DOMINGO
libro

No olvidar, no tan rápido

29_09_2024_hamas_juansalatino_g
Un pogrom en el siglo XXI, de Jérémy André, de Marea, es una crónica que realizaron diferentes corresponsales franceses que reconstruyeron el relato de los sobrevivientes y el último mensaje de las víctimas que perdieron su vida el sábado 7 de octubre de 2023. | juan salatino

A la historia le cuesta recuperarse de ciertos días. La mañana del 7 de octubre, los asesinos llegaron de a cientos. Mataron y siguieron matando con balas o cuchillos a familias, niños y ancianos, incluso a mujeres embarazadas.

Violaron y mutilaron para humillar y aniquilar. Hicieron falta días, a veces semanas, para identificar ciertos cuerpos, tan destruidos que ningún padre pudo reconocerlos. Hubo que pedir ayuda a arqueólogos. Como si se hubiera negado a las víctimas no solo el derecho de vivir, sino también el de haber existido. Los asesinos reían, se filmaban, se mostraban orgullosos por los teléfonos. Todo eso no solo estaba permitido, era lo que querían. Porque el objetivo no era vencer sino erradicar, porque el blanco eran los judíos. Los hombres de Hamas luego partieron con rehenes. El único valor de esas vidas: ser otros posibles muertos.

El crimen del 7 de octubre es de los que petrifican. Pero, y esa es la razón de este libro, no a todos. Puesto que a la eliminación de los vivos le sucedió el eclipse de los muertos, al menos por la naturaleza del crimen. Las personas torturadas de Kfar Aza, Beeri o del festival Supernova aún no habían sido sepultadas y ya se relativizaba su destino, ya se reubicaba su eliminación en el “contexto” –palabra que anunciaba el fin de las esperanzas– del conflicto entre Israel y Palestina, ya se ponderaba el ataque con la réplica y, al poco tiempo, se ubicaba al agresor y al agredido frente a frente, confundiendo la masacre con fines de exterminio y la guerra, por más atroz que fuera.

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Más adelante, llegó el momento crucial de las cifras.

El recuento macabro se anunció cada día “de cada lado” para mantener el “equilibrio”. Hay algo que no se entiende: ¿realmente hay que dejar que las calculadoras se ocupen de juzgar a los hombres?

Seamos claros: la compasión no se divide. ¿Cómo no sentir repulsión por esos corazones atrofiados a los que los niños muertos solo los conmueven cuando pertenecen a su “campo”? Lo evidente sería llorarlos a todos, israelíes y palestinos, y de la misma forma. Ocultar lo que guía a la espada –la intención– es otra debilidad de la consciencia.

En cuanto a esto, la reacción por los acontecimientos en Occidente y en otras partes nos pone al borde de un abismo: ¿en qué nos convertimos? ¿Cómo llegamos al punto de no saber o no querer diferenciar?

Para entender mejor lo que está en juego aquí, no hay mejor guía que el filósofo Vladimir Jankélévitch, y este extracto de Lo imprescriptible: “Los que no se conmueven ni por la masacre de Lídice, la masacre de Oradour, los ahorcamientos de Tulle, ni los fusilados de Mont-Valérien, de Châteaubriant, de Cascade y de Chatou, reservan su indignación al bombardeo de Dresde por los ingleses, como si, e ese campo, los alemanes no hubieran tomado la iniciativa, como si la destrucción de Rotterdam, Varsovia y Coventry por un adversario implacable no hubiera precedido a las incursiones angloamericanas”.

Ahora bien, a partir de la noche del 7 de octubre, la sombra de la confusión se propagó. Por supuesto que cada cual tendrá su opinión sobre la amplitud y la intensidad de los bombardeos israelíes: algunos se centrarán en los miles de víctimas civiles en Gaza, los gritos, el dolor de las familias y las destrucciones apocalípticas; otros dirán que Hamas usa a su población como un escudo y se alimenta de su suplicio, su propaganda más poderosa. La controversia es legítima y tiene lugar también en Israel. Después de todo, el propio Churchill tuvo sus dudas, o remordimientos, sobre Dresde. ¿Pero qué necesidad hay de relativizar Oradour o el 7 de octubre?

