Evidentemente, algo está cambiando en Argentina.
Prácticamente no pasa un día sin que algún personaje destacado de la política aluda públicamente a la necesidad de que el futuro gobierno que elegiremos los argentinos el próximo 27 de octubre debe avanzar, como primera medida, en la formación de una coalición que garantice la gobernabilidad y permita solucionar de manera eficiente los graves problemas que enfrenta el país.
Es realmente un cambio alentador. Hasta hace muy poco, la posición dominante de la mayoría de los candidatos y sus principales espadas era que el gobierno debía ejercerlo en exclusiva el partido ganador, con prescindencia de las demás fuerzas políticas.
Eramos muy pocos los que insistíamos en calificar esa postura como anacrónica e inviable en una sociedad moderna. Entre esos pocos estábamos Raúl Alfonsín y yo, y algunos amigos más.
Cosa que no deja de ser extraña, porque cualquiera que miraba el panorama de los países más importantes de Occidente podía notar los profundos cambios que se habían operado en sus sistemas de gobierno luego de la Segunda Guerra Mundial. Cambios que les habían permitido reconstruir sus devastadas economías en tiempo récord y lograr niveles de bienestar envidiables para sus pueblos.
Efectivamente, tras la derrota de Alemania y Japón en 1945, en Occidente se comprendió que, dada la magnitud del reto que suponía la reconstrucción, era imprescindible dejar de lado los peores aspectos de la política de la confrontación e iniciar un acercamiento a la política pública basado en el consenso y en la construcción de una paz duradera.
No se trataba de que desapareciese el conflicto ideológico interno: las visiones opuestas sobre el correcto funcionamiento de la sociedad y las diferencias metodológicas subsistieron, y la democracia siguió exigiendo una competencia entre partidos de izquierda y de derecha. Se trataba de que esa realidad inevitable disminuyera su intensidad, en aras de una reconstrucción nacional acordada como prioritaria.
Consensos. Así lo entendieron en Alemania Occidental Konrad Adenauer y sus sucesores, quienes aplicaron con férrea determinación el programa perfilado por el canciller en 1949, que consistía en reconstruir la economía sobre nuevos principios basados en la tecnología y desde allí abordar los grandes problemas sociales que afrontaba aquella nación arruinada. El Partido Democristiano de Adenauer y sus principales oponentes, los socialdemócratas, pusieron las consideraciones políticas prácticas por encima de la pureza partidista.
Otro tanto ocurrió en Francia y Gran Bretaña, donde también se respiraba el consenso político: la reconstrucción nacional también fue la máxima prioridad.
Salir de la crisis. No faltan ejemplos similares en Argentina. Durante mi gobernación en la provincia de Buenos Aires establecimos una coalición de gobierno con don Raúl Alfonsín, por ese entonces líder indiscutido del radicalismo, a partir de la cual conformamos un bloque de legisladores nacionales cuyo número permitió una efectiva defensa de los intereses de la Provincia cada vez que fue necesario. También decidimos que el radicalismo se hiciera cargo de todos los organismos de control de la Provincia, como una forma de mantener la transparencia.
Cuando me tocó asumir la presidencia de la Nación, en los dificilísimos días de 2002, también puse como condición la participación del radicalismo, que aportó dos ministros al gabinete y trabajó junto a los legisladores oficialistas en la elaboración de las leyes que permitieron salir de la crisis.
Obviamente, no escribo todo esto con intención de autoelogio. Todo lo contrario. Es evidente que los logros que describo no fueron personales, sino el producto de las convicciones de un conjunto de hombres decididos a construir las bases de una Argentina donde la producción se impusiera por sobre la especulación y los frutos del trabajo de todos se distribuyeran de manera equitativa.
Como digo más arriba, no se trata de que desaparezca mágicamente el conflicto ideológico interno. Se trata de que esa realidad inevitable disminuya su intensidad, en aras de una reconstrucción nacional acordada como prioritaria.
Y si lo escribo nuevamente ahora –ya he hablado reiteradamente del tema en otros artículos– es porque pienso que, una vez más, la historia nos da la oportunidad de unirnos en la búsqueda de acuerdos de largo plazo, que superen la mezquindad de lo partidario y pongan la mira en la Argentina que queremos dejarles a nuestros nietos.
*Ex presidente de la Nación.