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Historia fresca

El “civilizador” que defendía la “barbarie”

La fórmula “civilización y barbarie” propuesta por Sarmiento fue cuestionada ya en el siglo XIX por un “civilizado” sabio europeo radicado en estas tierras.

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Cada época produce los sentidos dominantes de su tiempo. Pero en todo período histórico hay voces cuestionadoras –muchas veces solitarias o perseguidas– que escrutan con mirada crítica lo que para el resto es “sentido común”, Zeitgeist, espíritu de la época. 

Ese testimonio disidente, a veces irónico o en clave (dependiendo de los límites que cada época pone), suele ser expresión de una pequeña minoría. Y por eso queda sepultado por la hojarasca, hasta que alguien se lo topa sin querer. Entonces, recuperado por otra época (en la que el espíritu cambió y se revisan errores del pasado) aquel testimonio execrado brilla ahora como un extraviado diamante del que por fin (como en la canción de Fandermole) “su forma latente se vuelve real”.

Alejo Peyret (1827-1902) es uno de esos testigos disidentes. Este bearnés erudito se exilió en el Plata tras el fracaso de la Revolución del 48 en su Francia natal. Llegó a una Argentina apenas naciente, de la mano de Urquiza, nuestro Washington ninguneado por la historiografía hegemónica, tan portuaria ella. Desplegó aquí una labor “civilizadora”, elogiada en su época, olvidada luego y que empieza a ser reconocida. 

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En este caso, traemos al presente su temprana refutación de la tesis de “civilización y barbarie” del gran sanjuanino contradictorio. Es una pieza notable de retórica filosófico-política. Tanto, quizás, como aquella a la que intentaba responder.

El contexto. Corría 1873. La rebelión jordanista aparecía como último acto del conflicto entre unitarios y federales. El escenario era Entre Ríos, tras el asesinato de Urquiza el 11 de abril de 1870, cuando Ricardo López Jordán fue designado legalmente gobernador. El presidente Sarmiento desconoció esa elección y envió un ejército (sin mandato constitucional para hacer algo así). El caudillo entrerriano decidió resistir y proclamó: “La muerte antes que la esclavitud”. 

Sarmiento lo declaró “reo de rebelión” y mandó veinte mil efectivos, cifra similar a la enviada en la guerra del Paraguay, impactante aún vista desde el presente. Intentó poner precio a la cabeza de López Jordán (cien mil pesos, mucho dinero por entonces) pero el Congreso se negó. Las acciones bélicas se extendieron hasta 1876, cuando la tercera rebelión jordanista fue vencida y su líder apresado. Los atropellos del ejército nacional en Entre Ríos causaron un desánimo que perduraría mucho tiempo.

En 1870 Peyret estaba todavía al frente de la exitosa colonia San José, visitada solo unos meses antes del magnicidio por el presidente Sarmiento. Allí Peyret dio un discurso que gustó tanto a Sarmiento que se lo envió a José Hernández para que lo publicara en su periódico El Río de la Plata, en Buenos Aires. Peyret abonaba la convicción de que de estas tierras saldrá “el nuevo modelo de sociedad” para todos los hombres del universo y elogiaba el anuncio presidencial (nunca concretado) de crear “muchos Chivilcoy”. 

Ese modelo, creía Peyret, podía llevarse adelante con la Constitución federal de 1853, que le parecía ejemplar para superar el sistema unitario, ese “peligro para la libertad, que se convierte en cesarismo, en monarquía”. Pero no fue así.

“Civilizar es exterminar”. Hacía unos años que Peyret cuestionaba las políticas de Mitre en el periódico El Uruguay y otros de la región. Y ya había realizado una primera refutación de la fórmula sarmientina en 1867, en nota titulada precisamente “La civilización y la barbarie” y firmada “Filópolis”, uno de sus seudónimos más frecuentes. Allí decía, contra el presidente Mitre (quien atribuía el alzamiento de las provincias “a la falta de civilización”): “Este discurso es una variante del libro de Sarmiento titulado Civilización y barbarie, antítesis que puede perdonarse a un escritor pero que no conviene en la boca de un presidente. El señor Sarmiento ha pretendido explicar las revoluciones argentinas por la oposición de esos dos elementos; un error histórico que ha durado demasiado y de que se ha abusado también demasiado”.

Luego añadía, terminante: “Esas dos palabras chorrean sangre por cada letra”. Y ataba la cuestión con el Paraguay, “al que se le hace la guerra para civilizarlo”. Denunciaba: “Todos los que obstan a esa titulada civilización, deben ser sacrificados inexorablemente: civilizar se reduce a exterminar. El ser inferior, que es el bárbaro, tiene que hacer lugar al ser superior que es el civilizado”. 

La notable diatriba cerraba: “Dejémonos, pues de civilización, palabra insultante y hueca, homicida como la razón de estado de Maquiavelo, y alcemos únicamente, pero bien alta la bandera de la paz y de la justicia”.

El fin de la ilusión. Pese a los antecedentes, las palabras de Sarmiento lo hicieron ilusionarse con “cien Chivilcoy”: colonias agrarias con reparto democrático de la propiedad, pequeños colonos poblando la tierra y creando riqueza. Por eso en 1870 dio en San José aquel discurso que a Sarmiento tanto agradó, en cuyo final alentaba a que “¡Dure la paz que habéis prometido, y dure con ella la libertad y la justicia!”.