Es más, ¿justo después de lo sucedido en el Bataclan, acaso se pidió cesar el fuego? Jankélévitch, con anticipación, responde lo siguiente a los pedidos de “negociar”, cuando la masacre apenas había terminado: “El pacifismo generoso de Romain Rolland, rechazando al chauvinismo tradicional, que es nacionalista y militarista, hizo caso omiso al ‘conflicto franco-alemán’. Pero desde 1939, ya no podemos ‘estar más allá de la contienda’: es por esto que la resistencia no estuvo ‘más allá de’ sino bien adentro”.

El 7 de octubre fue una masacre cuyo blanco fueron intencionalmente los civiles y las familias. La crueldad no fue ni un resultado ni una consecuencia, sino su esencia. También fue una matanza antisemita. La más terrible, según se dijo, desde 1945. El objetivo de Hamas nunca fue reconquistar territorios ni conseguir un acuerdo de paz justo, sino destruir a Israel, erradicar a los judíos de esta tierra. Todo está escrito en su Carta Fundacional, proclamada en 1988, a la que en 2017 se le añadió un documento que claramente tenía como objetivo atenuar este antisemitismo fundador y presentar al movimiento como un interlocutor posible. Ahora bien, y hoy en día esto queda corroborado, aquel agregado no abolió en lo más mínimo el primer texto.

La lectura de esta carta es indispensable para entender el 7 de octubre. Primero, la naturaleza islamista de la organización: Hamas se define como “una de las alas de los Hermanos Musulmanes” (artículo 2) y critica nominalmente a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) debido a la “idea laica” adoptada por esta (artículo 27). Se proclama como “un movimiento mundial” (artículo 7) y precisa que “no habrá solución a la causa palestina más que mediante el yihad. En cuanto a las iniciativas, propuestas y conferencias internacionales, solo son una pérdida de tiempo y actividades inútiles” (artículo 13).

Luego, en la Carta Fundacional de Hamas, se habla mucho de los judíos. No de los israelíes, de los judíos. En el artículo 7, podemos leer lo siguiente: “El apóstol de Dios –que Dios lo bendiga y le otorgue paz– dijo: ‘La Hora no llegará hasta que los musulmanes no hayan combatido a los judíos (es decir que los musulmanes no los hayan matado)’”.

En este documento podemos encontrar prejuicios terribles, pero conocidos, sobre el dinero y los judíos, acompañados, por supuesto, por consideraciones conspiradoras. Artículo 17: “Estas organizaciones sionistas disponen de recursos materiales considerables que les permiten desempeñar su rol dentro de las sociedades”. Artículo 22: “Gracias al dinero, reinan en los medios mundiales, las agencias de información, la prensa, las editoriales, la radio, etc. Gracias al dinero, hicieron estallar revoluciones en distintas regiones del mundo para satisfacer sus intereses y sacarles provecho”.

En la Carta también se mencionan Los protocolos de los sabios de Sion, famosa obra de falsificadores que apareció en la Rusia zarista en 1903, en la que se inventan proyectos judíos de dominación mundial para denunciarlos. Los protocolos –precedente abrumador– fueron antes citados por Adolf Hitler en Mein Kampf. Cabe destacar que este último, cuando los evoca, tiene conocimiento de su rechazo –ya que se había demostrado varias veces que se trataba de una falacia grosera– y esquiva este obstáculo mediante un enorme silogismo: si los judíos lo discuten y ellos mienten, entonces es auténtico… Hamas, por su parte, no se preocupa por este problema: para ellos los protocolos son incuestionables. Artículo 32 de la Carta: “Su plan se encuentra en Los protocolos de los sabios de Sion y su conducta actual es una clara prueba de lo que están anticipando”.

Esta referencia en común no impide que Hamas denuncie las “prácticas sionistas nazis” (artículo 31). Una asimilación sorprendente pero no inédita, lejos de serlo. Jankélévitch, una vez más, ya había previsto todo: “El antisionismo es el antisemitismo justificado, por fin puesto al alcance de todos.

