La sombra terrible del macrismo crepuscular sobrevoló como un espectro a la Argentina de Milei en plenos festejos navideños.
La rebelión de los mercados que estalló en 2018 y que desbarató todos los planes de la –hasta ese momento exitosa– administración de Mauricio Macri tuvo múltiples causas, tanto nacionales como internacionales. Sin embargo, algunos se animaron a ponerle fecha y hora exacta al nacimiento de la crisis: el 25 de abril de aquel año terrible cuando a las 11:15 de la mañana la mesa de dinero del Banco Central recibió la solicitud para una operación doble de salida de Lebac (instrumento privilegiado del endeudamiento del gobierno) y compra de dólares, por el escandaloso monto de 800 millones de dólares. La movida fue impulsada por un banco que hasta ese momento había actuado como columna vertebral del esquema financiero del macrismo: el “glorioso” JP Morgan. Detrás suyo, hicieron cola el Merril Lynch, Deutsche Bank, HSBC, Stanley Morgan, entre otros que emitían órdenes de compra de dólares y, como se dice en la jerga financiera, “abandonaban sus posiciones en pesos”.
El jueves pasado, el Banco Central tuvo que desprenderse de 600 millones dólares de reservas, en lo que constituyó el peor resultado diario del gobierno de Milei. La entidad no vendía tantas reservas desde los 813 millones de dólares sacrificados el 25 de octubre de 2019, hace más de cinco años.
La desorbitada demanda de divisas esta vez también tuvo un nombre propio, no de un banco, sino de una empresa automotriz: Toyota. La multinacional japonesa solicitó a la entidad monetaria que le habilite la suma de 780 millones de dólares para cancelar deudas por importaciones.
La explicación oficial (como todas las explicaciones oficiales) aseguró que era algo normal que se debía a la quita del impuesto PAIS sobre las importaciones y que todo marcha según lo planeado. Sin embargo, para unas reservas raquíticas y en el contexto de una devaluación histórica de la moneda del principal aliado comercial de nuestro país (Brasil), la movida encendió luces de alarma.
Ayer volvían a subir los dólares paralelos, y economistas como Miguel Ángel Broda opinaban (¿reclamaban?) que la mejor cotización para el dólar oficial –que garantizaría competitividad– debería ubicarse en torno a los $ 1.250 y $ 1.350. La presión por una nueva devaluación que derrumbaría uno de los activos centrales del Gobierno (la desinflación) ya se hace en voz alta.
“La historia no se repite, pero a veces rima”, dicen que dijo Mark Twain. No necesariamente el manotazo que recibió el Central implicará que el Gobierno seguirá el derrotero del macrismo en su etapa final. Sin embargo, el hecho dejó expuestos problemas comunes en términos de la precariedad de los fundamentals del esquema económico del dúo Milei – Caputo.
Una estabilización basada, hasta ahora, en un alto componente de bicicleta financiera (el famoso carry trade), el control de la inflación en base al derrumbe de los ingresos y el consumo, y una “domada” del dólar a golpes de cepo e intervención estatal en el mercado financiero que sostiene al peso sobrevaluado en relación con la productividad de la economía argentina. La ficción de una moneda local más fuerte que el real brasileño solo puede sostenerse en el sueño dogmático del libertarianismo.
Los grandes lineamientos de la hoja de ruta, con excepción del salvaje ajuste fiscal, todavía se mueven en el terreno de las promesas. Como tantas otras experiencias políticas cuando se autoperciben en la cresta de la ola, el gobierno de Milei está sobrenarrado y a todo su relato hay que aplicarle los descuentos correspondientes.
Desde la acumulación de reservas hasta las famosas privatizaciones, desde las inversiones en petróleo y minería hasta la vuelta del crédito internacional son, por el momento, todas expresiones de deseo más que realidades efectivas.
Las reservas del BCRA están al mismo nivel (en el terreno negativo) en el que las dejó el gobierno de Alberto Fernández con Sergio Massa en el quinto piso del Ministerio de Economía.
De las tan mentadas privatizaciones, pasado un año, el Gobierno no pudo llevar adelante ninguna. Esta semana volvió a extender por segunda vez el plazo para que las empresas públicas se conviertan en sociedades anónimas. Habrá sesenta días más de prórroga, según el decreto 1120/2024, porque hasta ahora el pescado sigue sin venderse.
A la borrachera financiera hay que agregarle lo que algunos analistas llaman la “borrachera de la energía”. Un exceso de expectativas depositadas en torno al petróleo y al gas en Vaca Muerta o en los emprendimientos mineros en otras geografías del país.
El economista Martín Rapetti cree que existe una borrachera con la energía y la minería. Y aunque no quiere menospreciar el papel que van a jugar estas dos anchas avenidas de generación de dólares, “cuando usted mira los números no se concluye todavía que habrá un flujo de capitales que permita a la economía argentina ser cara en dólares y sostenible en el tiempo con este nivel de productividad”, como dijo en una entrevista el último domingo con Clarín. Claro, también considera que debe “corregirse” el tipo de cambio, es decir, llevarse adelante una nueva devaluación.
Esta ausencia de fundamentos estratégicos conspira permanentemente contra el éxito táctico que constituye el mayor activo, no solo económico, sino también político de Milei: la desinflación.
La inédita tolerancia social está íntimamente vinculada a la desaceleración de los precios luego de años de desquicio inflacionario. Sin embargo, en la percepción popular esto se considera un punto de partida, no de llegada.
La paciencia social también era contabilizada en el haber de Macri que, incluso, había ganado las elecciones de medio término en 2017 para terminar enfrentando una revuelta en diciembre de ese año con las movilizaciones contra la reforma previsional y una paliza electoral en las elecciones de 2019.
Ante el alineamiento precario de planetas, Milei puede soñar con Menem o incluso con Thatcher, pero cuando despierta –como el dinosaurio de Monterroso–, la fatídica experiencia de Macri todavía está ahí.