DOMINGO
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Tiempo de descanso y libros

Diferentes propuestas editoriales para leer en vacaciones.

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La enajenación hoy está a un clic de distancia

La historia del concepto de “enajenación” se remonta al pecado original y la caída del ser humano ante Dios, que escinde al sujeto de la naturaleza. Abundan las evocaciones literarias de una venturosa era anterior, la arcadia de plenitud donde el individuo vivía integrado al mundo. Cervantes resumió esa nostalgia en el brindis con que el Quijote dejó perplejo a un grupo de cabreros: «Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”. Durante la Ilustración, Diderot recuperó con palabras muy similares el discurso sobre “el reino olvidado”. En su Supplément au Voyage de Bouganville comenta que la conflictiva existencia de las “necesidades artificiales” con los “bienes imaginarios” proviene de la “distinción entre lo tuyo y lo mío” y la incapacidad de sobreponer “el bien general al bien particular”.

Siguiendo al primer Marx, Mészáros juzga que la enajenación se agudiza con la propiedad privada y la división del trabajo. Su crítica se dirige en lo fundamental al capitalismo, pero se extiende a toda forma de explotación que deshumaniza al individuo, incluyendo la del trabajo socialista:

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“La actividad es actividad enajenada cuando adopta la forma de un cisma u oposición entre ‘medios’ y ‘fin’, entre ‘vida pública’ y ‘vida privada’, entre ‘ser’ y ‘tener’, entre ‘hacer’ y ‘pensar’”.

La tensión entre el “joven Marx” y el “Marx maduro” representaba para numerosos exégetas la tensión entre el filósofo y el economista político. Las versiones cientificistas del marxismo prefirieron al segundo en detrimento del primero.

Mészáros propuso la adopción integral de ese pensamiento.

Toda enajenación proviene del tipo de trabajo que se desempeña y la forma en que se consume. En dicha medida, pertenece a la esfera de la economía, pero tiene consecuencias morales, religiosas, ideológicas y estéticas. 

Concluí la carrera de Sociología con el sentimiento de culpa del marido enamorado de su amante. Desde mi ingreso a la Unidad Iztapalapa pensaba dedicarme a la literatura.

Asistía al taller literario de Augusto Monterroso y había publicado algunos cuentos. Pasar por el expediente universitario era un requisito para no pelearme con mi padre, que había dedicado su vida a la academia. Con el tiempo, la Sociología se revelaría como algo más que un recurso para conservar el respeto paterno. Las reflexiones de El reino olvidado no desaparecieron del todo y la sorprendente realidad del tercer milenio les dio nueva importancia. (...)

“La vida es lo que sucede mientras hacemos otras cosas”, dijo John Lennon. Percibimos de manera más acuciosa el recuerdo del pasado o la anticipación del porvenir que el evanescente momento que nos constituye.

La realidad virtual ha permitido una evasión casi completa del mundo de los hechos. En esa medida, obliga a resignificar el tema de la enajenación. El ser humano escindido de sí mismo recibe hoy los normalizadores nombres de “cliente”, “seguidor”, “usuario”.

Durante la pandemia de 2020 volví al libro de Mészáros y encontré intransitable su discurso. Los discípulos de Marx crearon un sublenguaje defensivo, sólo apto para “iniciados”, al que nunca aspiró el maestro, deseoso de hacerse entender y que sólo deponía su condición proselitista para adoptar la de polemista (a tal grado, que escribió Miseria de la filosofía en francés para que lo entendiera su rival, Pierre-Joseph Proudhon, autor de Filosofía de la miseria).

Con todo, las principales preocupaciones de Mészáros mantienen insólita vigencia. El drama de la enajenación no fue resuelto en la sociedad de mercado ni en el socialismo realmente existente. Ambos modelos fueron fábricas de zombis.

Mészáros puso en el centro de la discusión la gesamtper­ sönlichkeit, la personalidad integral. Si las condiciones de trabajo y la representación de la realidad no son controladas por los actores sociales, la despersonalización está garantizada. Esa opresión, que las “guerrillas interiores” de la contracultura y el arte trataron de combatir, se reforzó con la realidad virtual. Concebida en un principio como un territorio de libertad e imaginación, la comunidad 2.0 se transformó en un entorno donde el sujeto se somete a designios ajenos creyendo que expresa su individualidad, donde el autoritarismo tecnológico se percibe como un beneficio.

Durante la pandemia existimos casi exclusivamente a través de las pantallas y nuestra presencia se volvió opcional.

