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Lecturas para mamá

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Por el Día de la Madre elegimos diferentes opciones para ella, para que disfrute de un buen libro como regalo de las personas que más ama. | cedoc

Queremos ser el cambio para nuestros hijos e hijas

En la crianza de nuestros hijos e hijas se juegan muchas cosas. Una muy importante a la hora de acompañarlos/as en su crecimiento es nuestra propia crianza, esos modelos que tuvimos y que quizá inconscientemente repetimos. Tal vez recordamos no haber sido escuchados o que nos mandaran a callar –algo muy frecuente en la manera de criar de las generaciones anteriores–, y eso es lo que conocemos a la hora de criar a nuestros hijos e hijas. Qué importante hubiese sido que aquellos adultos que nos acompañaron y nos guiaron cuando éramos chicos hubiesen tenido herramientas puntuales para aprender a criar con amor, sin violencia física o verbal, sin amenazar o gritar. Quizás hoy estaríamos en otro lugar, parados de otra manera. Y cuando queremos acompañar a nuestros hijos e hijas hoy, se nos pone en juego mucho de eso. Vemos reflejados en ellos, y también en nosotros, mucho de lo que hemos vivido cuando éramos niños y niñas. Pensamos que ese ejemplo que tuvimos de crianza es lo que tenemos que hacer, pero a la vez no queremos repetir ciertas cosas.

Queremos ser el cambio para nuestros hijos y nuestras hijas. Queremos ser la mejor versión de madres y padres que podamos ser.

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Por eso, también quise sumar la mirada de otras disciplinas, y por el mismo motivo, muchas de las ideas y herramientas que veremos a continuación son en colaboración con la licenciada en Psicología Ludmila Bosco Ackerman.

Este libro es una invitación a cambiar la manera de criar cambiando, primero, el punto de vista, para poder así transitar mejor esos primeros años de crianza tan importantes y tan demandantes también para nosotros como adultos y adultas a cargo. Digo “una invitación” porque no vas a encontrar una bajada de línea ni fundamentalismos. Todas las familias somos diferentes y no todas necesitamos lo mismo. Cada una, cada uno, adaptará lo que le resuene para su familia y su modo de vida. 

Es importante saber, primero, que muchas veces pensamos que somos los únicos a los que les está pasando esto, pero no es así. ¡No se sientan culpables! A todos nos pasa. ¡A mí también! Todos estos problemas y situaciones de crianza también los tengo en casa. Me cuesta un montón y la verdad es que la culpa mientras maternamos o paternamos no ayuda en nada. Si desde ese lugar podemos replantearnos y repensar la situación, bienvenido sea. Pero la culpa por la culpa misma no sirve. Mejor corrámonos de ahí. Y sepan que no están solos o solas: estamos juntos, juntas. Eso ayuda un montón. ¿Empezamos?

EN EL PRINCIPIO…

Empecemos entonces por nosotros, antes de ser padres y madres, incluso siendo novios, siendo pareja, hacíamos algún viaje, íbamos al cine o a comer afuera, fantaseábamos con un futuro juntos. Éramos dos, y cada uno tenía también sus espacios y su libertad. Todo iba tan bien que quizá decidimos convivir o casarnos, y apareció un sueño más: tener un hijo o hija.

¡Qué felicidad cuando ese embarazo tan deseado llega! Las preocupaciones en torno a ese futuro bebé, si todo va bien, son también lindas: preparar el cuarto, decidir si queremos una cuna con guirnalda de estrellitas o luces de animalitos, preparar su ropa, el bolso de maternidad, ver cómo crece con cada control obstétrico, elegir nombre.

Cuando nuestro bebé llega, nos damos cuenta de algo: el bebé real y el bebé imaginado no coinciden. Tenemos que criar a una personita real, no a una fantasía. Tarde o temprano, nos enfrentamos con dificultades. ¡Nosotros también nacemos como madres o padres, criar también es algo nuevo! Quizá llora y nos desesperamos, quizá no se prende tan bien a la teta como el bebé de nuestra prima, quizá es más inquieto que nuestro sobrino cuando era bebé y no sabemos cómo calmarlo. O en algún momento empiezan los famosos “berrinches” y nos preguntamos “¿qué pasó?, ¿cómo hago?”.

