La inflación de octubre marcó un nuevo piso del período de Javier Milei. Alcanzó el 2,7% contra septiembre, mientras que respecto al año pasado todavía registró un elevadísimo 193%.
El Gobierno, lógicamente, recibió con algarabía la cifra y comunicó el siguiente cálculo: al 2,7% se le debe sustraer el 2% del crawling-peg (ritmo pautado de devaluación mensual) y el 0,5% de la inflación internacional (SIC). El residuo, por lo tanto, es una “inflación monetaria” de, tan solo, 0,2%.
La aritmética gubernamental resulta, como mínimo, curiosa. Primero, el Ejecutivo prioriza ahora el índice general de inflación, dejando de lado la inflación núcleo que el Gobierno planteaba como el indicador a seguir y que en octubre fue mayor al nivel general del IPC. (2,9% contra 2,7%). Segundo, no todos los precios suben al ritmo del dólar: los servicios, por ejemplo, aumentan más rápido. Tercero, la inflación internacional no es del 0,5% mensual, sino menos de la mitad.
Este análisis, por si fuera poco, no tiene en cuenta un problema más profundo que desde la consultora Vectorial venimos señalando: la canasta del IPC, basada en patrones de consumo de los años 2004/2005, ha quedado desfasada. Según la encuesta de gasto de 2017/2018, el peso de los servicios (que es el rubro que aumenta a mayor velocidad) en el total del consumo aumentó 8,5 puntos porcentuales, lo que implica que el índice oficial subestima el nivel inflacionario. Si se ajusta la medición a esta nueva composición, la inflación acumulada del año sería cercana al 120%, frente al 107% reportado oficialmente. Esto no solo empaña la narrativa de desinflación, sino que distorsiona el análisis del poder adquisitivo.
En cuanto al futuro, el Gobierno plantea que “de confirmarse” esta tendencia a la baja en los próximos dos meses, disminuirá el crawling-peg al 1%. Bajo su lógica, esto debería traducirse de forma inmediata en un punto menos en el IPC mensual. Si esta baja no se verifica, asistiremos a mayor apreciación cambiaria durante los meses en que demore dicho traslado.
Los episodios de apreciación cambiaria en Argentina, si bien “doman” la inflación y elevan los salarios, no terminan bien. La presión sobre el tipo de cambio consume los dólares disponibles y, más tarde o más temprano, hacen implosionar las cuentas externas. El Gobierno ratifica, sin embargo, que esta vez será diferente.
Es cierto que el veranito financiero y cambiario se prolonga a medida que las buenas noticias continúan aflorando para el Gobierno (blanqueo exitoso, victoria de Donald Trump, descenso de la inflación). Por el otro, las miradas empiezan a volcarse hacia 2025 y al perfil de vencimientos de la deuda nominada en moneda extranjera. Además, en un año en el cual el Gobierno apuesta al rebote económico, es de esperar que ese rebote provoque un salto en las importaciones, retroalimentadas además por la apreciación del peso. Todo esto ocurre al son de reservas internacionales aún negativas. La pregunta que aqueja a todos los gobiernos se vuelve a repetir: ¿alcanzan los dólares?
Veamos. Agotado el efecto recuperación del agro luego de la sequía de 2023, la campaña agrícola del año que viene arrojará algo más de 30 mil millones de dólares de exportaciones (apenas mil millones adicionales a la de este año). Vaca Muerta aportará lo suyo, pero el efecto probablemente se refleje en la sustitución de importaciones energéticas más que en las exportaciones del rubro. En años de recuperación económica (como fue 2021 y 2022), cada punto de crecimiento del PIB le “cuesta” al país entre 2.000 y 3.000 millones de dólares adicionales en concepto de importaciones de bienes. Por lo tanto, un incremento del PIB del 5% para el año que viene como estima el proyecto de Ley de Presupuesto 2025 enviado al Congreso, en sintonía con el FMI que pronostica el mismo valor, redundaría en un aumento de importaciones del orden de 12.500 millones de dólares adicionales a los cerca de 60 mil millones de dólares de importaciones que se registrarán en 2024.
De esta manera, aun en un escenario en donde las exportaciones totales tengan un buen desempeño a merced del agro y la energía, en caso de un aumento del PIB considerable, el saldo comercial rondaría los 10 mil millones de dólares.
Adicionalmente, este saldo solo contempla el comercio exterior de bienes. La exportación de servicios profesionales otorga algo de alivio con un superávit de 3 mil millones de dólares, pero aparece el creciente problema del déficit turístico, que se proyecta en 5.200 millones de dólares para 2024 y crece al calor de la apreciación cambiaria. El saldo comercial negativo por turismo podría profundizarse en 2025 en el marco de la derogación del Impuesto PAIS a fines de diciembre.
La depreciación del real brasileño, principal socio comercial de nuestro país, supone un peligro no solo por el rubro turismo, sino además por los posibles efectos de desvío de comercio (países optan por comprar en Brasil a precios más baratos los mismos productos que Argentina vende a precios más caros). Sobre todo, si se considera que la depreciación de la moneda del país vecino podría ser de largo aliento, en cuanto se vincula al conflicto comercial entre China y EE.UU. que –Trump mediante– podría prolongarse durante los próximos años.
Por el lado financiero, los vencimientos en moneda extranjera de la Administración Nacional más el Banco Central ascienden en 2025, entre Bonar, Global, el FMI y Bopreal, a casi 20 mil millones de dólares. ¿Es posible afrontar esos vencimientos sin el (hasta ahora ausente) auxilio externo?
Por lo pronto, el Gobierno pareciera no tomar nota de los riesgos. Posiblemente, porque tiene confianza de que el nuevo gobierno en EE.UU. intercederá en favor de Argentina en un nuevo acuerdo con el FMI. Trump ya nominó a Marco Rubio como jefe del Departamento de Estado, quien el año pasado al asumir Milei afirmó que “Estados Unidos debería apoyarlo”. Otro factor que entusiasma al Gobierno es que, pese al uso de reservas en pagos a organismos internacionales y en la intervención de la brecha, la acumulación sigue siendo positiva, en gran parte debido a la liquidación de agro y al mecanismo de carry-trade contra dólar oficial que hoy se asemeja más a un esquema ponzi que a una dinámica financiera virtuosa. En definitiva, hay más riesgos que dólares.
La trama de El cielo protector, la gran novela de Paul Bowles, gira alrededor de una pareja norteamericana que se aventura al desierto del Sahara con la intención de resolver sus dificultades conyugales. Sin embargo, la travesía se torna peligrosa rápidamente debido al desconocimiento de los viajeros acerca de las circunstancias que los rodean. Metáforas aparte, atravesar el desierto de lo real durante el año próximo y llegar a buen destino implicará algo más que la ayuda, para nada despreciable, de las fuerzas del cielo.
*Economista jefe de la consultora Vectorial.