DOMINGO
Educación en contextos de encierro

Resultados transformadores

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Si bien la educación en cárceles en Argentina data de los años 40 como parte de la reforma que atravesaron las instituciones penales durante el primer gobierno peronista, la producción académica que antecede este estudio en relación con la educación en contextos de encierro (ECE) proviene de los últimos años en los que el derecho a la educación fue el eje central en la creación y sanción de la Ley de Educación Nacional de 2006 y la educación en contextos de encierro comenzó a ser considerada una modalidad del sistema educativo.

Lo que comúnmente se sabe acerca de las escuelas en cárceles es:

a) que la educación es una educación de segunda (de hecho, es llamada por muchos docentes y también en los diseños curriculares como “la educación de la segunda oportunidad”);

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b) que la implementación de su currículo vuelve prácticamente imposible que sus estudiantes accedan a la universidad o a seguir estudiando posencierro, y

c) que los presos asisten a clases por el descuento y para el despeje mental, para salir un rato del pabellón, ya que forma parte de algo más que se puede hacer estando en la cárcel.

A su vez, tenía la certeza de que el sistema de seguridad se imponía ante el sistema educativo y esto es lo que fuertemente nos dicen sobre la educación en contextos de encierro algunos de los estudios que tomé como referencia.

Francisco Scarfó (Scarfó et. al 2016), Paloma Herrera y Valeria Frejtman (2010), y Alicia Acin (2019), advierten que los espacios educativos, en los hechos, están subsumidos a la lógica tratamental que se impone a la educación como un derecho, pero que aun así puede ser la escuela una alternativa para resistir los procesos de degradación que la privación de la libertad genera.

Dos de las principales preocupaciones que ocupan los textos que refieren a este tema son: de qué manera la educación formal puede contener a jóvenes y adultos en conflicto con la ley y cómo los docentes deben adecuarse a la especificidad de la enseñanza en escuelas o universidades que funcionan dentro de cárceles. Varios estudios, asimismo, recuperan y problematizan experiencias educativas como procesos novedosos que han transformado tanto las aulas como espacios no formales (Pita 2006; Schneider 2007; Pérez Campos y Schneider 2013; Acin y Bixio 2016; Bustelo 2020) a través de instancias significativas para el tiempo de vida en prisión. A su vez, una serie de trabajos resaltan el derecho a la educación para quienes viven en situación de cárcel y se demanda al Estado que esta educación sea de calidad (Scarfó 2006; Laferriere 2006, Zaffaroni 2012). 

Todos estos trabajos tienen en común que reivindican la modalidad de la educación en contextos de encierro y enfatizan los resultados transformadores para los sujetos de la educación, docentes, instituciones y los propios estados democráticos. A su vez, en estos textos se advierte que la educación en contextos de encierro reduce la vulnerabilidad ante el sistema penal y aporta una experiencia individual y colectiva que contrasta con los modos de relación propios del sistema carcelario. Salvo contadas excepciones, considero que los estudios que abordan la ECE no profundizan, por un lado, en que la escuela cobra sentido en la situación específica de y en las condiciones y las historias de vida de los sujetos que la habitan; y por otro, en que el servicio penitenciario es el que habilita y permite que la escuela acontezca según el lugar que, como institución, construye a partir de su articulación con el servicio penitenciario. Es decir que en tanto los estudiantes salen de sus pabellones para participar de lo educativo, en la escuela se construyen los límites que demarcan cuánto de la cárcel entra al pasillo y a las aulas.

Si, por un lado, los autores mayormente sostienen que el sistema carcelario se impone al educativo y, por el otro, las personas privadas de libertad que conocí prefieren ir a la escuela antes que dedicar su tiempo a otras cosas, entonces me pregunté: ¿cómo es que se relacionan esas lógicas de la seguridad y de la educación en el universo de sentido de los propios actores?, ¿cómo los estudiantes/presos viven su doble condición? y ¿cómo la escuela incide en la vida cotidiana de una cárcel y en las trayectorias de vida de sus estudiantes?

De a poco, en el recorrido del trabajo de campo, fui viendo que lo interesante comenzaba a ser la experiencia educativa de los sujetos de la ECE y por esto inscribimos nuestro estudio entre los que se ocupan del sentido de la educación.

Ahora bien, lo que ni siquiera imaginé al inicio de mi estancia en la escuela es que sus estudiantes podrían encontrar allí sentidos que se emparentasen con la justicia. ¿En qué sentido el sistema educativo puede hacer justicia a la experiencia de estar preso? ¿Qué condiciones hacen que la escuela sea reparadora, enmiende o transforme? ¿Por qué la escuela de cárcel no habría de ser otro lugar donde se acentúe el principio de injusticia, sino que en la percepción de los actores sea vivida como lo contrario a eso?

*Autora de En la escuela no hay injusticias: una etnografía de la educación en contextos de encierro, Ediciones Miño y Dávila (fragmento).