DOMINGO
libro

Piquetero por necesidad

Ser parte de las organizaciones.

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¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza? A esta y otras preguntas Marcos Pérez intenta dar respuesta en su libro de SXXI Editores. | juan salatino

Antonella es una de las millones de personas afectadas por el aumento dramático de las disparidades sociales en la Argentina. A pesar de una persistente inestabilidad política y económica, durante la mayor parte del siglo XX los trabajadores del país disfrutaron de un bajo desempleo, salarios relativamente altos y generosas políticas de bienestar asociadas con una alta afiliación sindical y bajos niveles de informalidad. Sin embargo, la década de 1970 marcó el inicio de un proceso de desindustrialización, asociado a las políticas económicas promercado implementadas primero por la dictadura militar de 1976-1983 y, de forma mucho más intensa, por la administración de Carlos Menem en los años noventa. La consecuencia fue un deterioro sustancial en el mercado laboral, que se agudizó entre 2001 y 2002, cuando una combinación de shocks externos y una moneda sobrevaluada llevaron a la crisis económica más profunda en la historia de la Nación. El desempleo pasó de menos del 3% en 1980 a más del 20% en 2002. Además, la proporción de empleos manufactureros se redujo a la mitad y el trabajo precario se duplicó. Desde entonces, a pesar de períodos de expansión económica, estos indicadores siguen siendo mediocres. La tasa de desempleo cayó a alrededor del 10%, pero solo uno de cada ocho empleos es en el sector manufacturero y la informalidad continúa afectando a más de un tercio de todos los trabajadores. 

En otras palabras, la economía argentina entró en una nueva normalidad, más orientada a los servicios, con un mercado laboral más segmentado y muchos más requisitos para acceder a empleos bien remunerados. Estas transformaciones tuvieron un enorme impacto en la vida cotidiana de las familias de clase trabajadora. Comunidades enteras fueron excluidas del mercado laboral formal, con consecuencias devastadoras.

Los jóvenes no acceden a la educación de calidad que exigen los puestos de trabajo disponibles, y las personas de mediana edad que pierden su empleo, tienen grandes dificultades para reconvertirse profesionalmente. Como resultado de esto, terminó socavándose el bienestar, la estabilidad y la seguridad de innumerables hogares.

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Frente a estos desafíos, distintos segmentos de la sociedad argentina reaccionaron de varias maneras. Antonella se encuentra entre los miles de ciudadanos que lo hicieron uniéndose a una de las formas de acción colectiva más destacadas de la historia reciente del país. En la década de 1990, ante aumentos drásticos del desempleo estructural y la informalidad, líderes comunitarios comenzaron a establecer asociaciones de trabajadores despedidos a lo largo del país, para exigir acceso a empleos y programas de asistencia. A pesar de sus diversos orígenes, estos grupos desarrollaron rápidamente un repertorio similar que los ayudó a reclutar miembros y ganar influencia.

Surgió así el movimiento de trabajadores desocupados o movimiento piquetero. La mayoría de estas agrupaciones se formaron como redes de grupos locales, que organizan piquetes para exigir la distribución de ayuda social. Si tienen éxito, distribuyen entre los participantes parte de los recursos obtenidos y usan el resto para ofrecer una amplia gama de servicios sociales en sus comunidades.

La forma en que Antonella comenzó a participar en su organización es bastante común. A primera vista, la trayectoria de muchos activistas de base en el movimiento puede resultar difícil de entender. Casi todos los militantes con los que hablé se unieron de manera similar a la de Antonella: “Por la necesidad”.

En un contexto de marcada penuria, un conocido les comentó acerca de un grupo que estaba “anotando” para un programa social. En un principio, la gran mayoría tenía opiniones negativas sobre los piqueteros y una limitada experiencia política. Una vez adentro del movimiento, comenzaron a asistir a actividades y recibir alimentos con regularidad, hasta que obtuvieron un plan social financiado por el Estado. Las organizaciones suelen administrar estos puestos de forma directa, así que los beneficiarios por lo general, deben mantener su participación para continuar recibiendo recursos.

Dadas estas circunstancias, no sorprende que muchas de las personas que se suman a una organización piquetera participen mientras adquieren recursos, y se retiren cuando obtienen una fuente de ingreso más efectiva (sobre todo porque los planes administrados por estos grupos suelen pagar poco).

Sin embargo, el comportamiento posterior de algunos individuos desafía estas expectativas, porque comienzan a hacer esfuerzos por mantenerse involucrados, y terminan priorizando la militancia por sobre el tiempo familiar, las actividades de ocio e incluso el interés económico.

