DOMINGO
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Se dice de mí...

Las diferentes facetas de una mujer.

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En próximos días el 8 de marzo es el Día Internacional de la mujer, en reconocimiento a su lucha y sus logros. Por eso, acá presentamos cuatro libros publicados de distintas editoriales que reflejan una historia en la búsqueda de la igualdad con el hombre y el respeto por sus derechos. | cedoc

Un problema de soluciones inmediatas

En la actualidad, y más que nunca, las parejas de toda índole tienen dificultades para encontrar un equilibrio entre el trabajo y la familia, la vida laboral y la vida en el hogar. Colectivamente hablando, como nación, nos estamos dando cuenta de la importancia y del valor que tiene el cuidado a los seres queridos para las generaciones del presente y del futuro. Estamos empe- zando a ser conscientes del coste que supone en cuanto a pérdida de ingresos, carreras truncadas y concesiones en la pareja (heterosexual u homosexual), así como de las exigencias especialmente rigurosas a las que se enfrentan las madres y los padres solteros. Se trata de una toma de conciencia que es anterior a la pandemia, pero que esta ha puesto en el punto de mira.

En 1963, Betty Friedan escribió sobre las mujeres con titulación universitaria a las que les resultaba frustrante verse convertidas en amas de casa al cuidado de los hijos. Identificó que estas tenían un “problema sin nombre” . Casi sesenta años después, la mayoría de las universitarias logran desarrollar una carrera profesional, pero sus ingresos y posibilidades de ascenso –en comparación con los hombres junto a quienes se graduaron– siguen generando en ellas la sensación de haber sido lanzadas a la cuneta. También el de estas mujeres es un “problema sin nombre” .

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Aunque lo cierto es que podemos llamarlo de varias maneras: discriminación sexual, prejuicio de género, techo de cristal, mamás profesionales, abandono…; elijan el que quieran. Y es un problema que parece tener soluciones inmediatas. Debemos instruir a las mujeres a ser más competitivas, y prepararlas para que negocien mejor.

Tenemos que denunciar los favoritismos implícitos de quienes ocupan cargos de mando. Es necesario que el Gobierno garantice que la paridad de género en los consejos de administración de las empresas sea un requisito legal, así como que se cumpla el precepto de “mismo trabajo, mismo sueldo” .

El clamor de la población femenina de Estados Unidos –y del resto del mundo– por una respuesta de este tipo es cada vez mayor. Sus preocupaciones pueblan los titulares de todos los periódicos del país (y las portadas de los libros). ¿Necesitan acaso más motivación? ¿Ser más firmes? ¿Por qué no son capaces de ascender a los puestos de responsabilidad de las empresas al ritmo que lo hacen sus colegas masculinos? ¿Por qué no se les recompensan los conocimientos y la experiencia como merecen? Son más las dudas que asaltan a tantas mujeres, dudas que comparten con sus parejas o que quedan relegadas a discusiones privadas con sus amistades cercanas. ¿Haces bien en salir con alguien cuya carrera le consume tanto tiempo como a ti la tuya?

¿Abandonarás la idea de formar una familia, aunque estés segura de que quieres una? ¿Congelarás tus óvulos si a los treinta y cinco años no tienes pareja? ¿Estás dispuesta a abandonar una carrera ambiciosa (que puede que hayas estado construyendo desde que hiciste la selectividad) para tener hijos? Si no lo estás, ¿quién preparará a los niños el almuerzo, los recogerá de las clases de natación y responderá a la llamada angustiante de la enfermería de la escuela?

Las mujeres siguen sintiéndose estafadas. Se ven relegadas en sus carreras y ganan menos que sus maridos y colegas masculinos. Se les dice que esos problemas se los han buscado ellas mismas. No compiten con la suficiente agresividad ni negocian como deberían; no exigen un lugar en la mesa y, cuando lo hacen, no piden lo suficiente.

También se les dice que los problemas que padecen no son culpa suya, aun cuando estos les vayan a suponer la ruina. Los boys club se aprovechan de ellas, las discriminan, las acosan y las excluyen.

Todos estos fenómenos existen. Pero ¿son la raíz del problema? ¿Son la causa de la gran diferencia de salarios y perspectivas profesionales entre ellos y ellas? Si estas cuestiones se solucionaran por obra de algún milagro, ¿sería este mundo de hombres y mujeres, de parejas y jóvenes progenitores, un mundo completamente diferente? ¿Es este conjunto de problemas el “nuevo problema sin nombre”?

