Un año después de que se cierre el capítulo constitucional de Chile, vale la pena evaluar qué factores influyeron para que el país vecino no alcance una nueva Constitución, y por qué no se logró, si la gran mayoría de los chilenos deseaban el cambio, lo que quedó en evidencia en 2020 cuando el 78% coincidió en dejar atrás la Constitución impuesta por la dictadura de Augusto Pinochet.
Peor es nada. Evidentemente, quedó claro que la dificultad no estaba en ponerse de acuerdo sobre si cambiar o no la Constitución, sino en ponerse de acuerdo sobre qué tener en cuenta para la nueva. Es por eso que, si bien el tema ahora parece adormilado, eventualmente –tal vez–, volverá a la agenda pública.
“No haber encontrado lo que queremos no cambia el hecho de que no queremos la Constitución que tenemos. El tema difícilmente va a cerrarse por completo porque la Constitución que nos rige es una suerte de peor es nada”, explica el Magíster en Historia chileno Rodrigo Mayorga, quien recientemente publicó el libro Nuestro fracaso constituyente.
El libro es una crónica sobre el último momento donde existió la posibilidad de redactar una nueva Constitución en Chile. Una etapa que se empezó a abrir de a poco a partir de 2010 con protestas estudiantiles, y comenzó formalmente con el estallido de 2019, la pandemia en 2020, la Convención Constitucional para la recepción de iniciativas populares constituyentes de 2021 y los plebiscitos de 2022 y 2023.
“Intentamos escribir algo que la reemplaza la Constitución y no fuimos capaces. Cuando se hizo evidente el fracaso, luego de la segunda oportunidad, con los mismos errores y terminando en el mismo lugar, quise entender por qué terminamos en un fracaso constituyente, que es el hecho de que la etapa se cerrara sin poder escribir una nueva Constitución”, cuenta el autor.
Los errores. ¿Cuáles fueron, entonces, los errores que impidieron el éxito constituyente? “Un grupo de la sociedad idealizó el estallido del 2019. Hubo gente que lo vivió como un despertar del pueblo. Otras personas, en cambio, lo vieron como un complot de la izquierda internacional, como una especie de intento de golpe de Estado. Ambas lógicas ignoraron que el estallido fue una crisis. No fue un actor, sino que fue el resultado de un país que venía aumentando sus niveles de desconfianza con respecto a las instituciones. Y esas dos posturas opuestas hicieron difícil alcanzar un trabajo colaborativo”, responde Mayorga.
En definitiva, no se logró encontrar un punto medio que mantenga satisfecha a la mayoría. “Los dos intentos fracasaron, porque adolecieron de maximalismos de extrema izquierda, el primero, y de ultraconservadurismo el segundo”, dice el politólogo Gabriel Gaspar, un diplomático de larga trayectoria, cuyo último cargo fue de subsecretario de Defensa del gobierno de Gabriel Boric.
El proceso de reforma constitucional comenzó en 2019 como una salida al estallido social, un momento de exasperación que marcó el camino para dos oportunidades también exasperadas. “Se da en un contexto en el que la izquierda, que obtiene una mayoría arrolladora en la primera elección de constituyentes, hace un diagnóstico errado y propone al país un plan radical que buscaba eliminar el modelo neoliberal y convertir a Chile en un Estado Plurinacional. Esta propuesta fue rechazada ampliamente”, sostiene el analista Erick Rojas, exdirector de Comunicaciones del Ministerio del Interior. “Después –continúa–, vino la oportunidad para la derecha, con el segundo intento. Se comete el mismo error y se empuja una propuesta de reforma de extremos. Al final, todo el sistema político, tiroteado por los extremos, fracasó, y los chilenos nos quedamos con la Constitución que se quería reformar”.
Mayorga explica que, si bien la democracia supone la competencia entre distintas ideas y actores, también supone la colaboración. “Si las partes solo compiten, el sistema termina por desarmarse. Y escribir una Constitución es un tablero netamente colaborativo”, afirma el historiador.
El consultor internacional chileno Erick Rojas propone otro análisis: los chilenos no pidieron ni se pusieron de acuerdo para realizar un cambio del sistema, en lo que sí coincidieron, es en querer un cambio de la Constitución: “No se logró avanzar en una reforma, porque hubo un mal diagnóstico de lo que las personas pedían. Había un deseo de cambio, de acceder a mayores beneficios, pero nunca existió un llamado a refundar el modelo político, económico y social. Tiendo a pensar que esta miopía fue interesada y consciente. No puedo creer que nuestro sistema político haya sido capaz de no ver los efectos”.
