L.A.R.
La maquinaria peronizadora llegó también al Ejército y la Iglesia, unidos en la doctrina de la “nación católica”. En el Ejército, los cursos de adoctrinamiento, las prebendas a los oficiales y las promociones favorables a los más leales –que beneficiaron entre otros, al general Videla Balaguer y al almirante Rojas– afectaron la sólida tradición profesionalista y corporativa, impuesta en los años veinte por el general Justo. Surgieron dos facciones minoritarias, una peronista y otra antiperonista, pero el grueso del Ejército se mantuvo hasta el final dentro del profesionalismo y el acatamiento a las autoridades constitucionales, con respeto pero sin fervor. No era fácil advertir fisuras.
En la Iglesia las cosas fueron un poco diferentes. Había satisfacción con el gobierno que desplazó a los liberales y laicistas, ratificó la enseñanza religiosa en las escuelas, invocó la doctrina social de la Iglesia y conformó un Estado orgánico digno de la tradición papal. Pero suscitó resistencias su política social radicalizada, especialmente en cuestiones de familia, y el desarrollo de un culto casi religioso en torno de Eva Perón. La jerarquía se molestó cuando Perón intentó peronizar al clero, elogió a los obispos “populares” y denostó a los “oligarcas”. Se defraudó cuando en 1949 la Convención no consolidó el lugar en el Estado de la Iglesia y la religión católica. Las luces rojas se encendieron cuando la máquina peronista impulsó a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), avanzando sobre las organizaciones católicas.
En 1954 estaban listos para responder a cualquier desafío nuevo.