DOMINGO
libro

La locura libertaria

La fuerza política que desquicia a buena parte de la sociedad.

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La Argentina parece abducida por un fascismo “celular”, en un doble sentido: por su penetración en cada célula social y por los dispositivos móviles que lo diseminan y reproducen. | juan salatino

El fascismo como locura colectiva, una idea anti­gua que Roberto Arlt puso en la gran literatura ar­gentina y latinoamericana, reaparece hoy, hegemó­nica, en la realidad política nacional. Arlt pensaba en grandes mayorías “engañadas”, a contrapelo de Deleuze y Guattari, quienes en El Anti Edipo. Capi­talismo y esquizofrenia reflexionaban en el campo de fuerzas de la historia desde la filosofía política: “No, las masas no fueron engañadas, ellas desea­ron el fascismo en determinadas circunstancias, y esto es lo que precisa explicación, esta perversión del deseo gregario”. La locura del fascismo se tensa entonces entre el engaño programado y el deseo de ser engañadxs por haber sido asediadxs por un co­losal aparato de propaganda, que en la Argentina tiene tres dimensiones: mediaticidad monopólica, (descontrol de las) redes antisociales y racionalidad del mercado llevada al corazón de la estatalidad.

Lo que aquí llamo “Momento Arlt” pone a dialogar dos antiguas dimensiones de la vida de los pueblos: literatura y política. Momento Arlt defi­ne este presente político nacional que se especifica en la memoria de sus dos grandes novelas, orienta­das por el fuego sacrificial: Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931). En ellas vibra la cuerda nietzscheana propia del irracionalismo, entendido como destrucción de la razón.

Remo Erdosain, el protagonista, desfalca la em­presa para la que trabaja, un tentáculo del imperialis­mo: la Azucarer Company. Afana porque lo que gana en su trabajo no le alcanza, por hambre, y porque tie­ne un par de zapatos agujereados, por los que se es­capan los deditos de sus pies. La condición de pobre­za deshilacha también sus lazos sociales primarios: los afectos, la relación con Elsa, su esposa. A partir del momento en que es descubierto, Erdosain recurre a la ayuda de un conocido para reponer el dinero y así entra a formar parte de una estructura de poder delirante pergeñada por Alberto Lezin (el Astrólogo): la Sociedad Secreta. El plan de Lezin –cuyo pareci­do fónico con el apodo “Lenin” lo acerca y lo aleja metonímicamente de la Revolución–, es implosionar la sociedad argentina en el momento de transición entre los años veinte y la llamada “Década Infame” y configurar otra sociedad, en la que las grandes mayo­rías serán esclavas, pero contentas porque están engañadas. La nueva sociedad libre se basará en la explotación de la mayoría a manos de una minoría elitista, y la Sociedad Secreta se financiará con la prostitución de un grupo de mujeres, organizadas por un proxeneta: Haffner. “No sé si nuestra sociedad será bolchevique o fascista. A veces, me inclino a creer que lo mejor que se puede hacer es preparar una ensalada rusa que ni Dios la entienda”, dice el Astrólogo.