Es el permiso para ser democráticamente antisemita. ¿Y si los judíos fueran ellos mismos nazis? Eso sería maravilloso. Ya no sería necesario culparlos; hubieran merecido ese destino”.

Si bien las intenciones del 7 de octubre de 2023 están presentes en la carta de Hamas de 1988, su crueldad nos dejó sin aliento. Al punto de no saber cómo nombrarla. Durante la preparación del número de Le Point del 9 de noviembre de 2023, el punto de partida de este libro, nos hicimos muchas preguntas. Teníamos en mente este título: “Pogrom”.

¿Era la palabra correcta? Dos historiadores, Marc Knobel y Georges Bensoussan, a quienes Valérie Toranian, directora de redacción de Le Point, llamó por teléfono el día del cierre de edición, manifestaron sus reservas. Los dos destacaron que “pogrom” es una palabra rusa que significa “destrucción” y que remite a eventos que sucedieron entre el siglo xvii e inicios del siglo xx en Europa central y oriental.

En general, los historiadores desconfían de la cómoda transposición de las palabras más allá del tiempo y el espacio, pero los comentarios de Knobel y Bensoussan iban más lejos y nos preocuparon. Nos explicaron que los pogroms implicaban una multitud de personas, tenían el carácter de una movilización espontánea, en general acompañada por alcohol, y a veces se correspondían con fiestas religiosas. Su violencia era variable, a veces con asesinatos y violaciones, casi siempre con robos, pero en la mayoría de los casos eran breves y caóticos: no se masacraba sistemáticamente a todo el mundo. En cuanto a esto, diferían entonces de la matanza metódica del 7 de octubre, programada desde hacía mucho tiempo y cuyas aberraciones fueron claramente no solo guiadas sino también coordinadas. La palabra “pogrom”, al oír la opinión de los historiadores, nos pareció que estaba por encima de la realidad.

Desde luego, la Noche de los Cristales Rotos del 9 al 10 de noviembre de 1938, en su época, fue calificada como un pogrom. No obstante, estuvo bien planificada con algunos días de anticipación y tuvo como resultado cientos de muertos. Miles de judíos fueron deportados. ¿Entonces qué haríamos, qué diríamos? Finalmente titulamos la edición “7 de octubre de 2023”, con el subtítulo “Un pogrom en el siglo xxi”. Marcar la diferencia entre el crimen y la época asociándolos: una solución imperfecta, por supuesto, pero tal como convino Marc Knobel varias semanas después, esta expresión tenía el mérito de designar “una masacre que apuntaba exclusivamente a los judíos”. Otros historiadores o especialistas en geopolítica propusieron la fórmula “11 de septiembre israelí”, que tiene el mérito de transmitir el impacto en el país, o incluso de entablar una comparación con Dien Bien Phu,  que testimonia adecuadamente el trauma militar. Pero ninguna de estas dos indica el carácter antisemita y exterminador de la matanza. Para Georges Bensoussan, la fórmula perfecta sería “masacre de tipo genocida”.

Al margen de una entrevista, planteamos la pregunta al antiguo primer ministro israelí y líder de la oposición (centrista) Yair Lapid. Esta fue su respuesta: “Pienso que pogrom puede ser una palabra adecuada. Lo único que me molesta es cuando se hace la comparación con la Shoá, que no es comparable con nada. Pero con pogrom, sí, eso me parece bien”.

Por supuesto, los historiadores definirán al 7 de octubre con la fórmula que les parezca más pertinente. Tienen tiempo de pensar en eso. Mientras esperábamos, este debate nos enseñó una cosa: si el 7 de octubre no es fácil de esclarecer por cómo transcurrieron los eventos, esto se debe justamente a que es difícil nombrarlo. Tal como dice Georges Bensoussan, es un hecho “singular”.

De todas formas, la gran relativización siguió su curso, alimentada por personas más o menos bien intencionadas.

