DOMINGO
Crianza

Modelos que repetimos

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En la crianza de nuestros hijos e hijas se juegan muchas cosas. Una muy importante a la hora de acompañarlos/as en su crecimiento es nuestra propia crianza, esos modelos que tuvimos y que quizá inconscientemente repetimos. Tal vez recordamos no haber sido escuchados o que nos mandaran a callar –algo muy frecuente en la manera de criar de las generaciones anteriores–, y eso es lo que conocemos a la hora de criar a nuestros hijos e hijas.

Qué importante hubiese sido que aquellos adultos que nos acompañaron y nos guiaron cuando éramos chicos hubiesen tenido herramientas puntuales para aprender a criar con amor, sin violencia física o verbal, sin amenazar o gritar. Quizás hoy estaríamos en otro lugar, parados de otra manera. Y cuando queremos acompañar a nuestros hijos e hijas hoy, se nos pone en juego mucho de eso. Vemos reflejados en ellos, y también en nosotros, mucho de lo que hemos vivido cuando éramos niños y niñas. Pensamos que ese ejemplo que tuvimos de crianza es lo que tenemos que hacer, pero a la vez no queremos repetir ciertas cosas.

Queremos ser el cambio para nuestros hijos y nuestras hijas. Queremos ser la mejor versión de madres y padres que podamos ser. Por eso, también quise sumar la mirada de otras disciplinas, y por el mismo motivo, muchas de las ideas y herramientas que veremos a continuación son en colaboración con la licenciada en Psicología Ludmila Bosco Ackerman. (…)

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Todas las familias somos diferentes y no todas necesitamos lo mismo. Cada una, cada uno, adaptará lo que le resuene para su familia y su modo de vida. Es importante saber, primero, que muchas veces pensamos que somos los únicos a los que les está pasando esto, pero no es así. ¡No se sientan culpables! A todos nos pasa. ¡A mí también! Todos estos problemas y situaciones de crianza también los tengo en casa. Me cuesta un montón y la verdad es que la culpa mientras maternamos o paternamos no ayuda en nada. Si desde ese lugar podemos replantearnos y repensar la situación, bienvenido sea. Pero la culpa por la culpa misma no sirve. Mejor corrámonos de ahí.

Y sepan que no están solos o solas: estamos juntos, juntas. Eso ayuda un montón. ¿Empezamos? (…)

Empecemos entonces por nosotros, antes de ser padres y madres, incluso siendo novios, siendo pareja: hacíamos algún viaje, íbamos al cine o a comer afuera, fantaseábamos con un futuro juntos. Éramos dos, y cada uno tenía también sus espacios y su libertad. Todo iba tan bien, que quizá decidimos convivir o casarnos, y apareció un sueño más: tener un hijo o hija.

¡Qué felicidad cuando ese embarazo tan deseado llega! Las preocupaciones en torno a ese futuro bebé, si todo va bien, son también lindas: preparar el cuarto, decidir si queremos una cuna con guirnaldas de estrellitas o luces de animalitos, preparar su ropa, el bolso de maternidad, ver cómo crece con cada control obstétrico, elegir nombre.

Cuando nuestro bebé llega, nos damos cuenta de algo: el bebé real y el bebé imaginado no coinciden. Tenemos que criar a una personita real, no a una fantasía. Tarde o temprano, nos enfrentamos con dificultades. ¡Nosotros también nacemos como madres o padres, criar también es algo nuevo! Quizá llora y nos desesperamos, quizá no se prende tan bien a la teta como el bebé de nuestra prima, quizás es más inquieto que nuestro sobrino cuando era bebé y no sabemos cómo calmarlo. O en algún momento empiezan los famosos “berrinches” y nos preguntamos “¿qué pasó?, ¿cómo hago?”.

Mi primera hija, cuando nació, no se agarraba bien de la teta y no subía de peso. Y eso que yo sabía un montón de lactancia, pero aun así: ¡no me salió! Pezonera, jeringuitas, control de peso cada veinticuatro horas… Yo estaba muy angustiada, sentía que estaba haciendo todo mal. La cuna con guirnalda de estrellitas pasó a último plano. Es así: la expectativa y la realidad muchas veces no coinciden, y eso está bien. Es la vida misma.

Y con mi segunda hija, aun estando más preparada y con menos fantasías, también me pasó: era todo sonrisas y, de repente, si le sacaba la banana que se le había caído al piso embarrado de la plaza, me gritaba enojada. ¿Qué había pasado, si antes todo fluía? ¿Dónde estaba mi hija que no gritaba así y no confrontaba? ¿En qué me estaba equivocando yo?

Es así como empezamos a pensar “¿qué hice/estoy haciendo mal?”. Porque es inevitable que en este punto hayamos escuchado las más diversas opiniones de nuestro entorno: que “le estás dando mucha teta”, que “le estás haciendo mucho upa” o “le estás dando todo lo que ella quiere”. Y decimos: “Claro, esto sucede porque le di mucha teta, porque la agarré siempre que me pidió o porque le di eso que aquella vez quería”.

Siempre pensamos que somos la única persona que colapsa, que no da más, la única persona que no entiende qué le está pasando a su hijo o hija. Me ha pasado de ir a la plaza con pacientitos y sus mamás o sus papás angustiados creyendo que les pasaba solo a ellos. La realidad es que saberse acompañados es el primer paso para transitar mucho más tranquilos esto que tanto cuesta.

*Autora de Criando con amor, editorial Planeta. (Fragmento).