Este rompecabezas es más intrigante en el sentido de que varios de estos activistas permanecen indiferentes o incluso no concuerdan con puntos centrales de la agenda de sus organizaciones.

En todas las agrupaciones con las que trabajé, muchas personas expresaron de forma abierta (y con frecuencia) opiniones que contradecían la ideología de su grupo. Si bien los líderes destacan que la coexistencia de diferentes puntos de vista es una fortaleza clave del movimiento, sectores opositores a éste han tratado dicha diversidad como una muestra de la inmadurez política de los participantes o de la manipulación ilegítima de sus necesidades. Sin embargo, la evidencia no respalda tales cuestionamientos. Los militantes que entrevisté no parecen menos informados o comprometidos políticamente que otros argentinos. Por el contrario, el hecho de que muchos de ellos expresen diferencias con sus organizaciones y, sin embargo, continúen haciendo sacrificios en pos de ellas refuta la caracterización de estos grupos como compuestos de una base maleable y apática.

¿Qué procesos, entonces, conducen a este nivel de apego? ¿Por qué personas que se unen a regañadientes, enfrentan importantes obstáculos personales y no siempre están de acuerdo con sus organizaciones desarrollan tal compromiso? A partir de un trabajo de campo etnográfico realizado entre 2011 y 2014, que incluyó ciento treinta y tres entrevistas con miembros actuales y pasados de nueve grupos piqueteros, este libro sugiere una respuesta. Sostengo que un atractivo crucial de la militancia es la oportunidad de participar en prácticas asociadas con un estilo de vida proletario amenazado por la desindustrialización y el desempleo. A través de su participación diaria en el movimiento, los militantes de mayor edad reconstruyen las rutinas que los vinculan con un pasado idealizado, los activistas más jóvenes desarrollan hábitos que les fueron inculcados como valiosos, y todos los miembros promueven actividades comunitarias socavadas por el aumento de la pobreza y la violencia interpersonal. Para Antonella, como para muchos otros, las experiencias cotidianas en una organización piquetera permiten actualizar disposiciones desarrolladas en espacios que ya no son tan prevalentes como en el pasado. Al ofrecer consistencia y respetabilidad en un contexto de marcado declive socioeconómico, el movimiento se convierte en sustituto del trabajo manual en una fábrica o de las labores domésticas en el hogar. (...)

El movimiento de trabajadores desocupados

La historia reciente de América Latina combina una expansión de libertades políticas con la profundización de disparidades económicas, lo que ha contribuido al desarrollo de nuevas experiencias de acción colectiva. Frente a una creciente apertura de espacios para la disidencia, por un lado, y la socavación de medios de subsistencia, por el otro, millones de personas se han organizado para exigir el acceso a un nivel de vida digno.

Las organizaciones piqueteras son uno de los principales exponentes de esta ola de movilización. Las primeras expresiones del movimiento tuvieron lugar entre 1996 y 1997 durante una serie de puebladas en las provincias de Salta y Neuquén. El éxito de los manifestantes en obtener concesiones por parte de las autoridades, junto con la implementación cada vez mayor de programas sociales por parte del Gobierno como una forma de calmar el malestar popular, alentó a líderes comunitarios en otras partes de la Argentina a emular estos métodos de protesta. En consecuencia, surgieron organizaciones de trabajadores desocupados en todo el país, las que desarrollaron una estructura interna flexible y un repertorio de movilización eficaz que les permitió ganar adeptos. La mayoría de estas organizaciones consisten en redes de grupos locales que participan en cortes de ruta para exigir asistencia social, generalmente en forma de programas de trabajo, alimentos y financiamiento para pequeños proyectos cooperativos.

Las organizaciones distribuyen estos recursos entre los participantes siguiendo criterios basados en la necesidad y el mérito: se prioriza a quien tiene más dependientes y aporta más esfuerzo a la organización. Además, los militantes utilizan parte de estos recursos para ofrecer una amplia gama de servicios en innumerables barrios carenciados, desde comedores populares y cursos de formación profesional hasta atención primaria de la salud y asesoría legal. La posibilidad de obtener apoyo material atrae gente a estos grupos, lo que a su vez les permite seguir manifestándose. (...)

