ELOBSERVADOR
Piergiuseppe Fortunato

América Latina necesita impulsar las cadenas regionales de valor

El especialista en desarrollo sostiene que en sectores como la transición energética, en el que pueden jugar un papel clave por la abundancia de recursos, las naciones latinoamericanas deberían negociar con las grandes empresas como región, antes que como países. Y analiza el desafío que representan para Europa las políticas de incentivo fiscal de China y Estados Unidos.

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El economista italiano trabaja para la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (Unctad), donde lidera proyectos sobre cadenas globales de valor e integración económica. Es profesor de Política Económica en la Université de Neuchâtel. Ha integrado equipos de la ONU tanto en Nueva York como en Ginebra, así como para diversas universidades e institutos de investigación. Miembro del Consejo Asesor Internacional de Sistémica, aquí analiza la actualidad del vínculo entre comercio y desarrollo, en nuestra región y el mundo. 

—El reporte de la Unctad del año pasado señala que el comercio en la última década ha venido creciendo a las tasas más bajas desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo visualizas el bajo crecimiento del comercio?

—Es una discusión que viene desde los últimos cuatro o cinco años, incluso más si quieres, después de la crisis económico-financiera de 2007-2008, ya hubo un amesetamiento del crecimiento del comercio global de forma marcada. Luego del covid, esto aumentó. Mucha gente, muchos observadores, llaman a todo eso deglobalization. El fenómeno de globalización que tuvimos no fue algo nuevo, ya tuvimos algo antes de la Segunda Guerra Mundial. Pero el último más reciente fenómeno de globalización empezó después de la Segunda Guerra Mundial y se aceleró a partir del 94, con la creación de la Organización Mundial del Comercio. Eso ha llegado a cierto punto final. Y si miras a los lados, es cierto que en el último año es más evidente, pero ya son diez años en los que el comercio global se ha parado. ¿Qué quiere decir esto? ¿De dónde sale esto? ¿Dónde vamos a ir? Son muchas preguntas y muy interesantes. La primera respuesta más fácil es que había crecido mucho el comercio global y que todo tiene su límite fisiológico. Y la segunda respuesta es que, aparte del límite fisiológico del comercio global, otra situación importante es lo que está pasando con las cadenas globales de valores. Tuvimos una época, en particular en los 90 y las primeras décadas de los 2000, en donde las cadenas globales de valores crecieron. El fenómeno del outsourcing ha sido global. Luego eso cambió por varias razones. Razones económicas, el hecho de tratar de acortar un poquito esas cadenas globales de valor para reducir los riesgos, empezar a dar más valor a la disminución de riesgo en lugar de a los provechos económicos y por razones geopolíticas. Y los contrastes que hay entre China y Estados Unidos que empiezan en 2013-2014 se hacen evidentes en 2016, después de la elección de Donald Trump. Actualmente siguen. Es noticia reciente la subida de los impuestos y las tarifas sobre los vehículos eléctricos y las baterías eléctricas, y algunos minerales críticos exportados de China a Estados Unidos. Sí que hemos cambiado de modelo: ya no pensamos en cadenas globales de valor, sino que pensamos más en cadenas de valor regionales, conocidas como friendshoring. Y eso, claro, tiene su impacto, porque si vamos a comerciar menos con los países más lejanos, sea por motivos geográficos, por razones de disminución de los riesgos, o sea por razones geopolíticas, eso tiene su impacto sobre el comercio global. Un comercio global que, de forma clara en los últimos diez años había crecido sobre todo por el comercio de inputs más que de productos finales. Entonces, yo pienso que eso son los dos ejes. Por un lado, un límite fisiológico y, por otro lado, un cambio de patrón en términos de decisiones estratégicas sobre la gestión de las cadenas globales de valor.

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—Eso debería verse reflejado en un incremento del comercio regional. En el caso de América Latina y de Sudamérica, eso no se ve. ¿Deberíamos ver esto a futuro, un mayor crecimiento del comercio intrarregional?

