Las masas se encuentran en un estado que todavía no alcanza al pánico declarado, que puede ser llamado como de prepánico, pero donde todos los elementos del pánico, como minimizar el juicio racional, la completa indiferencia respecto de los valores de la vida, la complacencia frente a las órdenes de un führer, ya se distinguen claramente. Es un estado que conviene a toda revolución, la que triunfa y la que es derrotada”. Así escribía Hermann Broch, a quien, como a cientos de miles, le tocó una época amenazadora y desordenada. Una diferencia que no debe pasarse por alto: Broch fue un grande, un pensador complejo y sutil frente a las situaciones más difíciles.

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Fue un intelectual centroeuropeo, que adivinó lo que vendría cuando vio las marchas que atravesaron Italia y Alemania con reclamos a veces justos, y dirigentes extraviados por las ideas totalitarias. La suma de reclamos justos y dirigentes improvisados que ya habían caído en las trampas del totalistarismo dio la peor suma de la historia europea del siglo XX. No vamos a compararnos. Solo copio la cita de Hermann Broch para pensar un poco. Tuvimos dictaduras militares y miles de muertos que dieron su lección a los dirigentes más ignorantes y pretenciosos. Como sea, la ignorancia es peligrosa para quienes se colocan en el puesto de mando. Sobre todo, en momentos en que las expresiones del sentido común no son capaces de reconocer entre caminos equivocados y caminos repudiables, porque quienes repiten fórmulas no tienen la cultura de sus dirigentes.

Perdonalismo de reemplazo. Todo el tiempo escucho frases que piden cárcel para quienes cortan una calle. Piden que se los encierre para trabajos forzados. Frente a un cartel en el espacio público que molesta a quienes transitan, este sentido común popular de ultraderecha es implacable. No recuerdo otra época tan superficial en sus reclamos de venganza sobre quienes incomodan o detienen un cruce de avenidas o dos automóviles mal estacionados. El sentido de la proporcionalidad entre el delito y la pena ha entrado en crisis, porque prevalece la ofensa que cada uno considera tan punible como un crimen mayor. Se podría contrastar esta inclinación hacia la pena con la ausencia de reglas en las instituciones que debieran regirse por ellas.

La escuela, por ejemplo, donde el punitivismo ha sido desplazado por el perdonalismo. Es posible no estudiar, contestar mal a los profesores y levantarse del aula sin permiso, porque a nadie se le reconoce la capacidad de penalizar esos actos que, en escuelas de países europeos, serían considerados con la seriedad que merecen, porque el aprendizaje se somete a reglas y las necesita. En la escuela francesa, para poner un ejemplo, se aprende que a las maestras, maestros y profesores no se los interpela con el nombre de pila. Hace un tiempo asistí a una escena que me pareció divertida. La adolescente de la casa donde yo estaba almorzando llegó indignada porque, durante el recreo, un alumno la llamó por su nombre de pila sin tomar el cuidado de precederlo por el vocativo mademoiselle. Yo me doblé de risa, sin darme cuenta de que allí había algo que quizás aquí necesitáramos. Los argentinos nos tomamos muy en serio la igualdad, no cuando concierne a los derechos ciudadanos, sino cuando son igualdades que se piensan baratas e intrascendentes.

Así nos va en política. Milei ha surgido como caricatura y proyecto grotesco de líder que habla como un carrero y, además, leyó economía política. Esa mezcla impacta a su público. Todos pueden entenderlo, aunque no entiendan ni la importancia ni las consecuencias de sus discursos. Pero su imán es que todos pueden entenderlo y confundir su estilo con los estilos populares, aunque use otro vocabulario. En este sentido, Milei es un eficaz y portentoso autocreador que sabe usar y combinar recursos de origen diferente, porque habla como un muchacho de barrio intoxicado de economía política. No puedo juzgar cuánto sabe de lo que exhibe como formación académica. El estilo barrial, en cambio, me parece de teatro de revistas de las décadas pasadas.

Por eso comencé esta nota con la cita de Hermann Broch. Se refiere a multitudes que padecían todas las necesidades y que no habían encontrado dirigentes que ordenaran una secuencia política que pudieran presentar los reclamos con el vocabulario de quienes reclamaban. Milei, en cambio, es populista sin esfuerzo. Cuando, cambiando de escenario, sigo las marchas en Buenos Aires, encuentro un panorama que evoca esa misma mezcla de ignorancia y movilización, que proviene de necesidades desprovistas y ausencia de dirigentes que puedan pensar más allá de lo que están acostumbrados a organizar por algunas horas. A la salida del barrio o de la fábrica, los autobuses a la espera ofertan el recorrido hasta las plazas centrales de la ciudad, ida y vuelta, manifestación y regreso. Por el camino nadie aprendió nada.

