En Argentina, el debate sobre el trabajo sigue atrapado en los paradigmas del siglo XX. Mientras el mundo enfrenta los desafíos de la inteligencia artificial, la automatización y la economía del conocimiento, nosotros seguimos debatiendo indemnizaciones, regulaciones rígidas y estructuras sindicales que responden a modelos de hace 50 años.
Analisis de la reforma laboral que entró como proyecto de ley esta semana
La reforma laboral aprobada en 2024 introduce cambios clave:
• Indemnización por despido: Fondo de cese laboral, similar al modelo de Chile.
• Flexibilización de la contratación, reduciendo costos y simplificando registros.
• Mayor libertad de elección en salud, permitiendo que los aportes no vayan obligatoriamente a obras sociales sindicales.
• Menos burocracia y multas laborales, eliminando sanciones para empleadores en ciertas situaciones.
• Limitaciones a medidas de fuerza, con penalizaciones a huelgas que impidan el normal desarrollo del trabajo.
Ahora bien, una de las principales críticas que se escucha desde el sindicalismo es que esta reforma “precariza el trabajo”. Y acá es donde vale la pena hacer una pausa: ¿precarización laboral? ¿En serio?
Argentina tiene, en promedio, un 40% de empleo informal desde hace más de una década. Eso significa que 4 de cada 10 trabajadores no tienen derechos laborales, no tienen aportes jubilatorios, no tienen cobertura de salud ni indemnización. Si hay algo verdaderamente precario, es eso. Y es el resultado de un sistema rígido que desalienta la formalización.
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Entonces, ¿de qué precarización estamos hablando? ¿Cuál es la alternativa? ¿Seguir con un modelo que hace una década no logra bajar el empleo en negro? Si queremos discutir en serio, hay que partir de la base real, no de slogans vacíos.
La legislación laboral no puede estar 50 años atrasada
El Foro Económico Mundial estima que para 2030, el 50% de los empleos serán nuevos roles que hoy no existen. Eso significa que la legislación ya está atrasada antes de que esos trabajos aparezcan.
No podemos seguir regulando con la lógica de los años ‘70 cuando la economía y las formas de empleo son completamente diferentes. Necesitamos una legislación laboral ágil, moderna y flexible, que entienda que la tecnología y la globalización están cambiando las reglas del juego.
Por eso, el desafío no es solo hacer la reforma, sino medirla y ajustarla si es necesario.
Cómo medir el éxito (o el fracaso) de la reforma
Si esta reforma realmente apunta a mejorar el mercado laboral, dentro de un año deberíamos poder ver datos concretos:
1. ¿Bajó el empleo no registrado?
2. ¿Se crearon más puestos de trabajo formales?
3. ¿Las empresas contrataron más con este esquema?
4. ¿Mejoró la competitividad del mercado laboral?
5. ¿Los trabajadores realmente tienen más opciones y derechos?
En Chile, el fondo de cese laboral permitió mayor previsibilidad para las empresas, pero también generó desafíos en la estabilidad de los trabajadores. En España, la reducción de la precarización laboral se logró con un mix entre incentivos y controles, no solo con flexibilización.
Si en Argentina no tenemos la capacidad de medir y corregir, esta reforma corre el riesgo de quedar atrapada en el mismo loop de siempre: mucho discurso, poca evaluación y ningún impacto real en la vida de la gente.
Si no estamos dispuestos a corregir, estamos condenados a fracasar
Los cambios estructurales no son dogmas. Si en un año los resultados no son los esperados, hay que estar dispuestos a corregir. No desde la ideología, sino desde los números.
Porque si cada sector va a defender solo la parte que le conviene, sin mirar el impacto global, difícilmente esto funcione. La única forma de que una reforma así tenga éxito es que haya consenso en una meta común: que el mercado laboral sea más dinámico, más formal y más competitivo.
Si el resultado mata al relato, la discusión tendrá que ser sobre datos y no sobre ideologías. Y ahí veremos si esta reforma fue un punto de inflexión o simplemente otro capítulo de promesas incumplidas.
* Experto en RRHH y CEO de Nawaiam