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Locos por la democracia

Lezin es una especie de intelectual que opera desde su torre de marfil: una quinta ubicada en una lo­calidad del Conurbano Bonaerense: Temperley. Su instrumento es la palabra, que constituye su praxis. Él es su propio discurso, se trata de un ejemplar estilístico. La fascinación –insisto: el fascismo es fascinante– que produce explica su rol relacional respecto de los demás personajes de su aparato de poder suburbano. El Astrólogo es “el jefe” de la Sociedad Secreta, y sobre esta concepción debemos detenernos porque este es también el apelativo que el presidente Milei usa para referirse a su hermana Karina, quien desde el 10 de diciembre de 2023 se desempeña como secretaria general de la Presiden­cia de la Nación. “El jefe” es la alternativa de la len­gua fascista al concepto popular de líder o lideresa. La idea de líder sintetiza una inspiración e indica una dirección que en el campo de fuerzas demo­crático puede ser rechazada o criticada. El lideraz­go democrático y popular debate con la disidencia (incluso con aquella inscripta en su propio campo) y negocia en el nivel institucional y en el movimien­tista. “El jefe” ni negocia ni tolera la disidencia, or­dena la dirección y encabeza la marcha. Desde ya que puede ganar o perder, pero su decisión debe ser obedecida y aquellos que no se atienen a sus órdenes fragilizan la posibilidad de la victoria en las acciones políticas que “el jefe” plantea. Es una figura que no puede ser discutida, sea astrólogo o hermana del Presidente. Este, además, “se asume como comunicador de una enviada de dios –su hermana, a quien asocia con Moisés– para traer luz a la Tierra después de tanta oscuridad”, como describió el exjuez Carlos Rozanski en la revista La Tecl@ Eñe. La idea del “jefe” es un vector de tensión hacia la unicidad, lo único, lo uno, espacio conceptual, vital y político en el que la otredad no tiene lugar y por ende debe ser erradicada. Es otro síntoma de totalitarismo, y como tal limita todo pluralismo. El poder del que hablamos implica en­tonces un sistema cerrado de producción del uno –origen de todo– y del devenir de la identidad que de él se desprende. El poder fascista ofrece a las masas una figura en la cual reconocerse, en la que se inscribe el omnipoder de la respuesta, con­trariamente a la figura del líder o la lideresa po­pular, que emana del pueblo y se reconoce en él, porque de esa base social dimana su poder y a él siempre vuelve. La figura del “jefe” habilita, ade­más, la idea de una mayor rapidez de acción en el ámbito de la operatividad política. Si se logra acu­mular una necesaria cuota de poder y habilitar un mecanismo para consultar una cantidad menor de sujetos, los modos decisorios del “jefe””serán más rápidos –aunque más riesgosos–, respecto de los procedimientos consensualistas propios de la vida democrática. De otro modo: cuanto más represen­tativa de cada minoría es una democracia, más len­tamente actúa el Ejecutivo, pero cuando se pone en marcha tiende a resolver con un bajo margen de error cuestiones que atañen a la vida en común. “El jefe”” niega esa politicidad. El poder fascista suele denigrar el parlamentarismo y la mera idea de con­senso para proponer como “solución eficiente” una mayor concentración de poder en el Ejecutivo. “El jefe”, esa figura, en realidad, afirma una idea: quien gobierna debe actuar con la mayor libertad posible, desasido de cualquier tipo de limitación.