Hubo épocas en que dirigentes como Salamanca, el cordobés, o Ubaldini, el porteño, pensaron que la formación de cuadros iba un poco más lejos que meter a la gente en un ómnibus, darles un sándwich y traerlos hasta las plazas. En este sentido, la decadencia de la burocracia sindical en términos culturales da miedo. No voy a evocar a Ongaro o a Tosco, porque sus nombres pertenecen a otra época. Pero puedo asegurar que mantuve algún diálogo con hijos de los dirigentes que entraban a su ocaso y se mostraron interesados en hablar con personas como yo, que pertenecía a otro mundo. Me consta que esto me sucedió con uno de los hijos de Moyano. Doy fe de que ellos aprendieron más de lo que yo aprendí.

Pero qué se puede pedir si hoy el camino es inverso. Milei ha hecho un curso en rusticidad mal hablada, atribuyendo a sus posibles votantes ese rasgo y pensando que es el arma que necesita su política. Milei no quiere mejorar a sus dirigidos, porque todo progreso ideológico o político representa, para él, un peligro. A las masas no hay que educarlas, porque pueden despertar. A las masas hay que mantenerlas en la escasez de razonamiento.

Y para dar verosimilitud a ese plan, hay que imitar su discurso, y mantenerlas en el pozo del lugar común, del cual solo pueden salir los dirigentes.

 

Icónico o emblemático

(5 de agosto de 2023)

Los grandes políticos y los ideólogos, que no hablen solo para que los conozcan, pueden ser pesimistas u optimistas. Elegir entre que todo vaya para peor o para mejor es un punto de partida, casi tan fuerte como preguntarse por el Ser o Dios mismo. Por eso, hoy se me ocurre hablar de dos palabras, que dan título a esta nota, porque se repiten en las noticias y los comentarios, no para aclarar demasiado los hechos, sino para vestirlos con los adornos de la reflexión.

Vivimos en el tiempo, y la dirección en que se avance o se retroceda marca nuestras vidas. Desde la infancia, los niños dan vueltas alrededor de la pregunta sobre lo que harán cuando crezcan. Las respuestas varían a medida que la pregunta se repite como un juego sobre el futuro. Los más ambiciosos alcanzan, con frecuencia, respuestas ridículas. Yo decía que iba a ser escritora como Sartre, cuyo nombre conocía solo por los diarios. Me criaban unas tías viejas, que cuando cumplí seis años me regalaron la colección de Grandes Museos Europeos, que todavía puede encontrarse en algún puesto del Parque Rivadavia.

Esos tomazos con excelentes reproducciones completaban el principal estante de la biblioteca, donde también estaban la historia de Belgrano y la de San Martín de Bartolomé Mitre, libros prolijamente editados, pero no lujosos, entre cuyas páginas podían verse los mapas donde habían transcurrido las batallas de la independencia. Más divertido, a no dudarlo, era el Fausto criollo, ilustrado por Molina Campos, cuya obra conocí en los almanaques que las usaban como ilustración y tenían gran éxito en los almacenes de ramos generales de los pueblos de provincia.

Con todo lo dicho, estos primeros años de mi vida pueden ser llamados un camino inevitable. ¿Qué hubiera sido yo sin esa tía que, imitando el estilo de Paulina Singerman, recitaba Amado Nervo y Olegario Andrade? ¿Qué hubiera sido, sin esa bella señorita, emigrada de Polonia huyendo de los nazis, nuestra profesora de francés, que nos hacía escuchar a Rimbaud y Baudelaire? ¿Para qué lado habría rumbeado en política si mi padre no me hubiera llevado, de noche, a romper los afiches peronistas que aborrecía y, diez años después, yo trabajaba para entender e incorporar a nuestra gran tradición social? Todos me daban clase.

Este pasado me explica a mí y a muchos otros como yo, nacidos a mediados del siglo XX. Un tío, que no confiaba en exceso en mis capacidades, cuando yo preguntaba si había que ser peronista o gorila, me contestaba “ni lo uno, ni lo otro”. Como yo tenía una única concepción de la identidad, me quedaba sin entender. Admitamos que era complicado, en un país partido en dos, aunque nadie usaba la palabra grieta, reservada para las paredes y los caminos de serranía. Pero ese fue mi pasado, tan inevitable como las batallas ideológicas que presencié, porque no todo es nuevo en este mundo. A partir de 1952, cuando Perón se fortaleció más allá de lo que se había creído posible, en muchas casas las familias no pudieron compartir en paz los almuerzos dominicales.

Después los nietos de esas familias no solo conocieron sino que desencadenaron enfrentamientos más sangrientos. Fin del intermedio para el recuerdo que es cansador. Tanto como trabajar.

