Brasil rechazó la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR) antes de la visita de Xi Jinping el mes pasado, pero aun así logró cerrar decenas de acuerdos comerciales y mejorar su relación bilateral con China. A pesar de ser el socio más importante de China en la región, Brasil sigue siendo uno de los pocos países latinoamericanos que aún no se ha unido a la IFR.
La decisión de Brasilia de no adherirse es una prueba más, de que la iniciativa es más retórica que sustancial. “Adherirse” implica firmar un Memorando de Entendimiento con Pekín, un acuerdo jurídicamente no vinculante ni obligaciones concretas. Este documento es sólo un respaldo simbólico al liderazgo mundial de China y, para un país tan importante para China como Brasil, una concesión innecesaria.
Una década después de su lanzamiento, muchos analistas y políticos todavía creen que la IFR es un proyecto monolítico coordinado centralmente para el desarrollo global. Al malinterpretarlo, corren el riesgo de sobrevalorarlo y ello puede nublar su juicio al abordar la cooperación con China.
En realidad, la IFR es un conjunto de proyectos dispares y vagamente organizados, unidos a un relato y una marca. Es tan vasto e impreciso que carece de sentido si no es como sinónimo de la China global. No tiene límites geográficos y alcanza todos los ámbitos del quehacer humano, desde los “Festivales de Cine” hasta la “energía nuclear”.
Además, la realidad institucional de la iniciativa es escasa: no existe un anteproyecto, ni una cartera de proyectos, ni existe una definición oficial de lo que constituye un proyecto IFR, ni dispone de un mecanismo para una coordinación internacional significativa. Más que un gran plan estratégico de Pekín, los proyectos son en su mayoría inconexos, y se eligen por deseo de los países anfitriones, y según los intereses de las empresas chinas.
Aunque en teoría la iniciativa lo abarca todo, desde rutas marítimas árticas hasta excavaciones arqueológicas, el mayor gasto de Pekín se centró en infraestructuras. La presa Coca Codo Sinclair en Ecuador o el megapuerto de Chancay en Perú son buenos ejemplos regionales. Pero, en realidad, la iniciativa es fundamentalmente mercantilista: está impulsada por objetivos geopolíticos, las empresas chinas son sus motores.
Las infraestructuras suelen financiarse con préstamos vinculados a la adquisición de bienes o servicios chinos. Un modelo que ya existía a principios de siglo con la política de “salir afuera” y mucho antes de lanzarse la iniciativa en 2013. La innovación consistió en agrupar todo ese esfuerzo inversor bajo una única marca y articularlo a través de un relato en positivo. La IFR es así, en gran parte, una propuesta de desarrollo al Sur Global. Los préstamos de China alcanzaron su punto álgido en 2016, pero siguen siendo hoy un pilar retórico y propagandístico de la política exterior china, y es clave en la misión de Pekín de ganarse al Sur Global.
De hecho, la IFR se presenta no sólo como una oferta de desarrollo liderado por China para el mundo, sino también como parte de una apuesta más amplia para dar forma al orden internacional posoccidental. Por tanto, los gobiernos de América Latina deben ser conscientes de que la misión de la IFR es reforzar los lazos económicos con el Sur Global, al tiempo que recaba apoyo político para su visión global. El riesgo es caer en la órbita geopolítica de China.
La iniciativa es una tapadera narrativa para las mismas políticas mercantilistas que China persiguió durante décadas, y esto debería hacer reflexionar a los responsables políticos a la hora de comprometerse con el proyecto. Adherirse a la IFR no garantiza inversiones per se, no altera ningún fundamento económico, ni atrae nuevos corredores económicos. Simplemente empaqueta la cooperación existente como parte de esta.
Ello explica por qué tantos países se sienten a menudo decepcionados, cuando su vinculación con la Franja y la Ruta no es transformadora. Italia se retiró formalmente de la BRI a finales del año pasado. Lo hizo, en parte, porque el comercio y la inversión no se vieron impactados. Abandonar la iniciativa alteró su relación económica con China, tanto como la adhesión, es decir, nada en absoluto.
Para un país tan importante para China como Brasil, unirse a la IFR cambiaría poco las cosas. El argumento para que se adhieran países más pequeños es algo más convincente. Petro decidió en octubre que Colombia se uniría a la iniciativa. Si se confirma, será el 23º de 33 países latinoamericanos en hacerlo. Solo los siete aliados de Taiwán, Brasil, México y Bahamas aún no se han adherido.
¿Recibieron los países que sí lo hicieron un mejor trato económico de China? Participar del proyecto no garantiza por sí mismo la inversión, acceso a financiación o más comercio con China, pero vincularse a la IFR es una señal de lealtad a Pekín. Y esto puede ser importante hasta cierto punto: la política puede prevalecer sobre la lógica comercial en un Estado leninista de partido único, y Pekín utiliza tanto la coerción como la recompensa económica para incentivar el apoyo a sus posiciones.
Ahora bien, los responsables políticos latinoamericanos deberían tener muy claro lo que implica la participación en la IFR. Respaldar proyectos chinos como este es una señal de lealtad que no garantiza recompensa alguna y, por tanto, los proyectos que se engloban bajo el paraguas de la iniciativa deben evaluarse individualmente y según los méritos de cada uno.
*Coordinador editorial de un proyecto sobre China en la red de periodistas n-ost, especialista de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org.