¿Cómo definir al sujeto tras la mascarilla sanitaria? En palabras de Paul B. Preciado: “No intercambia bienes físicos ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semiotécnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara: la máscara de la dirección de correo electrónico, la máscara de la cuenta de Facebook, la máscara de Instagram. No es un agente físico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un código, un píxel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidos”.

Las representaciones de la realidad estudiadas por Marcuse, McLuhan, Eco, Barthes, Debord y tantos otros han conducido a la casi absoluta alienación de seres replicantes descrita por Preciado.

Terminada la emergencia (aunque no el virus), volvimos a la realidad. ¿En verdad lo hicimos? Las pantallas y los algoritmos determinan nuestras vidas. La enajenación, que en 1978 me pareció un buen tema para un trabajo de Sociología, hoy está a un clic de distancia. En ese contexto, una tecnología remota adquiere nuevo significado: la lectura.

☛ Título: No soy un robot

☛ Autor: Juan Villoro

☛ Editorial: Anagrama
 

 

Cada mañana es una nueva vida que empieza

Todo existe al principio y ese “todo” comienza con nuestra inspiración: una vez cortado el cordón umbilical, tomo una bocanada de aire y allá voy... ¡a por la vida! Toda mi vida está ante mí hasta mi último aliento, mi última respiración. Es el momento sagrado del nacimiento en el que queda grabada en nuestro cuerpo la acogida más o menos alegre de nuestra llegada a la Tierra. Todas las mañanas de nuestra existencia, la misma escena se repite: ¿felices de haber nacido? ¿Contentos de empezar un nuevo día?

Cada mañana, sabemos que ya hemos dejado de estar dormidos cuando tomamos consciencia de nuestra respiración. Lentamente la consciencia se expande, comenzamos a percibir el cuerpo y los primeros pensamientos del día. ¿Vamos? ¿No tenemos ganas? ¿Con alegría o simplemente porque hay que hacerlo?

Estar vivo: Tomarse el tiempo cada mañana para recibir ese milagro de estar vivo. Acompañar con ese fin de forma consciente el sutil movimiento respiratorio que nos indica que nos acabamos de despertar, y que, por tanto, ¡estamos vivos! Después de todo, nadie nos puede garantizar que nos despertaremos tras la noche, cuando no estamos conscientes. Cuando dormimos, ¡no sabemos que estamos durmiendo! Y al despertar estamos inmersos, a menudo sin darnos cuenta, en lo que he dado en llamar la Nostalgia del más allá, ese espacio en el límite de lo temporal y lo intemporal marcado por el conflicto del nacimiento: ¿debería salir de la cama o no? En el momento de nacer, no podemos escoger realmente: nos hemos visto obligados a salir al exterior... Pero seamos honestos: además de la nostalgia del paraíso perdido, muchos de nosotros todavía sienten aquello que los terapeutas denominan “el trauma del nacimiento”.

Cada mañana, de forma más o menos consciente, debemos enfrentarnos a ese “trauma”: lamentarnos de estar sobre la faz de la Tierra. Sin contar con el miedo a todo y a nada, al futuro, a lo desconocido, a las dificultades, a las contradicciones, a las limitaciones y a la sensación de escasez imposible de colmar.

Por tanto, cada mañana también se nos ofrece la oportunidad de afirmar algún día nuestro sí definitivo a nuestro nacimiento, tras haber seguido de forma consciente y con toda libertad el proceso de transmutación del sufrimiento de nuestro niño herido en alegría de vivir, literalmente la alegría de estar vivo. Y por ende, de curarse de la nostalgia del otro lado, la tristeza ontológica del paraíso perdido, de nuestro origen espiritual.

Cada mañana es una nueva vida que empieza. Entrar en contacto con el poder de un nuevo comienzo propio del despertar, y responder “¡presente!” al día que empieza, permite domesticar ese SÍ radical que algún día tendremos que otorgarle a nuestro nacimiento.

Cada día, ese SÍ, superando a nuestros “sí, pero”, libera la energía del anhelo que acciona los impulsos, los deseos, el entusiasmo, el afán y otros movimientos del corazón que refrendan, hasta el final de nuestro viaje terrestre, la verdadera juventud, aquella que se caracteriza por la alegría de vivir. Una alegría de vivir que se consigue al reconciliarse con el nacimiento, y comienza cada mañana con la gratitud de estar vivo en la Tierra.

Todos los rituales que siguen, y todos aquellos que ya formen parte de nuestras vidas, se verán multiplicados por esta alegría.

