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DeepSeek

El poder y el mercado de la IA cambian de manos

El nacimiento de la inteligencia artificial china DeepSeek rompe el club privado de la IA y convierte la herramienta en una calle sin semáforos. Las reglas del juego cambiaron: los límites de la creación ahora dependen de la imaginación (o de la falta de escrúpulos) de los usuarios.

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Durante años, el dominio de la inteligencia artificial estuvo en manos de unos pocos. Estados Unidos y sus megacorporaciones marcaron el rumbo: OpenAI, Google, Meta y Nvidia. La ecuación era simple, pero efectiva: más poder de cómputo, más inversión, más hardware. Entrenar una IA costaba cientos de millones y requería miles de chips. La barrera de entrada era altísima. Hasta ahora.

DeepSeek rompe esa lógica: un modelo chino más eficiente que GPT-4, que consume cien veces menos energía y corre en hardware accesible. OpenAI necesitó años y miles de servidores para lo que DeepSeek logra con una estructura liviana: en lugar de activar todo el modelo, usa solo lo necesario. Más precisión, menos gasto. Menos infraestructura, más accesibilidad: esa es la verdadera disrupción.

Cuando la barrera tecnológica desaparece, el acceso al poder se redistribuye. DeepSeek no es solo un avance técnico, sino una declaración de independencia de China frente a la hegemonía de Silicon Valley. Estados Unidos lleva años bloqueando la exportación de chips para frenar su desarrollo en IA, pero DeepSeek demuestra que China ya no depende de Occidente.

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El impacto es inmediato. Nvidia, que vendió 30 mil millones en chips para IA el último trimestre, ve tambalear su negocio. OpenAI, Google y Meta, que apostaron por modelos cada vez más grandes y costosos, enfrentan la posibilidad de que su enfoque haya sido un error. Si se puede lograr la misma capacidad con menos recursos, toda la estructura sobre la que se construyó el negocio de la IA en Occidente empieza a desmoronarse.

La posverdad industrializadaPero la geopolítica del acceso a la IA va mucho más allá del mercado. Si entrenar una IA avanzada ya no cuesta cientos de millones de dólares, la lista de jugadores cambia de golpe. Grupos sin recursos ni infraestructura ahora pueden acceder a modelos avanzados sin depender de gobiernos o megacorporaciones. Y cuando el acceso se expande, también lo hacen sus posibles aplicaciones.

Esto no es ciencia ficción. La IA ya no es un lujo de Silicon Valley, es una herramienta disponible para quien tenga los medios y la intención. Y la historia nos dice que cuando una tecnología deja de ser inaccesible, sus consecuencias dejan de ser predecibles.

Estados y organizaciones con agendas poco claras ahora pueden acceder a IA avanzada. DeepSeek abre la puerta a un mundo donde la IA de alto nivel deja de ser exclusiva de las grandes potencias y se vuelve una herramienta disponible para cualquier actor con motivación suficiente. Y la motivación de estos actores rara vez es innovación o productividad.

Las guerras de información serán aún más sofisticadas. Si hoy los deepfakes manipulan elecciones y la desinformación se propaga sin control, ¿qué pasará cuando cualquier organización acceda a modelos avanzados sin restricciones? La posverdad está a punto de ser industrializada.

Y no es solo un problema de seguridad. Es un terremoto en la economía de la IA. Hasta ahora, el negocio de la IA era como el de las aerolíneas: solo unos pocos podían mantener en el aire modelos gigantescos y costosos. Pero si estos nuevos sistemas más eficientes y accesibles despegan, el monopolio de las grandes corporaciones tecnológicas se empieza a resquebrajar.

¿Qué pasa cuando cualquiera puede construir su propio motor de IA sin pedirle permiso a OpenAI, Google o Meta? La IA deja de ser un club privado con reglas escritas por unos pocos y se convierte en una calle sin semáforos, donde los límites ya no dependen de la infraestructura, sino de la imaginación (o la falta de escrúpulos). Y si el poder de la IA se descentraliza, las reglas del juego no solo pueden cambiar rápido: pueden directamente dejar de existir.

Inteligencia peligrosa. Y si cambia el poder, cambia la creatividad. Hoy, la innovación en IA está atrapada en los laboratorios de Silicon Valley, como un tigre encerrado en una jaula dorada. Pero si cualquier actor con suficiente ingenio puede desarrollar modelos avanzados, el ecosistema entero se vuelve un zoológico sin jaulas.