Lavorare stanca. Lo escribió Cesare Pavese. Me atrevo a modificar la cita, porque también recordar cansa. Cansa una realidad con sus rasgos inevitables, que no podemos explicar del todo porque no fueron ni calculados, ni previstos, ni anticipados. En el rubro de lo emblemático o lo icónico, usamos esos sustantivos cuando no se puede calificar la novedad o la originalidad de los sucesos, o cuando lo percibido es tan diferente que mejor no pensarlo. Es imprevisible para quienes no estamos cerca de lo que sucede, y designarlo como ícono o emblema nos tranquiliza, asegurándonos que puede reconocerse en historias pasadas. Falso. La historia nos permite enterarnos del pasado, pero nos impide olvidar su diferencia con el presente.

Los que conocen el pasado saben que esas diferencias son fundamentales para no vivir hundidos en la pesadilla de la repetición. Los grandes políticos de todas partes y de todos los tiempos son baqueanos del porvenir porque, si su disposición ideológica es conservadora quieren trabajar para que algo o todo el pasado continúe intacto. Y si apuestan por los cambios, se ven obligados a acertar o equivocarse respecto del futuro que esperan o por el que trabajan. Para decirlo de manera sencilla: son futuristas o pasatistas. El futurismo y el pasatismo difieren tanto como el pesimismo y el optimismo, aunque el futurismo pueda ser distópico y el pasado sea recordado como utópico. De ambos lados se instala el debate sobre si el pasado fue mejor o peor que el presente.

Se escribe sobre el retroceso histórico del peronismo en las provincias. ¿Qué nos está indicando? Si se confirmara marcaría el comienzo de una época, que muchos esperaron y otros, muchos más, temieron. Se habla sobre el poder emblemático de un caudillo, y con el adjetivo se busca designar su poder como algo excepcional que marcará la historia y que, al mismo tiempo, remite al pasado o pretende convertirse en un hecho extremadamente significativo que se convertirá en representación colectiva, ya que un emblema, por su carácter, no podrá ser olvidado y, por tanto, se volverá histórico. La cantidad de hechos y personajes que, en algunas décadas solo podrán figurar en alguna nota erudita al pie de página, hoy reciben el bautismo fugaz de emblemático. Es un consuelo y un apoyo para quienes pasarán al anonimato. Dirigida por un jefe o jefa emblemática tengo una platea reservada para los espectáculos futuros.

Icónico completa lo emblemático, ya que subraya su fuerza y su poder para quedar en el recuerdo. Lo icónico puede hacernos el favor de salvarnos del olvido. El talento de los grandes escritores y de algunos historiadores imantados por la literatura ha sido convertir episodios que pueden ser crueles, pero conocidos y banales, en emblemas capaces de evocar la esencia de una época. Quien haya leído el episodio sobre el tormento físico y espiritual de Severa Villafañe por Facundo, estarán de acuerdo en que pocas páginas más convincentes de su mensaje existen en la literatura argentina. La muchacha que se niega a Facundo es inmortal, no tanto por su honorable conducta sino por el episodio que recuerda Sarmiento. Y esas páginas merecen nuevos lectores. Es hora de hacer propaganda a los mejores prosistas.

En otro registro muy difundido, el sargento Cabral es emblemático. Se convirtió en una imagen trillada precisamente porque lo pusieron en el lugar del icónico soldado valeroso, para quien la patria está antes que su vida. Un amigo me persuade para que lo acompañe a comprar un regalo, destinado a una prima difícil de conformar con cualquier cosa. Le propongo que busquemos algo en una librería de viejo, donde su presupuesto le alcanzará para satisfacer las pretensiones de su pariente. Abundan allí los libros encuadernados, con tapa dura, que parecen salidos de una biblioteca elegante donde se los consultaba quizá poco, pero que vestían los estantes. Los libros valen como valga su historia de uso. Cabral, el soldado heroico, entró en ese concurso de valores no solo por su patriotismo sino por la suerte de ser cantado en una marcha. Icono musical de cuarteles y escuelas, llegó a esa celebridad que, precisamente, es indispensable al ícono.

 

El valor ausente

(22 de julio de 2023)

Contra mi costumbre, copio dos citas que me ayudaron a pensar y es posible que también ayuden a quien las lea incorporadas en esta nota. El filósofo italiano Massimo Cacciari escribió que, en la obra de Kafka, la ley no es algo que tenga un fundamento, sino que es el fundamento mismo que justifica toda forma de acción. No se investiga la ley, sino que se la obedece. La ley es impenetrable: porque no hay nada dentro del Castillo, ningún secreto se esconde allí; no hay tampoco posibilidad de dar sentido. Sin trascendencia (es decir, sin fundamento), el infinito es meramente interminable. Como escribe Kafka: “Eres libre y, por lo tanto, estás perdido”. No estoy huyendo de mis temas políticos habituales. Sinceramente, debo confesar que transcribo lo que esta semana me ayudó a pensarlos mejor, porque me puso frente a una condena, que está encerrada en la libertad, que se presenta como obediencia a la ley.