“Luego está el aspecto económico. Es evidente que tener un solo hombre al mando cuesta mucho menos que tener a un líder que se confronta cons­tantemente con los dirigidos. La democracia, de hecho, al tener muchos niveles de control entre po­siciones distintas, necesita que estén representadas muchas diferencias al mismo tiempo, y esto, ade­más de hacer perder tiempo, requiere que se pague a muchos representantes del pueblo. En cambio, “el jefe” es barato, porque decide solo o con un círculo acotado de confianza”, dice Michela. En el caso de la novelística de Arlt, “el jefe” es el Astrólogo y el círculo de confianza, la Sociedad Secreta, estructu­ra de conducción asimilable a la del gobierno del presidente Milei. Para las “fuerzas del cielo””–una de las reiteradas invocaciones de Milei– es útil in­sistir en la idea del costo que tiene la administra­ción democrática. Esa utilidad radica en esto: crear las condiciones para eliminarla. La naturalización de esa idea a través de la repetición implicará un desplazamiento hacia la de que la democracia es muy cara: “No hay plata” es uno de los latiguillos del Gobierno. Erdosain, en cambio, es una especie de intelec­tual empírico con vocación de hereje. Posee conoci­mientos científicos: planeó una fábrica de gas fos­geno. Junto al Astrólogo constituye un intelectual orgánico de la Sociedad Secreta, que pretende con­figurar un bloque histórico-social en procura de la construcción de una sociedad nueva. La Sociedad es un exclusivo círculo de discusión, una especie de logia integrada por seres frustrados, el campo de fuerzas en el que Arlt presenta la problemática in­dividual de sus personajes y su crisis de identidad social como problema de un grupo de locos: siete. Ese número es relevante porque su finitud (pues es finito) es en sí una moraleja: la locura del fascismo, aunque parezca no tener bordes, conlleva inheren­temente su límite. Parece una amargura todopode­rosa, extensa y espesa, pero a la vez es frágil, si la Resistencia sabe oponerle pasiones políticas de in­tensidad y sin abstracción: la pasión por la libertad, la igualdad y la fraternidad. El proyecto de estos dos personajes tiene que ver con el plan de una colonia revolucionaria y con la formulación de un sistema ideológico fascinante. Sobre la base de ese proyecto se elabora la idea de una revolución social. La Sociedad Secreta puede ser pensada echando mano de la categoría de an­tielite, como antielite es el gobierno del presidente Milei. Esto es: élites políticas emergentes que an­tagonizan con las élites establecidas en sociedades atomizadas, como analizó el sociólogo William Kornhauser en Aspectos políticos de la sociedad de masas. La Sociedad encarna una entidad ideo­lógica y políticamente atractiva para individuos desorganizados que ven en ella una vía rápida y mágica para mejorar una situación vital que viven con frustración, determinada menos por la ficción que por la historia política argentina tensada en­tre dos momentos críticos: el crac económico de 1929 (que puso en evidencia la fragilidad del ca­pitalismo) –con la caída de Wall Street, prolon­gada por la Gran Depresión–, y el primer golpe de Estado de la historia política nacional, el 6 de septiembre de 1930, de José Félix Uriburu al segun­do gobierno de Hipólito Yrigoyen. Análogamente, el gobierno del presidente Milei hunde sus raíces en la catástrofe de la pandemia que sobredetermi­nó una gran crisis cognitiva. De hecho, aconteció sorpresivamente y conmovió el cuadro de orden, la razonabilidad, la propia “previsibilidad” de la exis­tencia humana. Con su emergencia se desestructu­ró un orden cognitivo sobre el que no nos hemos detenido (y sobre el cual habrá que insistir). Ese mismo orden está siendo afectado por una guerra que tiene escala mundial, un genocidio latente aho­ra reactivado, y por la “crisis climática”, expresión torpe que nombra en verdad la precarización de la existencia humana, animal y vegetal. Este conjunto de cuestiones (sin duda abierto) señala una ines­tabilidad política, existencial, espiritual. Y de esa inestabilidad se alimenta el fascismo psicotizante y celular del presidente Milei, tal como el fascismo del Astrólogo lo hizo de la crisis que se extendió entre 1929 y 1930. Cuando el ser humano experi­menta un sentido de desamparo profundo, cuando atraviesa una situación de incertidumbre prolonga­da (que hoy tiene características globales sin que se haya activado una imaginación vitalista que pueda contrarrestarla), cuando los paradigmas a los que se está acostumbrado se resquebrajan, se puede op­tar por la conexión con las “certezas” que promo­ciona un campo de fuerzas falsamente mesiánico, que más allá de su falsedad promete salvación se­gura y sencilla. De otro modo: la respuesta del fascismo a las angustias vitales (pobreza, inflación, precariedad, desigualdad social mal llamada “inseguridad”, in­justicia...) es pervertida, aunque pretenda tener un aspecto redentor. Se trata de la seducción fascinan­te de la fuerza y de la promesa de una promesa. La “oferta política””de la Sociedad Secreta alimenta la fantasía de sus seguidores acerca de cambios profundos e inmediatos. El Astrólogo lo dice así: “Concebí un proyecto que puede parecer fantás­tico a una mente mediocre... Vi que el callejón sin salida de la realidad social tenía una única salida... y era volver para atrás”. Esa vuelta al pasado hoy se frasea como un retorno engañoso a la “Argen­tina potencia””que nunca fue y que el Presidente sitúa vagamente en el siglo XIX. Vuelve entonces a emerger una fuerza que en la Argentina actual tomó consistencia ideológica. Esa emergencia es posible porque el fascismo sabe esperar: “Es como un herpes –los organismos primarios son siem­pre de los que más se aprende– que puede resistir décadas enteras en la médula de la democracia ha­ciendo creer que ha desaparecido, solo para resur­gir más viral que nunca al primer previsible debi­litamiento del sistema inmunitario”. (Las palabras son de Murgia). Entonces, en la Argentina que nos es contem­poránea estamos ante una idea viejísima que rea­parece hegemónica y que de la realidad literaria (de Arlt), oracular, se desborda sobre la realidad políti­ca (del gobierno de Milei). De Temperley, el Astró­logo se desplaza a la Casa ubicada en el corazón de la policitidad nacional. 

