Uno de los libros que despertaron más el interés entre los lectores el año pasado fue La llamada (2024), obra de no ficción escrita por Leila Guerriero. Ello no solo ocurrió en nuestro país, sino que también lo hizo en España, donde el libro fue publicado por la editorial Anagrama, la que ya había editado otras obras de la autora. La repercusión obtenida por el texto ha estado acompañada no solo de las acostumbradas reseñas, sino también por numerosas entrevistas a Guerriero y en menor proporción también a la protagonista de lo narrado, Silvia Labayru. Dados los variados comentarios que ha recibido la obra, queremos en esta nota abordar el texto desde un ángulo algo diferente.
Si bien obligadamente nos referiremos a diversos aspectos del caso relatado, nos interesa la forma en que su autora torna atractiva la lectura de lo contado. Dicho de otra manera, más que en lo narrado aquí nos centramos en la forma en que está narrado. Desde nuestro punto de vista, podría decirse que en cierta medida el éxito logrado por la obra sería esperable, pues se habrían conjugado dos factores para que ello ocurriese: las particulares aristas del caso abordado y la destreza de quien asume su narración de este.
Lo relatado. El texto ahonda en el caso de Silvia Labayru, militante de la agrupación Montoneros, quien fue secuestrada y torturada en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), principal centro de detención durante la época de la última dictadura militar. Como a esta altura de nuestra historia no son novedad muchas de las atrocidades ocurridas en la ESMA, el caso no parecería agregar nada a lo ya conocido. Sin embargo, el mismo presenta ciertas características distintivas, de las cuales mencionaremos solo algunas.
Para empezar, algo elemental: Labayru está viva para contarlo. Es decir, es una sobreviviente que puede relatar su historia, situación que la mayoría de los que pasaron por ese lugar no pueden hacer, porque terminaron engrosando el número de “desaparecidos” –como se cuenta en el texto, en los tristemente recordados “vuelos de la muerte”–. Tengamos presente que, de los miles de personas que desfilaron por ese lugar, solo un porcentaje muy reducido logró sobrevivir.
Además, ella no solo fue secuestrada y torturada, sino que también fue violada, aspecto que no fue tomado en cuenta durante mucho tiempo, pues parecía que la violación era un hecho menos relevante, ya que de alguna manera se lo incluía como forma de tortura. Sin embargo, relacionado con las luchas feministas de las últimas épocas, la violación pasó a tener otra consideración, como un delito independiente. Precisamente, Labayru aportó su testimonio en el juicio que se desarrolló contra los violadores, testimonio que sirvió para que ellos fueran castigados también por ello, más allá de los otros crímenes por los cuales ya se los había condenado.
Por otro lado, cuando ella fue llevada a la ESMA, estaba embarazada, convirtiéndose en una de las primeras mujeres en dar a luz allí, en condiciones por cierto lejos de lo esperable para una parturienta, ya que lo hizo sobre una mesa. Asimismo, otro aspecto del caso es que Silvia Labayru pertenecía a una familia en la cual había muchos militares y, de hecho, Jorge Labayru, su padre, había realizado la carrera de piloto en la Fuerza Aérea y luego se había dedicado a la aviación civil en Aerolíneas Argentinas. Fue precisamente la contestación que hizo su padre a una llamada realizada desde la ESMA cuando Silvia estaba en cautiverio (“la llamada” a la que alude el título) la que le salvó la vida, pues hizo pensar a sus captores que ella podía ser “recuperada”.
El hecho de convertirse en una “recuperada” es uno de los aspectos más sobresalientes de su caso. Aclaremos que el “proceso de recuperación”, implementado por Jorge “el Tigre” Acosta (uno de los más conocidos y temibles represores de la época), consistía en que un pequeño número de los detenidos en cautiverio fuera mantenido con vida y obligado a realizar diversos “trabajos” bajo amenaza de muerte, para demostrar que habían sido “recuperados” y poder así seguir con vida. Dadas ciertas características físicas que Silvia Labayru tenía, uno de los “trabajos” que ella realizó fue fingir ser la hermana de otro muy conocido represor, Alfredo Astiz. Este se había logrado infiltrar en el grupo de las Madres de Plaza de Mayo y Silvia participó en algunas reuniones acompañándolo. Recordemos que la intervención como espía de Astiz dio lugar a algunos de los sucesos más difundidos de la época: el apresamiento y muerte de fundadoras de las Madres de Plaza de Mayo y de las monjas francesas Domon y Duquet. Ese “trabajo” de Labayru (aunque involuntario) llevó a que, una vez liberada, muchos exmilitantes de Montoneros desconfiaran de ella pues entendían que había colaborado con la dictadura.
El relato. Hasta aquí algunos de los elementos propios del caso que, desde el punto de vista narrativo, lo convierten en un material atractivo. Pero como ya señalamos, este es solo uno de los factores que habrían llevado al éxito obtenido por la obra, ya que un segundo factor imprescindible es la destreza de quien la escribe.