Aunque se han producido animados debates públicos y privados que han sacado a luz asuntos de importancia, a menudo somos culpables de infravalorar la magnitud y la dilatada trayectoria de la disparidad de género. Una determinada empresa recibe una reprimenda, se produce una nueva incorporación femenina a una sala de juntas, unas cuantas compañías líderes en tecnología ofrecen bajas por paternidad; he aquí soluciones que son el equivalente económico a ofrecer una caja de tiritas a alguien que tiene la peste bubónica.

Este tipo de actuaciones no han servido para eliminar la diferencia salarial entre hombres y mujeres. Y nunca remediarán por completo la desigualdad de género, porque solo tratan los síntomas. No posibilitarán que la población femenina llegue a tener una carrera y una familia en la misma medida en que lo hace la masculina.

Si queremos cerrar la brecha, o al menos reducirla, debemos primero llegar a la raíz profunda de esos obstáculos y dar al problema un nombre más preciso: trabajo codicioso.

Solo puedo confiar en que cuando lean estas líneas, la pandemia –que continúa furibunda conforme escribo el final de este capítulo– haya perdido intensidad y que hayamos aprendido alguna de sus severas lecciones. Esta crisis sanitaria ha magnificado algunas cuestiones, ha acelerado otras y ha expuesto muchas que llevaban largo tiempo acentuándose. Pero la tensión que se da entre el cuidado a los demás y el trabajo precede en muchas décadas a esta catástrofe global. El trayecto que nos lleva a alcanzar y conciliar carrera y familia se inició hace más de cien años.

☛ Título: Carrera y familia

☛ Autora: Claudia Goldin

☛ Editorial: Taurus

Ellas representan “la mitad más uno” en la sociedad

Este libro nació al calor del pedido de muchas lectoras que en cada charla o encuentro casual me preguntaban: ¿para cuándo un libro sobre nuestras mujeres? El estímulo me llevó a pensarlo seriamente y a iniciar un proceso muy interesante que implicó ingresar en esta temática tan rica, en esta mitad de la historia marcada por el ninguneo y los prejuicios que se remontan a las más antiguas tradiciones.

Las dos culturas más influyentes en Occidente, la que surge de los mitos griegos y la bíblica, nos presentan a la mujer como una especie de maldición para esos hombres sin madres de los oscuros orígenes.

Eva y Pandora guardan entre sí ciertas similitudes: ambas vienen al mundo después de los hombres, la primera incluso se origina a partir de una costilla de Adán. Pandora llegará a aquella tierra masculina y traerá, como Eva, algo tan vital como la curiosidad, el querer saber más allá de lo permitido. De no mediar la acción femenina, aquellos hombres hubieran permanecido indefinidamente en el acatamiento a un orden “natural” establecido. Ambas tradiciones, que de haber surgido en América el serio mundo intelectual no dudaría en calificar de leyendas indígenas, tranquilizan los espíritus hablando de justo castigo para las desobedientes, que se extiende “por su culpa” al género masculino y a la humanidad toda. En el caso de los griegos, la apertura del ánfora por Pandora traerá enfermedad y muerte, dos condiciones humanas de finitud. En el de Eva, la expulsión de la incipiente humanidad del paraíso.

Aquella curiosidad “malsana”, ese deseo vital, fue condenado, excomulgado por la Iglesia desde los finales de la Edad Antigua, y esa tendencia se incrementó durante toda la Edad Media. Los sucesivos concilios se encargaron de excluir a las mujeres, de remitirlas al rol de esclavas del hombre, alabando en María su virginidad más que su maternidad, con todo lo que ello implicaba e implica. Las mujeres fueron “fuente de pecado”, “brujas”, “malvadas por naturaleza”. No hubo límites a la hora de denostarlas y perseguirlas. Se podría elaborar un extenso apéndice con todas las barbaridades que se han dicho sobre el género femenino a lo largo de la historia, en las que campeó impune la misoginia.

Fue aquella visión la que pasó a América y las mujeres conquistadas sufrieron en carne propia el doble castigo por ser originarias y mujeres.