Esta combinación de métodos efectivos de protesta y gestión autónoma de asistencia financiada por el Estado permitió que los grupos piqueteros permanezcan activos a pesar de los vaivenes de la política y la economía. Entre 1996 y 2003, estas organizaciones crecieron exponencialmente a medida que la Argentina se sumergía en la recesión más profunda de su historia. El movimiento demostró ser un proveedor eficiente de apoyo material para familias pobres, así como un actor influyente en la esfera pública. Sin embargo, a partir de 2003, la recuperación económica, junto con la reconstitución del sistema político en torno a una administración nacional de centroizquierda, obligó a los activistas a adaptarse a un nuevo escenario. El resultado fue una reducción general en la membresía del movimiento, pero también un proceso de relativo fortalecimiento institucional. La elección en 2015 de un gobierno de derecha provocó un resurgimiento neoliberal y un aumento de la represión, pero los resultados económicos mediocres y la persistencia de fuentes estructurales de apoyo estatal generaron oportunidades para reclutar activistas, obtener concesiones de las autoridades y desarrollar nuevas alianzas. La importancia del movimiento en las elecciones nacionales de 2019, que derivaron en un nuevo cambio de gobierno, demostró la continuidad de la pertinencia política de los piqueteros. Tal centralidad se vio reforzada aún más por la pandemia de covid-19, durante la cual las organizaciones comunitarias desempeñaron un papel clave en la distribución de asistencia de emergencia.

En resumen, si bien la capacidad de movilización del movimiento alcanzó su punto máximo a comienzos de los años dos mil, las características de la mayoría de sus organizaciones les permitió mantener su relevancia dentro de la política popular argentina desde entonces. Los militantes han podido adaptarse a cambios en su contexto social, manteniendo su trabajo en las comunidades de todo el país.

Un aspecto esencial de la persistencia de las organizaciones piqueteras fue su capacidad para atraer y, lo que es más importante, retener miembros. Cuando se les pregunta sobre sus experiencias poco después de unirse, la mayoría de mis entrevistados describe un escenario de aburrimiento, vergüenza y confusión: “Yo estoy orgullosa de ser piquetera. Antes no me gustaba. Antes no me gustaba como yo te digo, que yo le decía ‘gente haragana que está jodiendo, cuando podría trabajar’. Yo no tengo más vergüenza ahora, antes tenía vergüenza, de verdad que tenía vergüenza”. “Y no me quería poner la ropa del piquete, cuando iba, iba escondida, volvía con vergüenza”. (Priscila, 19 de mayo de 2014).

“Me aburría porque [el coordinador] era de hablar mucho. Hablaba y te leía el guión, y te explicaba, en ese tiempo yo no entendía nada de guiones, no entendía nada de política, no entendía nada de nada”. (Tatiana, 27 de febrero de 2014).

Sin embargo, varios activistas también describen un proceso de progresiva comprensión y disfrute, centrado en la resignificación de sus prácticas en el movimiento. A través de la interacción entre sus historias personales y sus experiencias en el grupo, la movilización se convirtió poco a poco en una actividad placentera, un fin en sí mismo y no solo un medio para acceder a recursos. El resultado es lo que denomino “resistencia a abandonar”, una tendencia profundamente arraigada a esforzarse por permanecer involucrado: “[Mi primer día] fui a una asamblea, decía: ‘¿Acá hay que venir a escuchar esto? ¿Estas estupideces hay que escuchar?’, decía yo, bueno, me iba y me empecé a empapar, empapar, empapar, conocer la gente, y así hasta que quedé ahí adentro; no salgo más”. (Macarena, 5 de mayo de 2014).

“[Yo] era uno de los contra, era uno de los que pensaba que los piqueteros eran personas que no querían trabajar, unos negros de mierda que cortaban y me impedían el paso al trabajo y todo lo demás. O sea, nadie me hizo ni la cabeza ni nada, entré a ver que no era así, por eso me fui quedando”. (Sergio, 1° de junio de 2012).

“Primero no me gustaba, porque entré con necesidad, necesitaba ganar algo, no había otro trabajo. Entré acá y ya al año que entré ya fui dirigente y nunca más me fui. Agarré metiendo más, más y de acá me voy a ir cuando me muera”. (Valentina, 14 de febrero de 2014).

Ocasionalmente, esta evolución se presenta en términos ideológicos. Algunos participantes hablan de un proceso de socialización política que cambió aspectos importantes de sus opiniones personales: “Yo aprendí mucho de nuestros líderes. Aprendí muchísimo política social y política de partido. Porque a mí, antes no me gustaba la política. Cuando mi marido vivía, nos invitaban para el asado de los peronistas, el asado de la UCR. Participábamos, pero no le llevábamos mucho el apunte, porque no entendía nada. Ahora sí, ahora sí”. (Julia, 13 de julio de 2011).