Mi primera hija, cuando nació, no se agarraba bien de la teta y no subía de peso. Y eso que yo sabía un montón de lactancia, pero aun así: ¡no me salió! Pezonera, jeringuitas, control de peso cada veinticuatro horas… Yo estaba muy angustiada, sentía que estaba haciendo todo mal. La cuna con guirnalda de estrellitas paso a último plano. Es así: la expectativa y la realidad muchas veces no coinciden, y eso está bien. Es la vida misma.

Y con mi segunda hija, aun estando más preparada y con menos fantasías, también me pasó: era todo sonrisas y de repente, si le sacaba la banana que se le había caído al piso embarrado de la plaza, me gritaba enojada. ¿Qué había pasado, si antes todo fluía? ¿Dónde estaba mi hija que no gritaba así y no confrontaba? ¿En qué me estaba equivocando yo?

Es así como empezamos a pensar “¿qué hice/estoy haciendo mal?”. Porque es inevitable que en este punto hayamos escuchado las más diversas opiniones de nuestro entorno: que “le estás dando mucha teta”, que “le estás haciendo mucho upa” o “le estás dando todo lo que ella quiere”. Y decimos: “Claro, esto sucede porque le di mucha teta, porque la agarré siempre que me pidió o porque le di eso que aquella vez quería”.…

Siempre pensamos que somos la única persona que colapsa, que no da más, la única persona que no entiende qué le está pasando a su hijo o hija. Me ha pasado de ir a la plaza con pacientitos y sus mamás o sus papás angustiados creyendo que les pasaba solo a ellos. La realidad es que saberse acompañados es el primer paso para transitar mucho más tranquilos esto que tanto cuesta.

¡Nos pasa a todos! Les pasa a profesionales de la crianza respetuosa, psicólogos o pediatras grosos, padres de muchos hijos o padres de un hijo, familias que tienen niñera. A mí, Jime, mamá y pediatra, también me pasa. Eso es importante saberlo. Todos colapsamos en algún momento de la crianza. Porque es una tarea hermosa, pero también dura.

En principio, sepan que esto que les puede estar ocurriendo y todo lo que ocurra a lo largo de la vida de sus hijos e hijas nunca va a ser por haberles dado amor. Nunca por haberles hecho demasiado upa. Nunca por haberlos abrazado mucho. Nunca por haber estado ahí.

☛ Título: Criando con amor

☛ Autora: Jimena Le Bellot

☛ Editorial: Editorial Planeta
 

 

La yerba mate y el ascenso social

Blaz Meyer generaba sentimientos encontrados entre los colo­nos. Algunos lo admiraban, otros lo detestaban. 

Había logrado hacerse de una pequeña fortuna gracias a su tra­bajo y también a la suerte. Se había escapado de la guerra en 1914, se había subido a un carguero y luego de dar unas vueltas por el mundo había desembarcado en Buenos Aires en 1916, sin más po­sesiones que dieciséis años recién estrenados y la esperanza por de­lante. En Alemania quedaron sus padres y sus hermanos, nadando en la pobreza. 

Como tantos otros inmigrantes, Blaz probó suerte en distintas provincias, hasta que llegó a Misiones, donde encontró otros com­patriotas que le dieron abrigo. 

Algunos habían llegado desde Brasil, los llamaban los “germanos brasileños”, y estaban más adaptados a la agricultura subtropical; había otros llamados “alemanes rusos”, que venían del Volga, todos atraídos por los enormes yerbales vírgenes que se habían descubier­to en el norte del territorio nacional de Misiones.

Se desató una auténtica fiebre del “oro verde”, como se le decía a la yerba mate, y los hombres provenientes de distintos lugares se lanzaron a la conquista de la región. 

