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Deslealtad en el PC

Chile: la rebelión del Partido Comunista ante el posible triunfo de su candidata, Jeannette Jara

La candidata oficialista –que en julio irrumpió como una figura presidenciable con altas posibilidades y que hoy ve cuesta arriba llegar a La Moneda– ha tenido que enfrentar una serie de polémicas generadas por el presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona. Las críticas abiertas y gestos de autonomía del presidente del PC forman parte de una estrategia clara que busca proteger al partido de un naufragio anunciado en las presidenciales.

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Batalla dada por perdida. El Partido Comunista chileno sabe que la elección presidencial está cuesta arriba y que lo verdaderamente importante será conservar su influencia parlamentaria. | cedoc

A veces, en política, el instinto de supervivencia puede ser mucho más importante que las lealtades al interior de un partido, entre una misma coalición y hacia un candidato. Los apoyos no están escritos en piedra y siempre dependerán de los efectos y los riesgos que pueden tener una decisión y/o un acuerdo político. Al parecer, algo de esto explicaría el tibio apoyo y las polémicas que ha generado el Partido Comunista (PC) y que afectan a la candidatura de Jeannette Jara.

La candidata oficialista –que en julio irrumpió como una figura presidenciable con altas posibilidades, y que hoy ve cuesta arriba llegar a La Moneda– ha tenido que enfrentar una serie de polémicas generadas por el presidente comunista, Lautaro Carmona. Las críticas abiertas, intervenciones calculadas y gestos de autonomía del presidente del PC forman parte de una estrategia clara que busca proteger al partido de un naufragio anunciado en las presidenciales.

La tensión se ha profundizado con el blindaje del PC a Daniel Jadue. Mientras Jara ha tomado distancia de su candidatura a diputada por el distrito 9, Carmona y la actual dirigencia comunista han cerrado filas en torno al exalcalde de Recoleta, incluso intentando interceder ante la Fiscalía. El contraste es evidente: mientras la presidenciable buscaba instalar un relato de moderación para ampliar apoyos, el partido apostó por radicalizar la defensa de una figura cuestionada judicialmente. Este choque refleja diferencias estratégicas, muestra una fractura en la credibilidad del oficialismo y deja en evidencia que, para el PC, la prioridad es resguardar su capital político antes que respaldar sin condiciones a su candidata.

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El episodio más claro ocurrió cuando Carmona cuestionó la gestión del exministro de Hacienda Mario Marcel. A través de un mensaje dirigido a la coalición, el timonel del PC dejó en claro que no está dispuesto a amarrarse a un relato socialdemócrata que diluya la identidad de su partido. En política, los silencios pesan tanto como las palabras, y el silencio no fue opción para el dirigente comunista. La confesión de Jara a su asesor económico, Luis Eduardo Escobar –“me siento socialdemócrata”– terminó de encender las alertas. Lo que para algunos fue un gesto de modernización, para los comunistas fue la confirmación del riesgo de aparecer como un partido que entrega sus banderas sin obtener nada a cambio.

Históricamente, el PC nunca ha ocultado sus posiciones y, por eso, la renuncia de Jara a las propuestas con las que ganó las primarias (como la nacionalización del cobre y el litio) generó una fractura interna que llevó a la dirigencia del partido a separar aguas y evidenciar las diferencias con las propuestas programáticas de la candidata oficialista. Renunciar a sus propuestas estatistas y refundacionales en nombre de un programa de “realismo económico” escrito por socialistas y “pepedeístas” sería cruzar una línea roja que no están dispuestos los comunistas.

Su “rebelión” no es improvisada. El PC se mueve en un equilibrio fino que busca acompañar a Jara lo suficiente para no ser acusado de deslealtad y marcar límites claros para evitar que la derrota presidencial lo arrastre. El partido sabe que la elección presidencial está cuesta arriba y que lo verdaderamente decisivo será conservar su influencia parlamentaria y mantener su capacidad de negociación en el futuro Congreso. Es una táctica de supervivencia.

Sin embargo, la posición de Carmona no es compartida por todo el partido, ya que dentro del PC existen sectores que siguen apoyando a Jara de manera decidida. Mujeres dirigentes y generaciones jóvenes ven en ella una oportunidad de proyectar la presencia del partido en la contienda presidencial y acercarse a electorados más amplios. Para ellos, acompañar a la candidata no significa una renuncia a la identidad y permite mostrar que el partido puede ser flexible y representar a distintos segmentos sociales. Esta división interna evidencia que la “rebelión” de Carmona no es unánime y, por lo mismo, tiene tensionado al PC.