De hecho, es por esto que decidimos realizar el relato, lo más minucioso posible, de este horripilante día. Todo empezó un viernes, durante una reunión de redacción en el séptimo piso de Le Point, en el Distrito XV de París. Estábamos conversando de todas las tonterías y obscenidades que se estaban diciendo en el mundo sobre Israel y Gaza: aquel eslogan de “Palestina libre, desde el río hasta el mar”, entonado en las calles de Londres y en Harvard, que significa la eliminación de Israel; la explosión de los actos antisemitas, desde Berlín hasta Majachkalá en Daguestán; el episodio del hospital AlAhli, que supuestamente fue bombardeado por las Fuerzas de Defensa de Israel, y a propósito del cual instituciones respetadas propagaron con entusiasmo el discurso de Hamas; y luego el silencio sobre las violaciones cometidas por los hombres de Hamas… Las verdades paralelas se multiplicaban y la del 7 de octubre empezaba a difuminarse, poco a poco, detrás del ruido y el furor de aquel mundo visto a través de TikTok. Quisimos, al menos, seguir los hechos y hacer que hablaran los testigos. No olvidar, no tan rápido.

Una de las particularidades del 7 de octubre de 2023, entre otras masacres masivas de estas últimas décadas, es que se pudo acceder inmediatamente a varias fuentes. Incluidas las de los torturadores que filmaron sus crímenes, mientras que tantos otros en la historia intentaron camuflarlos. El gobierno israelí, confrontado con una impresionante ola de revisionismo, incluso organizó proyecciones. En ellas, se podía ver una parte de esas imágenes, como también las que fueron filmadas por las tropas de socorro que llegaban a los sitios de la masacre. En cuanto a los sobrevivientes de los kibutzim o del festival Supernova, fue posible hablar con ellos bastante rápido: la matanza sucedió en Israel, un Estado de derecho donde los periodistas pueden interrogar sin miedo.

Si bien no pretendemos realizar un trabajo de historiadores, documentamos lo mejor que pudimos este pasado inmediato. Porque podíamos hacerlo y porque este intento de borrar lo sucedido estaba sucediendo también en lo inmediato.

El equipo de redacción de Le Point se puso manos a la obra. Una docena de periodistas –de los cuales seis enviados especiales, nuestra corresponsal y nuestro fotógrafo Sébastien Leban– investigaron y reunieron testimonios, relatos e informaciones. Algunos de ellos ya estaban en el lugar.

Desde el inicio de la masacre y durante semanas, los reporteros de Le Point se fueron turnando en sus tareas en Israel.

Estuve con ellos allí durante un fin de semana, cuando fui a entrevistar a Yair Lapid. Era un grupo de jóvenes periodistas que compartían seriedad, cansancio y entusiasmo, rigurosos, unidos, atentos unos a los otros. Un verdadero equipo. Habían establecido su base de retaguardia en Vera Hotel, un pequeño refugio burgués y bohemio de Tel Aviv con su patio lleno de plantas, sus productos de consumo local e incluso un dispensador de vino israelí con autoservicio.

En las calles aledañas había restaurantes, cafés y una discoteca. En el barrio se oye hablar hebreo, árabe, inglés, ruso y a veces francés. Una ciudad cosmopolita, sensual y tolerante. Una parte de nosotros que algunos falsos “progresistas”, de Nueva York a Londres pasando por París, claramente no quieren ver, del mismo modo que no quisieron ver el sufrimiento de los palestinos oprimidos por Hamas. El reportaje sirve, entre otras cosas, justamente para eso: ver.

En París, la redacción también estaba a disposición para solicitar y reagrupar testimonios, reunir informaciones útiles para los relatos, editar, etc. El día anterior al cierre de edición, todos estaban ahí: especialistas en iconografía, maquetadores, correctores, editores de la versión digital e impresa y otros. Se conformó un pequeño equipo de fact-checking para verificar hechos, nombres, fechas y lugares. Cenamos comida libanesa. El ambiente era más denso que de costumbre.