No era fácil abrirse camino entre la selva, y por eso muchos colonos se sirvieron de indios y peones paraguayos, misioneros y correntinos, llamados mensús, término deformado del “mensual”. A veces iban con la familia a cuestas, de paraje en paraje, trabajando en la cosecha. 

Cuando se agotaron los yerbales silvestres, empezó la era de la yerba mate de cultivo. Y alrededor de esos sembrados se instalaron las familias, florecieron empresas y, de a poco, surgieron poblaciones.

Esa fue la suerte de Hans Ruppel, el alemán que acogió a Blaz bajo su ala. No tenía hijos ni esposa, y lo único que hacía –y ha­bía hecho– era trabajar. De a poco fue consiguiendo varias hec­táreas, compró animales y sembró yerba y tabaco. Un patrimonio interesante.

Se servía de mano de obra barata, peones que se internaban en el monte bajo las órdenes de los capangas, quienes los tenían a raya a latigazos. El trabajo era arduo y peligroso debido a la presencia de víboras y yaguaretés. Solo comían una galleta y mate cocido, y la jornada concluía bien entrada la noche. Pero Hans era codicioso, lo único que le interesaba era el dinero, quería más y más. Blaz se preguntaba para qué tanto, porque Ruppel no era de los que dis­frutaban de las cosas materiales. Se había comprado un Ford T, se lo había hecho traer de la fábrica de La Boca, pero no lo usaba. Su placer consistía en admirarlo y quitarle el polvo que iba juntando en el galpón donde lo tenía guardado. Solo una vez dio una vuelta en el coche, el mismo día que se lo mandaron, luego, nunca más. Al principio Blaz insistía en que usaran el auto, pero para ir al pueblo o a los yerbales el viejo prefería el carro.

Con Blaz era generoso, nunca le negó dinero, pero tampoco se lo daba en exceso. Lo hizo pasar por todas las etapas del proceso yerbatero, y cuando creyó que estaba listo, lo ascendió a capataz.

—Si alguno se te retoba, le das con el teyú-ruguáy. –Se refería al látigo de cuero de anta trenzado. 

A Blaz ese recurso le parecía demasiado, no veía bien lastimar a un hombre, aunque no dijo nada. 

Ruppel le pagaba un sueldo como a cualquier otro empleado, para que aprendiera lo que era ganarse el pan, incluso sabiendo que a su muerte recibiría toda su fortuna. A su lado, Blaz aprendió a trabajar la tierra y a hacerse hombre. 

—De la yerba mate se cosecha la hoja de ramas jóvenes –le de­cía su mentor–, luego se seca y se hace una molienda gruesa para obtener la primera canchada.

—Después se muele y se estaciona para ser empaquetada –continuaba Blaz, como si estuviera rindiendo un examen.

Los tareferos eran los encargados de cortar y quebrar las ramas de yerba; era un trabajo duro, algunos peones lo hacían con ma­chete y otros, a mano. Se debían separar las ramas verdes del palo grueso, y acumularlas en raídos.

Finalmente, llegaba el tiempo del secado. Los secadores realizaban uno de los trabajos más serios y delicados, porque de ellos dependía que el producto no sufriera en exceso la acción del fuego; debía tostarse bien a punto, sin secarse demasiado, porque entonces se perdía el sabor.

La secanza se hacía en una estructura llamada barbacuá, donde el urú o maestro, junto a su huayno o ayudante que le alcanzaba con una horquilla los manojos de yerba, removía muy despacio y de manera calculada. 

Hasta que no se terminaba el proceso y se acababa la cantidad encomendada, el urú y su ayudante no debían moverse de ahí, po­dían pasar incluso más de veinte horas en el lugar, por eso la ex­pectativa de vida de esos trabajadores era muy corta, a los treinta o treinta y cinco años su salud estaba arruinada. 