Las crónicas se ensañaron con ellas y sus actitudes “libertinas”; en ellas y no en los violadores masivos habitaba la culpa de los “excesos” declamados en algunos documentos y que quedaban impunes en algún escaso expediente de la autodenominada “justicia colonial”. El mestizaje, disfrazado de romántico encuentro, ha encubierto hasta nuestros días el carácter violento de aquellas uniones sexuales que expresaban de forma contundente el triunfo del conquistador. Pero aquellas leyendas de sumisión y aceptación pasiva del rol de sometidas aparecen una y otra vez desmentidas por la historia de las rebeliones encabezadas por mujeres, por la negativa a unirse a los vencedores y hasta por las dramáticas crónicas de suicidios masivos para no engrosar el botín de guerra. De la dignidad de aquellas mujeres habla este libro, y también, claro está, de la canallada del ocultamiento y la malversación de la historia.

Hace más de dos siglos, Charles Fourier aseguraba que “los progresos sociales y cambios de época se operan en proporción al progreso de las mujeres hacia la libertad”. La historia argentina, desde la conquista española hasta la actualidad, corrobora a diario la afirmación del socialista utópico francés.

Las mujeres representan hoy “la mitad más uno” de la sociedad argentina, pero han cargado y cargan con buena parte del peso de la historia de nuestro país.

Como protagonistas en todos los aspectos, construyeron su identidad a través del trabajo, la cultura, los debates, las luchas políticas y sociales, la vida familiar, barrial y colectiva. Un papel que, por lo general, suele negarse o limitarse a la mención de unas pocas figuras destacadas a la hora de escribir nuestra historia, en la medida en que estas mujeres se hayan destacado en tareas, roles, profesiones u oficios definidos históricamente como masculinos.

En este libro, recorro la historia de nuestras mujeres, desde las pobladoras originarias y su resistencia a la conquista europea hasta quienes obtuvieron las primeras victorias en su larga lucha por la igualdad. Narro su vida cotidiana, las condiciones legales, sociales y culturales en las que la llevaban adelante y su participación en los procesos históricos, políticos y económicos, que fue siempre mucho más destacada de lo que suele enseñársenos. (…)

Mujeres conquistadas

Algo tan evidente como que las mujeres eran muy poco tenidas en cuenta en España se verá reflejado en su ausencia en la mayoría de las crónicas de la conquista, en las que ni ellas ni los niños aparecen como sujetos sino como elementos del paisaje. Esto tiene mucho que ver con la mentalidad de la época, donde no existía prácticamente el concepto de infancia y las mujeres rara vez se hacían visibles a los ojos de los cronistas e historiadores.

Si los conquistadores y colonizadores hicieron todo lo que estuvo a su alcance por destruir esas culturas e imponer nuevas pautas para asegurar la explotación de los conquistados, todavía hoy vemos que los valores y la organización social de los pueblos originarios son interpretados y “valorados” desde una perspectiva “occidental”, para la cual habría un “ranking de desarrollo” según su similitud o diferencia con los aplicables a las culturas europeas. Y una vara mucho más dura suele aplicarse cuando se trata de las mujeres y su papel en esas sociedades y en la Conquista.

☛ Título: Mujeres tenían que ser

☛ Autor: Felipe Pigna

☛ Editorial: Booket

La desobediencia feminista se ha vuelto marea

Que los feminismos disputan la historiografía patriarcal no es novedad. La Historia a secas, con mayúscula, como la Verdad, sin cuestionar, es siempre la narrativa de los ganadores, la falsa continuidad del triunfo de quienes han ganado las batallas: el patriarcado, el colonialismo y el capitalismo. La historia desde la perspectiva de les oprimides, ya lo decía Benjamin, es la de la discontinuidad: es la historia de los momentos de ruptura, esos donde las cosas podrían haber tomado otro rumbo. (…)

Herstory y marea feminista

El origen de la palabra herstory remite a una identificación de los feminismos (de la llamada segunda ola, pero también del presente de la marea feminista) con un feminismo originario sin ola: los millones de mujeres que fueron acusadas de brujería por sus saberes y sus poderes, que fueron perseguidas, torturadas y asesinadas en el mayor femicidio de la historia, la caza de brujas entre los siglos XIII y XVII. El término herstory fue acuñado en 1970 por Robin Morgan en su antología Sisterhood is Powerful (1970) como parte del significado del acrónimo del colectivo Witch.

La fluidez y el ingenio del grupo Witch es evidente en el carácter siempre cambiante del acrónimo: el nombre original era Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell [conspiración terrorista internacional de las mujeres del infierno] [...] y el último conocido es Women Inspired to Commit Herstory [mujeres inspiradas para cometer herstoria] (Morgan, 1970: 15).