Con Beckett, mi segunda cita, el Ser implosionó en esa pura inmanencia, donde “ser y parecer coinciden como coinciden inmovilidad y devenir”. La historia ha llegado a su fin, pero ese final no es una culminación del Concepto, sino el último despojo de un Espíritu que se ha vuelto “incapaz de impulsar su propio movimiento”. De la extenuación, ¿qué puede esperarse? Beckett nos indica que no hay salida. Digámoslo de paso: de Beckett no esperen consuelos optimistas.

Nuestro presente ofrece una respuesta trágica: agoniza el animal político. No se trata solo de desinterés, como suele repetirse por las ideas sobre lo social y lo público. La cosa es mucho más grave porque se discute un fundamento o se denuncia su ausencia. El lado cómico es la parodia, que trabaja con su propia impotencia, y muestra el fracaso de ambiciones políticas desmesuradas. Lo observamos como repetición en el humor mediático y en la exageración de lo político como caricatura. El sujeto lo padece, en el contraste más violento consigo mismo; acciones, deseos y pensamiento se cruzan en combinaciones ambiciosas que tienen poco futuro y su camino es esforzado pero despreciable (Massimo Cacciari, Hamletica, Milán, Adelphi, 2009.)

Sin embargo, aunque desacreditado y débil, persiste el animal político, muchas veces impotente porque sus acciones carecen de fundamento de Valor, y andan erráticas, sin la base de un sentido que les dé trascendencia. Se enuncian valores como acompañamiento musical que los actos no ponen en evidencia. Si se pregunta por la calle, incluso en las marchas, el descrédito de lo político está siempre presente.

A los últimos acontecimientos de esta semana parece inútil tratar de encontrarles un fundamento de valor más allá de las ambiciones de cada uno de los sujetos que actuaron en el escenario, movidos por la convicción de que cada uno de ellos es más capaz que los restantes para presentar un buen programa de acción inmediata. No lo explican, pero apuestan a que su seguridad sea suficiente para convencer a los votantes que necesitan para las próximas PASO. Transmiten una no demostrada convicción de que conocen el camino y son capaces de recorrerlo.

Massa cree que tiene una llave para destrabar la economía y, cuando puede, le manda mensajes para convencer a algún amigo en el FMI, que mucho no escucha. Por ejemplo, frente a la reciente misión argentina en Washington el FMI sugirió que el gobierno argentino debe devaluar, eliminar el cepo y ordenar las múltiples cotizaciones del dólar. A no dudarlo, al FMI no le preocupan las consecuencias dé algunos de sus consejos.

La escalera de las movilizaciones. Frente a esos consejos, que preocupar a quienes todavía se toman el trabajo de leer las noticias, Grabois cree que puede influir, apoyado en el compromiso de sus seguidores. Cree que sus movilizaciones son peldaños en un ascenso hacia el poder o, para ponerlo en términos más restringidos, hacia la Casa de Gobierno. Para ser exactos, hoy en este país quebrado, varios aspiran a la Casa de Gobierno, como si el trabajo allí fuera fácil y ya se hubieran mostrado las cualidades necesarias para dar el salto desde una intendencia del Conurbano. Por extensa y poblada que sea esa intendencia, más verosímil parece el salto desde una provincia.

Es tan evidente la vacante instalada en la Casa de Gobierno, que parece estar en oferta. Se pasan por alto los obstáculos que desafiaron a quienes estuvieron allí. Como no valoran lo conseguido por Alfonsín, no se convencen de que la tarea es desmesurada para las capacidades que los aspirantes han mostrado hasta ahora. Jugaron en una cancha más pequeña y conocida, con los apoyos carismáticos de la reina Cristina. Es poco, muy poco. Las elecciones en los estados federales muestran desacuerdos profundos, comenzando por la forma que deben adoptar en cada distrito. El silencio de proyectos tampoco puede ser tapado por los cantos y consignas que llenan, por horas, una plaza, cuya asistencia es obligatoria para quienes reciben planes y otros cuidados del Estado.

Los que asisten recuerdan que alguna vez auxiliaron a un familiar o un amigo y que se trata de un intercambio que debe cumplirse con quienes gestionaron ese auxilio. A eso, en términos crudamente políticos, se lo llama el cultivo de una clientela. Se puede disentir de esta descripción. Espero que se proponga otra, sostenida por una práctica diferente de los recursos.