Constitución dormida. Luego de dos rechazos, el tema ya no se escucha. “Desgraciadamente, el fracaso de los dos intentos conocidos provocó una fatiga constitucional en buena parte de la población, que juzga estos temas como secundarios en el momento actual, en el cual el incremento del delito organizado, junto a la no reactivación de la economía, adquieren primera prioridad”, indica Gaspar.
Y Mayorga coincide: “Hoy no es un tema. En Chile hay un cansancio constituyente muy fuerte: nadie quiere hablar de eso. Y menos ahora que estamos en el ciclo electoral, con elecciones municipales, de gobernadores, y el próximo año elecciones parlamentarias y presidenciales”.
Mayorga no observa paralelismos con Argentina respecto al tema constituyente y de las dictaduras, pero sí nota similitudes con la situación política y social. “El final de la dictadura argentina fue muy distinto al de la chilena. En Chile hubo una transición pactada, con una Constitución de la dictadura que se mantiene, y un dictador que siguió, en cierto sentido, en el poder, porque continuó como comandante en jefe del Ejército, con un porcentaje alto de la ciudadanía que lo apoya y que luego ingresó a la vida política con partidos que son de expartidarios de la dictadura”, dice.
“Creo que la Argentina está viviendo, desde los últimos años, un fenómeno extremo de lo que aquí vivimos: esta suerte de política donde el otro es un enemigo, no una opción distinta, sino una amenaza. Esto se ha visto en los últimos años en muchas partes del mundo, y conectado con un malestar ciudadano muy fuerte, llevó a Javier Milei a la presidencia”, subraya.
Las reformas. El camino chileno a la democracia está totalmente impregnado de la Constitución actual. “La transición tuvo en sus bases la confianza en la Constitución de 1980 del conservadurismo chileno, que garantiza un rol preponderante en la economía al sector privado y un presidencialismo fuerte”, dice Gaspar.
La Constitución fue reformada –hasta la fecha– más de sesenta veces. “Durante este proceso, en el Congreso se aprobó una norma que rebajó los quórums, que eran muy altos, y hoy es más fácil realizarle cambios. Ya no está escrita en piedra”, asegura Rojas.
Las reformas cambiaron la realidad política de Chile, aunque sin modificar algunas bases. “Con las sucesivas reformas fueron posibles acuerdos puntuales que permiten resolver problemas, pero que no desarmaron la arquitectura constitucional. Ejemplo de ello fue la atribución presidencial para destituir a los comandantes en jefe de las FF.AA., pero manteniendo el mecanismo para la designación de su sucesor. Estos equilibrios dieron lugar a una lenta transformación, llevando a la fragmentación política y con ello un presidencialismo de minorías desde hace varias administraciones, y una enorme dificultad para construir acuerdos”, explica Gaspar.
A futuro. Mayorga, que define la crisis actual como “un ejemplo claro de este nuevo escenario posconstituyente” apostó al inicio del artículo, porque difícilmente el tema quede en el pasado, y que, eventualmente, resurgirá. ¿Qué pasará entonces?
“La reforma constitucional era la oportunidad de reformar el sistema político y la desaprovechamos. Sin embargo, veo difícil que quienes se verían afectados por estos cambios, los parlamentarios, estén dispuestos a avanzar en una reforma al sistema político, que hoy tiene a Chile entrampado en el inmovilismo”, dice Rojas.
Hay pocas, por no decir ninguna, experiencias de cambios constitucionales tan profundos como el que se planteaba en Chile varias décadas después de la dictadura. “No creo que el tema resurja ni en el cercano ni en el mediano plazo. No se puede vivir eternamente en elecciones”, piensa la Dra. en Ciencias Sociales Andrea Gartenlaub, profesora de la Universidad de Chile. Apunta que las prioridades de los chilenos cambiaron en los últimos años. De hecho, una investigación de Ipsos reveló este año que Chile es el país más preocupado del mundo por el crimen y la violencia. “Además, hoy la atención está puesta en el financiamiento de la salud, las pensiones y calidad en la educación. Como ven, los temas están relacionados con el estándar de vida de la población que se vio deteriorado los últimos años. Para ello, no necesitás de momento una Constitución, sino gestión y financiamiento”, analiza la académica.
“Ninguno de los borradores constitucionales daba seguridad a la gran mayoría de la población, ni reflejó las sensibilidades de los chilenos. Y ésta es una enseñanza que tiene sentido en los tiempos que corren: no se pueden escribir textos políticos que convoquen solo desde tu trinchera, porque no tienen futuro. En cierto sentido, los chilenos fueron bastante prácticos: ‘si esto no es mejor que lo que tenemos, es mejor dejarlo pasar’. Se deberá esperar una nueva ventana de oportunidad”, concluye Gartenlaub.