—Eso es lo que nos gustaría ver que pasara. De hecho, es en lo que estamos trabajando. Estamos mucho en eso dentro de la Unctad. Es un tema extremadamente importante. El comercio interregional es la clave. Ha sido clave para los países de Asia en el crecimiento de los años 70 y 80. Ha sido clave en Europa y el fenómeno de las cadenas regionales de valor es un fenómeno extremadamente importante. El crecimiento de Europa se explica por eso. Y el 80% del comercio entre cadenas globales de valor, de hecho, es un comercio entre cadenas regionales de valor. Es cierto que en América Latina lamentablemente, y esa es una de las razones por las que quedó atrás en términos de crecimiento en las últimas décadas, es mucho menor. Yo pienso que hay condiciones para que el crecimiento en la región y en la integración regional aumente. Pienso que la administración Lula, por ejemplo, en Brasil, está muy metida en esto. Pienso qué es lo que va a pasar en México, con el nuevo gobierno, va a ser muy interesante. Porque México históricamente, incluso en la administración de López Obrador, ha mirado más al norte que al sur, ha mirado más al hemisferio norte en lugar de a América Latina. Yo pienso que podrían cambiar los escenarios y pienso que esa es una perspectiva particularmente interesante para América Latina, sobre todo si pensamos de cara a lo que es la transición energética.

América Latina es un continente que tiene muchas complementariedades en términos de minerales críticos y en términos de energías renovables. Hay energía eólica, solar, hídrica. Eso es una fuerza de América Latina. Y plantear que, si vamos a pensar un modelo de desarrollo que vaya más allá de los combustibles fósiles, es la combinación de diferentes energías renovables porque todas esas energías son intermitentes. Aún no tenemos la capacidad de stocking energético. Además, es una región que tiene una riqueza de minerales críticos, que tiene que ser monetizada. Yo pienso en particular en el triángulo del litio: lo que es Bolivia, Argentina y Chile. Sería extremadamente importante para la región, en este caso por las inversiones en esos tres países, poder contratar y entrar en negociaciones con las multinacionales más a nivel regional que a nivel individual. Porque eso, por cierto, va a tener un impacto sobre el poder de negociación. Así que eso es lo que yo espero, que América Latina se dé cuenta de que puede haber un impulso, porque hay importantes oportunidades de desarrollo para la región. Y más si vamos a pensar en términos de desarrollo de la región y no en términos de países.

—¿Cómo está la relación entre China y Europa? Vinculado al conflicto comercial entre Estados Unidos y China, ¿cómo ves que se posiciona Europa en esa disputa?

—Esa es una pregunta muy interesante y fue muy interesante el viaje reciente de Xi Jiping a Europa. Lo que noté es la diferencia que hubo entre el encuentro muy amigable entre Xi Jinping y Macron, por un lado, y la relación mucho más tensa que tuvo Xi Jinping con Ursula von der Leyen. Y Macron, de hecho, había ido él mismo a China con otros emprendedores franceses unos meses antes. Yo pienso que el gran problema que tenemos en Europa y, de hecho, las diferentes relaciones y el tono diferente de los encuentros, en los mismos días, de Ursula von der Leyen y de Macron con el presidente chino, testimonia un problema que tiene Europa. Europa aún no es Europa políticamente. Hay varias Europas y varias posiciones europeas en temas extremadamente delicados a nivel político, económico y geopolítico. Eso es un problema evidente. Que se hace aún más evidente cuando se habla de las relaciones con China. En contraste, es bastante claro el patrón de relaciones entre China y Estados Unidos y la estrategia que Estados Unidos tiene frente a China, como comentaba la subida de las tarifas sobre las importaciones a nivel de autos eléctricos, baterías y minerales críticos. Por el otro lado, no hay claridad en lo que se refiere a la Unión Europea. Italia, que es mi país, hace cinco años fue el primer país desarrollado, el primer país de la OCDE que participó y fue un país miembro la Ruta de la Seda. Cuando el nuevo gobierno tomó el poder, hace un año, salió de esto. Yo noto que no hay una estrategia clara y que no hay una visión clara, vinculada a la relación con la China, de los países europeos, y más en general, no hay una visión común entre los países europeos, que es lo más delicado para el continente.

—Hubo informes recientes de Enrico Letta y de Mario Draghi sobre la competitividad de la Unión Europea. ¿Cómo estás viendo ese debate? Indudablemente, hay una preocupación sobre que la Unión Europea tiene que pegar un salto de calidad en la materia.