En la base de cualquier trabajo de desarrollo personal, sea en el plano que sea, del más físico a los más espirituales, se encuentra la alegría de vivir. Una alegría que conquistar un poco más cada mañana.

En la práctica 

Con los ojos todavía cerrados, ignorando los achaques del cuerpo anquilosado, apartando la nostalgia del más allá, así como los pensamientos relacionados con el peso de mi agenda, dejando a un lado las emociones o las informaciones provenientes de la noche, conecto mi mente, mi percepción, mi consciencia, al sutil flujo de la respiración. Durante algunos segundos pienso que estoy recibiendo un regalo: un día más para crecer, compartir, amar, ¡y seguir aprendiendo en mi forma encarnada!

“Empezamos a envejecer cuando dejamos de aprender”, dice un proverbio japonés.

Digo gracias a la fuerza vital que me regala un día más, imaginando una sonrisa en mi mente que va de una oreja a la otra por detrás de la cabeza.

A partir de esos segundos íntimos en resonancia con la Vida que late en nosotros, podemos comenzar a entonar la melodía del despertar, observando en primer lugar los sueños y las informaciones que nos ha traído la noche, ya que a menudo son portadores del programa del día para nuestra alma.

Un programa que debemos adaptar de la forma más armoniosa posible con el de nuestra agenda y nuestro corazón.

¿Qué dice nuestro corazón? Escuchémoslo antes de levantarnos. (...)

Al contactar con el corazón mediante la coherencia cardiaca, pasamos simbólicamente de la alegría de estar vivos a la feliz sensación de tener anhelos, ganas de vivir lo mejor posible nuestro día. De poner toda la carne en el asador, como dice la expresión.

Para refrescar la memoria: coraje y corazón cuentan con la misma etimología. Y, seamos honestos, hace falta coraje para iniciar la jornada, y en algunos días concretos más que en otros.

Para tener coraje, es necesario darlo todo, “poner el corazón” literalmente. “Ese corazón que ama, ese corazón que piensa, ese corazón que vive, ese corazón que memoriza, ese corazón que toma decisiones”, por retomar la frase de culto de la cardiomeditación elaborada por Patrick Drouot.

Cuando comenzamos nuestra melodía del despertar, contactando consciente y activamente con nuestro corazón, aumenta nuestro coraje, además de la sensación de serenidad, y nuestra voluntad se ve reforzada.

☛ Título: Rituales energéticos

☛ Autores: Lipschitz Arouna y Jaulin Stephan

☛ Editorial: RBA Integral

 

 

El problema del liderazgo en el peronismo

Desde mediados de 1982 los militares se vieron obligados a abrir el juego político y llamar a elecciones, los peronistas avanzaron a tropezones en un proceso de reorganización política y de discusión de candidaturas. Las diferentes corrientes que lo integraban debían encontrar su lugar en el nuevo escenario, después de largos años de prohibición y persecución de los militares. Quienes ejercieron el liderazgo y lograron imponer su posición en las horas decisivas de la campaña y la elección fueron después considerados los “mariscales de la derrota”. ¿Quiénes eran esos dirigentes? Eran referentes del peronismo histórico, “ortodoxo” en la jerga de la época, curtidos en las batallas de los años de la resistencia peronista, habituados a un estilo de negociación que se impuso en tiempos de prohibición, parientes de la violencia y de la lucha. Habían padecido persecuciones y la mayoría de ellos había pasado años encarcelados durante la dictadura: habían conservado encendida la llama del peronismo, llegaba el momento de su revancha.

El problema del liderazgo era central en el peronismo: Perón había teorizado sobre ello en su Manual de conducción política y durante  años había repetido sus consignas en innumerables discursos ante sindicalistas, políticos, empresarios. “Los dirigentes son aquellos a quienes Dios ha puesto el suficiente óleo sagrado de Samuel para que no solo hagan lo que ellos deben hacer, sino para que estén en condiciones de aconsejar a los demás lo que deben hacer”, señaló en un discurso ante sindicalistas. Pero desde su muerte en 1974 el peronismo estaba huérfano. ¿Alguien sabía entonces lo que debía hacerse o podía decir a otros lo que debían hacer? De cara a la elección de octubre de 1983, Lorenzo Miguel había logrado posicionarse como el “gran elector” en la interna peronista. 

Pudo serlo gracias al poder de las “62 organizaciones” en el seno del movimiento obrero, que durante tantos años había constituido la “columna vertebral” del justicialismo.