De frente todos. Es agradable que proliferen los nombres que adoptan los Nuevos Frentes hasta culminar en el Frente de Frentes que suena bastante realista. Lo digo en serio, porque donde un partido no logra consolidar una alianza con otro, suceden particiones inesperadas, bajo la falsa creencia de que el cambio de nombre y, eventualmente, el desplazamiento de un jefe aseguran la suficiente novedad como para alentar un poco de entusiasmo. En términos generales, los países con democracias estables, tienen partidos igualmente estables, aunque se cambien las alianzas y los acuerdos. Argentina que hace algunas décadas pareció tener esa configuración creíble y duradera, la ha perdido. Los nuevos dirigentes deben encontrar nuevos lugares y crear divisiones también nuevas puede ser la única táctica que se les ocurre. En ese sentido, Milei se tiene más confianza y se empeña en fundar lo suyo. La derecha liberal que representa sigue por caminos conocidos establecer un liderazgo único apoyado en varios servidores que demuestren conocer el itinerario. Que a muchos no nos guste ese itinerario no afecta la posibilidad de consolidarlo entre sectores del liberalismo extremo y bases a quienes les atraiga el populismo de derecha que tiene un discurso entusiasta y agresivo.

 

Subsuelo

(17 de septiembre de 2022)

“No van a poder caminar tranquilos”. Con esta advertencia, Revolución Federal presenta su plan de operaciones con el doble objetivo declarado de que la Argentina no se transforme en Cuba y Cristina Kirchner vaya a la cárcel.

Que la Argentina se transforme en Cuba parece improbable por una razón obvia: desde hace setenta años, el país no ha podido transformarse en nada que algún dirigente, cuerdo o desequilibrado, tuviera como modelo; no pudo transformarse en una estable nación latinoamericana, como Uruguay o Chile, que retomaron un camino de progreso social y económico y, por lo que se ve, hoy están debilitadas las condiciones que hacen posible la democracia.

El desorden en las ideas se origina en la falta de experiencia política en algunos protagonistas actuales de la violencia. Desconfían de los partidos y simplemente los condenan en nombre de ese sentimiento de desconfianza. Pasan por alto la historia de las últimas décadas; no evalúan las consecuencias del accionar de grupos que fueron parecidos y se creen diferentes; los mueve una mezcla peligrosa de improvisación y omnipotencia, como el hoy protagónico Revolución Federal, uno de cuyos fundadores afirma que no conoce a Brenda Uliarte, niega relación con los imputados del intento asesino contra Cristina, y trata de despegarse de un tweet que les pregunta si “lo hicieron bien”.

Quedan las pruebas de que se planificó el atentado a Cristina Kirchner: “Mandé un tipo para que la mate a Cristi”, tal el mensaje que la policía encontró en el celular de la imputada Brenda Uliarte. El fraseo del texto y el hecho insensato de que fuera enviado por celular, instrumento donde hasta los chicos saben que se conservan todas las huellas, muestran el subsuelo intelectual, ideológico y político de los autores del atentado.

La rodada. La Argentina va cuesta abajo. En diciembre de 1983, Alfonsín firmó el decreto de enjuiciamiento a las Juntas Militares de la dictadura, que acompañó con un discurso histórico por su audacia. Lo había prometido en la campaña electoral que lo llevó a la presidencia. Se creó la Conadep, sigla que designa la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas, y un año después, en septiembre de 1984, se conoció el Nunca más.

El Juicio a las Juntas fue una escena inaugural de la democracia y pareció que abría una nueva era. Y, en efecto, la abrió, porque, salvo patéticas excepciones muy minoritarias, como la encabezada, sin mayores apoyos, por Sergio Berni, las Fuerzas Armadas se adaptaron a la reorganización que dio comienzo el general Balza, después de que el Juicio a las Juntas Militares mandara presos a los jefes de la dictadura que llegó en 1976 y terminó en 1983 con elecciones libres, en las que, por primera vez, el justicialismo resultó derrotado y debió aceptar un presidente de la Unión Cívica Radical. Raúl Alfonsín prometió y cumplió el juicio a los militares violadores de derechos humanos, que fue único y ejemplar en toda América Latina. La Argentina puede enorgullecerse de una experiencia fundadora en términos éticos y políticos.

Sorpresas. Sin embargo, aquel país de 1983 ha cambiado. Entonces se trataba de la incorporación a la democracia de quienes habían apoyado las experiencias violentas de los años anteriores. Hoy todo eso parece haber pasado al olvido, ya que las naciones no son cuidadosas historiadoras de su propio pasado. Y, por otra parte, la realidad social y cultural ha cambiado. La pobreza traza su mapa, donde se encuentran buenas razones a la rebeldía; y nuevas cuestiones ocuparon lugares prioritarios, desalojando recuerdos y experiencias que, para los jóvenes, son muy lejanas.

