DOMINGO
Relación madre e hijos

Más 50

Si pasar los 55 teniendo la familia cerca es ya un esfuerzo, estar en esa franja etaria con tus hijos viviendo en el exterior resulta una verdadera tortura.

Hoy ya tengo mi realidad bastante dominada, podría decir que la entiendo, pero durante los primeros años sin mi hija, los cumpleaños, los feriados XXL y los días de la madre me resultaban muy angustiantes. Las Navidades y las fiestas de fin de año me generaban tal ansiedad que en noviembre ya empezaba a preguntarles a mis amigas con quiénes festejarían y dónde, a ver si podía sumarme.

Es que después de los 55, la vida en sí misma se pone rara.

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Podés estar en forma, tener casa propia, haber tenido una carrera exitosa, pero en esta etapa sos un cuerpo sin alma. Sos un zombi, un muerto en vida o un vivo medio muerto. Quizá yo lo vivo así porque soy hija única y mis padres murieron. Me pregunto si rodeada de primos, cuñadas y sobrinos esto se vería diferente.

Pensemos: Cuando tenés entre 50 y 65, no sos viejo ni joven.

Si tus hijos viven en el exterior, no podés jugar el rol del “adulto canchero” que invita a sus hijos a un asado, ni al abuelo que lleva a todos de viaje (si tenés el dinero, ¿no?).

Trabajás menos, pero aún no te jubilaste.

Tenés mucha experiencia, es verdad, pero corresponde a un mundo que ya no existe.

Cada vez que hablás con jóvenes, te sentís vintage. Todo relato incluye la frase “en mi época”.

Escuchás música de ahora y no te engancha. Tu lista de Spotify es de clásicos de los 80/90. Sos el canal Volver, pero no volvés… en realidad siempre estás yendo hacia el único destino al que llegaremos todos.

Todo eso, sin pensar en las problemáticas extras que experimentás si sos mujer: las lolas que se caen, el avance de las canas, la vulva que se seca, las enfermedades que te aparecen sin avisar, ¿Cuándo en tu vida tuviste grasa en la cintura o alto el colesterol?

Si tenés el dinero para pagar una cobertura de salud privada y la genética de estar más o menos entera, con la dinámica del mundo millennial que prefiere comprar una mascota en vez de tener hijos tampoco podés fanfarronear por la calle como la “abu fitness” que empuja el carrito. Al paso que vamos, con estos hijos sin hijos, tendremos nietos a los 70. Y ahí no te los van a “dar” para pasearlos por temor a que te caigas en la calle o te equivoques de ómnibus.

No lo invento. ¡Esto me lo contó en una cena de amigos un señor de 80 al que sus hijos temen darle su propio nieto!

¿Qué sos a esta edad sin hijos, sin nietos, sin lolas? ¿Cómo te definís? Ya ni calificás como mujer.

Me doy cuenta de eso porque para mí los señores de mi edad tampoco califican de hombres. No me resultan atractivos. Y lo mismo les pasa a ellos con mujeres como yo.

Es más, creo que en esta sociedad occidental a cierta edad te hacés invisible. ¡Sí! Te pasan una pintura especial y caminás sin ser visto/a. Pensándolo bien, si no te pasaran la pintura fantástica, tampoco te verían: la gente camina mirando su pantalla en vez de ver hacia adelante. ¿Cómo podrían notarte?

Si a este fenómeno generacional le sumás estar sin pareja, el apocalipsis zombi está en la puerta.

En Argentina hay muchísimas mujeres solas, ya sea separadas o viudas. Lo confirma mi experiencia de estar sola desde 2014, los grupos a los que pertenezco y una aguda capacidad de observación. Cada vez que salgo con alguna amiga veo teatros, restaurantes, shoppings, bares, boliches, etc., todo lleno, en su inmensa mayoría, por mujeres que están solas por elección o por resignación. Yo no sé en cuál de los dos grupos estoy.

No tener a tus hijos en el país y no tener pareja, las dos cosas juntas a esta edad – entre los 55 y la muerte, un chiste de mi amigo Baby Etchecopar en la radio– es un verdadero dolor de huevos.

Si estás con una pareja –si es el padre de tus chicos, tanto mejor– podés conversar sobre tus chicos o viajar a verlos en compañía, pero si estás sola…

Y si los tenés en países distintos, ni te cuento. Una amiga argentina emigró a Uruguay y ahora tiene una hija en España, otra en Argentina y ella en la Banda Oriental.

Hay días en los que creo que ese vagar con el alma en pena por esos hijos que no están –con el “corazón partío”, como decía Alejandro Sanz– es lo que nos impide encontrarnos. Nos blindamos para no quebrarnos de dolor y para sostener esta época de la vida cuyo rol no tenemos claro. Y así caminamos. Con el corazón petrificado, ¿qué vínculo podemos tejer? Con el corazón con agujeritos, ¿qué se puede armar?

A mi entender, hay una “crisis del encuentro” –otra de las teorías que alguna vez escribiré– que surge de chocarnos no con una persona dispuesta y romántica, sino con el blindaje de esa persona. Y obviamente, con el apuro que llevamos encima – el tiempo se nos escabulle de los dedos– nadie está dispuesto a escarbar la coraza, y así salimos expulsados.

En mi caso, este endurecimiento me quitó la posibilidad de sonreír. ¿Habrá alguna conexión entre los músculos faciales y los cardíacos?

*Autora de Distancias del corazón. (Fragmento).