Un estallido de creatividad puede dar lugar a aplicaciones revolucionarias en medicina, educación o arte, pero también puede convertirse en una jungla tecnológica donde el crecimiento es caótico y las líneas entre lo ético y lo peligroso se desdibujan. ¿Quién regula una IA sin dueño? ¿Cómo controlás la creatividad cuando el código abierto se vuelve indomable?

Esto ya pasó antes. Internet nació como un proyecto de defensa, una herramienta militar diseñada para sobrevivir a una guerra nuclear. Se convirtió en la gran autopista de la información y terminó siendo el campo de batalla donde las guerras ya no se libran con misiles, sino con datos.

IA va por el mismo carril, pero a toda velocidad y sin cinturón de seguridad. ¿Qué pasará cuando los algoritmos de DeepSeek o modelos similares terminen en manos de actores que no tienen ni el más mínimo interés en la ética o la seguridad? No estamos tan lejos de un mundo donde la IA no solo hable con nosotros, sino que nos manipule, nos espíe y nos saque ventajas antes de que siquiera nos demos cuenta. Cuando los sistemas son demasiado poderosos y accesibles, la pregunta no es si habrá consecuencias, sino quién se beneficiará y quién pagará el precio.

Los modelos de IA no solo procesan información, también toman decisiones. Pueden programarse para intervenir en infraestructuras críticas, manipular mercados o vigilar poblaciones enteras. La accesibilidad total de la IA puede hacer que cualquier gobierno, grupo u organización ejecute operaciones con impacto real en la vida cotidiana de millones de personas.

Estamos en la antesala de un cambio global. La tecnología nunca es neutral, y la IA tampoco lo es. Si en los próximos años DeepSeek o modelos similares se masifican, ¿quién garantizará que su uso sea ético?, ¿quién impondrá reglas en un juego donde cualquiera puede participar?

Foucault advirtió que el poder no solo reside en las instituciones, sino en la capacidad de controlar la narrativa. Hoy, el control de la IA se está desplazando de las corporaciones a una multiplicidad de actores descentralizados, generando un nuevo panóptico digital, donde la verdad se difumina en un mar de versiones generadas por algoritmos. ¿Cómo distinguiremos la realidad cuando la IA nos presente miles de versiones de un mismo hecho?

Hannah Arendt sostuvo que la banalidad del mal radica en la normalización de acciones inmorales dentro de estructuras burocráticas. Ahora, imaginemos una burocracia algorítmica que opera sin regulación ni frenos, donde la IA no solo automatiza procesos, sino también decisiones de vida o muerte.

Si los algoritmos aprenden más rápido de lo que las instituciones regulan, la política como mecanismo de control social se vuelve obsoleta. Zygmunt Bauman hablaba de la modernidad líquida, pero lo que enfrentamos ahora es una fluidez total de la realidad misma, donde los hechos se crean, disuelven y reemplazan en tiempo real según convenga a quien tenga acceso a la IA más avanzada. Si la historia siempre la escribieron los vencedores, ahora la escriben los algoritmos.

La pregunta no es si esto es bueno o malo, sino qué hacemos con esta realidad. Si la IA ya no está en manos de unos pocos, si cualquiera puede construir su propio modelo sin regulaciones ni supervisión, ¿qué nos espera?

Más acceso significa más oportunidades, pero también más incertidumbre y riesgos que aún no sabemos medir. La historia nos ha enseñado que el acceso irrestricto a una tecnología poderosa rara vez se traduce en progreso uniforme: más bien, multiplica desigualdades y acelera tensiones preexistentes.

En un mundo donde cualquier actor puede desarrollar una IA de última generación sin restricciones, ¿quién será el árbitro? La IA ha dejado de ser solo una herramienta técnica para convertirse en un nuevo actor en la geopolítica, la economía y la cultura. Y como cualquier actor poderoso sin reglas claras, puede volverse incontrolable. No estamos simplemente ante una disrupción tecnológica; estamos frente a un cambio de paradigma donde los códigos éticos y legales que estructuraron el conocimiento humano pueden quedar obsoletos de la noche a la mañana.

La tecnología no es neutral. Este es el punto de inflexión donde debemos decidir si moldeamos la IA o dejamos que ella nos moldee a nosotros.

*Autor y divulgador.

Especialista en tecnologías emergentes.