Cuando tiempo después decidieron sembrar té, Blaz y Ruppel debieron aprender cómo cosecharlo, y ese aprendizaje compartido forjó aún más el vínculo de padre e hijo que tenían sin serlo.

—Creo que será mejor cosechar los brotes tiernos –dijo Ruppel una vez, y empezaron a experimentar. 

Un día estuvieron durante horas cosechando el té a mano, arrancando brote a brote, hasta que se les entumecieron los dedos. Lograron llenar dos ponchadas.

Con el correr de los años, Ruppel consiguió su propio secadero, y más tarde el molino. Pasaron de ser colonos trabajadores a colo­nos de tipo empresarial: aumentaron la cantidad de mano de obra asalariada, acumularon capital y duplicaron las ganancias, cuando el resto utilizaba exclusivamente la mano de obra familiar. Incluso en épocas de crisis, ellos florecían, aunque el dinero no valía nada cuan­do estaban solos. Tenían sirvientes y empleados, pero ningún afecto. 

Con sus trabajadores, Ruppel era exigente, y Blaz debía estar a su altura, pese a que no le gustaran demasiado los métodos de su benefactor.

☛ Título: Los hijos de la cosecha

☛ Autora: Gabriela Exilart

☛ Editorial: Plaza & Janés

 

La escuela elemental como  institución privilegiada 

Acabamos de transcribir la carta manuscrita en elegante caligrafía cursiva inglesa y en tinta negra (obviamente escrita con pluma cucharita), que las solicitantes –nuestras hermanas López y la señorita Atilia Canetti– presentaron a los efectos de quedar eximidas de dar el examen de ingreso de rigor, para ser admitidas como estudiantes en la flamante Facultad de Filosofía.

De la carta en cuestión aprendemos varias cosas: primero y no menor, que las tres jóvenes solicitantes se habían graduado en la Escuela Normal de la Capital, segundo, que trabajaban como “profesoras”, tercero, que el examen de ingreso se hacía en base a los contenidos de los programas de los liceos en los que ellas mismas eran profesoras y por tanto los dictaban, que por aquel entonces, el ministro de Justicia e Instrucción Pública era quien resolvía las cuestiones vinculadas al ingreso a la universidad (para este caso, el abogado Antonio Bermejo) y, por último, que exigían que, dados sus créditos, se las eximiera del mencionado examen de ingreso al igual que a los varones de la época en la misma situación. También queda claro que Ernestina pudo inscribirse en la Facultad, casi recién recibida como profesora normal, mientras que Elvira y Atilia Canetti habían tenido que esperar varios años hasta que se fundara la Facultad para poder hacerlo.

Haber cursado sus respectivas carreras en paralelo aúna en muchos aspectos la vida intelectual de ambas hermanas. A la vez, permite conjeturar que Elvira, con clara vocación social, dedicó sus años más juveniles a un trabajo filantrópico y feminista cuya solvencia de principios deja expuesto en su tesis. Algunas de las cuestiones en juego respecto de la relación de las López con la enseñanza universitaria no revisten mayor importancia para nuestro trabajo, otras sí. Por eso las iremos desplegando a continuación organizadas de modo tal que alcancemos una mejor comprensión de la situación general de nuestras protagonistas en el plano educativo universitario y en el porqué de su demanda de exceptuación de examen de ingreso.

Pues bien, como se sabe, junto a Nicolás Avellaneda y durante su gobierno (1868-1874), Sarmiento promovió la educación en el marco de un movimiento que se suele denominar “normalismo” y que no fue exclusivo de nuestro país. La educación representó una preocupación extendida en toda América Latina. Primero, debido a los largos períodos de guerra; pero también debido a la necesidad de integrar a la sociedad civil, a los sectores más vulnerables: la inmigración, las migraciones internas y, en general, un alto número de individuos de las líneas de fronteras internas y externas. Se buscaba formarlos o bien como mano de obra trabajadora –en su mayoría inmigrantes, criollos, gauchos e indígenas–, o bien como parte de la “estructura dirigente”.

