En los últimos treinta años, la opinión pública argentina fue protagonista de importantes debates que remitieron directa o indirectamente al problema de la laicidad del Estado. Una lista de esas polémicas –de ninguna manera exhaustiva– debe incluir las que generaron los cambios en el régimen de patria potestad (1985), la ley de divorcio vincular (1986-1987), la Ley Nacional de Educación Sexual Integral (2006), las leyes que reglamentaron el matrimonio igualitario y el derecho a la identidad de género (2012) y la inflamada polémica política en torno a la ley de interrupción voluntaria del embarazo (2020). En forma más directa, han sido motivo de polémica recurrente los subsidios que por distintas vías recibe la Iglesia católica (en particular las partidas del llamado “presupuesto de culto”), las políticas de salud sexual reproductiva, la educación sexual, las relaciones entre la jerarquía eclesiástica y los diferentes gobiernos a lo largo del siglo XX, y la tensión entre educación pública y educación privada, entre otros temas.
La laicidad es una construcción histórica que pretende deslindar, a través de mecanismos institucionales y simbólicos, dos campos en el pasado indiferenciados. No es solo el producto del proceso más amplio de secularización, sino que, en muchos casos, lo constituye y lo reproduce. No solo administra la separación entre lo religioso y lo secular, sino que establece las características de cada uno de esos campos. Es decir, define lo que ha de calificarse como “religioso”, dotando al Estado de una singular “capacidad teológica”, a la vez que designa y caracteriza la singularidad del espacio secular, del cual no necesariamente quedará excluido –o no por completo– lo “religioso”, aunque sí quede –en la órbita estatal– subordinado al lugar que el Estado le reconozca. La laicidad funciona como una narrativa, y por ende no “avanza” ni “retrocede” como si fuera un proceso independiente de la voluntad política de los actores, observable en forma “objetiva”. Es un discurso que posee carácter epistémico y que, por lo tanto, al tiempo que describe un ordenamiento del mundo, lo construye.
El caso argentino es un buen ejemplo para ilustrar la inconveniencia de pensar la laicidad de manera unívoca tomando como referencia el “modelo” francés. Aquí se verifican, en los siglos XIX y XX, interpelaciones concretas a los agentes religiosos por parte de quienes detentaban las riendas del Estado y viceversa, tanto para solicitar intervenciones en distintas áreas de la naciente esfera pública como para actuar dentro del campo “estrictamente” espiritual. En los hechos, la idea de laicidad –aun antes de que se acuñara y generalizara el vocablo– se fue definiendo y redefiniendo. No fue, como a veces se ha sugerido, un compromiso sellado a cal y canto en 1880 por una elite progresista y moderna y traicionado a partir de 1930 por una generación temerosa de los efectos indeseados de esa misma modernidad. Su historia está signada por conflictos y negociaciones en los que incidieron diversos factores: la debilidad o fortaleza relativas de la Iglesia católica, sus tensiones internas y sus cambios a nivel global y local, el grado de estabilidad del sistema político, tanto durante la construcción del Estado en el siglo XIX como durante la crisis de la “república verdadera” a lo largo de buena parte del siglo XX. Los Estados (nacional y provinciales) aparecen como gestores de la organización de la Iglesia católica y la delimitación del campo religioso, definiendo cuáles instituciones podían ser consideradas “religiosas” y cuáles no.
Los autores de este libro han afrontado el desafío de analizar las vicisitudes de la laicidad argentina en una perspectiva de larga duración (1810-2020) y atendiendo, en la medida de lo posible, tanto al plano nacional como a las particularidades locales. El relato analítico se despliega a lo largo de tres ejes. El primero es el de las relaciones entre el Estado, la Iglesia católica y otras instituciones religiosas; el segundo, el de los conflictos y consensos entre el Estado y las instituciones religiosas en torno a la cuestión. El tercero aborda las regulaciones de la vida familiar, considerando en especial la institución civil del matrimonio, la suerte de los diversos proyectos de ley de divorcio vincular que se presentaron a lo largo del siglo XX, el rol del Estado y de las distintas confesiones en relación con la infancia, y los más recientes debates en torno a las políticas de salud reproductiva y anticoncepción, así como sus vínculos con las posturas de distintos grupos e instituciones religiosas.
La organización general de la obra sigue un esquema cronológico, pero a través de dos modalidades de capítulos. Por un lado, incluye una serie de textos de carácter general, que proponen una mirada panorámica sobre los períodos en los que se ha segmentado el trabajo. (…) Otros textos, en cambio, se concentran en aspectos puntuales siguiendo los tres ejes señalados.
*Compilador de Historia de la laicidad en Argentina. Siglos XIX y XX, Eudeba. (Fragmento).