Por eso no es sorprendente el atentado contra la vicepresidenta. No lo previmos, porque es difícil capturar, en tiempo presente, las consecuencias de cambios culturales e ideológicos, que provienen de las transformaciones sociales, el desempleo, que origina una nueva marginalidad, el hacinamiento en barrios precarios donde se vive día a día, como se puede, o como lo permitan los subsidios. El sentimiento de “estar al margen de todo” desencadena la cólera en actos no previstos, que llevan a cabo quienes, como los del intento de matar a Cristina, ni viven al margen ni son pobres.

La pobreza le da razones a los que piensan que sus actos pueden ser una solución mágica y sanadora. No son los pobres los que encuentran esas razones, sino los que contemplan la pobreza o la injusticia y se sienten héroes salvadores. Los responsables del atentado son un grupo que juzga falsa e inútil a la oposición política y, por eso, recuperan métodos que parecían perdidos.  La Argentina atrasa hasta en el terrorismo.

De todos modos, los responsables del atentado no hablan en nombre de los pobres, sino que eligen un elenco de responsables de lo que condenan y nombran a los “emprendedores” entre sus víctimas. Jonathan Morel, jefe del grupo de Revolución Federal, le dijo a Página/12 que el Gobierno es comunista y socialista y que los emprendedores no tienen quien los represente.

Extremismo formal. Acusar de comunista a quien se considera el enemigo ha sido siempre un tema de la ultraderecha. Se la dio por desvanecida y enfrascada en sus obsesiones, pero no se tuvo en cuenta que la desesperación puede ser, como lo fue en otros países, el caldo de cultivo de minorías voluntaristas, dispuestas a jugar por afuera del sistema ético y político, aunque lo hagan en nombre de la política y la moral públicas.

Milei ha rechazado todo nexo con la organización responsable del atentado y no es un acto de ingenuidad creer ese rechazo. Pero sucede que su discurso contra lo que llama la casta política es idéntico al de quienes se sienten defraudados y afirman que los políticos están solo para “llenarse”, como me responden cada vez que, por la calle, pregunto a desconocidos. Contestan con el rencor de quienes están dispuestos a todo, aunque, finalmente, no actúen ni se encolumnen en marchas “porque no vale la pena, ya que son todos iguales”. Los descontentos desorganizados, renuentes a intervenir, ¿cuántos de ellos pueden convertirse en apoyo de quienes intervengan?  

Por otra parte, cierto extremismo formalista de los discursos, como el que cultiva Milei, es accesible y vindicatorio. Milei no está dispuesto a todo, solo quiere ganar elecciones. Pero quienes lo escuchan, pueden confundirse con su tono sencillo y agresivo. El rechazo a los políticos es el recurso en última instancia de quienes están frustrados por promesas fáciles e ilusiones perdidas.

Por eso es peligroso el caldo en que se cocinó el atentado a Cristina Kirchner. Como el fascismo, sus responsables “desprecian las ideologías y las concepciones racionales de la vida y de la política; exaltan la acción como único criterio para afirmar las propias convicciones”. La cita es de Emilio Gentile, autor de La marcha sobre Roma, aterradora historia del ascenso de Mussolini, publicado por Edhasa en 2014.

En pedazos. Para decirlo sencillamente, pisamos un territorio cuyo subsuelo está resquebrajado en fragmentos que, por razones diferentes, insultan a la política, a la lentitud e ineficiencia reformistas, a los largos trámites de las instituciones. La chispa ideológica de esas diferentes razones proviene de activistas de capas medias, pero su sencillez capta voluntades entre los millones de argentinos que sufren.

Las capas medias defienden algunas de sus conquistas, que se expresan en cifras: el gasto en dólares por viajes y pasajes, por ejemplo, en un año alcanzó los 4.100 millones de dólares. Pero la coalición de capas medias indignadas y el sufrimiento de los desposeídos es un peligro extremo. Los pobres no pueden viajar a Miami, y una reciente disposición les impide comprar dólares en el caso de quienes reciben subsidios. Son desigualdades que pesan simbólicamente, aunque ninguno que reciba un subsidio esté planificando un viaje a Miami. Desigualdades que ponen a la vista una injusta distribución de recursos.

También el fascismo movilizó masas que vivían en la indigencia, a quienes les ofreció un modo mágico para liberarse de sus necesidades. Con ecos que suenan en la Argentina casi un siglo después, Mussolini dijo mientras marchaba sobre Roma: “Hay que echar a los politicastros pusilánimes e ineptos”. No somos tan originales.