—Es muy interesante el hecho de que muchos de esos reportes extraordinarios comisionados por la Comisión Europea sobre la situación de la Unión en distintos campos se entreguen a los italianos. Porque se les reconoce, en cierto sentido, a los italianos una capacidad de encontrar soluciones comprometidas. Que es el rol, el papel, que jugó Italia históricamente en la Unión Europea. No la postura de imponer una visión como puede ser, por ejemplo, en el caso de Alemania o de Francia, sino de tratar de encontrar compromisos. Y por esto muchos de los que fueron primeros ministros italianos, como Monti, Letta y Draghi, tuvieron ese mandato. Lo que veo en el trabajo de Enrico Letta, en el trabajo de Mario Draghi, y tengo que decir que comparto mucho de sus visiones, es que se subraya exactamente lo que estábamos discutiendo antes. El hecho de que en Europa falta una unión política real para avanzar y para competir en un mundo global en donde cambió el patrón. Hemos cambiado de una visión donde con la globalización todos estaríamos mejor sabiendo las fronteras, a una visión que es un juego de suma cero: un realismo económico. 

Tenemos que tener una visión clara. Y para tener una visión clara, tenemos que tener una unidad política. La tiene Estados Unidos y la tiene China. Con modelos de gobernanza completamente distintos, pero sí la tienen. En Europa no la tenemos. Es suficiente con pensar que el órgano que mayor poder tiene, que es la Comisión, no está elegido democráticamente y, en cambio, el Parlamento es elegido democráticamente, pero casi no tiene palabra. Hubo una reforma en 2016 para que el Parlamento nominara al presidente de la Comisión. Pero el primer presidente de la Comisión no ha sido de hecho indicado por el Parlamento. Entonces hay una falta de unidad política y hay una supervivencia de la integración económica y de reglas de una unión tecnocrática, que podía tener un sentido y que funcionó bien en los 90 y comienzos de los 2000, cuando no había conflictos políticos reales, pero que ahora ya tiene muchos límites. Ambos trabajos empujan exactamente en esta dirección: una reforma, una reorganización a nivel institucional de Europa, en donde la unión política y el tratar de encontrar una visión política común a través de sus instituciones sea preponderante. Pienso que es muy difícil movernos en esa dirección, pero es la única dirección para que Europa pueda tener su voz en el debate global.

—Los grandes subsidios en las políticas industriales de Estados Unidos y las políticas de China de subsidio a sus empresas le ponen una tensión a Europa, porque si esas políticas de subsidios se hacen a nivel nacional, eso significa que la cancha se inclina hacia los más grandes. En la Comisión Europea, el 50% de los subsidios denunciados son de Alemania, el 25% de Francia y el 25% restante de todo el resto. ¿Cómo estás mirando esta cuestión de política industrial?

—Es un tema clave. Era un tema clave hace diez años, cuando había un crecimiento asimétrico entre distintos países de la Unión. En ese entonces ya había que pensar las formas de empujar el desarrollo de los países, por ejemplo de lo que se llamaba los PIGS del sur de Europa, que sí tuvieron ventajas a nivel monetario para tener una moneda única, pero que a nivel industrial y a nivel de comercio tuvieron que pagar su precio. Ahora se hace aún más urgente. Es lo que se hizo con el Next GenerationEU, con el Plan de Construcción Nacional y de Resiliencia. Es un ejemplo de una dirección hacia donde podría ir Europa. El hecho de que vamos a emitir una deuda que está financiada y garantizada por la Unión Europea, por el Banco Central Europeo, y esos fondos se utilizan como una inversión que, en el caso, por ejemplo, de Next GenerationEU, se dirigió a la sanidad pública, porque estamos hablando de un plan que sale de la crisis del covid, pero también a la transformación verde y a la transformación digital. Sería extremadamente importante moverse en esa dirección. La utilización del Banco Central Europeo y de la Unión Europea como garantía para los préstamos internacionales para recaudar fondos que financien políticas industriales, subsidios. Lo que se hizo en Estados Unidos con el Action Act, o lo que se hace en China desde comienzos de 2000, que al fin y al cabo es la razón por la que los precios de los paneles fotovoltaicos en energía eólica y las baterías eléctricas bajaron, se pueda hacer también en Europa.

Ahora bien, y acá volvemos al punto que estuvimos discutiendo antes, para que eso sea posible de forma regular, que vaya más allá de una crisis evidente y enorme como la del covid, se necesita unión política. Se necesita que lo que vayamos a votar los europeos se proyecte en las políticas. Porque si no va a ser el resultado de una negociación entre países distintos, con intereses distintos y con poder de negociación distinto. Y, en ese caso, va a ser extremadamente difícil salir de los parámetros del Pacto de Maastricht, de los parámetros y de los equilibrios a nivel de sustentabilidad de la deuda y del déficit de cada país. Para que Europa pueda tener su voz y pueda responder a las políticas de incentivo fiscal de China y Estados Unidos, necesitamos más unidad política.

*Director de Sistémica.