Lorenzo Mariano Miguel había nacido el 27 de marzo de 1927, de una pareja de inmigrantes españoles que habían llegado a la Argentina pocos años antes. Era el segundo de cinco hermanos. Su familia se afincó en Villa Lugano, que por entonces era una zona semirrural de quintas, en los márgenes de la Capital Federal. Su padre, Claudio Valeriano Miguel, panadero, murió a los 39 años en un accidente de trabajo con un horno. Su viuda intentó iniciar un juicio contra los dueños de la panadería, pero tuvo poco éxito. Luego de la tragedia familiar, Lorenzo completó sus estudios primarios y pasó por varios oficios en su adolescencia mientras cultivaba también su afición por el boxeo. En 1945 ingresó como operario del turno nocturno en la empresa canadiense CAMEA y quedó desde entonces ligado al mundo metalúrgico y al peronismo. Trabajó allí durante diez años, hasta que fue despedido en medio de las imponentes huelgas metalúrgicas de fines de 1956.

Luego del golpe militar de septiembre de 1955, la “Revolución Libertadora” de los generales Lonardi y Aramburu inició una feroz ofensiva contra el peronismo y el movimiento obrero, prohibiendo las expresiones políticas del justicialismo y sus símbolos e interviniendo los sindicatos, que pasaron a formas de organización y resistencia clandestinas.

Las huelgas de 1956 duraron semanas frente a una violentísima represión: las plantas fabriles fueron militarizadas y los tanques desfilaron por las calles realizando razzias de trabajadores. El reclamo salarial que había originado el paro se convirtió en pedidos de liberación de los trabajadores encarcelados y de la reincorporación al trabajo de los miles de cesanteados. Esa resistencia obrera fue organizada desde la clandestinidad por militantes y delegados de base de las fábricas que eran buscados por la policía.

Durante los gobiernos peronistas, la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) se había convertido en el gremio más poderoso del movimiento obrero argentino. Su bastión político principal, el de mayor cantidad de afiliados, era la Sección Capital, en la que consolidó su poder el entrerriano Augusto Timoteo “el Lobo” Vandor. Fue un símbolo de la“patria metalúrgica”y su nombre marcó una etapa de la historia del movimiento obrero y del peronismo en los años sesenta. A partir de algunas concesiones del gobierno de Arturo Frondizi, luego de un recambio en la dirigencia gremial, en años caracterizados por el estilo combativo que se impuso comorespuesta a la ofensiva de los gobiernos militares, los sindicatos recobraron poder de negociación y se constituyeron como un factor de poder central. Vandor ensayó entonces la posibilidad de un nuevo liderazgo para los trabajadores peronistas: lo hizo con un estilo pragmático y gracias a la autonomía que el poder sindical ostentó frente a la dirección política del movimiento proscripto que Perón intentaba sostener desde su exilio.

En junio de 1969, Vandor fue asesinado en su oficina de la sede de la UOM, en la calle La Rioja al 1900 de la Capital Federal. El llamado “Operativo Judas” fue después reivindicado por una organización autodenominada Ejército Nacional Revolucionario, en un documento en el que acusaban al metalúrgico de haber traicionado al peronismo y a la clase trabajadora en alianza con los servicios de inteligencia y el gobierno “gorila-radical”. Los grupos juveniles del peronismo, nutridos por cuadros provenientes tanto del nacionalismo católico como de la izquierda, comenzaban a identificar a la “burocracia sindical” como uno de sus principales enemigos internos. La muerte de Vandor, como tantos de los episodios violentos de la época, conservó una pátina opaca y sus detalles nunca fueron esclarecidos.

Lorenzo Miguel consiguió heredar la posición de Vandor en el más poderoso de los gremios argentinos. Introvertido y de perfil bajo, había oficiado hasta entonces como tesorero del sindicato, y el grupo de dirigentes cercanos al “Lobo” consideró que, por sus antecedentes, Miguel podía ser una figura manejable. Intermediaron entonces con la dictadura del general Juan Carlos Onganía para favorecer su candidatura frente a la del referente de la importante sección capital, Avelino Fernández. El enfrentamiento entre los grupos que apoyaban a los candidatos fue brutal, acorde al estilo gangsteril y patotero que se había impuesto. En la disputa por el control de la sede gremial hubo tiros, muertos y encarcelados. En una elección viciada por la violencia y por la impugnación de la lista de Fernández, “el Loro” Miguel se impuso, el 20 de marzo de 1970, a los 43 años, como secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica.

