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Me recibí de médico en la Universidad de Buenos Aires en el año 2001 y desde el año 2003 trabajo cotidianamente con pacientes con problemáticas de consumo, particularmente alcohol, cocaína y psicofármacos. El trabajo con adicciones es una especialidad desgastante y humana, estigmatizada, sorprendente, agotadora, tragicómica e intensa. Quienes nos dedicamos a esto desarrollamos una notable tolerancia a la frustración. No se trata de una habilidad especial, es que no tenemos alternativa.

La adicción es un severo (y crónico) problema de salud mental, que afecta la vida de los pacientes y de las personas cercanas, en ocasiones, en igual medida. Muchas veces enfrentamos escenarios dramáticos y dolorosos, pero, afortunadamente, también somos testigos de cómo algunas personas rehacen su vida y renacen. Muchos profesionales de la salud mental evitan sistemáticamente atender pacientes con adicciones: los entiendo. Yo no puedo evitarlo.

En este recorrido asistencial, siempre me pareció injusto el trato que como sociedad les damos a las personas con consumos problemáticos: estigmatización, poco acceso a tratamientos profesionales, invisibilización, así como maltratos y abusos de todo tipo.

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Si vieron la película La naranja mecánica (1971), les cuento que prácticas similares de “reeducación” se han aplicado en personas con adicciones en el pasado y en la actualidad. Este es el colectivo de pacientes más maltratado en la historia de la medicina, solo comparable, quizá, con el calvario que sufrieron aquellos infectados de peste negra y lepra.

Al mismo tiempo, las adicciones son uno de los tres principales motivos de consulta en salud mental en Argentina y en el mundo. Sin embargo, realizar un tratamiento es una proeza: el acceso es difícil, existen largas demoras y pocos centros que lo ofrezcan. El uso problemático de tecnología y las adicciones conductuales, que empiezan a competir como motivos de consulta en centros de tratamiento, parecen brindar una buena oportunidad para repensar el mundo de las adicciones y su relación con la sociedad en la que vivimos.

Al estudiar desde el punto de vista neuropsicológico a personas con adicciones (por ejemplo, a la cocaína), se verifica que existe una afectación del funcionamiento cognitivo caracterizada por un síndrome que altera la memoria, las funciones ejecutivas y emocionales. Muchas de estas funciones cognitivas se afectan en forma similar con el uso compulsivo de tecnología. Más allá de las características personales de cada quien, existen variables que promueven el desarrollo de la dependencia: un entorno que favorezca el consumo; el que la conducta provoque un sentimiento positivo (refuerzo positivo) o ayude a disminuir una experiencia desagradable (refuerzo negativo), y que dicha conducta se repita con regularidad durante un período estable. Esto sucede en el mundo de las drogas y también en el universo tech.

La realidad de las apuestas online como fenómeno disruptivo está produciendo una incipiente respuesta social e incluso política. Desde hace unos meses existe cierta conciencia social en padres, profesores y en los propios adolescentes acerca de que el bombardeo mediático, los influencers, los regalos de dinero, las invitaciones recurrentes en cualquier red social y toda la parafernalia de consumo que se despliega es un exceso. Pero el problema no empieza con las apuestas ni termina con ellas.

Existe toda una compleja estructura que se fue desarrollando en las últimas décadas, con el lanzamiento de productos cada vez más atractivos, breves e intensos, que modifican nuestro estado de ánimo y pensamientos. El conocimiento de los desarrolladores de tecnología acerca de cómo funciona el cerebro por momentos deja en ridículo a los propios médicos. Y ese conocimiento está centralmente destinado al mercado y a la creación de nuevos productos que consumiremos pronto, fascinados, aunque eso perjudique nuestra calidad de vida.

Es un momento de horizontalización de las adicciones, de apertura, porque ya no solo contamos con ese porcentaje de “adictos” a drogas vistos como “marginales”, sino que ahora tenemos un amplio sector de la población con un consumo problemático de tecnología. Nunca en la historia existió un experimento social realizado en vivo y en directo, en el que las corporaciones tecnológicas pseudo-Estados con mayor presupuesto que muchos países se propongan convertirnos en consumidores.

Necesitamos estudiar, unirnos, ayudar a los padres y a las madres, favorecer el desarrollo de leyes y, sobre todo, hablar con los jóvenes. La salida no parece individual.

Muchos desarrolladores creen que cada usuario debe medirse, regularse, luchar contra las propias tentaciones. Me declaro derrotado: solo, no puedo. La lucha individual, aislada, contra algoritmos de aprendizaje profundo no tiene sentido, está perdida.

*Fragmento de “Guerra, algoritmos y adicciones emergentes”, Capítulo 1 del nuevo libro, Apuestas online. La tormenta perfecta. Crianza digital y adicciones emergentes (Noveduc, 2024).