Ese número fue realizado con corazón y también con mucha emoción. El relato que contiene después fue desarrollado y ampliado para el libro que ustedes tienen en sus manos. Otros testimonios, otros resultados de las entrevistas y crónicas del equipo, algunos inéditos, fueron reunidos bajo la dirección de Jérémy André, quizás uno de nuestros enviados especiales que pasó más tiempo en Israel desde el 7 de octubre. Nuestro amigo Kamel Daoud, gran escritor que conoce el precio de la libertad y el sentido de la palabra “masacre” por haberla vivido de cerca en Argelia, luego aceptó escribir el epílogo. Gracias a todos ellos.

Étienne Gernelle

Viernes 6 de octubre, 8 p. m.

Kibutz Kfar Aza, sur de Israel

Fue una cena de shabat sin problemas. Keren y Avidor Schwartzman, una pareja de israelíes, viven desde hace dos meses con Sa’ar, su hijita de un año, en el kibutz de Kfar Aza, que cuenta con alrededor de 700 habitantes y se encuentra a unos 2 km. del límite con Gaza. Él es periodista y ella es profesora de inglés y pilates, y se mudaron a este “rincón de paraíso” para vivir “el espíritu del sionismo” y estar más cerca de los padres de Keren, Cindy e Igal, con quienes pasan la tarde en su casa.

“Teníamos pensado dejarles a Sa’ar por la noche, pero decidimos llevarla a casa para bañarla”, recuerda Avidor. Él, con sus 37 años, es un “chico de ciudad”, reconoce. Se conocieron durante sus estudios en Beerseva, una de las ciudades principales del sur de Israel donde creció.

“Su familia es un enorme clan que vive en dos inmuebles vecinos –añade su mujer–. Tuve que esforzarme mucho para convencerlo de vivir en el campo”. La principal preocupación de Avidor eran los misiles. Tan cerca de la Franja de Gaza, los disparos de los grupos palestinos tardan solo

unos segundos en impactar en las localidades israelíes. Y el Domo de Hierro, el sistema de defensa de ultraavanzada, solo intercepta una parte. “Lo que más me preocupaba era el impacto psicológico que esto podría generar para Sa’ar si crecía con estos ataques”, admite. Keren, de 34 años, está un poco más acostumbrada a la situación: “Desde hace 20 años que vivo en Kfar Aza, y siempre lanzan misiles desde Gaza”, señala ella. Creció de kibutz en kibutz, en esta región que “envuelve a Gaza”, un perímetro de pequeñas comunidades rurales fundadas en los años 50, justo después de la independencia de Israel, para consolidar la presencia judía en torno al enclave palestino. Allí, hace algunos años se realizaban pequeñas incursiones por túneles, que inmediatamente fueron derrumbados por Tsahal.

Nadie en la región podía imaginar un peligro mayor. De hecho, Avidor quería disfrutar el fin de semana para invitar a amigos de Beerseva: “¡Vengan a casa, los niños pueden jugar en el jardín!”. El amigo al que invitó rechazó la propuesta: “¿Estás loco? Cada vez hay más tensión con Gaza”. “¿Qué tensión?”, respondió sorprendido Avidor. El kibutz, comunidad idealista cuya mayoría de los miembros defiende la paz, vive como en una burbuja, no presta atención a algunas alertas premonitorias que se difunden en los medios locales. Para la mañana del 7 de octubre, jóvenes de Kfar Aza habían incluso previsto, luego del desayuno colectivo, un festival de barriletes, una tradición para enviar un mensaje de paz a sus vecinos palestinos.

Sábado 7 de octubre, 3 a. m.

Cuartel general del Shin Bet, Tel Aviv

Esta mañana en Israel es la fiesta de Simjat Torá (‘la alegría de la Torá’), que marca el fin de los ocho días de festividades de Sucot. Pero no todos bajaron la guardia. En pleno shabat, Ronen Bar, de 57 años, director general del Shin Bet, el servicio de inteligencia y seguridad interior israelí, aún está en su oficina en plena noche. Está revisando los últimos informes sobre la Franja de Gaza, como lo contará más tarde en el New York Times.

 Estos testimonian un movimiento inhabitual en medio de la noche. Pero una parte de los analistas piensa que se trata de un enésimo ejercicio militar nocturno de Hamas, el movimiento islámico que tiene al territorio bajo su dominio desde 2007.