Empoderado, demostró rápidamente autonomía y capacidad para construir poder propio, y se convirtió en una pieza central para la organización del movimiento peronista.

Impulsó a José Ignacio Rucci a la secretaría general de la CGT. El santafesino Rucci era un dirigente fogoso, que se había destacado en los momentos duros de la resistencia, pero había sido relegado luego por Vandor a la seccional de San Nicolás del gremio, lejos de cualquier verdadera influencia.

En la cabecera de la central, Rucci se desmarcó rápidamente y entabló una estrecha relación personal con Perón, que recuperaba por fin una interlocución directa con el movimiento obrero.

Con sus diferencias, el carismático y explosivo Rucci, y el tímido y calculador Miguel, fueron referentes del peronismo ortodoxo desde el movimiento obrero, contrapeso del sindicalismo combativo de izquierda que había ganado protagonismo durante el Cordobazo de 1969. Participaron activamente del complejo operativo que permitió el regreso de Perón a la Argentina.

☛ Título: 1983, la primera derrota del peronismo

☛ Autor: Juan Manuel Romero

☛ Editorial: Futurock


 

¿Cómo usar mi creatividad para robarle una hora a mi vida?

Sospecho que hay algo en tu vida que no te cierra del todo y quizás por eso leés hoy este libro. Quizás es tu pareja o tu vocación. Quizás se trate de tus amistades o demás vínculos que no sentís del todo cercanos al momento que atravesás. Tal vez sea la maternidad, con todos los desafíos que implica y las identidades que pone en juego. O tal vez cumpliste muchos de tus objetivos, pero ahora estás en busca de uno nuevo; por cualquiera de estos motivos, y por muchos otros que no enumeré, es que vale la pena el lanzarse a la tarea, incómoda pero necesaria, de remover.

Hagamos, primero, un rato de silencio. ¿Qué causa ruido en tu vida hoy? ¿Lo tenés claro, o ni siquiera llegás a discernir lo que te incomoda? ¿Tenés al menos una hora del día para vos, o el estrés del trabajo o de la crianza no te lo permiten? Mi madre, que crio siete hijos, siempre insistió con el mismo consejo: las mujeres, si no tenemos una hora del día para nosotras mismas, enloquecemos. Quizás es por eso que me sale natural robarle horas al día para poder dedicarme a mí, sin un ápice de culpa. Lo mamé. Y hoy quiero empezar este libro invitándote a que hagas lo mismo. Porque las mujeres necesitamos volver periódicamente a nuestra casa (y por nuestra casa, me refiero a nuestra paz mental), para desde ahí poder sostener lo que sea que sostengamos: un trabajo, nuestras amistades, el estudio, la pareja, el clima del hogar, nuestros hijos, nuestro arte.

Dejá el libro a un costado unos minutos. Hacete un mate o servite un té, para pensar: ¿De qué modo puedo usar mi creatividad para robarle una hora a mi vida? Espero que lo puedas tener como prioridad. Porque, así como a las sopas las cocinamos a fuego lento, revolviendo cada tanto para que no se quemen ni suceda lo que nos pasa a quienes no sabemos cocinar, que se nos calienta una parte y otra no, lo mismo hacemos con nuestra vida. Cada tanto rechequeamos que estamos donde queremos estar. Y nos toca repensarnos, integrando lo que somos y hemos sido hasta hoy.

Y para eso, necesitamos primero el tiempo a solas. El silencio. Es una tarea muy digna regalarnos el silencio que nos traerá no las respuestas, sino las preguntas correctas: porque en general es recién al abrir las preguntas indicadas que llegan las respuestas por las que tanto nos obstinamos.

Al remover, honro lo que ya tengo. Honro lo que soy. Parto de los elementos que me constituyen y les hago lugar. Honro el camino que ya transité, con lo bueno y lo que no lo es tanto. Las personas con las que me topé, con todas las enseñanzas que me hayan traído. Cada laburo por el que pasé, cada mal de amores, cada carrera que dejé, cada traspié del camino, cada error. Pensadores como San Agustín, Joan Garriga, Louise Hay ya nos han enseñado que la aceptación es la clave número uno para la felicidad. Si no aceptamos lo que es, nos sumimos en el estrés de querer aferrarnos a un pasado que ya se fue, o a un futuro que tal vez no llegue nunca. Y parece que la cosa no va por ahí.