Es la memoria de nuestras ancestras que exigen justicia la que reaparece cada vez que sube la marea. No es casualidad que la mayor investigación sobre la historia y la economía desde la perspectiva feminista sea contemporánea al colectivo Witch y al feminismo radical: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, de Silvia Federici.

Tampoco es casualidad que ese libro, que corrige la historia en sentido feminista y corrige a Foucault y a Marx, sea el texto central que inspiró al movimiento Ni Una Menos y su interpretación de la relación entre femicidio y acumulación de capital, entre violencias machistas y explotación y extracción, permitiendo un análisis materialista y feminista del neoliberalismo que sería fundamental en tanto arma crítica. Pero también aparece aquí el recurso a la magia en relación con la herstory, formulada en este párrafo inicial como algo que se comete, como una transgresión, una desobediencia.

Desde 2015, la desobediencia feminista se ha vuelto marea que hace temblar la tierra. Es el sujeto colectivo que mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries venimos componiendo a través de masivas movilizaciones en defensa de nuestras vidas y nuestros territorios. Se trata de un movimiento de fuerzas inaudito, de millones de cuerpos, que hace temblar la tierra entramando un nuevo internacionalismo, desde el sur y desde abajo.

El grito colectivo Ni Una Menos, en sus diversas traducciones y tonalidades –Non Una Di Meno, Nem Uma a Menos–, irrumpió en el discurso institucional para denunciar el incremento en las tasas de femicidios y exponer la trama oculta de las violencias contra nosotras. Los femicidios, ahora desnaturalizados, comenzaron a percibirse como la punta del iceberg de una cadena de violencias cuya conexión se volvió evidente: la violencia física y sexual como fuerzas de choque de las nuevas formas de explotación y de extracción a las que nos somete el neoliberalismo de alto impacto. La violencia aparece como la mayor fuerza productiva del momento, como señala Gago (2019) retomando a Mies (1986). La violencia física y sexual, verbal y simbólica funcionan como soportes de la violencia económica y financiera que constituye el corazón del patriarcado y su división sexual del trabajo y del capital. Las violencias contra nosotras no son un accidente: son parte constitutiva del régimen colonial-capitalista-patriarcal. El patriarcado como concepto crítico se instaló en los debates públicos a nivel continental, junto con su imbricación en la división internacional del trabajo. Así, los feminismos han visibilizado las intersecciones entre el dominio del régimen patriarcal y colonial: racismo y machismo pertenecen a un mismo orden y deben ser desmontados a la par.

Surge así un amplio abanico de movimientos feministas que funcionan como vanguardia política de todas las luchas: por los territorios, por la salud, por la redistribución económica, por los trabajos de cuidado, por el acceso a la vivienda digna, por la educación. Es que la perspectiva feminista constituye la visión más radical sobre el capitalismo en su fase crítica, cuando las violencias y los despojos ponen en crisis la reproducción social y hasta la propia continuidad de la vida en el planeta.

Esta es la experiencia de la que quisimos dar cuenta y potenciar a través del archivo “Mareadas en la marea” y de este libro, que es una reverberación de ese archivo y una pieza más: construir una herstory como un elemento más de la marea. (…)

Las olas, o en este caso la marea, suben cuando hay correspondencias históricas con el pasado, cuando sentimos el peso del pasado que exige memoria y justicia en el presente. Tal como las brujas inspiraron a la segunda ola, la segunda ola y las brujas, las desaparecidas, las guerrilleras, las presas políticas, las que murieron anónimamente inspiran a la marea. No solo consideramos historia a los grandes movimientos sino también a los pequeños, mínimos, personales, irrelevantes (desde una perspectiva historicista), los relatos orales y secretos: cualquier elemento del pasado puede ser un antecedente inspirador. Un chisme, un linaje, un objeto, un recuerdo vago, una imagen, una canción, un detalle. Al principio, las correspondencias se producen como revelación, no como un acto intencional; luego, una vez percibida la correspondencia, se le empieza a dar forma y a ahondar en qué se corresponde con qué, según cuestiones de estilo y afinidades personales. Pero entendemos que lo personal es político y es a la vez colectivo. La intuición de la correspondencia es un modo de conocer el presente.