Por lo general, se entendió que la escuela elemental era la institución privilegiada para alcanzar la integración de esa población, culturalmente múltiple y dispersa. Al mismo tiempo, esa instrucción laica estaba llamada a limitar la influencia de la Iglesia y a fomentar la ciudadanía más que la feligresía. La década de 1880 fue testigo de la sanción de una serie de leyes que procuraban abrir caminos en esa dirección: en 1884 vio la luz la Ley 1420, que consagraba la educación primaria laica, gratuita y obligatoria, y conllevó el fin de la obligatoriedad de la enseñanza de la religión católica en las escuelas. La fundación del Registro Civil y la Ley de Matrimonio Civil de 1888 contribuyeron también a separar la esfera civil de la religiosa.

El proyecto educativo era amplio y promovió su tarea sobre la sólida base de esa ley y de la influencia tanto de un perfil modernizador de estilo norteamericano como del socialismo de raíz europea. Con esas referencias, se desarrolló una intensa oleada fundadora de escuelas normales, desde alrededor de 1870 hasta 1890. En esta línea, las hermanas López estudiaron en la Escuela Normal de la Capital –un calco de la Escuela Normal de Paraná–, fundada por decreto del ministro de Educación Amancio Alcorta el 30 de julio de 1874.

¿Tenía esa escuela ya entonces un gabinete de aplicación, como el que años más tarde dirigirá Elvira? No lo sabemos, pero de ser así, cabría conjeturar que las niñas López pudieron haber estudiado allí. Esta institución cambió luego su nombre por el de Escuela Normal de la Capital, y siempre ofreció formación inicial, secundaria y terciaria, como parte integral del mismo proyecto educativo que la Escuela Normal de Paraná (1870).

Así, la escuela normal cumplió con el objetivo estructurante de ser “el vehículo que permitió a la Argentina convertirse, a principios del siglo XX, en un país pujante, donde la movilidad social ascendente y la integración de los ciudadanos eran viables”.

Esta línea escolar, inspirada en el pensamiento positivista, antiescolástico y progresista, en particular en la versión de Augusto Comte, confiaba en los logros de la ciencia para mejorar la vida social, por ese entonces muy convulsionada. Tanto la Revolución Industrial como el masivo ingreso de inmigrantes al país, entre los que se contaban innumerables comuneros franceses y republicanos italianos, agitaban las aguas locales a las que se sumaron, en número no menor, los descontentos autóctonos. En línea con el pensamiento del socialismo utópico de mediados del siglo XIX, centrado en figuras como Charles Fourier en Francia y Robert Owen en Inglaterra, se iniciaron numerosos ensayos cooperativistas y se organizaron los primeros partidos políticos, el Partido Socialista y el Autonomista.

Todo hace pensar que las hermanas López, pero en especial Elvira, se sumaron de manera temprana al proyecto educativo y social, graduándose en primera instancia como profesoras normales, dedicándose de inmediato a la enseñanza y enrolándose en las filas universitarias en cuanto la Facultad de Filosofía abrió sus puertas, años después.

De esa primera época de sus vidas, contamos con un limitado registro de datos, la mayoría de ellos provistos por El Monitor de la Educación Común (fundado en 1881). Como sostiene Silvia Finocchio, la implementación del nuevo sistema educativo se apoyó en una cantidad de publicaciones destinadas a los y las docentes, articulando de ese modo una enseñanza centralizada. Esa prensa educativa constituyó desde finales del siglo XIX “un ámbito desde donde se pensó, se organizó, se discutió, se propuso, se definió y se renovó la educación”.

En esa línea, El Monitor de la Educación Común fue el órgano de difusión de las “nuevas ideas educativas”, modelo y paradigma de otras publicaciones. Contaba con una suerte de red de corresponsalías tanto en EE.UU. como en el resto de América Latina y de los grupos más progresistas de España, que aportaban artículos y traducciones de las innovaciones pedagógicas más relevantes. Por eso, El Monitor... se constituyó en una fuente invalorable para rastrear las huellas de las hermanas Elvira y Ernestina López en su paso por el normalismo, aunque no haya sido la única.