Cortes y quebradas. Sin embargo, podemos reclamar la inflación como rasgo de nuestra originalidad. Fracasaron todos: desde el Plan Austral, diseñado por el diestro equipo de economistas dirigido por Juan Sourrouille, a los que Alfonsín les dio autoridad y confianza, hasta las maniobras de variopintos ortodoxos, liberales y neoliberales. La inflación argentina es como el tango: inimitable por su ritmo y sus figuras. Como sucede con el tango, atraviesa cortos períodos en que parece borrarse, pero regresa.

En ocasiones, otros países imitan nuestro ritmo, pero perciben que no nacieron para eso y cambian. Llegan nuevos ritmos a la Argentina, pero como una música de fondo que busca el primer plano, la inflación vuelve con sus cortes y quebradas. La inflación de agosto fue del 7% y se anticipa algo parecido para septiembre.

Si se miran los números de 2021, según datos del Banco Mundial, un solo mes de inflación argentina está a décimas de la inflación anual de Brasil y es idéntica a la de doce meses en Uruguay. Somos la gran excepción, y seguimos distinguiéndonos.

Estos son algunos de los motivos que ofrecen a su auditorio los discursos del subsuelo que se están oyendo en la ciudad. Son discursos hiperpolíticos que fingen ser antipolíticos. La Argentina no solo está en pedazos.

Ahora vemos que debajo de esos pedazos, utilizando su cólera y su fuerza, hay pequeños grupos dispuestos a todo. Comenzaron con un atentado. Pero no se trata solo de Cristina. Lo que impugnan es lo conseguido desde que terminó la última dictadura. Prenden en quienes, por su juventud no pudieron conocerla y, por su despolitización, no están enterados de sus crímenes o los pasan por alto.

Está en juego el país que se armó después de 1983. Cristina Kirchner hizo un llamado al diálogo el jueves pasado y, en el mismo discurso, declaró que no será candidata en las próximas elecciones presidenciales. Wado de Pedro prepara un “espacio de diálogo”. Difícil que se sumen los responsables del atentado a la vicepresidenta. Uno de los integrantes declaró que si pudiera matarla pasaría a la historia. En eso no se equivoca el asesino potencial.

 

Cristina en Buenos Aires

(3 de septiembre de 2022)

Viernes a la tarde. Ensordecida por los tambores, bombos y redoblantes, doblo por Libertad y me alejo de la manifestación en apoyo a Cristina. Ha sido de las más grandes a las que asistí en estos años. Las columnas que se identificaban con las organizaciones de la “economía popular” predominaban en la 9 de Julio y Avenida de Mayo. El Movimiento Evita ocupaba, a ojo de buen cubero, más de un centenar de metros. Pérsico y el Chino Navarro celebrarán la disciplina de sus militantes. El partido Nuevo Encuentro, dirigido por Martín Sabatella, también había movilizado a su gente que, a diferencia de otras columnas, sabían con precisión las razones que los habían llevado allí. Desde lejos, el perfil de Eva Perón, sobre el contrafrente del edificio de Obras Públicas y sede de los ministerios de Salud y de Desarrollo Social, era el telón de fondo más apropiado para el festejo. 

Esto prueba, una vez más, que Buenos Aires es una ciudad accesible, que ofrece espacios decorativos donde la militancia presenta sus reclamos, hace oír sus preferencias, da testimonio de fidelidad a sus dirigentes y compite entre quienes llevaron más gente a la cita, dato que se convierte rápidamente en capital político, cargos y planes sociales para repartir entre los seguidores que aprecian estos incentivos materiales en el mundo de necesidad donde viven.

El valor de un escenario. Las manifestaciones se cotizan según los escenarios que ocupen. En algunas circunstancias, el lugar tiene más peso que el número de sus ocupantes. Los escenarios se diferencian: Plaza de Mayo y la avenida que la une con el edificio del Congreso tienen una visibilidad máxima, porque sus perspectivas permiten, además, las mejores fotos y videos. El contraste entre la arquitectura y los manifestantes pobres agrega una especie de lección visual sobre las históricas desigualdades argentinas. Avenida de Mayo es un escenario digno de la arquitecta egipcia a quien se apoyó, se celebró y se defendió en la marcha del viernes 2.

Desde sus comienzos, el peronismo supo esto como si hubiera tomado clases de sociología urbana. La vieja fotografía de manifestantes descansando sentados en el brocal de una fuente en Plaza de Mayo se ha cargado de simbología, tanta que su mera descripción “las patas en la fuente” se convirtió en insulto o en consigna autoafirmativa en las décadas siguientes. Llegar a la Plaza de Mayo y estacionarse frente a la Casa de Gobierno tiene un poder simbólico fortalecido a lo largo de casi ochenta años. 

En esas décadas, otros escenarios se llenaron de política. La casa que ocupó Perón en la calle Gaspar Campos, cuando regresó a la Argentina en 1973, estuvo siempre rodeada de simpatizantes, que incomodaban a los vecinos de Vicente López tanto como hoy incomodan a los vecinos de Recoleta los cristinistas que interrumpen la distinguida tranquilidad de esas cuadras.

