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Nuevas tecnologías

El arte de conversar con las máquinas

La clave para potenciar nuestra productividad, en la era de la interacción con los grandes modelos de lenguaje, es aprender a comunicarnos con creatividad.

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| cedoc

Conversar, en esencia, implica un intercambio fluido de ideas, un ida y vuelta de palabras donde el significado se construye entre partes. Es un proceso dinámico que involucra escucha activa, empatía y capacidad para adaptarse al interlocutor.

En el nuevo paradigma de la interacción humano-máquina, esta dinámica conversacional adquiere una nueva dimensión. No se trata solo de impartir instrucciones, sino de emular un diálogo con la inteligencia artificial (IA). La capacidad de interactuar de manera efectiva con las máquinas requiere una comprensión profunda de cómo estas procesan y entienden la información.

Las máquinas carecen de la capacidad de comprender el contexto, las sutilezas y los matices que enriquecen la comunicación humana. Por lo tanto, la responsabilidad de ser claros, precisos y explícitos recae enteramente en nosotros. Debemos aprender a traducir nuestras ideas y deseos en un lenguaje que la máquina pueda procesar, brindando claves como objetivos, roles y ejemplos que guíen su proceso creativo. Esto significa que nuestra forma de comunicarnos debe adaptarse a las limitaciones y fortalezas de la IA, desarrollando habilidades que antes no eran necesarias en nuestras interacciones diarias.

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El desafío no es simple. Como señaló el filósofo canadiense Marshall McLuhan, “el contenido de un nuevo medio es siempre otro medio”. Esto significa que la adopción de una nueva tecnología a menudo se basa en patrones de uso familiares. Por esa razón, la humanidad ha utilizado el televisor como radio y ahora interactúa con ChatGPT como lo hace con Google.

La IA generativa no responde a instrucciones fragmentadas, sino que requiere un diálogo fluido y coherente para poder otorgar contenido de calidad. Debemos formular preguntas claras y precisas, proporcionar contexto y retroalimentación constante para guiar el proceso creativo. 

En otras palabras, intentaremos reponer verbalmente información que un humano capta por su sensibilidad física y espiritual. Así como Da Vinci podría adaptarse al pedido escueto del mecenas, nosotros aprenderemos a usar la IA. Vale aquí la mención: el software solo simboliza lo que es decodificable. Con los animales no tenemos ese problema, porque ellos se conectan con nosotros por todo lo que comunicamos más allá de los códigos que racionalizamos.

Volviendo al modo en que funciona la IA generativa, para lograr resultados efectivos es fundamental comprender las capacidades y limitaciones de la tecnología y ajustar nuestras expectativas y métodos de interacción en consecuencia.

Por eso, la clave para aprovechar al máximo las potencialidades que ofrecen los agentes conversacionales sofisticados reside en la calidad de nuestros prompts (instrucciones o consignas).

Imaginemos por un momento a Leonardo Da Vinci recibiendo un encargo para pintar un retrato. El mecenas podría decirle simplemente “quiero un retrato”, pero Da Vinci, como maestro de la creatividad, iría más allá. Preguntaría sobre la personalidad del retratado, su historia, sus sueños y aspiraciones. Investigaría sobre la época, la moda y las convenciones artísticas del momento. A partir de ese diálogo profundo y enriquecedor, crearía su obra maestra.

En estos tiempos, si queremos llegar a un resultado similar utilizando DALL-E –un modelo de lenguaje que interpreta descripciones textuales para generar imágenes–, debemos invertir los roles. Somos nosotros quienes debemos proporcionar el contexto, referencias, ejemplos y detalles, ya que no vamos a interactuar directamente con el maestro italiano.

Así, podemos observar que la IA generativa no está representando una amenaza para la creatividad humana, sino que se constituye como una herramienta que amplía nuestras capacidades. Nos ofrece la oportunidad de explorar nuevas formas de expresión y de resolver problemas de maneras que antes no eran posibles. Al trabajar junto a estas tecnologías, podemos expandir los límites de lo que podemos lograr, utilizando la IA como una extensión de nuestras propias capacidades creativas y analíticas.

La clave está en aprender a hablar el lenguaje de las máquinas, transformando nuestras instrucciones en colaboraciones creativas que nos permitan alcanzar nuevas alturas en innovación y productividad.

Para concluir, integrar la inteligencia artificial en nuestras vidas y trabajos no solo implica adaptarse a la tecnología, sino también un cambio cultural de tipo artístico. Necesitamos colaborar de manera continua, aportando cada uno nuestro ingenio para licuar tareas y optimizar nuestros servicios. Si fomentamos esta relación, mediante conversaciones significativas, podremos lograr un futuro donde la creatividad y la productividad alcancen las metas que nos proponemos.

*Abogado experto en nuevas tecnologías.