El libro de actas de la Escuela Normal de Profesores de Buenos Aires inscribió a la joven Elvira como “hija de Cándido y Adriana / pintor / calle Uruguay 27 / de 15 años de edad”, lo que nos permite fechar esa acta hacia 1887.

☛ Título: Las López

☛ Autoras: María Cristina Spadaro, María Luisa Femenías

☛ Editorial: Edhasa
 

 

Dios y la creación del hombre y de la mujer

La idea de una peligrosa ideología de género surgió en la década de 1990, cuando el Pontificio Consejo para la Familia advirtió que el “género” era una amenaza para la familia y para la autoridad de la Biblia. Es posible rastrear los orígenes de la idea a través de los documentos del Pontificio Consejo para la Familia, pero desde entonces se ha desarrollado en formas que evidencian el poder político del Vaticano, así como su reciente alianza con la Iglesia evangelista en América Latina. Incrementando el poder del “género” en el discurso político contemporáneo, la postura del Vaticano intensifica el poder delirante del término en el panorama político mundial.

Para algunas corrientes del cristianismo, la ley natural y la voluntad divina son lo mismo: Dios creó los sexos con un esquema binario y no es prerrogativa humana rehacerlos con otros parámetros. Por supuesto, algunas corrientes feministas que analizan problemas relacionados con la religión lo rebaten, sugiriendo que la Biblia tiene puntos de vista contradictorios sobre este mismo tema.

Independientemente de ello, esta ciencia más antigua sostiene que las diferencias de sexo dependen de una ley natural, es decir, que el contenido de esa ley está establecido por la naturaleza, lo que presumiblemente la dota de valor universal. Si asumimos que la naturaleza ha sido creada por Dios, desafiar la ley natural es desafiar la voluntad de Dios. Lo que se desprende de este conjunto de creencias es que si tenemos voluntad o si actuamos en función de nuestra voluntad no solo desafiamos a Dios y al orden natural creado por él, sino que nos colocamos por encima de la voluntad de Dios.

Estas son solo algunas de las premisas católicas conservadoras contrarias al género.

Esta furia contemporánea empezó a asomar en 2004, cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida entonces por Joseph Ratzinger, advirtió que las teorías sobre el género ponían en peligro a la familia al cuestionar el hecho de que los roles familiares cristianos solo podían y debían derivarse del sexo biológico.

Según el Vaticano, la división sexual del trabajo se deriva de la naturaleza del sexo: las mujeres deben ocuparse del trabajo doméstico y los hombres deben actuar en el campo del empleo remunerado y la vida pública. Se decía que la integridad de la familia, entendida como una familia cristiana y natural, estaba en peligro a causa de un espectro que se cernía sobre el horizonte: la “ideología de género”. Ratzinger hizo pública su preocupación por primera vez en la cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer de las Naciones Unidas celebrada en Pekín en 1995, y de nuevo en 2004, como director de la Congregación para la Doctrina de la Fe en una carta a los obispos en la que subrayaba el potencial del “género” para destruir valores femeninos importantes para la Iglesia, junto con la distinción natural entre los dos sexos.

Ya en 2012, y como papa, Benedicto XVI fue más allá al sostener que tales ideologías niegan la dualidad predeterminada del hombre y la mujer y, por lo tanto, niegan la familia como realidad establecida por la creación. Argumentaba que, dado que el hombre y la mujer han sido creados por Dios, quienes pretendan crearse a sí mismos niegan el poder creador de Dios, suponen que tienen  poderes divinos de autocreación y se dejan llevar por un conjunto de creencias ateas.

En 2016, el papa Francisco, a pesar de defender ocasionalmente puntos de vista progresistas, continuó la línea desarrollada por el papa Benedicto y la señal de alarma fue todavía más fuerte.