La candidatura de Jara ha puesto en evidencia, además, la fragilidad del oficialismo. Lo que comenzó como una coalición con pretensiones de hegemonía se muestra hoy como una sociedad de intereses donde nunca existió un proyecto común. Los socialistas y “pepedeístas” empujan hacia la moderación; el PC insiste en defender sus banderas históricas; y el Frente Amplio se ha reducido a un actor secundario, sin la gravitación de antaño. El resultado es una campaña errática, donde cada partido habla a su propia tribu en lugar de interpelar al conjunto de la sociedad.

Para Carmona, lo peor que podría ocurrir sería que el PC terminara percibido como un partido “socialdemocratizado” por disciplina de coalición. Esa imagen debilitaría la cohesión interna y mermaría la influencia del partido en las negociaciones parlamentarias que vendrán. Por eso, junto a figuras como Bárbara Figueroa (representante del partido en el comando de Jara), insiste en marcar diferencias. Incluso si eso incomoda y tensiona el comando, la prioridad es preservar al partido.

El movimiento de la candidata oficialista hacia el centro buscaba ampliar sus apoyos y legitimarse ante sectores moderados. Sin embargo, ese desplazamiento ha terminado aislándola en su propia coalición. Para el PC la pregunta ya no es si la candidata gana o pierde –esa respuesta está asumida–, sino cómo evitar que la derrota erosione también su capital político.

Las encuestas recientes confirman este diagnóstico: Jeannette Jara aparece estancada sin poder pasar el techo del 30% y con pronósticos que hoy la sitúan perdedora frente a los dos candidatos de oposición que encabezan las encuestas (José Antonio Kast y Evelyn Matthei), sin capacidad de proyectar una segunda vuelta. Para el PC, los números solo refuerzan la tesis de Carmona. No tiene sentido hipotecar su identidad en una candidatura que difícilmente alcanzará competitividad real.

De allí que la lógica del realismo comunista sea acompañar lo necesario para no romper, pero sin aparecer como cómplices de un giro que no comparten. No buscan maximizar un triunfo improbable, sino minimizar los costos de una derrota segura. Y en esa tarea, Carmona actúa como el custodio de la línea partidaria, dispuesto a rebelarse cada vez que siente que la identidad comunista corre riesgo.

Lo que aflora detrás de esta actitud es la distancia cultural y política entre el PC y el resto de sus socios. Mientras en el Socialismo Democrático imaginan una coalición gobernante anclada en la tradición de la centroizquierda, los comunistas siguen pensando en términos de movilización social, coherencia ideológica y representación de un electorado que desconfía de los matices tecnocráticos. Para ellos, haber defendido durante décadas a Cuba o Venezuela no fue un error de comunicación, fue una prueba de consistencia política.

En este contexto, la “rebelión” de Carmona es una jugada fría, que apuesta a que Jara no será presidenta, y por lo mismo su misión es blindar al partido frente a un desenlace que ya parece inevitable. Prefiere tensar la campaña hoy para evitar que mañana el PC aparezca desdibujado, atrapado en un proyecto ajeno y derrotado.

La paradoja es que mientras la candidata busca ampliar su base, su propio comando revela la falta de un proyecto compartido. La unidad oficialista luce más como un espejismo electoral que como una coalición con rumbo. Y en medio de ese escenario, Carmona emerge como un dirigente pragmático, dispuesto a rebelarse para sobrevivir.

El desenlace es previsible. La candidatura de Jara quedará como un capítulo más en la larga saga de desencuentros entre socialistas y comunistas. Mientras que el PC, lejos de quedar debilitado, probablemente utilizará la experiencia para reforzar su relato. Fueron ellos quienes se mantuvieron firmes frente a la tentación de diluir su identidad.

Con todo, la rebelión de Carmona es el reflejo de una estrategia más amplia que entiende que en política, a veces se gana perdiendo. Y para el PC, salir de esta contienda con su base intacta vale más que acompañar hasta el final una apuesta condenada.

La política chilena vuelve a demostrar que las presidenciales no solo deciden quién ocupará La Moneda. También redefinen las correlaciones internas y los relatos de cada partido frente al futuro. El presidente del PC lo entendió antes que otros. No tiene sentido hipotecar la identidad para respaldar un viraje al centro que no traerá victoria. Y si esa apuesta le permite llegar al próximo ciclo con un partido cohesionado y reconocido, la “rebelión” habrá sido mucho más que un gesto de resistencia: habrá sido, paradójicamente, el camino hacia la victoria política.

*Director Consulting.