La semana pasada estuve varias veces allí, impulsada por la curiosidad que siento frente a las movilizaciones. Por la misma razón estuve en Ezeiza cuando regresó Perón de España, después de los dieciocho años que habían transcurrido entre el golpe militar que lo derrocó y la victoria, en 1973, de un frente que hoy se denominaría panperonista. En aquella época no se lo llamó con ese adjetivo porque ni los analistas políticos ni los dirigentes buscaban neologismos, como si su trabajo fuera redactar un clip publicitario. 

Hoy, el Barrio Norte-Recoleta, en sus manzanas más aristocráticas, es territorio de los cristinistas. ¿Quién se lo hubiera dicho a los vecinos? Para las capas medias de Buenos Aires, Uruguay y Juncal son calles por donde transitan colectivos, o sea que las conocemos de paso. Ahora transita el entusiasmo cristinista, que ocupa ese escenario porque a la vicepresidenta también le gustan esos barrios, como le gusta la ropa de marca. Ha entendido mejor que nadie que así continúa una tradición: la de los Dior, Fath o Balenciaga que Eva Perón vistió en las recepciones, alternándolos con los perfectos trajes sastre para recibir a sindicalistas y organizadores sociales en su despacho, que hoy puede visitarse en el Centro Cultural Kirchner. 

A los argentinos no les caería bien una líder como Merkel, siempre vestida como una oficinista de segundo rango. Nunca tendremos una Merkel, que ganó el respeto planetario pese a esos trajecitos mal cortados y de colores vulgares.

Somos nosotros. Los vulgares somos nosotros, con una líder de uñas tan largas como las de una joven que no aprendió todavía que las personas elegantes no las llevan ni tan largas ni tan afiladas. El gusto se constituye muy temprano y se paga con lo que se tiene. 

A Cristina no le falta con qué pagarlo, pero le faltó tiempo para adquirirlo. El gusto tiene marcas de clase social, de enseñanzas tempranas, de hábitos sostenidos por la herencia material y cultural. Cristina viene de capas medias bajas y ascendió por su inteligencia y su garra, no por su origen ni por esos aprendizajes familiares en los que se instruyen las niñas de capas medias altas. Es vulgar pero bien despierta y convirtió ese rasgo en cualidad. Su hija eligió vivir en una buena casa francesa del barrio de Constitución, elección que en porteño se calificaría digna de una “piola con plata”. 

Cristina, en cambio, eligió Recoleta. Pero no modificó su fonética. Habla como el sector social de donde proviene y así produce un doble efecto: buena oratoria y proximidad con quienes la siguen. Todo la diferencia de Macri, que tampoco pudo modificar su fonética de clase alta con la que trasmite un discurso insípido desde el punto de vista oratorio. Un exalumno del Newman me avisa: “No te creas que era un buen colegio; esos monjes irlandeses eran bastante toscos”. Macri lo prueba.

En Recoleta, Cristina siempre será una invitada. Pero los invitados saben tomarse venganza. El martes pasado, un juez de la ciudad le advirtió a Rodríguez Larreta que debía retirar la Policía de la Ciudad con la que se trenzaron los manifestantes kirchneristas frente a la casa de CFK en Uruguay y Juncal, porque la seguridad de la vicepresidenta debe estar a cargo de fuerzas federales. Cristina recurrió a la Constitución y a la policía porteña como una “policía política”. 

Recemos para que no se abran enfrentamientos como los del siglo XIX, antes de la capitalización de Buenos Aires. El kirchnerismo es capaz de cualquier milagro. Avanza sobre los símbolos políticos con la desenvoltura de una mujer convencida de su grandeza. Esta semana, por ejemplo, se colgó una gigantesca imagen de nuestra líder en el edificio de Obras Públicas, justo donde está el perfil de Eva Perón, que ya comentamos. 

Vamos por todo y quien dude de la esencia verdaderamente peronista de nuestra líder solo tiene que recordar que el justicialismo siempre fue muy creativo para proponer imágenes. Recuerden, por favor, el aterrizaje de Menem, todo vestido de blanco, en un estadio repleto de entusiastas seguidores. 

Se discute a Cristina entre peronistas tradicionales, no peronistas empedernidos y los viejos nostálgicos de un pasado que han olvidado, o pasan por alto que el “movimiento nacional” buscó siempre la teatralidad de la política. Cristina puede convertirse en latinoamericanista, porque eso no es tan difícil. Pero no ha dejado de ser culturalmente peronista, desde que adoptó esa opción como instrumento para llegar y mantenerse en el puesto de mando.