Poder confusional

La lengua del Astrólogo se dirige hacia direccio­nes ideológicas controversiales y contradictorias: “Cuando converse con un proletario seré rojo. Ahora converso con usted y a usted le digo: mi so­ciedad está inspirada en aquella que a principios del siglo noveno organizó un bandido llamado Abdala-Aben-Maimum. [...] Maimum quiso fusio­nar a los librepensadores, aristócratas y creyentes [...] Mentían descaradamente a todo el mundo. A los judíos les prometían la llegada del Mesías, a los cristianos la de Paracleto, a los musulmanes la de Madhi... de tal manera que una turba de gen­te de las más distintas opiniones, situación social y creencias trabajaban en pro de una obra cuyo verda­dero fin era conocido por muy pocos. [...] los direc­tores del movimiento eran unos cínicos estupendos, que no creían absolutamente en nada. Nosotros los imitaremos. Seremos bolcheviques, católicos, fas­cistas, ateos, militaristas, en diversos grados”.

Los ideologemas del universo arltiano (como los saberes que se barajan: magia, ciencia, econo­mía, religión...) son múltiples, contradictorios, y en eso radica su poder mítico. La ideología que despliega la Sociedad Secreta se configura con un conjunto de restos y despojos de dimensiones que alguna vez respondieron a una concepción integral del hecho ideológico. El resorte arltiano que expan­de un poder confusional es el Astrólogo. Sus teorías engañosas hipnotizan y hacen experimentar (tanto a lxs personajes como a lxs lectores) una atracción fascinante, un vértigo ante el cual es fácil ceder. Su discurso constituye un colosal aparato de propa­ganda, heredero de Georges Sorel en su admiración simultánea de Lenin y Mussolini. Surfeando sobre los preceptos de la estilística fascista, el Astrólogo elabora un discurso signado por los modos de la afirmación y la negación simultáneas, el contorsio­nismo ideológico y el zigzagueo. Eludir fronteras entre tendencias contrapuestas es inherente al po­der fascista. Entendemos de qué se trata: la contra­dicción es necesaria porque el poder que estamos considerando es de síntesis. Sintetiza lo antagónico y su punto sintético es “el jefe”, cuyo discurso in­terpela a cada identidad social a la que pretende atraer según lo que cada una de ellas quiere escu­char. Y a cada una le dirá “nosotros” para religarse a la condición vital de sus interlocutores.

La figura que retóricamente define el discur­so fascista –y su operatividad política correspon­diente– es el oxímoron, que consiste en juntar dos términos antitéticos entre sí. Un ejemplo per­tinente para graficar el oxímoron podría ser “lú­cida locura”. La figura en cuestión es en sí fascista pues la antigua palabra en griego está compuesta por los conceptos de agudo y obtuso. La esencia de este poder puede sintetizarse de este modo: decir cada día algo opuesto a lo dicho el día anterior. Ese es su método. El método fascista tiene el poder de afirmar lo que un instante después puede ser negado. Ese poder puede ser entendido como una copia falsa de la emancipación, como en su momento fue una copia falsa del bolchevismo. En su vertiente clásica se apropió de fórmulas su­perficiales del socialismo (regla que no tiene validez inversa). Il Popolo d’Italia –fundado por Musso­lini– en su subtítulo recitaba “diario socialista”. Este es un gran nudo del contorsionismo propio del fascismo (del arqueológico y del contemporá­neo también). Pero, bien visto, en realidad se trata de una astucia que consiste en desdecirse según las conveniencias del poder fascinante que se despliega y que en la clave de la operatividad política suele acordarle éxitos extraordinarios. En 1919 el diario en cuestión declaraba: “Nosotros nos permitimos el lujo de ser aristócratas, conservadores y progre­sistas, reaccionarios y revolucionarios, legalistas e ilegalistas, dependiendo de las circunstancias de tiempo, lugar y entorno en que nos veamos obliga­dos a vivir y actuar”. La conjunción oximorónica de ilegalismos-legalistas es el punto de conexión entre fascismo y poder mafioso.