La intervención desvaneció ese sueño. En el nuevo diseño de país surgido de Pavón, la desaparición de Urquiza –señala Halperin Donghi– desvaneció las chances de reconciliar a liberales y federales, y consolidó el proyecto en marcha desde posiciones enfrentadas (como las que alejaban a Sarmiento de Mitre) pero que confluyeron en el poder de la burguesía porteña tomando los resortes del Estado nacional y eliminando al último caudillo disidente. 

Reaccionó Peyret publicando una serie de cartas en el diario porteño en el que colaboraba, La República, firmadas como “Un extranjero”. Eran tan revulsivas que solo se publican seis. Irritado y alejado de Entre Ríos donde sus amistades jordanistas han sido derrotadas, Peyret reunió las trece cartas y las publicó en 1873 en un librito titulado Cartas de un estranjero sobre la Intervención a la provincia de Entre Ríos, donde denunciaba la “barbarie” de los “falsos liberales”. 

Peyret nunca fue jordanista, pese a su simpatía por el líder, al que años después definirá como “mártir de la libertad de los pueblos”. Rechazaba demasiado las luchas intestinas como para enrolarse. Pero intentaba comprender los sucesos: aseguraba allí que López Jordán era solo una excusa para “asesinar a Entre Ríos, como pretende el presidente Sarmiento so pretexto de civilizarla”. Y desarrollaba, extensamente, su propia mirada sobre otro “pretexto”: la célebre fórmula sarmientina. 

Los verdaderos bárbaros. Como las Cartas Quillotanas de Alberdi o el Facundo de Sarmiento, las cartas contra la intervención merecen estar en una antología de la literatura de ideas en nuestra historia. No han sido reeditadas en 150 años y son desconocidas por muchos historiadores. 

En ellas, el filósofo político que hay en Peyret ordenó sus ideas –influidas por la obra de Proudhon– sobre federalismo y democracia y brindó una clave propia de análisis de la joven historia de su país de adopción. Además incluyó un extracto de citas del Sarmiento periodista contrarias a la conducta de Sarmiento presidente. 

Peyret apuntaba al “sistema unitario entronizado con refinada hipocresía” tras la máscara de la Constitución federal, e incluyó diagnósticos sombríos para el futuro. Y llegaba al nudo sarmientino: el problema de la política argentina no era “civilización o barbarie”, sino “centralismo o federación”. 

“Las fórmulas en la historia nunca pueden abarcar los sucesos de los pueblos y las sociedades”, porque estos no son “expresiones algebraicas, ya que siendo la esencia humana la espontaneidad y la libertad, la consecuencia es la variabilidad infinita”. Por eso “es falsa la fórmula de Sarmiento”, pero aun si fuera cierta, “los que sostenían la causa de la barbarie eran los verdaderos apóstoles del derecho, de la verdad, de la legitimidad política, mientras que los que se titulaban defensores de la civilización, en realidad lo eran del pasado, del error, de una falsa concepción política, cual es el centralismo, el unitarismo. El instinto de las masas bárbaras veía más claro que la razón ilustrada de los hombres civilizados que pretendían dirigir la revolución”.

“Todas las luchas de la República Argentina no tienen otro sentido: es el combate de las autonomías locales contra la centralización unitaria y absorbente de la capital que quiso reemplazar a la antigua metrópoli. Los ‘bárbaros’ provincianos que protestaron contra aquella teoría absorbente, fueron los verdaderos republicanos”.

“Falsos liberales”. “Lo más extraño es que los sostenedores de ese sistema se llaman a ellos mismos liberales. Ese epíteto prueba que la palabra fue dada al hombre, como lo decía Talleyrand, para disfrazar su pensamiento. La verdadera traducción de liberales, aquí, sería opresores”.

En la última Carta lanzaba, contra Sarmiento: “¿Por qué el corifeo de la civilización emplea los medios de la barbarie?”, en referencia a las guerras de policía desatadas en las provincias, de las cuales la intervención a Entre Ríos es la última expresión. Y llegaba a afirmar que “es un dictador como lo era Rosas, con la diferencia de que Rosas francamente asumía la suma del poder público y lo ejercía sin disfraz”. ¿Habría peor acusación que equipararlo al Tirano?

Uno de los pocos en la historiografía nacional que detectó este episodio y su relevancia fue Fermín Chávez. En su libro Civilización y barbarie en la cultura argentina califica a Peyret como “preclaro sabio francés” que cuestionaba a los liberales argentinos “con una precisión admirable que nos descubre su formación filosófica”. Pero Chávez cree que la de Alberdi es “la primera gran impugnación de las tesis sarmientinas”, seguramente porque no conoció la nota de 1867 que citamos. 

Peyret seguirá desarrollando esta perspectiva en otras ocasiones. En 1874, en La República, afirmaba: “Los que estudiamos la historia sin pasión no nos dejamos alucinar por esas grandes palabras, bárbaros, caudillaje, anarquía, etcétera. El pasado realmente interrogado, nos dice que esos bárbaros efectuaron la independencia y fundaron la república federal; ellos tuvieron una visión más clara del porvenir que los sabios que pretendían constituirse sus tutores”.

*Doctor en Filosofía (Unsam). Periodista. Integra la cooperativa periodística y cultural El Miércoles, de Entre Ríos.