Este texto pertenece al género de no ficción y, aunque parezca obvio, el hecho de que los sucesos relatados sean verdaderos (no solo verosímiles) no quita que a la vez estos deban ser narrados. Es decir, si bien el propio caso aporta al “qué” de lo narrado, es fundamental el “cómo” se lo narra. Es aquí donde entra la pericia de Guerriero, una exponente destacada del género, quien ha obtenido por este libro el Premio Zenda de Narrativa 2023-2024 (Zenda Libros es una plataforma dedicada a la promoción de la literatura en español, fundada en 2016 por el escritor Arturo Pérez-Reverte).
La autora podría haberse limitado a contar exclusivamente lo relativo al cautiverio deabayru en la ESMA, su posterior liberación y sus conflictos con otros exmilitantes de Montoneros. Desde nuestro punto de vista, de esta manera hubiese obtenido una narración plena de tensión y momentos dramáticos, pero que no se distinguiría demasiado de otros relatos sobre las atrocidades ocurridas durante la dictadura militar. Sin embargo, Guerriero elige otro ángulo para tratar el caso que resulta sin duda más atractivo para el lector.
Si la autora se hubiese restringido a contar el caso, la narración podría haber comenzado con el tipo de familia de la cual provenía Silvia Labayru, sus estudios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, su ingreso a la militancia en Montoneros, etc. Sin embargo, el relato empieza con Leila Guerriero yendo a una reunión en noviembre de 2022 en casa de un conocido suyo, el fotógrafo Dany Yako, reunión a la cual asiste, entre otros exalumnos del Colegio Nacional, Silvia Labayru. Para esa época, Guerriero ya conocía perfectamente a Silvia, cuestión muy diferente a la que después nos enteramos que sucedía algo más de un año atrás, cuando el mencionado fotógrafo le había llamado la atención a la autora sobre un artículo en un diario sobre su amiga Silvia. De hecho, Yako es quien oficia de nexo entre autora y protagonista, además de ser el autor de la fotografía de esta última tomada en 1979 y que ilustra la tapa del libro.
En suma, el relato comienza de manera muy indirecta. Silvia no aparece allí como protagonista y la autora tiene un papel en lo narrado. Puede interpretarse así que ese comienzo sirve no tanto para dar cuenta de las peripecias vividas por Silvia, sino para enlazarlo luego con el origen del propio relato.
Por otro lado, si bien todo el texto gira de alguna manera sobre los sucesos ocurridos a Labayru en la ESMA y la autora se basa principalmente en las numerosas entrevistas que le realizó, a la vez recoge una gran cantidad de testimonios a través de las personas que se relacionan con ella de una u otra manera, cercanas o no tanto, en el pasado y/o el presente, directa o indirectamente.
De esta forma, aparecen en el relato los represores de la ESMA, los padres de Labayru, su pareja actual, sus parejas anteriores, sus hijos, los hijos de sus parejas, las excompañeras y excompañeros de militancia y otras muchas personas más vinculadas tangencialmente con ella. Es decir, lo que podría haber sido un relato limitado a unos pocos personajes centrales de lo atinente a lo sucedido a la protagonista en el centro de detención se convierte en un escenario donde aparece un variado, abigarrado, multiforme conjunto de personajes. De hecho, como Guerriero usualmente deja constancia en el texto de las circunstancias en que lleva a cabo cada una de las múltiples entrevistas, se convierte ella misma en otro personaje de lo relatado.
Asimismo, el orden de lo narrado no es estrictamente cronológico, lineal, sino que hay un ir y venir en el tiempo, volviendo a contar un mismo hecho desde la perspectiva de distintos personajes que intervienen en él, lo cual lleva a que algunas veces las perspectivas del suceso sean coincidentes, pero en otras no lo sean. Además, con el espacio pasa algo similar al tiempo, pues no solo lo que relatan los distintos personajes ocurre en diversos lugares, sino que los sitios mismos donde se producen las diversas entrevistas son variados.
También es cambiante el tono emotivo que adquieren los acontecimientos contados, pues, aunque muchos de ellos son dramáticos, otros muchos no lo son, siendo incluso risueños algunos. Es decir, hay un ir y venir en los hechos relatados: a veces aparecen distintas versiones sobre los mismos, son cambiantes los escenarios de lo relatado, varía el lugar donde se recogen los relatos y son diferentes los matices anímicos que suscitan los múltiples hechos contados. Todo ello contribuye de distinta manera para otorgarle un ritmo claramente variado a la narración.
En suma, el caso Labayru en sí mismo presentaba aristas muy interesantes, que podrían haber sido contadas de forma recortada, con una sola voz narrativa y con un tono marcadamente dramático. Sin embargo, gracias a la experiencia y talento de Leila Guerriero, y sin perder la esencia de lo sucedido a Silvia Labayru, se transforman en un relato polifónico, con una animada multiplicidad de hechos y una variada gama de sentimientos, otorgándole todo ello un particular atractivo a la narración.
*Licenciado en Letras (UBA), doctor en Ciencias Sociales (UBA). IG @carloscampora01.