Existen poderes que apoyan su rápida difusión en la utilización programática y colosal de una má­quina. La mentira descarada y el estupendo cinis­mo están otra vez entre nosotrxs pues el presidente Milei descerrajó, entre los pliegues de una estilís­tica mística, un asalto a los ingresos de las clases trabajadoras –sectores populares y medios– en abierto antagonismo con su discursividad de cam­paña, cuando enfatizaba que el ajuste correría por cuenta de “la casta” que, ahora descubrimos, son menos ellos que nosotrxs: las clases trabajadoras. El asalto se dispuso a través de las políticas econó­micas del ministro Luis Caputo (no reproducimos el apodo porque todo apodo aproxima y en este caso la figura del funcionario debe ser alejada) con una secuencia evidente: megadevaluación, shock inflacionario, caída del nivel de actividad y pérdi­da vertiginosa del poder adquisitivo de las gran­des mayorías. Ese asalto, sin embargo, tiene otra dimensión: el mega-DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia 70/2023) y la “ley ómnibus” (“Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los ar­gentinos”) que el presidente Milei presentó a fines de diciembre de 2023. Pueden ser entendidas como acciones megalómanas del Ejecutivo que se cierne sobre el Legislativo, destinadas a expandir un con­fusionismo espeso. La primera versión de la ley óm­nibus se proponía que “el Congreso haga efectiva la delegación legislativa”. Esto quiere decir: delegar las facultades legislativas en el Ejecutivo hasta fines de 2025, renovable por dos años. Esta propuesta implicaba poner en estado de crisis la representa­ción parlamentaria elegida por la ciudadanía. En la segunda versión de la ley, la delegación de fa­cultades se acotó a un año con una autoprórroga por otro más. La modificación no alteró el sentido de la estrategia inicial: la suma del poder público sintetizada en la figura del Presidente, quien podría gobernar sin solicitar la intervención del Congreso. Esto puede interpretarse de este modo: Milei quiere el poder –todo el poder o, en todo caso, una parte sumamente conspicua del poder estatal degrada­do por la racionalidad del mercado, pero poder al fin– pase lo que pase. Estamos ante una raciona­lidad –inherente al poder fascista– que vuelve, pues el 27 de febrero de 1933 se prendió fuego al Reichstag de Berlín y el 19 de enero de 1939 se suprimió la Camera dei Deputati en Roma. De esto desciende una serie clásica del poder fascista: poner en crisis el Parlamento. 

Los Astrólogos sintetizan, entonces, los princi­pios más opuestos que cuando se operativizan po­líticamente hacen daño. Como las técnicas pavlo­vianas aplicadas a los perros, el fascismo provoca en los seres humanos sufrimiento a través de la vio­lencia física (lo son la violencia económica y el pro­tocolo represivo del ministro de Seguridad, Patricia Bullrich, contrabandeado de “securitario”) y el tras­torno de todos los cuadros de referencia. En el caso pavloviano, “los perros son sometidos a torturas físicas (castración, disturbios intestinales, cansan­cio extremo, etc.) y mentales que provocan estados depresivos. En estos estados ‘transmarginales’, los perros pueden ser condicionados y adquieren nue­vos modelos de comportamiento. Cuando se les da una migaja de pan, en efecto, o un poco de paz, el animal se recupera, está listo para ejecutar, aceptar todo, y puede también ser agradecido. En cualquier caso, sabe quién es el dueño”, como describe con crudeza Paola Tabet en Los dedos cortados. Femi­nismo materialista y división sexual del trabajo. (…)

 

☛ Título: Lanzallamas

☛ Autor: Rocco Carbone

☛ Editorial: Debate
 

Datos del autor

Rocco Carbone es filósofo. Nació en Italia y vive en la Ar­gentina desde hace veinte años.

Enfocó su trabajo en la teoría del poder criminal y en los procesos políticos y culturales de América Latina.

Es profesor en la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Conicet. Es­cribió Mafia global. El doble poder, Mafia argenti­na. Radiografía política del poder y Mafia capital. Cambiemos: las lógicas ocultas del poder, entre otros libros.