“Vivimos un momento de aniquilación del hombre como imagen de Dios”, afirmó. En concreto, incluyó como ejemplo de esta desfiguración “la ideología de género”. Estaba claramente indignado por el hecho de que “hoy en día a los niños –¡a los niños!– se les enseña en la escuela que todo el mundo puede elegir su sexo... Y esto [sic] ¡es terrible!”. A continuación, se refirió a Benedicto XVI y afirmó: “Dios creó al hombre y a la mujer; Dios creó el mundo de una determinada manera... y nosotros estamos haciendo exactamente lo contrario”.  Desde esta perspectiva, quienes experimentan con el género se están apropiando del poder creador de Dios. Desde entonces, el papa Francisco ha ido más lejos todavía al afirmar que las personas que defienden el género son como quienes apoyan o despliegan armas nucleares dirigidas contra la propia creación. Esta analogía sugiere que, sea lo que sea el género, en las mentes de quienes se oponen a él, está cargado de un enorme poder destructivo, una capacidad de desintegración insondable y aterradora. Se representa como una fuerza demoníaca de aniquilación enfrentada a los poderes creadores de Dios.

Muchas metáforas heterogéneas proliferan en el esfuerzo por retratar el género como un peligro extremo. Las diversas imágenes de la destrucción no encajan en un cuadro coherente, pero se acumulan sin tener en cuenta la coherencia o la contradicción. Y cuanto más pueda absorber el “género” esos diversos miedos y ansiedades, más poderoso se vuelve el fantasma. Si una imagen de destrucción no funciona con todos los públicos, lo hará otra, y si todas se acumulan con suficiente rapidez e intensidad con un mismo nombre, pueden circular tanto más ampliamente atrapando a diferentes públicos a medida que avanzan. Juntos tratan de identificar el origen del miedo a la destrucción, lo que tenemos que temer, lo que destruirá nuestra vida. Al hacerlo, empiezan a destruir las vidas de aquellos que han sido tomados como chivos expiatorios.

Aunque el papa Francisco ha sido elogiado por su enfoque aperturista respecto a la homosexualidad, es importante recordar que fueron las uniones civiles de gays y lesbianas, y no la sexualidad de gays y lesbianas, lo que defendió en 2020.

En una extensa entrevista titulada “Esta economía mata”, publicada por primera vez en 2015 en italiano, el Papa compara el rechazo de la teoría de género con la doctrina de la “complementariedad” (la idea de que el género humano está compuesto esencial y exclusivamente por el hombre y la mujer y que la unión sexual entre hombre y mujer es la única forma humana y natural) con la prueba de la existencia de “Herodes” en cada período histórico. Las teorías herodianas del género “urden designios de muerte, que desfiguran el rostro del hombre y de la mujer, destruyendo la creación”. La analogía con las armas nucleares subraya la fuerza aniquiladora atribuida a la teoría de género: “Pensemos en las armas nucleares, en la posibilidad de aniquilar en pocos instantes un número muy elevado de vidas humanas... Pensemos también en la manipulación genética, en la manipulación de la vida o en la teoría de género, que no reconoce el orden de la creación”. En este contexto, el papa Francisco aconsejó a su audiencia considerar a las personas que teorizan sobre el género como algo similar a “los dictadores del siglo pasado, piensen en las Juventudes Hitlerianas”.

Al comparar la “ideología de género” con la guerra nuclear o con el nazismo, el papa Francisco pone en pie de guerra a quienes se oponen tanto al feminismo como al movimiento LGBTQIA+, haciéndoles creer que están librando una guerra justa contra las fuerzas de la destrucción. Por supuesto, no todo el mundo en las organizaciones católicas está de acuerdo con este punto de vista y algunas, como DignityUSA, han respondido con una firmeza admirable a la hora de reclamar derechos para un espectro de géneros y la situación en el mundo de 55 orientaciones sexuales, así como para las personas intersexuales.

☛ Título: ¿Quién teme al género?

☛ Autora: Judith Butler

☛ Editorial: Ediciones Paidós