Fue la lectura de las correspondencias la que en cada momento histórico agitó nuestras aguas. Una de las primeras entradas de nuestro diario es un ejemplo iluminador. Luego de la primera acción espectacular del Ni Una Menos (el debut de la marea el 3 de junio de 2015 con 300.000 personas en la calle), el colectivo estaba recién dividido y debilitado, sin saber bien para dónde ir. Entonces decidimos juntarnos a leer Calibán y la bruja, que se volvió casi un texto sagrado de la herencia feminista. Ese mismo día, como contamos en el libro, una revista golpista, Noticias, sacó una tapa con la recientemente devenida expresidenta, Cristina Fernández, montada de Medioevo, quemándose en la hoguera y rodeada de los hombres más poderosos del momento vestidos como monjes de la Inquisición. El título decía: “El pacto para que Cristina no vuelva nunca más”.

En esa yuxtaposición temporal de imágenes estaba todo dicho: la nueva quema de brujas era la guerra contra las mujeres llevada a cabo por el neoliberalismo como una forma de asegurar la acumulación capitalista por desposesión. La fuerza de esta visión nos impulsó a organizar un escrache a la Editorial Perfil como un aquelarre performativo.

Otra correspondencia central de nuestro archivo es el motor del primer paro nacional de mujeres que organizamos a partir del femicidio de la joven Lucía Pérez en Mar del Plata, el 8 de octubre de 2016, yuxtapuesto con una feroz represión policial al movimiento de mujeres en Rosario, todo alrededor de la fecha clave del 12 de octubre, día del comienzo de la conquista y colonización de América.

☛ Título: Mareadas en la marea

☛ Autoras: Cecilia Palmeiro y Fernanda Laguna

☛ Editorial: SXXI editores

El mandato de reconocernos en la sumisión y la obediencia

Escribo este libro como víctima redimida del mandato de feminidad que nos produce sumisas, anestesiadas, dependientes y rotas. Escribo habiendo hecho todo lo que hay que hacer para encajar. Escribo como estafada porque, a pesar de haber seguido los manuales, no alcancé la felicidad prometida.

Escribo como okupa de este cuerpo que fue enemigo, ajeno, extraño; como madre de estos pensamientos incómodos; escribo desde la distancia de eso y al mismo tiempo desde ahí, incomodada, pero también autorizada y legitimada por las historias de miles de mujeres, idénticas a la mía. Un libro de intuiciones colectivas y reflexiones que se han ido haciendo carne a través de mi propia experiencia y del diálogo permanente con esas miles de otras, a lo largo de los años, en mi trabajo en Mujeres Que No Fueron Tapa, que comenzó en 2012 y vio la luz en 2015, cuando empecé a trabajar en una serie de obras en collage, con pedacitos de revistas, construyendo las imágenes de las mujeres que no iban a aparecer en sus tapas. Encontré en ese dispositivo anacrónico, pero aún vigente en todo el mundo, una tradición sostenida en la construcción de un modelo de feminidad anclado en la sumisión.

Es llamativo que las tapas de las revistas no hayan cambiado casi nada a lo largo de un siglo. Los cambios más significativos son que las mujeres aparecen cada vez con menos ropa y dicen las mismas cosas con otras palabras. El resto, más de lo mismo: mujeres blancas, delgadas, jóvenes, de pelo lacio y largo, del mundo de la moda o del espectáculo, semidesnudas, sexualizadas, mostrando sus cuerpos editados por el bisturí y el Photoshop, con pieles de la textura de la melamina, la gestualidad siempre sensual; siempre contando sus tips de belleza, del amor romántico, del deseo de ser madres o de la felicidad de serlo. Nada más.

Al mismo tiempo, los varones que aparecen en esas tapas de revista están vestidos de los pies a la cabeza, se los ve cómodos y seguros, su gestualidad es natural, ocupan el espacio con normalidad, tienen diferentes edades, sus pieles se muestran como son: arrugas, verrugas, lunares, mucho o poco pelo. Lo que los lleva a esas tapas no es su cuerpo, sino haber cumplido eficientemente con una parte importantísima del mandato de masculinidad: ser profesionalmente exitosos. Y lo que yo veía ahí era lo mismo que veía en las series, en los noticieros, en los videos de YouTube y en la publicidad de la calle.

Empecé a compartir estas ideas sobre la cultura y la construcción de lo femenino en una página de Facebook y, gracias a la generosidad de compañeras feministas, mi trabajo comenzó a hacerse más visible, porque ellas me reconocían y validaban, me abrían espacios para contar y mostrar lo que hacía en medios de comunicación, en las aulas de las universidades o escuelas, en los eventos feministas.

