En términos militares, el tiempo corre en contra de Kiev y sus gobernantes; peor aún si se debilita el contundente apoyo que hasta la fecha le ha prestado Washington. En cuanto a la negociación, es evidente que su agenda va mucho más allá de la guerra y se trata de reconfigurar una relación entre potencias. Si en términos militares hay relativas certezas, en términos político-diplomáticos hay muchas preguntas.
La marcha de la guerra. Pronta a iniciarse la primavera en el hemisferio norte, la guerra muestra una Ucrania a la defensiva estratégica. Tras el fracaso de su ofensiva, Kiev mantiene una extensa línea de contención cercana a los 1.000 kilómetros. A ello se puede agregar la incursión ucraniana en la región rusa de Kursk, iniciada el 6 de agosto de 2024, que, en su mejor momento, logró controlar más de 1.200 kilómetros cuadrados, pero repuestas de la sorpresa, las fuerzas rusas han recuperado alrededor de la mitad de ese territorio y hoy amenazan a la ciudad ucraniana de Sumy; lo que, de lograrlo, embolsaría a las tropas de Kiev.
Con todo, el frente principal de la guerra está en el Este, donde las fuerzas rusas llevan desde hace varias semanas una sostenida presión que obliga al ejército ucraniano a un repliegue en medio de feroces combates.
Mejora el clima y, con ello, las posibilidades de maniobras mayores. La presión rusa puede llegar hasta las ciudades de Kupiansk y Jerson, amén de Jarkov. Resta por ver si Odesa también está en los planes del Estado Mayor ruso.
La guerra, fracasada la contraofensiva ucraniana, dio paso a una guerra de desgaste. Después de tres años, el potencial es distinto en cada bando. Kiev requiere refuerzo de tropas, de equipos y logística en general. Sin el apoyo contundente que ha recibido de EE.UU. y Europa, no habría resistido.
Rusia también ha pagado costos, empezando por la economía: el rublo se ha devaluado, su intercambio comercial con Occidente se bloqueó, los precios han subido. Pero después de tres años ha logrado compensar todo ello acercándose a los países Brics y su frente interno no presenta grandes fisuras. Puede proveer contingente y ha puesto en acción su industria de defensa.
Ucrania, en cambio, tiene una economía devastada: ha perdido más del 20% de su territorio, 7 millones han salido del país y poco más de 3 millones son desplazados internos. En suma, el tiempo corre a favor de Rusia y eso todos los actores involucrados lo saben.
El giro de Washington. La asunción del presidente Trump dio inicio a un sustancial reordenamiento de su política exterior. Ello vale para la mayoría de los principales focos de conflicto, pero también implica un cambio drástico respecto a lo que fue la diplomacia norteamericana en las últimas décadas. Agreguemos que la mayoría de estos movimientos fueron preanunciados por Trump en su campaña.
Los hechos se han sucedido vertiginosos en los últimos días: Trump dio a conocer una larga conversación con Putin, luego los cancilleres de ambos países se reunieron en Riad, donde anunciaron el restablecimiento de relaciones, y más recientemente todos asistimos estupefactos a un tenso e inédito altercado transmitido en directo entre Zelenski y Trump desde la propia Casa Blanca.
Ucrania, junto a buena parte de sus aliados europeos y occidentales, se quejan de que han sido sorprendidos por este giro: que se negocie una paz en Ucrania sin Ucrania –ni la UE– en la mesa. Pero olvidan que la mesa instalada es para ver los temas bilaterales entre Moscú y Washington DC, que es algo más amplio que la guerra ucraniana, aunque sí la incluye.
Lo novedoso descansa en que la Casa Blanca no se preocupa tanto del impacto que sus medidas puedan causar en el exterior, porque su apuesta principal está en lo doméstico. América primero. O, como dice una escuela del internacionalismo estadounidense, “todo es política interna”.
Desconocemos los alcances de la agenda y la hoja de ruta de las conversaciones entre rusos y estadounidenses. Si la agenda busca, además de lo bilateral, adentrarse en la arquitectura del nuevo orden mundial, entonces será necesaria la presencia china. Son temas mayores: calma, nadie puede asegurar que todo sea rápido.
Por cierto, todo diálogo de esta naturaleza preocupa a los que no participan en él; el gobierno ucraniano para empezar, aunque ya los americanos les han dicho públicamente que volver a las fronteras de 2022 es irreal, y que insistir en un mayor involucramiento occidental sería “jugar con la tercera guerra mundial”, como lo señaló el propio Trump al presidente ucraniano en su comentada entrevista.
Intereses nacionales. También la Unión Europea resiente el quedar como potencia de segundo orden, pero eso es perder de vista que cuando se disputan hegemonías, al igual que en Yalta, lo que cuentan son las divisiones que se poseen. La UE tiene otro flanco: su unidad interna. Junto al eje franco-alemán y los miembros más atlánticos, encontramos al Este a un grupo de países (encabezados por Polonia, los bálticos y Rumania, entre otros) que quieren una alianza a toda costa con los EE.UU. más que con la UE.
De este modo, así como existe una cuasi certeza de que la continuidad de la guerra perjudicará a Kiev, no tenemos igual claridad en el curso y el resultado de las negociaciones.
Todo indica que para la Casa Blanca su interés nacional pasa por no subsidiar en el exterior, y menos cuando se trata de competencias. ¿Por qué comprar bienes a países que invierten poco en su defensa trasladando esa responsabilidad a Washington? Esto alcanzaría a instituciones como la ONU y sus diversas agencias, que en muchos casos impondrían regulaciones que perjudicarían a la economía y a las empresas estadounidenses. Los EE.UU. ya se han retirado de la Unesco y de la OMS, y obviamente sus decisiones recientes atentan contra la OMC.
Por supuesto esto tiene costos, empezando por esa versión de que la política de EE.UU. se rige por valores como la democracia y el libre mercado, demostrando muchas veces que la geopolítica se mueve más por intereses nacionales que por valores morales.
Epílogo. El orden mundial desde hace rato viene descomponiéndose. No es la primera vez que la humanidad transita hacia la recomposición de su hegemonía. También la historia enseña que esos procesos no son rápidos.
Sabemos lo que a muchos nos gustaría: que el reordenamiento planetario fuera fruto de un esfuerzo amplio y plural de la comunidad internacional. Pero la experiencia indica que no es así como se opera. El orden mundial surge fruto del acuerdo entre las grandes potencias, y allí los giros pueden ser súbitos y drásticos. Recordemos a modo de ejemplo que, luego de llamar a la formación de frentes populares en todo el mundo para detener al fascismo, la Unión Soviética en agosto de 1939 firmó un tratado de no agresión con Alemania. Una semana después la Wehrmacht invadía Polonia.
Por cierto, los cambios que se están operando en el escenario global impactarán en todo el planeta: desde la economía hasta la regulación de los temas multilaterales. ¿Cómo repercutirá eso en América Latina? Gran pregunta, pero será tema de futuros comentarios.