“Por ahí antes no estaba involucrada y ahora no es que soy una luz, pero sí hago interpretaciones, ir leyendo, ir investigando. Me involucré mucho con el tema de estar en la organización, también con la lectura. Yo antes no era de agarrar libros, no era de leer mucho, y sin embargo, acá me involucré a agarrar libros de historia, a conocer quién era quién”. (Lucila, 6 de junio de 2013).

Sin embargo, otros militantes hablan menos de cambios en sus puntos de vista. De hecho, varios parecen indiferentes a la ideología de su organización. Por ejemplo, Jazmín dice amar su trabajo en el movimiento, pero evita hablar de política: “No entiendo de la política, y algo que vos no entendés no te puede gustar. Para mí, es redifícil la política, yo no la entiendo la política mucho. Bueno, yo participo en lo que me piden y voy así, pero yo estar en política no me gusta, no entiendo, no”. (Jazmín, 26 de mayo de 2014).

Otros activistas son incluso contrarios a la ideología de su organización.

Tal es el caso de Vanesa, que participó sin interrupciones durante más de quince años, pero mantiene abiertamente opiniones que contradicen la plataforma central de su agrupación. Por ejemplo, al momento de nuestra entrevista apoyaba con entusiasmo al gobierno nacional, algo que era inconcebible para Laura, su dirigente. Entre risas, me dijo: “Ella se ríe, se me ríe y me dice: ‘Te mato, Vanesa’”. Cuando vamos a Plaza de Mayo, está retándole a Cristina, yo le digo ‘no no’. Yo nunca canto fuerte para ella. Entonces Laura me dice: ‘¡Vanesa, cantá!’. Eso siempre”. (Vanesa, 13 de febrero de 2014).

A pesar de tener diferencias con sus respectivas organizaciones, a lo largo de mi trabajo de campo vi a Jazmín y Vanesa ofrecer voluntariamente tiempo y esfuerzo extra. Jazmín dedica varias horas al día a ayudar con el papeleo y ocupa el difícil puesto de planillera, la persona encargada de tomar asistencia y asegurarse de que los participantes se presenten a trabajar en los proyectos que la organización administra. Sus discusiones con otros militantes no parecen afectar su entusiasmo: por el contrario, es activa en el reclutamiento de nuevos miembros.

En el caso de Vanesa, su plan social tiene pocos requisitos, y además sufre un intenso dolor de espalda provocado por décadas de trabajo como empleada doméstica. Sin embargo, participa con entusiasmo en tareas exigentes como la distribución de alimentos, se sienta al frente durante la mayoría de las reuniones y asiste a manifestaciones a pesar de la oposición de su familia.

Ejemplos como Jazmín y Vanesa sugieren que la vinculación de algunos activistas con el movimiento no se da debido a su ideología política, sino independientemente de ella. Las organizaciones piqueteras tienen plataformas que representan casi todas las tradiciones de la izquierda argentina, incluyendo diversas combinaciones de nacionalismo, peronismo, marxismo y autonomismo. Sin embargo, esto no les ha impedido incorporar miembros con puntos de vista diferentes. En efecto, la importancia del peronismo como fuente multifacética de identificación para los argentinos de clase trabajadora, sumado al legado heterogéneo de experiencias políticas comunitarias, significa que una gran parte de los participantes tienen opiniones que con frecuencia discrepan de la agenda oficial de sus organizaciones. Los propios líderes reconocen la variedad de puntos de vista dentro de sus grupos, y algunos incluso la celebran como una de las fortalezas del movimiento: “En nuestra organización hay de todas las ideologías. […] Eso es lo que somos. Un gran frente único, una gran alianza política y social que trata de contener a todos”. (Diego, 9 de junio de 2012).

“El pueblo es muy diverso en sus opiniones, no está homogeneizado en una idea común. Por lo tanto, naturalmente las organizaciones que el pueblo se va dando también son diversas”. (Humberto, 21 de julio de 2011).

“[Nuestra organización] no es absolutamente monocolor o monocorde, ni es una exigencia nuestra, en tanto que queremos una organización amplia que tenga una base en resolver las cuestiones concretas de la gente”. (Patricio, 21 de julio de 2011).

Sin embargo, la diversidad ideológica que prevalece dentro de las organizaciones piqueteras no significa que no sostengan ciertos valores y normas. Por el contrario, ingresar al movimiento implica aceptar un conjunto de expectativas, un contrato implícito que Julieta Quirós (2011) describe como la ecuación entre “hacer y merecer”. En todos los grupos que observé, se espera que los miembros participen en manifestaciones y asistan a reuniones. Además, quienes reciben un plan social deben cumplir con los requisitos oficiales exigidos.

