En todo el mundo existe un profundo debate sobre el fenómeno de la IA. Desde la filosofía, la economía, la política, la ciencia y la cultura se procura entender cuáles serán las consecuencias de su vertiginoso desarrollo. Es evidente que la calidad de vida de la humanidad está, y mucho más lo estará a futuro, relacionada con esta evolución. El cambio que propone la IA es, fundamentalmente, un salto cualitativo en la capacidad del ser humano para conocer e innovar en todos los ámbitos de su experiencia. Es una disrupción sin precedentes en los mecanismos tradicionales de cognición, tanto individuales como sociales.
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Frente a este desafío, surgen dos posiciones antagónicas: los optimistas, que valoran los beneficios que la IA puede aportar a la humanidad, y los pesimistas, que sostienen que este camino nos llevará a un futuro distópico en el que nuestra libertad quedará sometida a la voluntad de las máquinas, o de quienes las controlen.
Esta segunda postura argumenta que el avance de las máquinas sobre tareas intelectuales, que siempre han sido una aptitud exclusiva de los humanos, provocará un debilitamiento progresivo de nuestras capacidades por falta de ejercitación. La memoria, el cálculo y la elaboración de patrones para comprender series complejas de datos son áreas en las que las máquinas ya han superado los límites humanos. Se sostiene que delegar estas tareas en las máquinas reducirá progresivamente nuestras habilidades. Algo de esto ya ocurre con las operaciones aritméticas, que resulta más fácil y seguro realizar mediante calculadoras. Esta tendencia podría llevarnos a una creciente "pereza intelectual", que acabaría subordinando nuestro intelecto al de las máquinas.
La posición optimista respecto a la inteligencia artificial y el impacto en nuestras vidas
La posición optimista argumenta que el apoyo de las máquinas en los procesos intelectuales generará una "inteligencia híbrida", en parte humana y en parte computacional, que expandirá la frontera del conocimiento hacia territorios aún inexplorados. Esta sinergia ya se está produciendo, como lo demuestra el desarrollo de innovaciones de gran impacto que ocurren a diario no solo en la economía, sino en todos los órdenes de la actividad humana. Un ejemplo es la aplicación de la IA para personalizar el aprendizaje, diseñando trayectos pedagógicos a medida de los perfiles individuales de cada persona.
Es evidente que ambas posiciones tienen fundamentos válidos. El punto crítico es la capacidad de la inteligencia humana para aprovechar la potencia de los recursos computacionales sin resignar nuestra libertad para definir nuestra evolución como individuos y como sociedad. Es decir, optimizar nuestro proceso cognitivo con el apoyo de las máquinas, pero manteniendo el control de nuestras decisiones y resistiendo a la tentación de una progresiva "pereza intelectual".
El desafío radica en lograr que la inteligencia humana crezca y se modele mientras trabaja en conjunto con la IA y se beneficia de ella. Nuestra capacidad intelectual conserva el dominio en aspectos en los que la IA no es tan apta, como la creatividad, la crítica, la estética, las relaciones humanas y, en general, la conceptualización de innovaciones. Estos espacios de originalidad son propios de nuestra singularidad como seres humanos y están directamente relacionados con nuestros recursos emocionales.
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Surge entonces una clara relación de este panorama con el sistema educativo. El enfoque de la educación deberá fortalecer las habilidades para la articulación de conceptos diversos, en lugar de centrarse en la repetición enciclopédica de conocimientos. En el futuro, el acceso a la información será más fácil y rápido que nunca, pero la abundancia de datos hará imprescindible desarrollar la habilidad de seleccionar, abstraer y relacionar los elementos necesarios para comprender e innovar en cada aspecto de la vida. El desafío es dominar la información y no subordinarnos a ella.
Nuestra generación fue formada en el entorno de la educación analógica del siglo XX. En ese contexto, la búsqueda de información implicaba un recorrido por fuentes diversas e incluso contradictorias, que, aunque tedioso e ineficiente, generaba un hábito positivo hacia el reconocimiento de la multiplicidad de visiones. La dificultad estimulaba la creatividad y la perseverancia. Existe el riesgo de que este hábito se debilite en el futuro y que la IA nos provea la información que solicitamos sin mayor esfuerzo, llevándonos a un sistema cerrado y acrítico de conocimiento.
Es imposible predecir cómo se adaptará la inteligencia humana a esta nueva realidad. Es evidente que los cambios tecnológicos son indetenibles y, en muchos aspectos, alentadores. Debemos aprender a lidiar con ellos y a aprovecharlos.
A nuestra generación le corresponde preparar los anticuerpos necesarios para que los ciudadanos del siglo XXI naveguen por la vertiginosa disrupción que estamos experimentando, sin perder la libertad de elegir nuestro propio futuro. Esa ha sido la clave que nos ha impulsado a lo largo de nuestra evolución y nos ha definido como lo que somos: seres humanos.
* Director Ejecutivo de Argencon