A Ronen Bar lo acecha la duda. Luego de consultar con el Estado Mayor, solicita el despliegue en el sur de Israel del comando Tequila, una unidad de élite antiterrorista. Demasiado tarde.

6:00 a. m.

Norte de la Franja de Gaza

Con las primeras luces del alba, militantes de Hamas se acercan al perímetro de seguridad de 6 metros de alto y 65 km. de largo que separa al territorio palestino de Israel.

Vestidos de civil, se hacen pasar por agricultores que recorren sus campos para poder acercarse. Vienen a hacer una última ronda de reconocimiento para identificar las patrullas del Ejército israelí a lo largo del vallado y transmitir sus posiciones.

Unos minutos antes 

de las 6:30 a. m.

Gaza

Se lanzan miles de misiles simultáneamente a las ciudades israelíes de Sederot, Ascalón, Tel Aviv e incluso Jerusalén.

Al menos 2200 proyectiles son lanzados según el Ejército israelí, 5000 según Hamas; una cifra que superaría el total de ataques en un año entero, incluso durante los episodios anteriores de hostilidad de 2014 y 2021. Los primeros blancos son las bases militares y los dispositivos de defensa, para dificultar la respuesta israelí e interrumpir las comunicaciones. Pero eso es solo una distracción. Hamas ejecuta un plan mucho más ambicioso que todos los que los grupos palestinos habían ejecutado hasta el momento. Drones ligeros, modificados para poder lanzar granadas de lanzamisiles RPG en vertical, neutralizan las torres israelíes equipadas con cámaras de vigilancia y cañones automatizados que rodean el recinto de seguridad. En tan solo quince minutos el sistema de vigilancia sofisticado queda anulado, aquel “Muro de Hierro” detrás del cual el Estado hebreo cree estar protegido, y que algunos israelíes comparan con la línea Maginot.

Los hombres de la fuerza de élite de las Brigadas de Ezedin al-Kasem, la rama “militar” de Hamas, toman por asalto el recinto. Artilleros colocan cargas explosivas contra los cercos. Abren 29 brechas alrededor del perímetro.

Máquinas de construcción perforan aperturas más grandes para permitir que pasen camionetas y autos. Los terroristas tienen pasarelas plegables portátiles para atravesar cunetas y zanjas. A pie, en camionetas o en motos, pequeños grupos se abalanzan y penetran en territorio israelí. Están armados hasta los dientes. El Ejército israelí encontrará en sus cadáveres miles de fusiles kalashnikov, lanzamisiles de fabricación iraní y norcoreana, granadas termobáricas, barras explosivas C4, mangueras de riego llenas de explosivos capaces de perforar puertas blindadas, chalecos tácticos, botiquines de primeros auxilios, cadenas para esposar rehenes y paquetes de arroz que sirven como cartucheras cargadas de municiones.

Por los aires, los asaltantes utilizan parapentes motorizados y maniobrables que vuelan a baja altura. Algunas de sus máquinas están acopladas a motos. Los pilotos guían a los comandos que están en tierra hacia sus blancos.

Al norte de la Franja de Gaza, buzos se trasladan p por el mar para atacar la base militar israelí que linda con el kibutz Zikim. Varias embarcaciones inflables motorizadas los transportan hacia la primera playa israelí al norte del territorio palestino, donde desembarcan. En total, alrededor de 3000 hombres armados, según el Ejército israelí, atraviesan la barrera de seguridad ese sábado 7 de octubre de 2023. Algunos están equipados con minicámaras destinadas a difundir sus atrocidades en las redes sociales. El pogrom comienza.

 

☛ Título: Un pogrom en el siglo XXI

☛ Autor: Jérémy André

☛ Editorial: Marea
 

Datos del autor 

Jérémy André es corresponsal en Asia para la revista Le Point desde 2020.

Autor de En nombre de la ciencia (2023), cubre las principales cuestiones geopolíticas de la región del Centro de Estudios de Memoria e Historia del Tiempo Presente (CEM). Docente de la licenciatura, el doctorado y la maestría en Historia.