Aunque la supervisión gubernamental de estos programas es limitada, los militantes son relativamente estrictos en cuanto a asistencia y puntualidad. Esta actitud resuelve un dilema clave para cada agrupación: su única forma de obtener más recursos es a través de acuerdos con las autoridades, pero su poder de negociación está relacionado con su capacidad de movilización. Al exigir que quienes reciben beneficios a través del grupo hagan esfuerzos para mantenerlos, las organizaciones mejoran la disciplina interna, garantizan la provisión de servicios sociales y se aseguran la disponibilidad de personas para las protestas. Además, la equivalencia entre “hacer y merecer” también permite que el movimiento mantenga una atracción crucial: un ethos de disciplina y autosuficiencia.

Probablemente el mejor ejemplo de este atractivo es Jazmín, quien a pesar de evitar los debates políticos disfruta de participar porque le permite cumplir el rol social de trabajadora responsable.

Como ella misma destaca al compararse con amigos que rechazaron ofertas para unirse a su organización: “No quieren, porque no quieren tener horario para cumplir, no quieren venir a las marchas. Hay gente que no le gusta cumplir, no le gusta levantarse temprano, venir a trabajar. A mí me gusta”. (Jazmín, 25 de febrero de 2014).

El hecho de que personas como Jazmín afirmen no interesarse en política, pero tengan opiniones fuertes sobre el valor del esfuerzo refleja un aspecto clave, aunque frecuentemente pasado por alto, de las organizaciones piqueteras: cómo éstas sirven de refugio para determinadas rutinas proletarias. El declive del empleo industrial impide el tipo de vida que los argentinos de clase trabajadora asocian con la virtud: un hombre que sale temprano todos los días, una mujer que cría a los niños y se asegura de que no se metan en problemas, y toda la familia que acumula riqueza materializada en una casa construida por ellos mismos en su propio lote. Los entrevistados se refieren a estas condiciones como en peligro de extinción: “Hoy, en un matrimonio tiene que salir a trabajar la mujer. No es como hace cincuenta años atrás, donde salía el hombre a trabajar y era suficiente. La mujer se encargaba de los hijos. Y entonces los chicos recibían una mejor educación. En cambio, hoy no se puede hacer eso. Hoy la mujer tiene que salir a trabajar, los nenes se tienen que quedar con la abuela, la abuela hasta los once, doce años los maneja, y después los pibes se van a la esquina, ya el estudio queda a la deriva. ¡Ahí, lo que le está faltando es la madre! El padre trabaja, la madre los guía”. (Alberto, 20 de julio de 2011).

“Todos trabajábamos, los padres trabajaban, las madres se quedaban en la casa con los chicos, después fue cambiando, las mujeres tuvieron que salir a trabajar y dejar los chicos. […] Yo me acuerdo que mi mamá se quedaba en mi casa, el que trabajaba era mi papá. Y nos alcanzaba para comer, nunca nos faltó. Y después tuvieron que salir las madres, dejaban los chicos solos, encerrados, así los chicos van tomando la calle, y después metieron la droga, y bueno, ahí se pudrió todo”. (Aldana, 12 de febrero de 2014).

Este ideal de vida proletaria se expresa en la demanda de “trabajo genuino”, es decir, empleo fabril estable, bien pagado, asociado con rutinas, tareas y habilidades específicas. Los participantes describen este tipo de ocupación como la forma ideal en que una persona puede mantenerse de manera honorable. Pocos expresan esta noción tan claramente como Isabel, una jubilada de unos 70 años: “Te dan un plan que no te sirve para nada, yo quiero que esa plata del plan la pongan en fábricas, para que nuestros nietos aprendan a marcar reloj, que aprendan a tener un horario, que aprendan, porque lo hemos aprendido nosotros, que tengan una jubilación digna, que tengan un sueldo digno”. (Isabel, 6 de mayo de 2014).

 

☛ Título: ¿Qué tienen los piqueteros en la cabeza?

☛ Autor: Marcos Pérez

☛ Editorial: SXXI Editores
 

Datos del autor 

Marcos Pérez es profesor en el Departamento de Sociología y Antropología de la Universidad Washington y Lee, Virginia, Estados Unidos.

Recibió su licenciatura en Ciencia Política y Gobierno en la Universidad Torcuato Di Tella y realizó su doctorado en Sociología en la Universidad de Texas, en Austin. Su principal área de interés es la intersección entre participación política, desindustrialización y consolidación democrática.

Actualmente trabaja en un proyecto sobre militantes comunitarios en el noroeste argentino.