Arranqué a trabajar con el concepto de hackeo, tomado y aprendido de Un manifiesto hacker, de McKenzie Wark, donde se plantea, a grandes rasgos, que en este momento de la historia quienes tienen el poder son quienes controlan los canales por los que circula la información. Una información homogénea, parcial, interesada; un relato de la realidad construido por esos mismos que tienen el poder. Hackear ese discurso implica ingresar al sistema para tomar esa información y hacer otra cosa con eso, contar otras historias, decodificar el mensaje no escrito, leer lo que está entre líneas, explicitarlo, poner a circular nuevos mensajes. Empecé a hacerlo. Invité a otras a hackear los mensajes, hackear la representación de lo femenino y hackear lo que esta representación construye en nosotras, no solo desde la mirada crítica, también desde la acción.

Casi al mismo tiempo nacieron los talleres, primero solo para mujeres. En ellos llevábamos la idea del hackeo a nuestras propias historias. ¿Qué me dicen a mí estas imágenes todas iguales? ¿Qué construyen en mí estas historias de mujeres que hablan siempre de lo mismo? ¿Qué me pasa a mí con esto?

Empezaron a convocarme de espacios educativos, de escuelas secundarias sobre todo, para hacer estos mismos talleres en los que hablaba de estereotipos y, después de mostrarles cómo se construyen estos ideales y cómo afectan sus vidas y sus cuerpos, preguntaba a estudiantes: ¿cuándo te encanta ser vos?, y les hacía una invitación a producir nuevos mensajes a partir del collage. Para llegar a más estudiantes, organizamos el Festival de Hackeo de Estereotipos en espacios educativos, por el que ya pasaron más de quince mil educadores y un millón de estudiantes de doce países diferentes.

Pero sobre todo empezamos a abrir conversaciones públicas a través de las redes sociales, a través de boletines y de un podcast que grabo desde 2017, que se llama también Mujeres Que No Fueron Tapa, en el que tengo conversaciones largas y profundas con las mujeres que me inspiran. A eso se suman las campañas de concientización como #NosTenemos #HermanaSoltáLaPanza #HermanaSoltáElReloj y #HermanaSoltáLaNovela.

En estas campañas, se entrelazan la metodología del hackeo, la de los grupos de conciencia de la segunda ola del feminismo y un trabajo de traducción del cuerpo teórico del feminismo para hacerlo accesible a todas las personas.

Así se fueron abriendo preguntas: ¿cuándo fue la primera vez que te dijeron que tenías que hacer dieta y quién te lo dijo? ¿Dejaste de hacer algo que era importante para vos por encajar en el ideal de belleza? ¿Sentís que si no tenés una pareja sos una fracasada? Estas y muchas otras preguntas eran contestadas por cientos de miles de mujeres que contaban sus historias y sacaban a la luz todo eso de lo que no se habla porque nos avergüenza (la vergüenza siempre ahí como un dispositivo para silenciarnos y dejarnos solas). La acumulación de experiencias comunes a partir de las preguntas y de las encuestas respondidas por esas miles de mujeres nos permitía entender que lo que nos pasaba no era personal: era –y es– político.

También se sucedían los talleres presenciales y virtuales, por los que pasaron cerca de quince mil mujeres de todo el país y de otros países, en los que trabajamos temas como el mandato de belleza, el amor romántico como mito, la sexualidad de las mujeres, el vínculo madre-hija desde una perspectiva feminista, el hackeo de la maternidad rosa y del mandato de dependencia económica, la autoestima desde una perspectiva feminista y muchos otros. (…)

Este es un libro sobre el mandato de feminidad, sobre cómo ese “ser mujeres” está construido, sobre cómo eso que supuestamente “elegimos” se nos impone, sobre identificar y desmontar lo sutil que nos somete.

Desencarnar y encarnar, de eso se trata. Encarnar una gestualidad nueva para desencarnar la vieja. Entender para desencarnar el software implantado en nosotras, las que hemos sido educadas en esta cultura como mujeres, a las que se nos enseñó a serlo y sobre todo a parecerlo a través de los códigos no escritos de la feminidad. Poder comprender cuáles son y dar los pasos para desmontar esta educación en la sumisión.

La feminidad es eso, lo que no existe. Aunque nos hagan creer que es lo que naturalmente somos, que está en los genes, la feminidad es un cautiverio. Nos exige docilidad y obediencia.

☛ Título: La estafa de la feminidad

☛ Autora: Lala Pasquinelli

☛ Editorial: Planeta