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“Envidiosa” y la situación actual de las mujeres

Una reflexión sobre la condición femenina a partir del gran éxito del streaming protagonizado por Griselda Siciliani. ¿Por qué ha caído mal en el progresismo K?

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En las tranquilas aguas actuales del movimiento de mujeres se produjo en este último mes cierta inquietud que provino desde el lugar más inesperado. El estreno de la primera temporada de Envidiosa en Netflix promovió videos, streamings, entrevistas, y por supuesto, un nuevo tema de debate para las conversaciones entre amigas. Para saber por qué Envidiosa puso a hablar a tantísima gente acerca de “problemas de mujeres”, veremos las razones que unen el mensaje de la ficción con la vida cotidiana de su público. Silenciosamente, más de una sospecha que Victoria Mori somos todas.

Los tópicos culturales que organizan la ficción. Una forma usual con la que una ficción enlaza con su público es la remisión a fuentes (literarias o populares) instaladas en la estructura de sentimientos de quienes la ven. Esta serie abunda en ellas. Una es La sirenita, transmitida de generación en generación, cuya protagonista entrega su voz a cambio de sus piernas con el objetivo de enamorar al príncipe que luego la abandona. En Envidiosa, el cuento clásico funciona como una puesta en abismo de la historia de Vicky: a ambas les sucede lo mismo. Un lugar común en el que nos reconocemos porque se reproduce en cientos de personajes populares, entre los cuales, tal vez el más parecido a nuestra protagonista es la Susanita amiga de Mafalda. Vicky es una “Susanita”.

Más cercana a la experiencia actual, Sex And The City y su grupo de amigas, que se pelean, se reconcilian y problematizan su relación con los varones, es un antecedente obvio que opera como familiarización de la trama. A otro nivel, es imposible no reconocer, detrás de esa “Susanita” angustiada que es Victoria Mori, a Simone de Beauvoir y su “mujer rota”. Una lección para que las mujeres no vivan por y para sus parejas y sus hijos, que no dejen todo por ellos. Vicky no la leyó evidentemente: abandona sus estudios de arquitectura para dedicarse a acompañar a Daniel, mientras él estudia y se recibe de abogado. Cuando el varón se niega a completar la fábula, Vicky teme romperse antes de llegar a ese no-lugar que organiza la trama, con su ausencia siempre presente: ella quiere lo que no tiene, suponiendo que todo el resto del mundo lo posee y ha sacado una imagen extremadamente vívida de, otra vez, la cultura popular: una caja de cereales que grafica a la perfección la imagen de la felicidad y la culminación de lo femenino, del ser mujer. Esta es la matriz de la que surge el sentimiento que domina su conducta: ¿por qué otras sí y yo, que he cumplido con todo lo que se me ha impuesto, no? El patriarcado ha instalado la envidia en su corazón.

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Un manojo de contradicciones. Envidiosa es una comedia romántica, pero no es una simple comedia de enredos protagonizada por un personaje plano, estereotipado, que no incurre en contradicciones ni evoluciona. Tanto Carolina, la hermana de la protagonista, o Matías, el pretendiente empleado en el restorán chino, son planos: ella es pragmática y centrada, con una ideología clara; él, de tan bueno, no resulta creíble. Personajes complejos o “redondos”, como el de la protagonista, se construyen con los recursos de la hipérbole, la gestualidad, la sátira de costumbres, y sus acciones giran en torno a sus contradicciones y su desarrollo. Más complejos, resultan más realistas y creíbles. El grupo de amigas suele estar más cerca de este polo: Lucila parece tener una historia familiar maravillosa hasta que todo estalla por los aires; Melina descubre la infidelidad de su esposo y sigue adelante; Débora abandona a su marido al borde del altar. Todas están en crisis con el cuento maravilloso del matrimonio y la familia feliz. Operan como un baño de realidad: no sos la única.

Todas somos Victoria Mori. Vicky expresa un pecado capital que, a primera vista, parece confirmar el prejuicio machista de que las mujeres somos intrínsecamente competitivas entre nosotras. Sin embargo, la envidia es un sentimiento como cualquier otro: nuestra construcción social es relacional y, por lo tanto, comparativa. ¿A quién no lo compararon sus padres con hermanos/as, primos, vecinos, compañeros de colegio? ¿Qué adulto no mira comparativamente con relación a su entorno social ciertos aspectos de su vida? Todos experimentamos nuestra cuota de envidia cotidiana (la cuestión radica en cómo la gestionamos). Pero voy a ir un paso más allá: el humor de la serie se fundamenta básicamente en la hipérbole (exageración), por lo tanto, satiriza los mandatos sociales que pesan sobre las mujeres, desmintiendo en ese mismo movimiento que la envidia tenga como origen la condición femenina, porque hay razones más allá del personaje y hay otros que se benefician de ese enfrentamiento entre mujeres. El título es irónico porque nos permite desmontar el mito de la envidia entre mujeres. 

Los deseos que la sociedad enseña a las mujeres son el matrimonio (puede adoptar la forma más “moderna” de “tener pareja”) y la procreación. Gracias a la revolución de la píldora anticonceptiva y la legalización del aborto, las mujeres podemos decidir si queremos ser madres y cuándo. Pero que exista esa posibilidad no significa que el mandato haya desaparecido. A despecho de Camila Alfie, la cronista de P/12, que se creyó el cuento de que Alberto Fernández abolió el patriarcado, las mujeres seguimos cumpliendo la tarea biológica y social de la maternidad y, de hecho, gran parte de la sociedad argentina se opone al aborto (ya sea militante o ideológicamente). 

Vicky se angustia cuando se da cuenta de que ya no cumple con otro mandato patriarcal: ya no es joven. Mal que le pese, el reloj biológico es real; tiene que hacer algo y tiene que hacerlo rápido. No sabe cómo hacerlo ni dónde buscar, porque lo que busca es absurdo: no busca la felicidad, busca cumplir un mandato para que su padre la perdone y vuelva a quererla. Porque ella supone, cree, siente, que el abandono es culpa suya. “¿Qué tiene ella que no tenga yo?”, es una pregunta dirigida tanto a su expareja como a su amante y a su propio padre. La dimensión del abandono es central a construcción del personaje. Es absurdo discutir si ella es buena o mala. Vicky es la invitación a mirarnos en un espejo caleidoscópico que rehúye de simplezas, condenas o redenciones.

Tal vez por eso la serie ha caído mal en el seno del progresismo K. Porque tiene la virtud de no ser woke. Es feminista, pero no del tipo de sexismo invertido en el cual las mujeres son todas buenas y los hombres todos malos. Basta concentrarse en las contradicciones y los mandatos de Daniel para darse cuenta de la amplitud de criterio que exhibe Envidiosa. La serie problematiza la educación sentimental de las mujeres que nos arrastra al sacrificio personal y a la renuncia para conseguir que nos quieran. Cuestiona el síndrome de la sirenita y pone en duda que el norte de la vida de toda mujer sea convertirnos en Susanitas. Una serie que pone sobre la mesa la discusión sobre la maternidad, el deseo y los mandatos para con las mujeres es un feminismo bienvenido, un refrescante aire no dogmático con el cual enfrentar las contradicciones y tratar de resolverlas con el menor sufrimiento posible. Ponerle humor a todas estas reflexiones, es un buen comienzo. Hay una razón más por la cual tanto progresismo acude a la condena de Victoria Mori: el patriarcado no ha muerto, diga lo que diga la cultura kirchno-queer-woke. Por el contrario, vive. Vive y no deja vivir.

* Miembro de Trece Rosas y de Vía Socialista.