Recién una vez que puedo honrar y aceptar todo eso como parte de mi historia, lo más amorosamente posible, es que puedo detenerme a pensar: ¿qué aspecto de mi presente necesita ser cambiado? Estoy segura de que, si hacés un rato de silencio y te quedás en compañía de vos misma, vas a poder reconocer ese algo que habría que remover. Esa/s parte/s de vos que merecen ser mezcladas para empezar una nueva mano de la partida; no el juego de cero, decíamos, sino una nueva mano, integrando todo lo que ya sos. Porque se nos puede levantar una montaña gigante y abrumadora, de esas que nos paralizan, si creemos que tenemos que empezar de cero y desechar todo lo que somos, en vez de integrar.

Y si con un rato de silencio no te alcanza para que la intuición de tu alma te susurre lo que quiere, lo que necesita, quizás se trate de unos días. O de unos meses. La paciencia será tu mejor aliada en este proceso.

Ya los antiguos griegos sabían que la sabiduría estaba dentro de ellos, más bien se trataba de dejar que se desplegara. Y hoy queremos hacer algo similar. El problema es que nuestra sabiduría interna, o nuestra intuición, como prefieras llamarla, muchas veces no se despliega porque la mente opina sin parar.

La coach y activista cuántica Gaby Piccoli dicta un curso sobre la intuición, a través de la plataforma online Senda, en el que explica que el hemisferio derecho de nuestro cerebro es el que no se siente limitado por el tiempo. En este hemisferio, asociado con la creatividad, el pensamiento holístico y la percepción global, es también donde reside nuestra capacidad intuitiva. “Acá encontramos la confianza y lo que vibra en el amor: la intuición. El comprender y empatizar con algo más pequeño o más grande que uno, que me dice que en este momento es mejor que me mueva de esta manera”.

Por su parte, el hemisferio izquierdo es el encargado de lo más racional. Es el que piensa el tiempo linealmente. El que enjuicia, el que tiene miedo. El que brinda un enfoque lógico, analítico y secuencial.

Explica Piccoli que cuando sobreutilizo el hemisferio izquierdo (por ejemplo, si tengo muchos juicios sobre algo, si critico todo el tiempo), se apaga el derecho, y entonces se bloquea la intuición. “Es clave que ambos hemisferios estén en armonía para que se presente la intuición”, expone Piccoli. Y agrega algo más: las dudas, las ansiedades, los miedos no permiten que fluya la intuición. Donde está nuestra atención, está nuestra energía. Y si toda nuestra energía está en el miedo o las dudas, difícilmente hagamos espacio para el despliegue de nuestra intuición.

“Es esencial entender que la intuición no es un fenómeno esporádico o un chispazo aleatorio de clarividencia. Más bien, es un proceso continuo, una conversación constante entre nuestro ser y el universo, una danza entre lo consciente y lo inconsciente. La intuición puede manifestarse como un sentimiento sutil, un conocimiento repentino sin una lógica aparente, o incluso como una poderosa corazonada. No obstante, a pesar de su naturaleza enigmática, la intuición puede ser cultivada, afinada y profundizada a través de la práctica y la atención consciente”, explica Piccoli.

Me parece importante tener claro que podemos practicar la intuición, y que debemos hacerlo al iniciar procesos de autoconocimiento como el que haremos a lo largo de este libro.

Hay una frase que dice: “La mente piensa, el corazón sabe”. Y en este dejar que el corazón transmita lo que sabe y hacer silencio para que tengan eco las preguntas indicadas, hay algunas prácticas que me ayudan, y por eso te las comparto:

 *Una de ellas es salir a caminar: lo ideal es al aire libre, pero puede ser en la cinta de un gimnasio en Microcentro, si solo contás con el recreo del laburo para regalarte ese espacio. Hay algo en la caminata, idealmente sin auriculares, sino en compañía con vos misma, que nos trae especial claridad.

* Rezar también me ayuda mucho; no tiene que ser un rosario entero ni la oración que hayas aprendido en la clase de religión de tu colegio si no te acercan a Dios. Una charla sincera con tu divinidad es más que suficiente. Vas a ver que a lo largo de este libro voy a hablar bastante sobre la oración, la fe y la espiritualidad, pero espero que esto no te genere resistencias si no estás en un momento espiritual de tu vida. (...)

* La conversación también puede ser disparadora de buenas ideas, o disipadora de esas otras que nos nublan el pensamiento. Es importante rodearnos de personas correctas, que nos inspiran y nos quieren bien. 

☛ Título: Integrar el círculo

☛ Autora: Rosario Oyhanarte

☛ Editorial: VR editoras